De la necesidad del control. Finitud e infinitud del análisis – Gil Caroz (ECF,NLS)
TEXTO EN ESPAÑOL
(traducción Alba Alfaro)
Cuestión de Escuela
Permanencia de la formación
Se sabe que la Escuela de la Causa freudiana no escatima en nada para hacer existir el psicoanálisis en el mundo y para influenciar los discursos que en él se vehiculan. Lo cual no impide que escuchemos decir, incluso recientemente, que sería hora que los psicoanalistas salgan de sus entre-sí, sin que se preste atención a que detrás de este llamado a la integración en la civilización se esconde una exigencia de que el psicoanálisis haga desaparecer “el filo cortante de su verdad”[1]. Para los psicoanalistas de la Escuela de Lacan la pregunta se plantea al revés: ¿cómo permanecer separados del malestar en la civilización? En efecto, la propensión a diluir el psicoanálisis en los discursos que dispersan ese malestar no cesa de asecharnos, amenazando con hacer caer los muros entre psicoanálisis y psicoterapia, control y supervisión, verdad y real… A fin de contrariar esta tendencia a la dilución, no hay otro remedio que sostener permanentemente el lazo del analista con su formación.
Si la responsabilidad que se otorga la Escuela es la de preservar esta formación, en retorno la constancia de la misma la protege del peligro de integrarse al sentido común. Lacan fundó su Escuela como un lugar de refugio, es decir como una base de operación contra el malestar en la civilización[2]. Hoy más que nunca la necesidad de este refugio discursivo contra los efectos tóxicos de los discursos corrientes resulta tangible.
El Acto de fundación que Lacan redacta en 1964, al momento de colocar la piedra angular de su Escuela, está marcado por una ruptura radical con las costumbres de los didácticos de la época: autosuficiencia, seguridad no justificada de un lugar garantizado por el psicoanálisis en el mundo, rigidez de los estándares y los rituales, respetabilidad paternalista, prudencia excesiva e inhibición del acto, desconocimiento de lo real en juego en la formación del analista. Si él ataca los rituales instalados como tradiciones en la práctica y en las instituciones psicoanalíticas, es porque contrariamente a lo que pudiéramos imaginar, la tradición no sirve para mantener las apuestas del origen, sino para olvidarlas. Más que apegarse a los ritos tradicionales que emanan del Nombre del Padre, cuyas causas primeras están perdidas, Lacan defiende un retorno a la “práctica original” instituida por Freud, es decir, al origen traumático del psicoanálisis, en la medida que su verdad cortante abrió a lo real, como agujero del sentido común. El mantener esta flama inicial, siempre amenazada por un recubrimiento de las fuerzas de represión o de forclusión, es una condición previa a toda ex-sistenciadel psicoanalista.
Jacques-Alain Miller nos ha enseñado que el analista está siempre en vías de realización. En este sentido, lo que se mide en la Escuela de Lacan, Escuela de la formación, es la existencia del analista, más que su ser. Cierto que en la ECF hay un uso de los títulos AP, AME y AE, títulos de analista que reenvían cada uno a coordenadas bien precisas. Pero fundamentalmente, más que clasificar a los analistas de un lado y los no analistas del otro, como se practica en el seno de una cierta ortodoxia, lo que se verifica en la ECF es que haya analista. Lacan nos dio tres ejes que nos permiten hacer esta apreciación: el funcionamiento, la relación a la causa y la demostración.
En lo concerniente al funcionamiento, Lacan dirá que el hecho de funcionar como analista “no vuelve sino probable la ex-sistencia del analista. Probabilidad suficiente para garantizar que los haya: que las posibilidades sean grandes para cada uno las deja para todos insuficientes”[3]. Dicho de otro modo, que haya en un candidato un funcionamiento de analista, por ejemplo que tenga la práctica, permite hacer la apuesta de que hay en él un analista. Pero esto no es suficiente para afirmarlo. La admisión de un miembro a la Escuela, sobre la base de su funcionamiento como analista constituye entonces una apuesta. Lacan agrega que su tesis, argumentada como el analista no se autoriza sino por sí mismoresulta algo a precisar. Cierto, se autoriza por sí mismo, pero hace falta, además, que haya en aquel que se autoriza de sí mismo un analista. Es claro entonces: el analista se autoriza por sí mismo a condición que haya en él un analista, lo cual queda a demostrar.
