A LA MEMORIA DE HILARIO CID
CUANDO UN AMIGO SE VA…
Hilario Cid y yo éramos amigos. De los que cuando nos encontrábamos en Jornadas, Conversaciones y Congresos lo refrendábamos simplemente con la sonrisa de la complicidad de volver a encontrarnos y con el estrecho abrazo con el que nos saludábamos. Establecimos un vínculo perdurable en los comienzos de las andaduras de la constitución del Campo Freudiano en España, en nuestras encuentros colectivos de fines de semana mensuales en París, en la mesa colectiva del bar de la Rue Vavin y en las cenas de los bistrós y las cantinas del entorno de la Rue D’Assas y de los Jardines de Luxemburgo. Algún sábado a la noche una excepcional lujosa cena en La Coupole. Éramos habitualmente un grupo de doce o más españoles cuya fecha de encuentro coincidía mes tras mes, año tras año. Él era un lacaniano veterano con el cual un recién llegado como yo, conversando, intentaba llenar mis lagunas y así saciar mi sed de conocimientos. Conocimientos de los que el estudioso Hilario estaba muy provisto. Hilario viajaba desde Málaga y se hospedaba sistemáticamente en el Hotel de la Rue de Madame, en cuyo vestíbulo compartíamos también conversaciones, bromas chistes y risas. Poseía un gracejo muy contagioso y no dejaba de hacer gala de su muy buen humor. Tuve la fortuna de compartir con el y con Adolfo Jiménez una mesa de presentación de ponencias, en Sevilla en noviembre de 1988, en las Segundas Jornadas del Campo Freudiano en Andalucía, sobre SALUD MENTAL O PSICOANÁLISIS, durante la cual se produjo un ruidoso rife rafe llena de disparatados equívocos. Una de las tantísimas anécdotas a las que dieron lugar tantos años de relación.
Era obvio que la evidente pérdida de salud que mostraba en los últimos tiempos no hacía presagiar nada bueno. Su excelencia y perseverancia en la transmisión del psicoanálisis nos lega, al Campo Freudiano, a su hija Rocío, a la que mediante la presente le hago llegar mis condolencias, extensivas al resto de su familia.
Adiós Hilario,
Juan Pundik