RESEÑA
DE LA IX CONVERSACIÓN CLÍNICA DEL ICF
Barcelona,
21 y 22 de Febrero de 2009
La IX Conversación Clínica del ICF se tituló Casos que enseñan, y la pregunta por lo que enseña cada uno fue lo que surcó transversalmente las dos jornadas de trabajo. Un encuentro donde contamos con la participación de Jacques-Alain Miller y la coordinación de Manuel Fernández-Blanco y Mónica Marín.
En el primer caso trabajado y presentado por Concha Lechón, se evidenciaron los efectos de la forclusión del Nombre del Padre en un practicante del “autoanálisis”. El uso que este psicótico hace del Otro y el hecho de dirigirse a un analista que le permitiera echar un ancla y hundir su delirio, es lo que se reveló cómo lo que nos enseñaba un caso en el que no se trata de una psicosis ordinaria ni extraordinaria, sino en palabras de J-A.
Miller, “de baja intensidad” para señalar este rasgo introvertido, sin el atropello de la fuerza.
¿Puede una neurosis esconder una psicosis?, fue una de las preguntas que se pusieron en juego con el segundo caso presentado por Fe Lacruz. Se pudieron dilucidar, a raíz de los comentarios de la sala, asuntos en torno al factor del desencadenamiento y reflexiones que apuntaron a que lo normal también debe ser cuestionado. Se trató de un caso que descubrió los recursos de la paranoia en relación a las elaboraciones de saber dentro de un marco analítico.
La tarde del sábado finalizó con el uso que de los sueños hacía una paciente atendida en el CPCT de Barcelona, sueños que se muestran como un recurso para la dirección de la cura ya que funcionaban como continuidad de la cadena significante.
Este caso, presentado por Estela Paskvan, evidenció la especial escucha del relato de una mujer que no venía a consultar con una queja sino con un enigma que la implicaba, algo muy serio para la paciente.
La pregunta sobre el diagnóstico relanzó un auténtico axioma:
no dirimir un diagnóstico inmediatamente no impide operar.
La jornada del domingo comenzó con el caso atendido por Pilar Foz que ilustró de manera ejemplar los elementos captados desde el inicio de las entrevistas para precisar la dirección de la cura. Un caso que posibilitó descubrir cómo la posición del analista ha permitido una serie de conquistas por parte de una niña particularmente esforzada en ser una “niña de verdad”.
Cómo localizar el síntoma en medio de la marea de dichos del consultante es lo que planteó el trabajo de Felicidad Hernández. Un relato que ha confirmado la necesidad de situar cuestiones como lo más prevalente del síntoma, los rasgos de la transferencia y las identificaciones, para poder orientar una cura.
El último caso, escrito por Mónica Unterberger puso a los participantes a discutir, entre otras cuestiones, sobre la función del dinero en la cura y las particularidades de un sujeto obsesivo que está advertido de su propia falta.
La conversación se cerró con una genuina rememoración por parte de J. A-Miller de sus inicios como analista. Advirtió que el analista a veces puede generar una “apertura infinitesimal” en el trabajo analítico que produce consecuencias desproporcionadas.
Hemos aprendido cómo el dispositivo es en sí terapéutico, hemos podido ver también que el diagnóstico es una apuesta que debe ser siempre puesta a prueba.
Fuimos testigos del esfuerzo al que están llamados los sujetos psicóticos para soportar la existencia y cómo a veces no es necesario hacer demasiado o grandes intervenciones para lograr una auténtica estabilización.
La jornada finalizó con una atmósfera especialmente jubilosa, que anima a seguir trabajando de cara al próximo encuentro.
En el primer caso trabajado y presentado por Concha Lechón, se evidenciaron los efectos de la forclusión del Nombre del Padre en un practicante del “autoanálisis”. El uso que este psicótico hace del Otro y el hecho de dirigirse a un analista que le permitiera echar un ancla y hundir su delirio, es lo que se reveló cómo lo que nos enseñaba un caso en el que no se trata de una psicosis ordinaria ni extraordinaria, sino en palabras de J-A.
Miller, “de baja intensidad” para señalar este rasgo introvertido, sin el atropello de la fuerza.
¿Puede una neurosis esconder una psicosis?, fue una de las preguntas que se pusieron en juego con el segundo caso presentado por Fe Lacruz. Se pudieron dilucidar, a raíz de los comentarios de la sala, asuntos en torno al factor del desencadenamiento y reflexiones que apuntaron a que lo normal también debe ser cuestionado. Se trató de un caso que descubrió los recursos de la paranoia en relación a las elaboraciones de saber dentro de un marco analítico.
La tarde del sábado finalizó con el uso que de los sueños hacía una paciente atendida en el CPCT de Barcelona, sueños que se muestran como un recurso para la dirección de la cura ya que funcionaban como continuidad de la cadena significante.
Este caso, presentado por Estela Paskvan, evidenció la especial escucha del relato de una mujer que no venía a consultar con una queja sino con un enigma que la implicaba, algo muy serio para la paciente.
La pregunta sobre el diagnóstico relanzó un auténtico axioma:
no dirimir un diagnóstico inmediatamente no impide operar.
La jornada del domingo comenzó con el caso atendido por Pilar Foz que ilustró de manera ejemplar los elementos captados desde el inicio de las entrevistas para precisar la dirección de la cura. Un caso que posibilitó descubrir cómo la posición del analista ha permitido una serie de conquistas por parte de una niña particularmente esforzada en ser una “niña de verdad”.
Cómo localizar el síntoma en medio de la marea de dichos del consultante es lo que planteó el trabajo de Felicidad Hernández. Un relato que ha confirmado la necesidad de situar cuestiones como lo más prevalente del síntoma, los rasgos de la transferencia y las identificaciones, para poder orientar una cura.
El último caso, escrito por Mónica Unterberger puso a los participantes a discutir, entre otras cuestiones, sobre la función del dinero en la cura y las particularidades de un sujeto obsesivo que está advertido de su propia falta.
La conversación se cerró con una genuina rememoración por parte de J. A-Miller de sus inicios como analista. Advirtió que el analista a veces puede generar una “apertura infinitesimal” en el trabajo analítico que produce consecuencias desproporcionadas.
Hemos aprendido cómo el dispositivo es en sí terapéutico, hemos podido ver también que el diagnóstico es una apuesta que debe ser siempre puesta a prueba.
Fuimos testigos del esfuerzo al que están llamados los sujetos psicóticos para soportar la existencia y cómo a veces no es necesario hacer demasiado o grandes intervenciones para lograr una auténtica estabilización.
La jornada finalizó con una atmósfera especialmente jubilosa, que anima a seguir trabajando de cara al próximo encuentro.
Matías Meichtri Quintans
Barcelona, febrero 2009.