« Todas las ciencias descansan en observaciones y experiencias mediadas por nuestro aparato psíquico; pero como nuestra ciencia tiene como objeto a ese aparato mismo, cesa la analogía”[1]
El epígrafe señala la dificultad mayor. El hombre piensa con su cerebro – quizá con algún otro órgano también – como instrumento. El problema se plantea en el momento de estudiar al instrumento mismo.
La autorreferencia nunca es muy confiable.
El dormir
Los estudios científicos del sueño en el campo de la biología, han avanzado desde que en los años ’50 Aserinsky y Kleitman descubrieron la fase del dormir de movimientos oculares rápidos (REM. Rapid eye movement) en la que se produce la mayoría de los sueños.
El dormir pasó así de ser un estado pasivo, de suspensión de la actividad corporal y psíquica, a ser tomado como un fenómeno activo, necesario, periódico y complejo.[2]
Estos conocimientos se refieren al sueño en el sentido del dormir, a distinguir del sueño como formación del inconsciente, que no pertenece al campo de la ciencia.
Si no se hace dicha distinción se ingresa en una serie de oscuridades, como es el intento de relacionar las neuroimágenes con el trabajo del sueño.
Se conocen, mediante los estudios de imágenes, las zonas del cerebro que se activan durante el proceso del sueño y en las que se supone se originan las imágenes del mismo. Pero el hecho de localizar una mayor actividad no dice nada, o muy poco, sobre sus características y sus consecuencias. Entre la constatación del aumento o disminución de actividad cerebral y su interpretación hay un salto.
Nada impide suponer que la mayor actividad se deba a que el cerebro está estimulando al intestino grueso y que es allí donde se originan las imágenes oníricas. Puestos a suponer…
Por qué no pensar que los sueños con contenido escópico se generan en los circuitos de la visión (incluidos los ojos), los de contenido auditivo en los órganos de la audición, y así siguiendo.
Todo el cuerpo generaría imágenes oníricas en una escena con elementos táctiles, olfativos, orales…
¿Y cuando se sueña una escritura, como en el caso del sueño de la inyección de Irma, de Freud, que culmina con la escritura de la fórmula de la trimetilamina?
¿Las imágenes partirán de los ojos del soñante o de la mano del escriba? ¿Y si no son el mismo? ¿Quién escribe? La cosa se complica.
Lo intraducible
A medida que los estudios avanzan y se complejizan, con cada nuevo conocimiento adquirido o con cada nueva hipótesis propuesta, un punto intraducible se desplaza de una incerteza a otra, en los estudios biológicos del sueño.
En el punto de intraducibilidad de sus observaciones, la ciencia supone. No hay allí certeza alguna. Las hipótesis científicas tienen el estatuto de la pantalla fantasmática, que vela la falta a la vez que la señala.
Esto en sí mismo no es un problema. Así se generan siempre los nuevos conocimientos, a base de hipótesis y posiciones teóricas previas.
Si Galileo pudo interpretar las manchas lunares como efectos del relieve del satélite natural, fue porque suponía – a diferencia de los ptolomeicos – que la Luna era un cuerpo celeste como la Tierra. Sin esa hipótesis previa no hubiera sido posible la interpretación.
El problema entonces, no es la creencia ni lo que se supone, sino querer ejercer a partir de ellas un poder basado en el saber supuesto.
Evidentemente, esto no es responsabilidad de la ciencia en sí misma sino de algunos científicos, algunos periodistas especializados y de los intereses a los que responden.
Hemos visto con el ejemplo de Galileo que siempre se avanza en el conocimiento a base de suposiciones, pero otra cosa muy distinta es autorizarse en ellas para establecer criterios que se pretenda rijan para toda una población.
Mientras que el fantasma en la neurosis determina al síntoma y el sujeto goza de él en su intimidad, aunque no lo sepa, el discurso de la ciencia da a sus suposiciones valor de argumento universal a ser aceptado por todos.
Mientras tanto…en Viena…
Medio siglo antes del descubrimiento del sueño REM, en 1900, Freud introdujo la cuestión de lo intraducible en el sueño. Lo llamó ombligo, el ombligo del sueño.
Ese punto Unerkannt – no reconocido – se presentó desde el principio como un hecho: las vías asociativas que se abrían a partir de los contenidos de un sueño, se agotaban en un punto más allá del cual no había nada que decir. No en el sentido de la represión o la negación, sino que se llegaba al borde del agujero de la representación.
Esta constatación clínica originó distintas respuestas en la historia del psicoanálisis.
Primero se intentó restituir el sentido faltante hasta el delirio de una traducción sin falta.
Pero Freud ya estaba advertido del riesgo de la infinitización en cuanto a la traducción del sueño.
