Para Jacques Lacan la esencia del derecho reside en repartir, distribuir, retribuir lo que toca al goce. El pensamiento del polémico jurista Carl Schmitt nos permite verificar como el derecho relativo a la guerra se ha modificado en las ultimas dos centurias, dando cuenta de las variaciones en como se reparte, distribuye y retribuye lo relativo al goce a nivel de la política, la guerra y la concepción del enemigo.
El Estado clásico, la guerra y el enemigo limitado. Carl Schmitt señala una serie de novedades surgidas en el siglo XX. Entre ellas el fin de la época estatal. Según expone, el modelo clásico del Estado implicaba un área cerrada y pacificada en lo interno, cerrada y soberana frente a otros Estados soberanos. Metodológicamente, pone en relación el auge y la caída de la época estatal y la época de los sistemas de pensamientos. Con el fin de la época estatal, también finalizan los grandes sistemas lógicos de pensamiento.
Lo clásico de este modelo fue la posibilidad de establecer diferenciaciones claras y unívocas. Entre ellas, constituir un dentro y fuera o una concepción de guerra y paz. En este sentido el derecho internacional de Guerra clásico instauraba un orden de precisas demarcaciones y limitaciones, por ejemplo, guerra y paz, combatientes y no-combatientes, enemigo y delincuente.
La definición acotada de la guerra remitía a las acciones llevadas a cabo por un Estado contra otro Estado, a través del enfrentamiento de ejércitos estatales y regulares. En este punto, la clara delimitación de la guerra contenía una relativización y acotación de la enemistad. El enemigo tenía un status y era reconocido como enemigo justo; no se trataba de un criminal.
La guerra, en esta orientación, tomaba como modelo al duelo, donde se enfrentaban dos soberanos, con armas, reciprocidad y caballerosidad de por medio. En ésta, los contendientes se respetaban como enemigos durante el conflicto, posibilitando y sobreentendiendo que el fin normal de la guerra era el acuerdo de paz o el armisticio.
Esta caracterización jurídica de la guerra limitada no dejaba de estar orientada por ideales de caballerosidad e implicaban un acotamiento pulsional; la limitación de la pulsión por el ideal. El mismo Schmitt reconoce una tendencia humana en considerar al enemigo como un criminal. Y la pena para el criminal es su ajusticiamiento.
Freud también se refiere a las restricciones al goce que el derecho internacional había impuesto a la guerra, restricciones en tiempos de paz, restricciones que caen durante la Primera Guerra Mundial y de donde surge la desilusión por la guerra. La práctica de la guerra, entonces, descubre las ilusiones del ideal caballeresco. Freud dirá de la guerra de 1914:
“No reconoce las prerrogativas del herido ni las del médico, ignora el distingo entre la población combatiente y la pacífica, así como los reclamos de la propiedad privada. Arrasa todo cuanto se interpone a su paso, con furia ciega, como si tras ella no hubiera un porvenir ni paz alguna entre los hombres”.
Una situación intermedia y la dificultad para definir la guerra. Carl Schmitt (1938) se refiere a una mutación a nivel del Derecho Internacional de Guerra, que continuó a la Paz de Versalles. La misma tiene como antecedentes el surgimiento de lo que denomina “guerra total”, esto es, la asociación de la « guerra en tanto acción” (las hostilidades y la acciones bélicas) y la « guerra en tanto estado de cosas (status) », donde el enemigo existe aún cuando las hostilidades y las operaciones bélicas han cesado. Así mismo, durante la guerra total, ingresan en la contienda áreas de actividad extramilitares (economía, propaganda, energías físicas y morales de los no-combatientes).
Señala Schmitt que el Derecho Internacional de Guerra se volvió progresivamente criminalista, orientado por el Derecho Penal. El fin de la guerra no implicó, como en la época clásica, el acuerdo de paz “sino una sentencia condenatoria impuesta por los vencedores al vencido”. En el pasaje, el enemigo dejo de ser “justo” y se transformó en agresor y criminal; su acción ha devenido un delito. Con esto, el concepto de enemigo cobra una extensión que le hace perder su especificidad.
Derivada de esta operación, el par significante “guerra” y “paz”, que en la situación clásica hacía que uno establezca al otro, son relativizados. Surge una tercera situación, llamada por Schmitt “anormal” e “intermedia”, donde los términos se entremezclan. A partir de ese momento “paz” y “guerra” dejan de ser conceptos fuertes y determinantes de su opuesto. Y al no poder discriminarse entre guerra y paz tampoco se puede discriminar entre combatiente y no combatiente. En la extensión de los conceptos, al traspasar sus límites, estos se diluyen anulándose las distinciones.
El enemigo merece ser aniquilado. En 1963 y contemporáneamente a la Guerra Fría, Schmitt presenta su “Teoría del Guerrillero”. Hacia el final de su exposición señala cambios producidos en la práctica de la guerra y la incidencia de lo tecnoindustrial. Con esto último hace referencia a las armas de destrucción masiva y su impronta en la enemistad. Las armas nucleares son armas de aniquilación y exterminio. Derivado de esto, y lógicamente, medios de exterminio absoluto exigen el contrapunto de un enemigo absoluto. A partir de ese momento la enemistad deja de ser “mitigada”. El enemigo ha devenido absoluto. Aquí ya no es el Ideal lo que toma el comando, sino el producto de la técnica. La potencia del objeto tecnológico determina la concepción del objetivo.
Sumado a esto, señala Schmitt, es también necesario exterminar moralmente a las víctimas. Introduce entonces una lógica del valor y del disvalor. La operación implica declarar que el bando contrario es criminal, inhumano, un disvalor total. Esta lógica del disvalor obliga a producir nuevas y profundas criminalizaciones y devaluaciones de la vida del otro, para que se transforme en una vida que no se merezca vivir. Son las condiciones en las que el exterminio se vuelve abstracto y absoluto. Este cambio de vía hace que el exterminio no se dirija ya hacia un enemigo, en el sentido clásico, sino que se deriva de la imposición de valores supremos y la adjudicación del disvalor para la vida del otro.
Este modelo implica la eliminación del enemigo y una ilimitación del campo de batalla. No se trata ya del enfrentamiento y el triunfo o la rendición del otro, sino de su destrucción precisa como amenaza. El ideal del duelo parece haber variado por el ejercicio de la cacería.