En la era digital, el humor toma la delantera a lo cómico y al chiste. Millones de memes invaden nuestros buzones electrónicos como el que trae la foto del Príncipe Carlos de Inglaterra y abajo la leyenda: “Tantos años esperando la corona y le llega la que no es”. Escasean los chistes, y las agudezas dan paso al imperio de la imagen. Conocemos la teoría clásica de los cuatro humores, que se inicia con Hipócrates y se desarrolla ampliamente con Galeno, alcanzando su plena vigencia en el siglo XVII. El humor toca el cuerpo y se sitúa “en la juntura más íntima del sentimiento de la vida” para cada uno, como propone Jacques-Alain Miller retomando la expresión de Lacan. El humor –añade- es la base continua de la existencia subjetiva y no un afecto discontinuo como otros, al no estar tan presente su dimensión significante sino su relación al goce.[1]De allí la preocupación que surge cuando un traumatismo –como el que estamos viviendo- lo hace más susceptible de cambios.
En esa oscilación entre los dos polos extremos: la manía y la melancolía se encuentran las variaciones del humor ligadas a las relaciones del sujeto con su falta. Guy Briole recordaba como en los dos polos del humor, faltan las palabras para decirlo y es a partir de esto mismo donde encuentra su existencia: “Es un asunto de inflexión: animado o vehemente, monótono o ausente, la tonalidad viene dada por la voz, que hace signo de la presencia real del sujeto, excluido de la cadena significante.”[2]
Conocemos, desde Descartes, la correlación del humor con la sorpresa, en oposición al aburrimiento, que sería la reducción del Otro al Uno. Vertiente cómica del superyó, se inscribe en la perspectiva del Otro en cuyo lugar se profiere el dicho humorístico como antídoto del desamparo del sujeto. Freud, en su texto de 1927 “El humor”, había anticipado ya que “El humor no tiene solo algo de liberador, como el chiste y lo cómico, sino también algo de grandioso y patético, rasgos que no se encuentran en las otras dos clases de ganancia de placer derivada de una actividad intelectual.” Añade al efecto liberador lo grandioso, que deriva del triunfo del narcisismo que muestra como el yo se impone a la realidad sufriente negándola y desplazando al superyó el acento psíquico. El superyó rechaza –ante el surgimiento del humor- la realidad y acoge de buen grado la ilusión. Es lo que vemos hoy en la multiplicación incesante de todo tipo de imágenes y memes visuales que se viralizan hasta el infinito. Esta faz amable del superyó es lo que le permite al yo cierta ganancia de placer.
En la época del Otro que no existe, y la pandemia lo ha puesto todavía más a cielo abierto, el humor, que se ejerce desde el punto de vista del sujeto-supuesto-saber, vira con facilidad a la ironía “la forma cómica que toma el saber que el Otro no sabe… (y que) sólo se ejerce allí donde la caída del sujeto-supuesto-saber se ha consumado”.[3]
Restaurar la sorpresa
El chiste destaca, en cambio, por su capacidad de restaurar la sorpresa y producir el placer del juego significante. En el paso de sentido, que lleva de la emergencia del sinsentido inicial a la emergencia de otro sentido, se produce la transgresión del código, el ahorro del sufrimiento y la recuperación del deseo vía el placer.
El interés freudiano por el chiste ya tuvo sus controversias desde el inicio. En la introducción que escribió Strachey a El chiste y su relación con lo inconsciente (1905), se refiere a la queja que Wilhelm Fliess le hizo llegar a Freud mientras leía las pruebas de imprenta de La interpretación de los sueños (1900). Fliess se lamenta de que en esa obra abundan demasiado los chistes y Strachey deduce que fue eso lo que llevó a Freud a considerar el problema del chiste, si bien el interés por Freud por los chistes ya se encontraba anteriormente. Su interés estaba más causado por las llamativas similitudes que había observado entre la estructura del sueño y la del chiste.[4]
¿Qué queda hoy de ese interés por el chiste, tan ligado en su estructura al sueño que estamos revisitando con ocasión del XII Congreso de la AMP? Lacan se refiere en Función y campo de la palabra al trabajo de Freud como su obra más incontrovertible, por ser la más transparente donde “el efecto del inconsciente nos es demostrado hasta los confines de su finura; y el rostro que nos revela es el mismo del espíritu en la ambigüedad que le confiere el lenguaje, donde la otra cara de su poder de regalía es la “salida” [agudeza], por la cual su orden entero se anonada en un instante — salida en efecto donde su actividad creadora devela su gratuidad absoluta, donde su dominación sobre lo real se expresa en el reto del sinsentido, donde el humor, en la gracia malvada del espíritu libre, simboliza una verdad que no dice su última palabra”.[5]
Ese reto del sinsentido está siendo hoy abordado por la Inteligencia Artificial. En 2015 dos investigadores estadounidenses crearon un algoritmo que vinculaba imágenes virales con las palabras clave de chistes humanos. William Yan Wang, junto a Miaomiao Wen, investigadores de la Universidad Carnegie Mellon presentaron sus primeras conclusiones sobre una máquina capaz de generar memes de forma automática y que, por supuesto, provoquen risa. Su objetivo era “captar la esencia del humor en las imágenes” que no resultaban graciosas sin el texto. El algoritmo que diseñaron puede encontrar memes escritos por humanos pero no generar los suyos propios palabra por palabra.[6]
Dos años más tarde, las académicas Liane Gabora y Kirsty Kitto[7] presentaban los resultados de su investigación Hacia una teoría cuántica del humor. Allí plantean que “el humor cognitivo puede ser modelado usando el marco matemático de la teoría cuántica”. Esto se traduce en la posibilidad de explicar qué es lo que sucede cuando entendemos bromas, juegos de palabras y otros elementos humorísticos a través del marco cuántico (materia y energía a nivel atómico y subatómico). El problema, para ellas, es de nuevo que la clave del humor se encuentra en que existan elementos ambiguos “que tenga diferentes interpretaciones posibles en distintos estados”. Hoy Psicología, lingüística o antropología se mezclan en las investigaciones relacionadas con lo que se conoce como humor computacional, una rama de la lingüística computacional y la inteligencia artificial que utiliza la computación en los estudios sobre el humor, tal y como definen sus creadores.
