El escritor Israelí, David Grossman llegó con su esposa a París en la tarde del Viernes 13 de Noviembre de 2015, para participar en las 45as Jornadas de la Escuela de la Causa freudiana las cuales tenían como titulo «Hacer pareja. Relaciones inconscientes». Debía intervenir sobre el tema «Parejas reales». Esa misma noche, atentados terroristas sacudieron la ciudad. Las Jornadas no se realizaron.
El Domingo 15 de Noviembre, David Grossman concedió una entrevista a dos miembros de la ECF, con quienes debía conversar en sesión plenaria aquel día.
La Primera parte de la entrevista con David Grossman se publicó en Lacan Cotidiano n°552.
En toda su obra, la pregunta de la existencia es central, más allá de la vida y de la muerte. No se trata de saber si estoy muerto o vivo, sino si existo. La descripción, tan minuciosa en su escritura, de la naturaleza y de los objetos. ¿Acaso no está hecha para asentar que existimos sin lugar a dudas?
Es eso lo que arde en mí, en mi interior. Para mí, escribir es realmente una manera de tocar este matiz de la existencia. Lo que la literatura puede hacer es volver nuestro mundo más preciso, tocar cada vez más, los matices de la existencia. Las palabras no pueden realmente tocar la esencia de las cosas. De hecho nada puede tocar la esencia de las cosas. Hay una frase de Lacan que me gusta mucho, que dice que lo real es la cosa que escapa a toda categorización y que siempre vuelve al mismo lugar. Ya que no podemos realmente captar lo real, hay esta aspiración humana de acercársele por múltiples caminos: la ciencia, la religión, el arte… Y aquello que podemos hacer en la literatura, es aspirar llegar lo más cerca de la cosa que no podemos expresar con palabras.
Esto, está fuertemente presente en su obra Tombé hors du temps (Caída fuera del tiempo).
Exactamente. Puesto que nosotros, los seres humanos, luego de haber experimentado la muerte o la pérdida de un ser querido, sentimos que ese real repentino desaparece, se evapora, y experimentamos la necesidad de aferrarnos a algo. Cuando lo escribí, quise ir lo más lejos posible, hacia ese lugar donde los vivos pueden todavía tocar o comprender algo de aquel que perdimos. Es entonces cuando aprendí algo muy importante: no sabemos lo que pasa después de la muerte. Cuando la vida se termina, se acabó. El creyente, siempre puede encontrar alivio, pero yo no lo soy. De cierta manera, me gusta la idea de que no hay una «segunda oportunidad» de vida. Todo lo tengo que hacer aquí y de la mejor manera. Es la razón por la cual, la vida es tan sagrada para mí. Nada es más sagrado que eso. La vida es sagrada porque es breve y única. Pero he aprendido que hay una manera que me permite estar a la vez en la vida y en su pérdida: es el arte. Si realmente es arte, debe permitirnos verdaderamente experimentar al mismo tiempo, el todo de la vida y de la nada. Todos los buenos libros, todas las obras de arte o de música que conozco, están en este matiz, en esta fibra vibrante y palpitante entre, por un lado, la plenitud del todo, de la pasión, de la exaltación, de la alegría de vivir y, por otro lado, el frío totalmente devastador y el miedo de la nada. Pero hay que sostener los dos. Hay que saber ser alimentados por estos dos polos, todo el tiempo.
En Une femme fuyant l’annonce (Una mujer huyendo de la noticia), ¿Es el esfuerzo de Ora por tocar un más allá de la vida?
Ora desafía al destino. Cuando un peligro de muerte ronda sobre la cabeza de un ser amado, tenemos el sentimiento de que todo lo que hemos infundido en él, como amor, atención, esfuerzo, decepción… todo aquello que por ejemplo como padres transmitimos a nuestros hijos, comienza a desaparecer. Es cuando comprendemos a qué punto somos minúsculos frente a lo arbitrario de la muerte. Ora, de manera intuitiva, le cuenta a su amigo Avram la historia de la vida de su hijo desde el principio. En este momento lo hace porque siente intuitivamente que es todo lo que le queda por hacer para proteger a su hijo: infundirle calor, amor, atención y fuerza contra lo arbitrario de la muerte. ¿Será capaz de salvarlo? Nadie lo sabe, ya que el libro se termina con esta apertura.
Acostada sobre una cornisa rocosa, Ora siente –de hecho es la última frase del libro– «que la corteza terrestre es delgada». Esto, parece indicar este matiz que usted describe, a la frontera de la vida y del no-ser de la muerte.
