Boletín ENAPaOL 16
Viernes 29 de mayo de 2009
Con esta entrega, concluimos la serie de contribuciones que nos enviaron aquellos colegas a los que les hicimos llegar diversas preguntas, a propósito de la temática sobre la que girará nuestro próximo Encuentro Americano, « Síntoma y Lazo social ».
A todos y cada uno, les agradecemos sus colaboraciones, que sin duda enriquecieron, orientaron, y alentaron el trabajo preparatorio.
La posición del psicoanálisis de la OL de estar a la altura de la subjetividad de la época, hace posible cortes transversales que nos llevan a leer cada tanto tiempo las formas diferentes con que esta subjetividad presenta sus síntomas. Por mucho tiempo mantuvimos la observación de síntomas que entraban muy bien en la clasificación clásica del psicoanálsis. Pero, arriesgo una fecha, desde la última década del siglo pasado, constatamos un doble movimiento: aceleración y diversidad que se renueva.
Las anorexias y bulimias parecieron marcar un tiempo de inicio de este fenómeno, y grande fue el trabajo en nuestro Campo para ingresarlos como síntomas y en la citada clasificación: o neurosis o psicosis. Estas formas fueron rápidamente acompañadas por las de toxicomanías, depresión, ataques de pánico, y los trastornos de la infancia que pasaron al listado de monosíntomas. Cada una de ellas al llegar al psicoanálisis, que se ocupó de precisar para su comunidad misma que no se trataba de nombres del psicoanálisis, orientó a la invención de Miller, los inclasificables de la clínica psicoanalítica. Esas formas, cada vez menos encajaban en la solidez de la estructura. Al mismo tiempo fueron haciendo patente que los síntomas demostraban una modalidad de gozar singular.
Transitamos en la actualidad ese paradigma que es útil para, además, dejarnos enseñar por cada caso que llega y soportar la división de no ingresarlo en ningún estándar. Si bien, apelamos a orientarnos por el elemento de certeza o la novela en sutiles detalles, entre otros elementos a considerar para avanzar o no, para el ejercicio de la prudencia.
En una presentación de enfermo, una mujer « perfectamente normal » le relata al entrevistador que fue internada por que se puso nerviosa, rompió el cartel de un bar de un familiar donde se vendían bebidas alcohólicas a jóvenes, además allí vivían niños. Entre otros hechos, por ej. que su hija adolescente que había pedido la tutoría de una tía y se fue a vivir a la casa de ésta, mediando la justicia aquí como en otras situaciones, aceptaba esta vía a la espera de los dictámenes correspondientes. Interrogada sobre sus propias explicaciones de distintas situaciones, respondía casi con perplejidad « no sé », algo incomprensible para ella. Así fue delineando un agujero de significaciones a la vez que nos fue refiriendo cómo su vida estaba reglada por las normas, reglamentos, leyes, tanto de la institución policial donde había trabajado, como de la escuela donde asistían sus hijos, o la que administraba la justicia a la cual recurría. La impresión de que su entorno familiar y social alojaba normalmente esta singularidad hasta que causó perjuicio a uno de ellos, fue índice para mí de lo patente de nuestra época: un fenómeno bastante generalizado que lleva a los individuos a apelar a la justicia para dirimir cuestiones que son subjetivas. Se busca la ley que regula la vida en sociedad, para la regulación individual que no hay. El lazo social como discurso mathematizado por Lacan, hoy ya marca esta variable: no impide a las personas hacer comunidad, pero algunas de éstas se regulan por la ley escrita. ¿Cómo considerar el ramillete de singularidades que se desprendía del relato? Formas nuevas, constatación rotunda de la declinación del padre, pero que hacen comunidad.
Ana Simonetti