Mauricio Tarrab
Testimonio del Pase dado en las XVI Jornadas anuales de la EOL–Sección Córdoba el 09-06-2007 y en el III Encuentro Americano del Campo freudiano en Belo Horizonte el 03-08-2007
En su escrito La Instancia de la letra en el inconciente o la Razón después e Freud, del año ’57, Jacques Lacan ubica dos formas de advenimiento al lenguaje. Una de ellas la extrae de cierta sabiduría china, de la mitología del I Ching: las estrías producidas al quemar la caparzón de una tortuga , son tomadas como signos cuya combinación dan una escritura; de su lectura adivinatoria, al fin de cuentas una interpretación, surgirán las respuestas a los enigmas de la vida. Es un ejemplo de cómo se extrae de las marcas en un cuerpo un texto a ser descifrado como un saber.
La segunda forma , a la que Lacan alude de cómo se produce ese encuentro entre la vida y el significante, es la figura del relámpago heracliteano que hace surgir de la noche la lenta mutación del ser y la manera en que el Uno, condensándose en una frase nombra lo innombrale de las cosas.
Estas dos formas, que resumiendo para los fines de lo que quiero decir hoy, son el relámpago y la escritura , pueden también situar lo escencial de la experiencia de un análisis y aún su final.
Hay algo de este par en cada tramo de un análisis y extremando las cosas se podría decir que en cada sesión podría idealmente escandirse entre relámpago y escritura.
De hecho si tomamos las tres versiones del pase que J.A. Miller discute en su curso El lugar y el Lazo, pueden repartirse entre el relámpago y la escritura. Entre la iluminación del fantasma y la hystotización.
En la primera versión del pase en el ’67 el análisis es planteado como una experiencia de saber que supone la obtención de una verdad sobre el ser y la emergencia del objeto a. Es una solución epistémica al problema del deseo a la que se agrega una transformación del ser del sujeto. El pase como procedimiento capta ese momento, como en el filo de una navaja.
En la segunda versión, de 1973 se agrega la in-existencia de la relación sexual. Lo que se pone aquí en juego es el saber posible que puede sostenerse sobre ese impasse. El final del análisis debería entonces producir un saber en lo real y determinar ese real de una manera nueva.Es el momento científico del pase, donde se perfila el saber hacer con ese real.
En el ’76 en la tercera versión , JAM sugiere que Lacan propone aquí algo más moderado respecto del Pase: “el pase es dar el mejor testimonio posible de la verdad mentirosa” . Es lo que define como la hystorización del análisis. Sin embargo la hystorización no lo es todo en la versión del pase del ’76. Si en el ’67 el pase es pensado en términos de deseo y verdad y en ’73 es pensado en términos de saber, en el ’76 es pensado en términos de satisfacción. En términos de la satisfacción que marca el final del análisis. Se define en términos de goce y no de deseo. Es la aspiración de salir del espejismo de la verdad, dando preferencia a los trozos de real que pueden cernirse en la experiencia.
Estas tres versiones del pase marcan la experiencia de los pasantes y de nuestra comunidad. A mi juicio no se excluyen más bien se integran , se superponen, se vuelven una sobre la otra y en el fondo la tercera versión supone y subsume las dos primeras, no las degrada ni las elimina.
Hystoria y satisfacción al final… pero ¿no están acaso historia y satisfacción en el fundamento mismo de la operación analítica? ¿lo que hacemos en el comienzo de un análisis, no es acaso articular esa satisfacción que llamamos síntoma, con la historia?
Lo que alcanzamos a saber, si pasamos por la experiencia, es que entre historia y satisfacción hay una brecha y que el psicoanálisis con su dimensión de semblante ha encubierto esa brecha, ha tendido puentes sobre ella, ha construido empalmes, ha hecho funcionar artificios.
A lo que arribamos al final es a que entre historia y satisfacción hay una brecha, irreductible.
Del lado de la historia tenemos el sentido, el jouissens y la lectura; del otro lado el afecto del cuerpo, el goce opaco del síntoma y la escritura.
En el inconciente freudiano se reconstruye una historia. Por el contrario luego de la reducción del inconciente y del síntoma, uno no se encuentra con una historia sino con fragmentos de escritura y trozos de real. Luego con eso uno puede construirse una hystoria para ser contada a los otros . Hacer el pase no es hacerse historiador de uno mismo. Es más bien mantener esa brecha abierta. Es estar entre la fugacidad del relámpago que ya ha pasado, lo que ya se ha escrito y lo imprevisible que aún debe escribirse.