La relación con la causa analítica es verificada y sostenida por el control. Lacan dirá que el control se impone “ante todo para proteger de ellos a aquel que ocupa allí la posición de paciente”[4], es decir, que en la Escuela de Lacan ocurre que el analista en formación tome una responsabilidad psicoanalítica. Pero, como lo precisa Jacques-Alain Miller, el control es crucial esencialmente porque mantiene la relación del analista con la causa psicoanalítica[5]. A diferencia de lo que se conoce como supervisión, el control no sirve entonces para ajustar la relación del practicante con su paciente respecto a un saber universal. Si él permite constatar la distancia irreductible entre la teoría psicoanalítica y el caso singular, él posibilita sobre todo asegurar que el analista preserve la frescura de su relación con la causa, tal como la vivió en el momento de su propio encuentro con el psicoanálisis. Y es que en efecto, hay un gran riesgo de que el analista “mayor”, al que se llamaba anteriormente el “didacta”, tenga “ya tanta experiencia que no sabe absolutamente nada del porqué se comprometió con esa profesión de analista.”[6]. Es decir, que la necesidad del control no se agota jamás y que la formación es permanente, ya que el riesgo de ceder el deseo del analista, en beneficio de uno u otro buen negocio, nos acecha constantemente.
En fin, ahí donde el funcionamiento admite una apuesta, el dispositivo del pase proporciona una demostración, que hay analista. Sin esta demostración, dice Lacan en “Nota italiana”, “no hay chance de que el análisis sea el mejor en el mercado”[7]. Encontramos aquí la idea de la Escuela edificada como una base de operación contra el malestar en la civilización, y del pase como una condición para que ella pueda encarnar esta base. Es entonces esencial que el analista, cuya cura llegó a su término, haga la demostración de un saber nuevo sobre lo real, tal como en las demostraciones científicas.
Pero ¿de qué demostración de trata? Lo que es “a demostrar”[8], es un saber sobre la imposible escritura de la relación sexual, cosa que no se puede demostrar sino a través de un recorrido analítico conducido hasta su fin.
Hay aquí una paradoja, ya que solo intentando escribir esta relación inexistente es como se puede demostrar que es imposible de escribirla. Dicho de otro modo, no hay manera de acceder a esta imposibilidad sin intentar, en principio, de tratar lo real por lo simbólico, hasta el punto donde se constate este imposible de escribir. Más vale, dice Lacan, que aquel que detiene su análisis antes de estar en medida de contribuir con este saber “no se autorice a ser analista”[9]. El consentimiento a la inexistencia de la relación sexual es un elemento esencial del acto de pasar de analizante a analista. Es entonces que podemos hablar de una mutación y de un real efecto de formación. Esta mutación no es solamente un asunto de demostración. No se trata únicamente de un saber que se quiere a la altura de un saber científico, sino también de una pragmática, un saber hacer con el síntoma, que no se formula jamás de una vez por todas y que es puesto a prueba en cada nuevo encuentro con lo real. Así, si este punto del final es correlativo a una deflación del goce y a la adquisición de un saber hacer, ello no impide que la formación permanezca, de una forma u otra, como una necesidad “indisoluble”[10], con el fin de mantener una relación continua con la causa analítica. Esta es por tanto a seguir.
2 de febrero de 2019
[1]Lacan J., “Acto de fundación”, Otros escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012, p. 247.
[8]En el texto original en francésCQFD : “Ce Qu’il Fallait Démontrer” ou “Ce Qu’il Faut Démontrer”. Lo que hay que demostrar. Expresión del dominio matemático que pasa al lenguaje común en francés.