En el texto Las nuevas inscripciones del sufrimiento en el niño, E. Laurent llama nuestra atención sobre un punto que Lacan plantea en el Seminario de un Otro al otro donde el perverso tendrá su objeto -la mujer fálica- y el neurótico a la familia con el objeto a en tanto que liberado, como residuo.
Se trata de familias que toman al niño como objeto, objeto de goce, objeto a. Es a partir delniño que se organiza la familia, pero no en tanto que ideal sino en tanto que condensa goce de la madre, de la familia y de la civilización.
Si se sostiene a este niño como objeto de goce existe la posibilidad de reducirlo a un conjunto de manifestaciones somáticas, donde se minimiza el eje subjetivo. Así la hiperactividad, dificultades en la concentración y aprendizaje, caprichos, trastornos bipolares, adicciones, compulsiones etc., son abordados desde la psiquiatría y la medicación.
En el texto citado, E. Laurent precisa el mecanismo para “poner freno al goce”, más allá del Nombre del Padre. Se trata de un padre residuo que en tanto instrumento permite mantener un lazo entre imaginario, simbólico y real. Se conoce a este padre por un acto. Se trata de poner un freno al empuje al goce mortal autorizando una relación viable con el goce.
La subjetividad, la humanidad, el sujeto mismo se construye a partir de la familia conyugal. No se trata sólo de la satisfacción de las necesidades. Se trata de la trasmisión del estatuto del deseo; de que la madre tenga un deseo no anónimo por el niño, un interés particularizado por ese niño y que el padre sostenga una encarnación de la ley en el deseo.
En el mundo contemporáneo hay familia cuando a través de la satisfacción de las necesidades y de los cuidados al niño se produce ese objeto de goce. La familia se estructura, se organiza a partir del niño colocado en posición de objeto a.
Retomo el texto de Lacan “Nota sobre el niño” en la cual el niño colocado como objeto en el fantasma de la madre responde a la posición psicótica. Pero más allá de la psicosis el niño en tanto objeto puede poner en juego algo del goce femenino de la madre.
Es interesante seguir las hipótesis de Leda Gimarães, quien en el “El estatuto de la feminidad en nuestros días” formula que queda un remanente de la fantasía en toda madre que responde al goce femenino que impacta la subjetividad de los niños. Se trata del goce femenino de la madre en tanto que mujer. Este goce apresa alniño como objeto del goce femenino, llegando a disfrutar del goce femenino a través del amor materno.
Se relaciona con un amor infinito e incondicional, indecible. Localiza en el niño la posición de objeto en la que ella misma se sitúa, en su propia fantasía, como mujer.
El goce femenino no se circunscribe a las mujeres, sabemos que el hombre puede alojarse en el lado femenino de las fórmulas de la sexuación donde se juega el No-Todo. Sea hombre o mujer quien cuide del niño, queda preso, en algún punto, como objeto del goce femenino. Esta posición de objeto del niño angustia a la madre puesto que la enfrenta a un goce íntimo. A un niño objeto le corresponde una madre angustiada. Encubre lo real con un semblante engañoso: hijo desprotegido, enfermo, defectuoso etc.
¿Cuáles las consecuencias subjetivas en el niño apresado en esta posición de objeto condensador de goce de la madre, de la familia y de la civilización? Ya no se trata de una familiaregulada por el Nombre del Padre, la familia tradicional, donde los efectos subjetivos son conocidos como las neurosis, psicosis y perversiones clásicas. La desregulación del goce produce estragos en la subjetivación fantasmática de su condición humana como sexuado. El impacto de la desregulación llega a través de las toxicomanías, problemas de alimentación, comportamientos transgresores – delictivos etc.
Es una apuesta para el psicoanálisis tratamiento del No-Todo.
Referencias Bibliográficas
Laurent E., Las nuevas inscripciones del sufrimiento en el niño, Psicoanálisis con niños y adolescentes, Ed. Grama, Buenos Aires, 2007, p.37.
Guimarães Leda, El estatuto de la feminidad en nuestros días, LOGOS 7, Ed. Grama, Buenos Aires, 2012, p. 58 y 59.
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Comentario a citas de Jaques-Alain Miller, por Mayra de Hanze
« La puerta de su última enseñanza viene a abrirse con la concepción del goce femenino como principio del régimen del goce ». « Aquello que (Lacan) llegó a entender por el sesgo del goce femenino, lo generalizó hasta transformarlo en el régimen del goce como tal ».
Efectivamente Miller en su clase V del seminario « El ser y el Uno », precisa que Lacan ubica el goce como tal, al goce no edípico, el goce concebido en tanto sustraído, fuera de la maquinaria del Edipo, es el goce reducido al acontecimiento del cuerpo, es decir, no es acontecimiento del lenguaje y por tanto haciendo objeción a la dialéctica.
Recordemos que el goce edípico es aquel que debe ser rechazado para ser alcanzado, es el goce que debe pasar por un no, prohibido en primer término, para ser luego positivizado, permitido. Este es el goce que responde al Nombre del Padre. Está permitido en la medida que pasa primero por el « no » de la prohibición.
Lacan no desmintió la incidencia de la interdicción para el goce propio de la mujer, pero aisló una fracción de goce que no responde al esquema susceptible de ser resumido en términos de rechazar para alcanzar, donde la interdicción es una etapa en el camino de la permisión.
Aisló de este modo un goce insimbolizable, indecible, que guarda afinidades con el infinito, que no fue triturado por la maquinaria « no-sí ».
Es por este sesgo que podemos entender la vecindad entre goce femenino y psicosis sostenida en la expresión de Schreber: « Sería maravilloso ser una mujer que padece el acoplamiento ».