Julia Taylor Rayz, profesora asociada de la Universidad Purdue y experta en la relación entre máquinas y humor admite que hay patrones claros en el humor, pero una computadora se pierde irremediablemente ya que se necesita un buen procesador semántico y pragmático (es decir, la máquina necesita entender el significado), “pero ahora mismo no estamos cerca de que eso sea factible”. Los famosos asistentes inteligentes, como Siri o Alexa, han demostrado su humor más de una vez, pero en estas aplicaciones el fenómeno del humor sucede de manera inesperada; comandos que les fueron impuestos por programadores e ingenieros acaban convirtiéndose en verdaderos gags por diferentes razones (mayormente por el ridículo que provocan) y un claro ejemplo de que el humor es, de momento, algo espontáneo, inesperado, casi imposible de lograr a través de complejos algoritmos.
Lacan ironizaba sobre la inteligencia artificial, a la que calificaba de “animal” por el peso que tenía en ella (en su versión psicológica) el condicionamiento operante, muy utilizado en experimentos con animales. El alcance y el límite de la inteligencia artificial está en su dificultad para codificar aquello que es incodificable e inclasificable porque alude a la singularidad misma de cada uno y a la significación que cada uno otorga a los dichos y hechos. Su límite está en el hecho de que, al basarse sólo en la acumulación de cantidades ingentes de datos, no puede tomar en cuenta otros aspectos propios de la inteligencia humana como la intuición, la creatividad o el inconsciente mismo. Basta pensar en las imperfecciones de nuestra memoria, incapaz de guardar los datos con la misma precisión que lo hace un ordenador. Los seres hablantes mezclamos continuamente ficción, deseo y recuerdos.
Nosotros, como analistas, tenemos la invitación que el propio Lacan hace en los años 70 para oponer el gay savoir como auténtico afecto de alegría que se opone a la tristeza[8]. La época y, sobre todo la ética analítica, nos exige no renunciar a unir a nuestro horizonte la subjetividad de su época y para ello el buen uso del humor y del bien decir deviene fundamental: “Sean pues más distendidos, más naturales, cuando reciben a alguien que viene a demandarles un análisis. No se sientan tan obligados a darles ínfulas. Aún como bufones se justifica que estén. No tienen más que mirar mi Televisión. Soy un payaso. Sigan mi ejemplo ¡y no me imiten! La seriedad que me anima es la serie que ustedes constituyen. No pueden a la vez estar en ella y serla.”[9)
[1] Miller, Jacques-Alain. Variaciones del humor. Paidós, Buenos Aires, 2015, p. 72.
[2] Briole, Guy. “Manía, melancolía y goce triste en el siglo XXI”. En La feminización del mundo Colección Grulla, Córdoba, p.17.
[3] Miller, Jacques-Alain. “Ironía”. Uno por Uno, nº 34, 1993, pp. 6-12.
[4] Freud, Sigmund. “El chiste y su relación con lo inconsciente”. Obras Completas. Vol. VIII. Amorrortu, Buenos Aires, 1978, pg. 3
[5] Lacan, Jacques. “Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis”. Escritos 1, Siglo XXI, México, 1984, p. 259.
[6] Wang, William Yang and Wen, Miaomiao. “I Can Has Cheezburger? A Nonparanormal Approach to Combining Textual and Visual Information for Predicting and Generating Popular Meme Descriptions”, 2015. Disponible: https://sites.cs.ucsb.edu/~william/papers/meme.pdf
[7 )Gabora, Liane and Kitto, Kirsty. “Toward a Quantum Theory of Humor”. Frontiers in Physics nº 26, January 2017. Disponible: https://doi.org/10.3389/fphy.2016.00053
[8] Lacan, Jacques. “Televisión”. Otros escritos. Paidós, Buenos Aires, 2012, p. 552.
[9] Lacan, Jacques. “La tercera”. Intervenciones y Textos 2. Manantial, Buenos Aires, 1988, p. 78.