ELP DEBATES
[ SEMINARIO DE LA ESCUELA ]
LA POLÍTICA Y EL TIEMPO*
Manuel Fernández Blanco
No la política, pero sí lo político puede ser un campo donde el psicoanálisis puede intervenir. En este sentido, si Lacan puede decir que el goce es la página vuelta ausente en la filosofía, ¿por qué no podríamos decir que el psicoanálisis es la página vuelta ausente de la política? Y si ese el caso, ¿cómo volverlo presente?
No volveremos presente lo que ahora es ausente si lo fiamos a la suerte o al hecho de que el Otro venga a demandárnoslo. No, se trata de quererlo, y además, se trata de estar advertidos de que esa tarea no es nada fácil. La política es un campo minado, y ya no sólo porque los políticos son sujetos atravesados por unos intereses de partido y personales, sino porque la política es ahora más que antes un campo de confusión: la subjetividad actual no es la de hace medio siglo, y la velocidad con que esa subjetividad ha ido cambiando no va en paralelo a lo que los políticos y sus ideólogos han podido “entender” –sirva de ejemplo “La tumba del hombre de izquierdas”, de J.-A. Miller, donde se refleja el desconcierto de la izquierda para definirse y situarse como tal.
Dicho esto, vayamos a lo que queremos acentuar para diferenciar la política y el psicoanálisis: el tiempo lógico. Lo cotidiano, como el discurrir de una cura, transcurre en el automaton. Sin embargo, cuando algo adviene y sobresalta la vida, cuando sobre el lecho del automaton, adviene la sorpresa de latyche, entonces, la política o, mejor dicho, los políticos, reaccionan de forma diferente al psicoanalista: mientras los políticos se afanan en cerrar rápidamente la béance introducida, el analista procura mantener abierta “un poco más” esa béance. Tras el impacto, el político recurre a todos los “mecanismos de defensa” de que dispone para que el sobresalto sea abolido, o sea, tragado por la rutina -lo curioso es que esos mecanismos de defensa son los mismos que los del inconsciente, como dice Lacan en “La instancia de la letra…”. Cuando convocan al pueblo es para que se pronuncie sobre lo que ellos ya han constituido como opinión. He ahí donde el analista podría tomar la palabra para “dar tiempo”. En efecto, de lo que se trata en política es de hacer coincidir el tiempo de ver con el de concluir, sin tiempo para comprender -¿recuerdan aquél “Circulen” que Lacan ponía en boca de la policía como su mandato más querido? Pues bien, la política es también una práctica de tapar el agujero, por lo que no hace sino dar vueltas alrededor de él. El analista puede rescatar ese tiempo de comprender, tiempo que no es el tiempo de la cogitación solipsista, sino el tiempo de la recuperación del agujero, el tiempo de la recuperación de lo no visto en el tiempo de ver –siempre hay algo de este orden en el tiempo de ver, dice Lacan. Sin ello, los políticos dirigiéndose a “lo más noble” de los pueblos, llaman a lo pulsional del sujeto, pulsión que no necesita pensar para actuar: a esto es a lo que hay que tildar de demagogia, al hecho de dirigirse al corazón del pueblo, o sea, a lo más pasional de la ciudadanía, sin conceder el tiempo que el deseo necesita para orientarse entre los signos del Otro. Esta demagogia, sustrayendo el agujero en el saber para tratarlo con el goce de las pasiones, es todo un tratamiento de masas, todo un conocimiento de la psicología de masas puesto en acto, que obtiene de esas masas el escamoteo de una verdad tan visible como la carta robada: vuelta invisible por su extrema visibilidad.
El analista podría tomar la palabra para intentar evitar esa burla de la verdad, rescatando labéance aparecida como sinsentido, como traumática, y siempre como falta. A la falta, hay dos maneras de responderle: por la pulsión, que busca taparla, o por el deseo, que la convierte en causa. Lo primero, tiene a la política como aliada: es de esperar que lo segundo tenga al analista como su agente, como aquél que sabe que “il faut le temps”.
Que no nos resulte extraño, heterodoxo o impuro entrar en el campo de la política, pues no deja de ser una práctica afectada por el significante, tanto como la metafísica, la literatura, las artes y la economía, como dice Lacan en “La instancia de la letra…”. Y si es una práctica de la palabra, es pasible de interpretación. Pues bien, sería por esta interpretación que el psicoanalista podría politizar la política, en contra del político empeñado en despolitizarla bajo los argumentos de la gestión y la eficacia. Pero, ¿cómo y cuando hacer esto? Aprovechando el acontecimiento. Afortunadamente, unas veces, y desafortunadamente otras, ni la vida ni la política son siempre rutina: a veces ocurren cosas donde lo real se manifiesta -y esto desde el pequeño acontecimiento al mayor de los imaginables. Es el momento del salto del león: la palabra del analista puede hacer aflorar una verdad nueva, antes que los políticos consigan borrar el acontecimiento con el tupido manto de la rivalidad especular y partidista.
Esto es más necesario ahora que nunca porque, en la actualidad, el discurso del amo está cediendo su lugar al discurso capitalista y, si el significante amo no comanda (discurso del amo igual al discurso del inconsciente), la revelación de la verdad reprimida no sorprende. La verdad deja su lugar al funcionamiento y el sujeto pretende ser el amo de sus significantes amo (comandar sus identificaciones) como pone de manifiesto el discurso capitalista: S barrado … S1. Este es el auténtico reto para el psicoanálisis: reintroducir la verdad como sorpresa en el discurso del funcionamiento (conductismo generalizado). Para que en la política “se jueguen otras palabras”.
* Texto presentado en el Seminario de la Escuela realizado en A Coruña el 29 de septiembre de 2012