Por esta misma vía recordaba la expresión de Lothar Berfelde devenida Charlotte von Mahlsdorf: « Yo soy mi propia mujer » que corresponde al título de sus memorias, publicado por TusQuets en primera edición el año 1994.
De un modo más poético tengo presente la escritura de Vladimir Maiakovski, como aquello que resiste a este goce femenino.
…Si lo desean
Si lo desean
En su muy última enseñanza, Lacan generalizó lo que alcanzó a entrever del goce femenino para generalizarlo: este alcanzaría también al reparto masculino, de ahí que podamos decir: « Lo femenino no sólo es asunto de mujeres ».
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Respuestas a Eva-Lilith, por Beatriz Udenio
Eva-Lilith: El psicoanálisis, como dice en algún lugar Miller, ha inventado tal vez otro goce, el goce puro de la palabra, y recomienda que el analista esté alejado del goce que podría resultar para él mismo de esa posición. ¿Cómo se hace el giro desde ese otro goce puro de la palabra al goce donde el significante no comunica, sino que solo nombra?
Eva-Lilith: ¿Podría hablarse de una « clínica de lo femenino » a partir de la puntualización del no tener, (no tener derecho, el ser excluido), de la mascarada, del hijo como sustituto; pero ello está en la lógica del falo. ¿Una « Clínica de lo femenino » del lado de lo real es la clínica del dolor psíquico que se enraíza en el cuerpo, de una cierta relación con el infinito, con el exceso y con el estrago, con realizarse en el no tener?
Infinito y borde
Beatriz Udenio: « Ud. goza con cada palabra que dice », fue una de las intervenciones tempranas que escuché en el que fuera mi tercer y último análisis. En efecto, la palabra impregnada de goce se articulaba con el semblante « la encantadora voz » que sostenía para el Otro. Esa palabra, atrapada en la insistencia repetitiva del fantasma, me hacía padecer cada vez más –lo que abría la única posibilidad de situarlo bajo transferencia, consintiendo a vaciar el contenido de goce que vehiculizaba. Entonces, en lo que a mi caso concierne, este goce de la palabra no se originaba en la cura sino que era una de mis cartas de presentación. Releo hoy que, de entrada, las intervenciones del analista tuvieron que ir directo a ese punto para que pudiera ser cedido al trabajo transferencial.
Una vez situada desde el punto de vista sintomático, la palabra entraba, en ocasiones, en rodeos que la dispersaban, infinitizándose. ¿Al servicio de qué?
En una primera versión pesqué que se trataba de hablarle a alguien que no escucha, que no solo me sumergía en la insatisfacción histérica sino que me conducía al enloquecimiento con los partenaires. Eran orejas buscadas como relevo del padre.
Solo tirando la oreja muerta del padre -como un sueño lo señaló- la palabra pudo comenzar a tomar otro estatuto. Además, dar vueltas con la palabra alimentaba la gula del superyó, pidiendo siempre « una cosa más ».
Fue el trabajo con el objeto voz el que logró abrir una dimensión otra para captar la esencia de ese síntoma donde la palabra se me des-bordaba, dis-locá-ndome, abriendo así el último recorrido analítico que desembocaría en su uso sinthomatico.
Es justo el punto donde puedo hacer entrar el asunto de cómo diferenciar cuándo un síntoma es respuesta al no-tener y cuándo a la cuestión de la inexistencia -o sea, a un no-hay. Son nociones bien disímiles. Es del lado de esta última –la inexistencia- que me parece conveniente plantear lo que denominan « Una clínica de lo femenino ». El tema me interesa, estoy trabajando en él, y puedo anticiparles algo.
El desborde tenía estrecha relación con mi condición de mujer. De allí que me atrajera aquello que involucrara bordes, límites, finitudes. Me zambullí precozmente en el Seminario 20 –Aun– interesada en esos conjuntos abiertos que llegan a constituir una finitud sin la idea de serie (contable, numérica), sino de lista (una por una). Ven que allí hay una finitud, entendida de modo diferente a lo habitual: es un conjunto donde el rasgo en común es la inexistencia de un rasgo en común que permita decir La mujer. Entonces, el goce femenino de cada una mujer no encuentra límite en un rasgo patrón de medida. No hay. Es en cambio el goce que sí tiene medida -el fálico- el que se contabiliza en un tener o no tener. En mi caso, ese goce contable, en el marco del tipo histérico, se jugaba como privación en la modalidad de des-pojada. Cuando atrapé esto, cesó el goce de la privación. Lo que señalan del « realizarse en el no-tener », a mi entender, participa de este modo de goce.
También capté que la solución a lo que restaba como Otro goce -no fálico- no radicaba exclusivamente en la demanda de que el partenaire me hable, pues en un punto eso quedaba aún ligado a la posición histérica, haciendo pesar sobre el hombre como subrogado paterno la función de sostén de lo imposible de « tener » del lenguaje, del cuerpo, del goce. Y que esa búsqueda insistente en el hombre me llevaba al enloquecimiento y la devastación.
En cambio, abierto el camino a que el goce del recorrido pulsional se situara, no en el objeto (la voz) sino en el ir y venir, en el trayecto, des-bordándome y bordeando, se esclareció otro tipo de funcionamiento y de goce, que confluyeron en mi solución sinthomatica. El partenaire no tenía por qué ser más quien proveyera el límite a ese des-borde. El sinthoma, en mi caso, resumido en una escritura que bordea, limita una deriva, en un movimiento de ir y venir, dando la vuelta, y encuentra su localización a nivel de la palabra y de esa escritura. Escapa a lo exhaustivo y circunscribe lo insoportable, loco, de asimilar: de lo extranjero-íntimo del lenguaje y lo extranjero-íntimo del goce, siempre Otros.