Es como si ella sintiera toda la fuerza del magma, las fuerzas volcánicas como infinitamente cercanas, como una piel fina. Cuando nos encontramos en una tensión existencial, en situaciones extremas de vida o de muerte, sentimos intensamente todas las fuerzas que operan en nosotros, las del mundo, de la existencia, de la muerte. Todo aquel que haya vivido una experiencia de este tipo, se lo podrá decir. Evaluamos el poco control que tenemos sobre las cosas, a qué punto, aquello que podemos hacer para encontrar un lugar en el caos, es limitado. Es por eso que Ora camina y cuenta a Avram la historia de su hijo, para crear y dar una base solida. También, es por esta razón que los protagonistas en Tombé hors du temps, caminan una y otra vez. Sabe, cuando se pierde un ser querido, la primera reacción es el silencio. Uno no quiere hablar, quiere llorar, gritar, chillar, hacer algo completamente físico. Yo me dije que iba a caminar o correr hasta el fin del mundo, hasta que me desmorone, para después levantarme y correr otra vez hasta que me vuelva a desmoronar. Nada verbal. Las palabras son verdaderamente insuficientes.
Recuerdo que cuando perdimos a nuestro hijo Ouri, hace nueve años, recibimos muchas cartas de condolencias de Israel y de otros lugares del mundo, muchas provenían de escritores. A muchos los conocía personalmente y a otros únicamente por sus libros. Casi todos, a excepción de uno o dos me dijeron: no tenemos palabras, no hay palabras para describir lo que sentimos. Y es entonces que me dije. Ellos son maestros de la palabra, genios del lenguaje de hoy en día, conocidos de todos. ¿Cómo es posible que no puedan expresar algo?
De hecho, siempre nos quedamos mudos en los momentos de gran placer o de gran dolor. Sentí la necesidad de escribir, de encontrar las palabras para decir eso. A lo largo de mi vida, mi manera de hacer frente a las situaciones extremas, ha sido escribir. Sentarse y escribir, a veces contra mi voluntad. A veces, aquello me aterrorizaba, ya que sabía que eso iba a dañar mis relaciones con mis padres, mi mujer, mis hijos, pero me senté a escribir.
Pero esta vez, realmente fue lo más difícil. Me sentí exiliado en esta isla de dolor. En efecto, es a la vez una isla y un exilio. Está muy lejos de todo aquello que se ha conocido antes. Nada va a ser igual después de atravesar una experiencia de este tipo. Le dije a Michal que ya que estaba condenado a estar exiliado en esta isla de pesar, a la vez isla y exilio, lejos de todo aquello que conocemos, puesto que fuimos enviados con nuestra familia a esta isla, iba a cartografiarla a mi manera, dando nombres a las emociones y a los matices de las sensaciones sentidas.
Debo decir que de esta manera, de repente me di cuenta que el pesar no es un estado fijo. Antes, pensaba que se trataba de algo que te aplasta y de lo cual eres prisionero. No puedes moverte y difícilmente respirar. Es cierto y al mismo tiempo, hay un margen de maniobra para no quedarse congelado por la situación, no deshacerse por ella. Digamos que el duelo, hoy en día, es mi apellido. No lo puedo evitar ni combatir. Pero también tengo un nombre y este es la capacidad de no ser víctima de la situación.
No ser la víctima es lo más importante a mi parecer, tanto para un individuo como para un colectivo, especialmente para nosotros, el pueblo judío y los Israelitas. No estamos condenados a ser por siempre unas víctimas. Inclusive en las peores situaciones, siempre hay un margen de maniobra y especialmente describiendo la situación con nuestras propias palabras. A veces, se trata de la única libertad que disponemos en una situación terrible: describir la situación a través de nuestras palabras privadas e intimas, y no a través de estereotipos o palabras dadas por otros. Tampoco se trata de un lenguaje que se nos ha dado por la situación, o por nuestros miedos, o inclusive por nuestro gobierno. Más bien, se trata de encontrar nuestras propias palabras para describir la situación, y a partir del momento en el que comencé a escribir, ya no estaba fosilizado, ni petrificado. Me acuerdo de mi sorpresa frente al hecho de poder sentir de nuevo, esta capacidad de ser libre después de lo que había pasado.
Ahora que Avram la mira, Ora se dice: antes cuando me miraba, él veía lo que había en mí, ahora él no lo puede ver ya que hay un gran vacío en mí.
Yo lo recuerdo de otra manera,… él seguía viendo en ella cosas que ella misma no veía o que no se atrevía a ver. Y Avram que nombraba todas esas cosas en ella. Pero ahora ella teme que, cuando él la mire, no vea nada en ella. Esto no deja de estar en relación con su trabajo de psicoanalistas con sus pacientes, mirar y decir eso que está en ellos, aquello de lo que no son conscientes, y de esta manera permitirles que nunca más vuelvan a sentir que están vacíos.
