En el transcurso de su Seminario 1, Lacan indica tres vías de realización del ser: el amor, el odio y la ignorancia. No se trata de la realización como tal, aclara, sino solamente de sus vías. Como sabemos, Lacan ha situado inicialmente al amor entre lo imaginario y lo simbólico, lo que le permite efectuar una distinción ya que conviene no confundir, dice, la pasión amorosa con el don activo del amor: « El amor, el amor de quien desea ser amado, es esencialmente una tentativa de capturar al otro en sí mismo, de capturarlo en sí mismo como objeto. La primera vez que hablé extensamente del amor narcisista fue –recuerden– en la prolongación misma de la dialéctica de la perversión […] es el deseo de que el objeto amante sea tomado como tal, englutido, sojuzgado en la particularidad absoluta de sí mismo como objeto. » 1El don activo del amor, en cambio, es aquel que se soporta en la palabra: « Sin la palabra, en tanto ella afirma el ser, sólo hay Verliebtheit, fascinación imaginaria, pero no amor. Hay amor padecido, pero no don activo del amor. » 2Si entendemos que lo simbólico es, esencialmente, presencia sobre un fondo de ausencia, se esclarece que todo depende del modo en que el don de la palabra consiga trazar el límite de lo que no puede ser alcanzado. Pero el peligro de que lo simbólico quede subsumido por lo imaginario, está siempre en ciernes.
A lo largo de su enseñanza, Lacan seguirá precisando los puntos de unión y desencuentro entre lo incondicional de la demanda de amor y la condición absoluta del deseo. Dicho muy rápidamente, es el a(mur), ese « algo en ti más que tú » –las huellas del objeto causa del deseo–, el que suscita l’amour, el amor que dice « tú me faltas » y aspira a arrancar en el partenaire una confesión análoga. No obstante, en última instancia, el sentido de la carta de amor es goce: se ama a aquel cuyo inconsciente está habitado por una lengua que resuena en el propio, que reverbera en esa envoltura que hace creer posible una comunión de goces siendo que la unión es improbable.
De allí que el amor se trastoque con cierta facilidad en odio, la pasión que aspira a la supresión de toda particularidad inabordable en el otro. Sobre éste, dice Lacan, también en el Seminario 13: « …hoy, los sujetos no tienen que asumir la vivencia del odio en lo que éste puede tener de más ardiente. ¿Por qué? Porque ya de sobra somos una civilización del odio […]. « …se reviste de muchos pretextos, encuentra racionalizaciones sumamente fáciles. Tal vez sea este estado de floculación difusa del odio el que satura, en nosotros, la llamada a la destrucción del ser. Como si la objetivación del ser humano en nuestra civilización correspondiera exactamente a lo que –en la estructura del ego– es el polo del odio. »
La supresión de lo imposible prometido por la técnica al servicio del capitalismo hace pareja con la exacerbación de lo imaginario; la inexistencia del Otro (la banalización de la dimensión del inconsciente) transita de la mano con la exaltación de aquello que aparenta consistencia: una nueva especie de absoluto para hacer, codo a codo, uno solo de dos. Frente a la desorientación, la sombra que recorre nuestra época es la del fascismo solapado del imperio pulsional.
Por ejemplo, que las distancias pueden ser acortadas, es la promesa de los modernos aparatos de comunicación. Pues bien, como se ha mencionado ya varias veces, no por casualidad las parejas son abatidas por incesantes bombardeos de mensajes con los que querrían suprimir las distancias simbólicas, los celos y la ausencia de garantía. Una suerte de control policial tiende a desplegarse y estar conectados se vuelve adictivo. También, las discusiones virtuales se prolongan sin que un verdadero « corte » acontezca. « … el amor pide amor. Lo pide aún. Aún es el nombre propio de esa falla de donde en el Otro parte la demanda de amor. » 4. Y lo que aparentaba ser el remedio ha desatado la insaciabilidad.