El momento lógico del pase.
La operación analítica debería separar al sujeto de aquellas significaciones que ha encontrado en el Otro para afirmar su carencia de ser y con las cuales ha construido su solución neurótica. Esa orientación en un análisis localiza las particularidades que distinguen al sujeto, que sitúan su diferencia, pero no para coagularla dentro de un tipo clínico, ni elevar esa distinción, al grado de caso único.
Tal cosa mantendría al sujeto dentro de una lógica que, como me lo hizo recordar hace pocos días Graciela Brodsky, es la lógica que J.A.Miller ilustraba con el ejemplo de alguien que quería ser un puerro para estar en la ristra de las cebollas.
El final del análisis no consiste ni en destacar la diferencia del que quisiera ser puerro, ni de rechazar ser contado en la serie de la ristra de las cebollas.
Su diferencia es lo que el sujeto más se empeña en conservar hasta el final. Lacan lo advierte diciendo que la negativa a sacrificar esa diferencia, es uno de los obstáculo principales para situar el final del análisis.
En el final del análisis no se trata de la diferencia subjetiva, sino de lo singular del sinthome. No se trata tampoco de la serie de la ristra de cebollas, sino de otra serie, una serie sin ley.
Hay un momento cercano al final donde el sujeto, que aún espera encontrar en el saber la clave de su ser y de su síntoma, se confronta a la paradoja que supone la existencia de una falla en el saber. Cuanto más se acerca por la elaboración a ese lugar del saber que le diría si es un puerro o una cebolla, o alguna otra cosa; más se confronta a que de ese modo cava allí un agujero en el Otro, donde se aloja el vacío del saber y del objeto a. En esa zona del final del análisis, se debe reconocer que justamente allí no está ya no se está más representado, ni como puerro ni como parte de la ristra, ahí uno debe reconocer más bien su vacío, el propio. La nominación de AE no nombra una insignia sino la producción de ese vacío.
El pase capta el momento en el que se eclipsa la solución fantasmática que el sujeto había construido. Se habla de eclipse porque su construcción y su atravesamiento, en términos imaginarios deslumbra, aunque lo esencial es la operación lógica que allí se produce y que hace emerger lo que Lacan llama una ex -sistencia, eso que en los términos de la Proposición del 9 de octubre es el “referente aún latente”. O para decirlo en términos más cercanos a la experiencia, se trata de la emergencia de ese plus de gozar que sostiene de manera latente toda la experiencia analítica, pero que hasta allí no había sido capaz de nombrar.
En términos lógicos la emergencia de esa ex –sistencia hace que lo que lo antecedía quede reducido “bruscamente” a la dimensión del semblante.
En mi caso de ese momento lógico del pase he dado ya suficientemente sus coordenadas de experiencia para poder reducirlo ahora solo a su frase, ser el soplo que le falta al A. Es esa diferencia subjetiva lo que quedaría eclipsado, mientras que el referente ya no latente, queda desprendido del Otro, y deslocalizado del marco del fantasma .
Eso deja al sujeto en un aprieto similar al que Lacan señala que tiene un pez con una manzana: por un tiempo no se sabe qué hacer con eso.
Se abría allí el tránsito por la certeza de la angustia que trabajé en mi testimonio de diciembre pasado en la Jornada de la EOL [1].
El atravesamiento deja entonces por un lado en evidencia la dimensión del objeto, pero también hace caer el ser de sentido que sostenía el fantasma. Eso abre el tramo final del análisis y se hace evidente el trayecto pulsional, entre el enmudecimiento que daba máxima consistencia al fantasma y el hacerse escuchar. Aislarlo permite dar el paso que supone el final y permite la separación del analista.
La emergencia de ese referente y el desmantelamiento del ser de sentido del fantasma, arrastran también al Otro, que pasa de su máxima consistencia a la evidencia de su inexistencia.
Del lado del sujeto cae la solución neurótica construida alrededor de los dos soplos.
El primer soplo “huella escrita en el cuerpo por la palabra materna”, corporización del significante que es la matriz del síntoma y el antecedente del enigma del deseo del Otro y el segundo soplo articulado al Padre, el que permitió la sustitución metafórica del DM.
Un soplo por decirlo así del lado del síntoma, el otro soplo del lado del fantasma.
soplo 1 -> soplo 2
DM