Para tratar ese sentimiento de vacío, hay una larga trayectoria a través de los objetos, la ropa del hijo, la libreta, la bolsa, el hecho de escribir… ¿Se podría decir que toda esa trayectoria es una escritura?
Ora no es escritor, es lo que me gusta en ella. Una lectora brasileña me escribió que Ora no era una musa del arte, sino más bien una musa de la vida. Es esa su verdadera grandeza, de estar arraigada a la vida, mucho más que Ilan o Avram y hasta tal vez más que sus hijos. Ella es el principio mismo de la vida. Esa es su fuerza. No la escribe, pero da testimonio con cada uno de sus pasos. En la novela, no sabemos si ella va a lograr salvar a su hijo, pero de algo si podemos estar seguros: le hizo volver a la vida a Avram. Para él, ella fue como una partera. Lo regresa a la vida, ya que Avram no quería estar en la vida, y de hecho nunca entendió por qué la vida insistía en mantenerlo vivo. Ora, lentamente, progresivamente, hablándole y haciéndole recordar cosas que no sabía, como el poder de la familia, la fuerza de la fraternidad, del amor, le devuelve todo eso. Ella lo nombra para él, diciéndoselo.
¿Usted cree que un hombre es capaz de hacer lo que ella hizo?
Digamos que yo conozco más mujeres que hombres capaces de hacer eso. En las mujeres la relación con las diferentes partes de su ser, de su alma, de su espíritu e inclusive de su físico, es mayor. Conozco menos hombres capaces de eso, pero no quiero generalizar. También hay mujeres totalmente desconectadas de ellas mismas.
Digamos que nosotros hablamos del hombre y de la mujer como conceptos y no desde un punto de vista de su diferencia anatómica.
Algo que me hizo sentirme muy orgulloso –no me acuerdo en qué país, pero tal vez en Noruega-, una organización femenina me escribió, diciéndome que deseaba nombrarme «mujer de honor». Jamás he recibido mejor galardón que este.
En conclusión ¡Ora, es usted!
Por supuesto. Yo no puedo describir un personaje que no sea yo y que no se convertirá en mí.
Generalmente, la mayoría de entre nosotros, prefiere pensar que o es un hombre o es una mujer, o un niño o un adulto, o normal o loco, o Israelí o Palestino. Cuando se es escritor, se está en la capacidad de moverse de manera muy libre sobre esta línea y distinguimos que estamos constituidos de muchas opciones. Sí, también puedo ser una mujer, el niño que alguna vez fui y luego la persona muy vieja en la cual espero convertirme en veinte y cinco años. Puedo ser normal o loco, también puedo ser Palestino e Israelí, puedo ser un colono y un izquierdista. Inclusive, quisiera ser todo eso. Es una manera de estar en la realidad. No quiero negar nada totalmente, no le quiero dar la espalda a nada. Mis límites surgen cuando se trata de algo como Daesh. Sus adeptos me son herméticos. Estoy seguro que tienen su lógica y sus creencias, pero como ellos no traen más que la muerte, es un lugar que no me interesa. Las potencias que generan la muerte no me interesan. Pero todas las otras opciones humanas, enormes y ricas, no las quiero alejar de mi ser. Para el corto periodo de nuestra vida, ¿Por qué deberíamos restringirnos a una cosa u a otra cosa?
¿Acaso es una gran libertad la de no ser asignado a uno mismo, a una sola identidad?
Individuos, pero también sociedades, colectivos, tienden a coagularse en ciertos mitos, historias que se cuentan a ellos mismos, o algunos conceptos como víctima para nosotros o Heimat (patria-hogar) para los Alemanes. Y glorifican esos conceptos y educan a sus hijos a partir de esas ideas. Pero después, se puede constatar que esos conceptos se convierten como en una prisión para esos pueblos, que estamos condenados a comportarnos como víctimas y los Alemanes a idealizar el Heimat. Mire cómo los musulmanes son atrapados por la idea de honor que los lleva a hacer cosas que los deshonran. Es esencial para la vitalidad de las personas y de la sociedad, examinar siempre los «ideales centrales» y encontrar nuevos, actualizarlos constantemente. Claro que está la fuerza de la tradición, pero esta debe ser revista con una mirada crítica. No hay que tener miedo de hacerlo. Antiguamente, esos ideales nos pertenecían, fueron utilizados durante un tiempo, pero ahora, necesitamos, sin lugar a dudas, otras ideas y otros conceptos.
Traducción de Stefany Vásquez