VIII JORNADAS DE LA ESCUELA LACANIANA DE PSICOANÁLISIS
LA SOLEDAD DEL PSICOANALISTA.
LA PRÁCTICA ANALITICA
14 y 15 DE NOVIEMBRE DE 2009
PALAU DE LA MÚSICA I CONGRESSOS
PASEO DE LA ALAMEDA, 30
VALENCIA
CON LA PARTICIPACIÓN DE ERIC LAURENT Y LEONARDO GOROSTIZA
BIBLIOGRAFÍA RAZONADA (14)
CÓMO ENTENDER LA SOLEDAD DEL ANALISTA
Jorge Sosa .
Lacan diferencia entre la causa del deseo y el objeto del deseo, y señala también que la interpretación apunta a la causa, es decir a lo que el deseo vela en su orientación hacia el objeto. La causa, el plus de goce que llamamos objeto “a”, es entonces eso de lo que el sujeto huye, eso que lo angustia y hace que busque alivio en el Otro, un sentido a su malestar. En otras palabras, busca que el Otro tome a su cargo la responsabilidad de ese exceso que rompe el principio del placer. Se podría decir entonces que por la vía del fantasma el sujeto hace pasar el goce al campo del Otro, dándole una consistencia y una función gracias a la cual “no está solo”. En la clínica vemos hasta qué punto el sujeto está dispuesto a sostener esta relación con un Otro fantasmático con tal de no asumir el plus de goce.
Se supone que el analista está en otra posición. En el último párrafo del seminario sobre la angustia leemos: “Conviene, sin duda, que el analista sea alguien que, por poco que sea, por algún lado, algún borde, haya hecho entrar su deseo en este “a” irreductible, lo suficiente como para ofrecer a la cuestión del concepto de la angustia una garantía real”. Reintegrar el deseo a su causa implica el recorrido inverso que el de la constitución del síntoma como defensa frente al goce del inconsciente. También implica desandar el camino que hace consistir al Otro como partenaire del sujeto y soporte del goce del cual no se hace responsable. Por otra parte Lacan aclara que reintegrar el deseo a su causa no tiene nada que ver con ningún tipo de autoconciencia ni con ser “causa de sí”, ya que de este postulado no podría surgir ninguna “garantía real”. Dicha garantía surge en todo caso de la deflación del Otro que produce un análisis y de la asunción por parte del sujeto de su “ser de goce” en su opacidad. Alcanzar ese punto en el que se separan el Otro y el goce, y el Otro deja de ser el soporte del goce rechazado, abre la posibilidad del acto analítico, donde el analista no está como sujeto sino como objeto, incluso como desecho del Otro.
Entonces qué clase de soledad es la del analista. Evidentemente no tiene nada que ver con el aislamiento fantasmático donde el sujeto se pone en escena o con el de la psicosis en que el Otro está más presente que nunca. Es la soledad del que sabe que el Otro no existe y por lo tanto sólo él es responsable de sus actos y de su goce. Pero que no lo conduce al aislamiento sino a interesarse por el otro precisamente por ser otro y no por ser su reflejo narcisista o su kakón odioso. De ahí que Lacan, en su discurso a los católicos, proponga una manera diferente de entender el amor al prójimo: se trataría de amar al prójimo en tanto él también está sólo y confrontado con el mismo vacío del Otro. Cito: ¿Sólo he logrado introducir en su espíritu las cadenas de esta topología que pone en el centro de cada uno de nosotros este lugar abierto desde donde la nada nos interroga sobre nuestro sexo y nuestra existencia? Este es el sitio donde tenemos que amar al prójimo como a nosotros mismos, porque en él este lugar es el mismo” (pag. 61). Amar al prójimo en tanto él también tiene que arreglárselas con ese real que escapa a cualquier sentido y que es el mismo que nos agujerea a cada uno de nosotros. Es este saber lo que sostiene y orienta al analista en el dispositivo analítico a la hora de acompañar a otros en la experiencia de atravesar la angustia y hacer algo con ese vacío.
Pero qué hacer con este saber en el campo social, político y cultural más allá del dispositivo analítico. Allí también se podría decir que el analista, o en este caso los analistas, experimentan cierta soledad, puesto que como dice Lacan, el psicoanálisis es un síntoma de la civilización. Además agrega que la civilización trabaja con ardor para curarse de ese síntoma, para reprimirlo, para ahogarlo en el sentido. ¿Cómo intervenir en estos campos teniendo como referencia un saber que la humanidad rechaza y que es la causa de todos los delirios que inventa para no despertar de su sueño, aunque este sueño sea lo más parecido a una pesadilla? Hacer de este saber una bandera es temerario, implica que el psicoanalista sea rechazado junto con el inconsciente. La escuela es en todo caso el lugar idóneo para preservar este saber y desarrollarlo, así como para pensar las maneras de incidir en la sociedad y asegurar su transmisión. Entiendo que en su relación con la causa analítica el analista siempre está solo, pero esa soledad a la hora de responsabilizarse de su acto lo impulsa a asociarse con otros para hacer existir ese síntoma tan útil para la humanidad que es el psicoanálisis.
COMISIÓN BIBLIOGRÁFICA: Carmen Garrido, Gracia Viscasillas, Julio González