Columna de Opinión publicada en INFORMACIÓN, medio de comunicación de Alicante
http://www.diarioinformacion.com/opinion/2013/11/16/deficit-autismo/1438385.html
¿Déficit en el Autismo?
Diario Informacion.es – 16.11.2013 | 14:28
La pretensión de éxito, felicidad y bienestar de la vida contemporánea occidental, convertida ya en imperativo, sólo puede sostenerse a condición de expulsar y de mantener como excepción a todo aquello que inquiete por su disfunción.
En el campo de la salud mental, la locura ya no es el lugar de segregación, sino el autismo. No parece casual: el autismo, con su particularidad silente, es todavía menos molesto que las psicosis para ocupar ese lugar de depositario de la marginalidad. La disfunción señalada es muy clara: «Si no actúas y hablas como espero, eres un fracaso?.a corregir». La infancia y la adolescencia no son ajenas a ello. Es frecuente escuchar entre nuestros jóvenes el despiadado interés de reinar como buenos «amos».
¿Cómo llega un adolescente a aspirar a semejante posición? Querer ser un amo no es producto del azar ni de tendencias, señala el lugar de prestigio, de mando y de capricho que estamos asignando a nuestros menores, adjudicándoles junto a la veneración, la exigencia de que no fallen. Un amo manda, no decae ni muestra sus fisuras. Nos hemos acostumbrado a trasladar esa exigencia, pero acaso ¿es esa la normalidad pretendida?
Aunque es evidente que el mensaje de éxito obligatorio ha calado con tanta fuerza en los más jóvenes, no es suficiente para ponernos en alerta. ¿Es posible una vida sin faltas, sin equívocos, y sin síntomas? La respuesta es contundente: no. Del síntoma no sólo interesa su lado patológico, que lo tiene, sino fundamentalmente el sufrimiento que revela de la persona que lo padece. De allí que lejos de ser un mero déficit, se revela como la solución que encontró esa persona para soportar su malestar.
Pero es este mensaje de condena a lo deficitario el que no se cuestiona en psicopatología infanto-juvenil y que avasalla al autismo. Simultáneamente, desde la maquinaria política, sanitaria y farmacológica de distintos países europeos (Francia, Italia, Bélgica, Inglaterra, España), se han iniciado feroces campañas legislativas para asegurar la reeducación como abordaje psicoterapéutico único del autismo en correlación con lo que la psiquiatría define como normativo.
Respecto al autismo, hubo dos momentos clasificatorios bien definidos: el primero, el que lo incluía como Trastorno Generalizado del Desarrollo. Ya en la misma nominación dejaba constancia de que, dado que el trastorno era generalizado, todos los aspectos de la vida de ese sujeto estarían afectados; es decir, no habría ninguna parcela válida de esa persona a ser rescatada.
La clasificación vigente, el Trastorno del Espectro Autista, tratando de corregir lo anterior, ha establecido un continuo con las psicosis infantiles, de modo que la falla ahora se ha hecho transversal. La consecuencia es que se ha favorecido el sobrediagnóstico de autismo en detrimento de las psicosis, pero no la comprensión del fenómeno.
Por otra parte, las terapias educativas y terapéuticas orientadas a normalizar o eliminar lo que consideran deficitario del autista topan reiteradamente con la automatización y con la constatación de que el aprendizaje no garantiza el saber. El niño o adolescente autista puede aprender, bajo ciertos forzamientos, conductas, palabras o incluso frases, pero no puede aplicarlas fuera del contexto original porque no puede asumirlas como propias.
Por el contrario, si sabemos escuchar al autista, aprendemos que la humanización no se produce por el simple hecho de nacer, sino que es necesario que se den ciertas condiciones, internas y externas, para que el niño acepte salir de su encierro. En el cuerpo del autista vive acorazado un sujeto latente, que podría o no, emerger. Antes incluso de su rotunda resistencia a acatar lo que trata de imponérsele desde el entorno, antes de su resistencia a expresarse y a consentir al contacto con otras personas, antes de eso, para el niño autista existe un dilema fundamental: si abandona su aislamiento, la angustia lo invadiría; pero si se mantiene en su encierro, nunca podría salir de su indefensión.
Esta es la lógica que sostiene la práctica clínica orientada por el psicoanálisis. El autista en su silencio, en sus ecolalias o estereotipias, habla de una angustia insoportable. Nos lo dice a gritos con sus voces no dirigidas, pero el amo social se limita a ensordecerse: «No, no es eso lo que espero de ti».
Tratándose de autismo –es esto lo que subrayo- la coerción social va en el mismo sentido que la defensa férrea de un sujeto autista. ¿Hasta cuándo seguir ignorando que las exigencias de «normalidad» que promueve el amo social fortalecen todavía más la barrera que el autista interpone con el mundo?
Alejemos al autista de su connotación de déficit para permitirle construir su mundo en el nuestro, con lo que atesora tras su defensa. ¿Quiénes somos para decidir que esa singularidad no puede emerger?
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