En otro terreno, la rivalidad entre los sexos es fomentada. Pero tampoco aquí habría que concluir muy rápido ya que, como dice Lacan en el Seminario 26: « La rivalidad más directa entre hombres y mujeres es eterna y se estableció en su estilo con las relaciones conyugales. En verdad, solo unos pocos psicoanalistas alemanes imaginaron que la lucha sexual es una característica de nuestra época. Cuando hayan leído a Tito Livio sabrán que hizo en Roma un formidable proceso por envenenamiento, del que salió a luz que en todas las familias patricias era corriente que las mujeres envenenaran a sus maridos, que caían a montones. La rebelión femenina no es cosa que date de ayer ». Entonces, para citar a Marcelo Barros7, a quien debemos este hallazgo, la cuestión hoy, desde una perspectiva psicoanalítica, sería saber hasta qué punto ha cambiado la relación que las mujeres guardan con el deseo, especialmente si tenemos en cuenta que, desde siempre, han sido ellas la manzana de la discordia ante el intento de fijar algún « para todos » que dure mucho tiempo. Como fuere, la época constata que hay mujeres para rato.
Ángela Fisher, en su artículo « Del género a la sexuación », interroga los estudios de género, desde la mirada que ofrece el psicoanálisis, que se basa en el enunciado de que « no hay relación sexual », es decir que es imposible formular la proporción entre los sexos femenino y masculino, de tal forma que permita una relación sexual, como si ocurre en la especie animal.
Señala como en ciertos casos pueden estos estudios, venir a obturar la cuestión fundamental del encuentro entre los sexos, al pretender el sujeto a acomodarse a la horma colectiva que ofrece el estudio de género, y por consiguiente a una identidad sexual establecida por el género. Agregaría que habría que mirar qué función cumple esta elección como respuesta que elige un sujeto, ante el encuentro de la no relación sexual, y del tener que arreglárselas con su goce de alguna manera.
La lectura del texto, invitación que agradezco y aprovecho sin dudar, evoca para mí algunos elementos que traigo, sabiendo que han sido efecto y parte de mi formación, siempre inconclusa, siempre por-venir, plena de sorpresas, incalculables, que no dejan de mostrarse.
Por ejemplo, está el tema de lo imposible, eliminación que se intenta, afortunadamente de manera fallida, de ocultar, por parte de grupos e individuos que formulan para sí y para el otro social totalidades que toman la forma inestable de identidades. Éstas se resquebrajan, no soportan bien los embates de la misma cultura. Con sus ideales, modelos, no todos en decadencia, tiemblan dichas construcciones, ocurriendo como en fenómenos naturales en que las estructuras, ellas mismas inadecuadamente proyectadas, diseñadas y montadas, se evidencian incapaces de soportar vientos y movimientos. Así, lo que tenemos al final es una serie o conjunto de figuras quebradas, despicadas, decadentes, que fallan en la síntesis de una Unidad.
Entonces, lo femenino y la función fálica resultan inoperantes, no nombradas, ausentes o incompetentes.
Lo anterior, en una sociedad que claramente se mueve a partir de competencias y habilidades, destrezas y fortalezas, se enfrenta a sus dificultades, síntoma con o sin formas del inconsciente. En esto lo simbólico no siempre funciona bien. Entonces, lo real desborda los diques y se presentan cuestiones de traumatización que no siempre permiten la emergencia de lo traumático.
Sería allí el instante en que se presenta lo que la colega escribe en el sentido de la emergencia de ese vacío y esa falla que se anula con respuestas instantáneas, de molde, compradas en tiendas y supermercados o almacenes de cadena, entre otros.
¿Sirve esto al final?
La hermosa poesía del amor, siendo el hombre amante de su pareja en la medida en que tome en cuenta ese L/a, ese « más allá » que desborda incluso su fantasma acerca de la relación puede servirnos para decir que sí, puede servir.
Tenemos entonces a un hombre y una mujer que en tanto sujetos vivencian la experiencia contando con lo imaginario y real, pero alojando trozos de real no siempre limitados bajo el objeto a. Justo acá rememoro una pregunta de formación en la que me cuestionaba y buscaba, acerca del trauma, su carácter estructural, imaginario, simbólico, y en especial aquello que pivoteado también sobre y con lo real no se ciñe, se desborda, brota y brama, quedando en suspenso y en un tiempo y espacio en que invita a ser retomado para un curso que se adopta decididamente.