Lo demuestra el caso de Alix Strachey, analizante de Freud. Como señala Vicente Palomera en una entrevista para nuestro próximo congreso, Freud desestimó el pedido de la analizante de continuar con el relato de un sueño. Una vez ubicado el elemento pulsional en juego – la voracidad – y encontrarle un uso para relanzar el análisis, Freud la detiene: “ No sea voraz, ya hay suficiente insight para una semana”.[3]
¿Qué sustancia? Tentaciones pseudocientíficas
La tentación de encontrar respuestas al misterio del inconsciente mediante las neuroimágenes es muy grande, pero da origen a elucubraciones inciertas y que excluyen a lo más singular del soñante.
Freud dijo en La interpretación de los sueños que en el análisis del sueño se llega a tocar el núcleo del propio ser, expresión tomada de Schopenhauer, para designar una voluntad que nos habita y nos gobierna sin que lo sepamos.
Todo el recorrido de un análisis apunta a ese núcleo, singular y no genérico,[4]que se caracteriza por ser inabordable por la palabra.
El hecho de ser inabordable por el significante lo ubica en un lugar análogo al del ombligo del sueño.
Como dijo Nietzsche en La genealogía de la moral, “De nadie estamos más lejos que de nosotros mismos”.
Esa es la distancia que la neurociencia y los intentos de amalgamarla con el psicoanálisis intenta disipar.
Pero tanto Freud como Lacan dieron cuerpo a la realidad psíquica sin sustantificarla.
Como señaló Jacques Alain Miller: “El que no se trate aquí de sustancia, es decir de aparato diferenciado en el organismo nos conduce a rechazar las tentativas de asentar la teoría freudiana en una investigación del funcionamiento del cerebro”.[5]
Rechazar al órgano cerebral como asiento de las formaciones del inconsciente no implica rechazar los estudios sobre el funcionamiento cerebral, sino a hacer de él el núcleo de nuestro ser, que devendría así un núcleo universalizable y no singular.
Una vez más, hay que distinguir a la ciencia de los dudosos usos de la misma.
Activo, necesario, periódico y complejo
Retomemos los estudios sobre la fisiología del sueño y sus trastornos. Los autores son claros en este punto: se refieren al dormir, como fenómeno que se creía pasivo y de suspensión de la actividad corporal y psíquica, pero que en realidad es activo, necesario, periódico y complejo.
Pues bien, el sueño también lo es para el psicoanálisis, pero en otro sentido que no implica una tentativa de borrar la distancia con la neurociencia.
El sueño es activo porque es la actividad del soñante, que es responsable de su contenido.
Es necesario, en el sentido de que no cesa de escribir, como el síntoma. ¿Qué es lo que no cesa de escribir? Que hay en el núcleo de nuestro ser un punto intraducible en términos significantes. Lo que escribe el sueño, cada vez, es el borde hecho de las marcas de lo no reconocido. Restos del acontecimiento corporal del impacto de lalengua, que se escribe S(A/), agujero (A/) y marca (S).
Es periódico, porque cada tanto despertamos, un instante, entre el sueño y el sentido en vigilia.
Y es complejo, en el sentido de la complejidad científica, que se presenta como una negatividad que puede medirse por medio de la cantidad de información que no se posee y que haría falta para especificar el sistema en sus detalles. El ombligo del sueño es esa negatividad que complejiza las elucubraciones posibles a partir de un sueño.
No hay amistad
Ciencia y psicoanálisis tienen cada uno su ombligo, su no reconocido, por la imposible identidad de un elemento consigo mismo.
Pero eso no hace amistad. No hay amistad entre el discurso de la ciencia y el analítico.
Mientras en psicoanálisis lo no reconocido es propio de cada uno y determina su modo de estar en el mundo, la ciencia lo toma como motor para la producción de hipótesis más o menos verificables que universaliza y desde las que algunos se arrogan un poder.
La batalla no es con la ciencia, sino con la voluntad de hacernos dormir el sueño de que no hay un imposible, que es en donde asienta toda posibilidad de invención.
El sueño en el psicoanálisis, en cambio, es una metáfora del deseo de cada uno que, bajo transferencia, está al servicio del relanzamiento del trabajo analítico y de las invenciones que cada analizante, a su manera, pone en juego para responder a los impasses que la vida le plantea.
El sueño, podemos decir con Freud, es el guardián del dormir, sí, pero dormir no todo el tiempo.
[1] Freud, S. Esquema de psicoanálisis. Obras completas. Amorrortu Editores. T XXIII. Pag 157
[2]G . Pin Armoledas, M Sampedro Campos. Fisiología del sueño y sus trastornos. Pediatría Integral 2018. XXII (8): 358-371. Disponible en internet
[3] Entrevista a Vicente Palomera, en Rebus 15.
[4] Arenas, G. La flecha de Eros. Ed. Grama. Buenos Aires. 2012. Pág 21
[5] Miller, J.A. Curso La Orientación Lacaniana. 15/5/2011. Inédito