Reseña – 7/XI/07
Actividad preparatoria del
VI Congreso de la AMP: Los objetos a en la experiencia analítica
En esta noche, se presentaron tres interesantes trabajos del Scilicet: sobre el autismo (“John Caracol Lewis. La creación de un nombre”, de Gustavo Stiglitz); sobre la voz (“¿Con qué objeto se habla?” de Ana Ruth Najles) y sobre el silencio (“La fuerza del silencio”, de Graciela Esperanza). La coordinación fue de Silvia Salman y los comentarios de Aníbal Leserre quien abordó primeramente el trabajo sobre el autismo donde se tomó un estudio de Leo Kanner sobre 11 casos de autismo. Allí se muestra, que éste no depende de ningún déficit cognitivo. Uno de los niños inventaba nombres a animales muertos, pudiendo así explorar el campo de anudamiento de la lengua con los objetos, de lo simbólico con lo real. La falla en el anudamiento es lo que animó su exploración. Aníbal preguntó sobre cómo entender esta falla pensando en dos términos, continuidad y discontinuidad, siendo que el advenimiento de lo Simbólico se puede tomar como una discontinuidad de lo Real. Retomó la pregunta de Lacan presente en el trabajo, ¿cómo es que no somos todos autistas? Es necesario que entre la lengua -presencia sonora- y el viviente, se produzca un vacío: la extracción del objeto voz como pura sonoridad invasora. El lenguaje es portador de un vacío que no existe al nivel de la lengua. Sin esa extracción, tal es el caso del autismo, el Otro es de una compacidad tal, que su presencia sonora invade al sujeto.
Se tomó la tesis de Maleval quien afirma que la disociación de la voz y el lenguaje están en el principio del autismo como protección ante la presencia sonora, Real, de un Otro demasiado angustiante. Inventar un nombre, nombrar los objetos, funcionaría como una envoltura formal. Los objetos harían de órgano intermediario entre el sujeto y el Otro, lo ponen a distancia.
¿Cuál es el mecanismo que cada uno puede inventar para atemperar al Otro y hacer su vida vivible? El caso presentado mostró un modo de hacer con la lengua que produjo un tipo de sujeto como respuesta de lo Real. Se obsesionaba en combinar nombres comunes y propios, identificando los objetos en lo real a partir de lo simbólico, obsesión que no fue coartada por la familia Lewis con quienes vivía. Estas “obsesiones” fueron vinculadas también a otra “autista de alto rendimiento” –Temple Grandin- quien afirmaba: “Mis obsesiones disminuían mi excitación y me tranquilizaban…” Gustavo señaló que allí resonaba el concepto lacaniano de sinthome.
En esta invención de los nombres no había intervalo, vacío y sin embargo cumplió la función de un recurso sintomático que permitió humanizar, apaciguar a su A y a su vez crearse su propio modo de estar con los otros.
El trabajo de Ana, se inició presentando el habla como lo que es posible en tanto la voz como objeto ha sido separada del cuerpo. Aníbal preguntó sobre cómo definir el habla para que esa afirmación tenga el carácter de tal. Trayendo el planteo de Miller en la conferencia en Roma: “cuando se habla de los objetos a en la experiencia analítica, se trata de dar cuenta de la presencia del cuerpo en el discurso analizante”, Ana trabajó los ejes cuerpo y significante, cuerpo y angustia, angustia como límite al significante, significante como función de corte, corte que separa del cuerpo un resto no significable.
Tomó como referencia el Seminario X y la Angustia Lacaniana y ubicó la función de separación como una generalización de la función de castración en tanto indicadora de la desaparición de un órgano: la libido como órgano se presenta como el nuevo paradigma del objeto perdido que se aísla por efecto de una pérdida “natural”, sin agente. La función del objeto a que Lacan construye, es generalizada, no edípica, topológica y sincrónica. La separación del objeto se presenta como automutilación. Estatuto del objeto anterior a la simbolización fálica, anterior a la constitución de la función paterna. La angustia le permite a Lacan alcanzar el objeto como real, el objeto de satisfacción de la pulsión, satisfacción de goce anterior al deseo y su objeto.
Al independizarse la lista de objetos de la referencia a la castración y al desarrollo y al regularse por las zonas erógenas, permiten a Lacan agregar no sólo el objeto escópico y el vocal como objetos naturales sino también objetos de la cultura y de la sublimación (las obras).
El cuerpo entra en la constitución del sujeto del inconsciente bajo las especies del objeto a.
Al final del Seminario X Lacan dibuja una nueva figura del padre, no el de la metáfora sino el que sabría remitir el deseo al objeto a como su causa. Esto supone una renuncia a la ilusión de la potencia y delinea un padre que no sería otro que el analista.
A partir de allí ubicó la voz como lo que resuena en el vacío del A, como imperativo superyoico, voz que habita el lenguaje y equivale a la enunciación. “La voz responde a lo que se dice pero no puede responder por eso. Para que ella responda debemos incorporar la voz como la alteridad de lo que se dice.” Y si hablamos es para hacer callar la voz como objeto a. Ejemplificó con un caso clínico donde una mujer, para acallar el “vozarrón” materno se dedica a tocar el piano y a tomar clases de armonía musical como modo de ordenarse la vida.
El trabajo de Graciela, comenzó diferenciando la función del silencio de la ausencia de palabra: “callarse no es sinónimo de silencio, sino que puede habilitar una demanda silenciosa, nada menos que de la pulsión, al tiempo que, como dice Lacan, silenciarse no libera a nadie del lenguaje”. Definió su campo como el de la contrariedad y lo contradictorio. El silencio como un lugar de contrariedad “puede constituirse como el soporte de una función esencial de la práctica analítica que trabaja en los bordes del muro del lenguaje”. Esto permitirá separarlo de las “afinidades del silencio con el goce”: perplejidad alucinatoria, mutismo fantasmático, analista “callado”, mística, consideraciones filosóficas, etc., o “la voz áfona del elocuente silencio pulsional”.
Aníbal reflexionó sobre la necesidad de la Transferencia para ver esas afinidades del silencio con el goce y bajo dos caras: antisignificante, es decir las detenciones u obstáculos para continuar con el desplazamiento significante y asignificante, referida al silencio que no es callarse y que Lacan refiere a uno de los nombres del semblante del objeto.
Graciela tomó la formulación de Miller: “si lo que tienen en común un analista y una pulsión es el silencio”, ¿cómo probar su diferencia para que sea posible con uno tocar el otro?. Y concluye que son dos silencios distintos sin nada en común. Refiriéndose al cuadro de Munch “El grito”, Lacan ubicó el silencio como lo que sigue al grito, lo que brota escapándose del grito. El silencio viene después. Esta temporalidad indica su lugar, siempre después, siempre en los bordes del grito, Lacan dice que ni uno ni otro, están ligados o se contienen. Es ese instante del después no mediado por el significante.
Caracterizado como función del límite puede articularse al campo de la interpretación, tal como enseña E Laurent cuando dice que una interpretación debe comportar su silencio.
Preguntó Graciela entonces si es posible, con el silencio entendido como el después presente en la interpretación, aislar lo real y se respondió ubicando a la interpretación lacaniana como siendo la que se priva del S2 por apuntar a un más allá del descifrado, la que podría eventualmente llegar más lejos que el inconciente y al silencio de la interpretación como lo que podría realizar de forma más acabada el ab-sens, la ausencia de sentido en la palabra.
Finalmente en el espacio de conversación se comentó la frase de Lacan en la Conferencia de Ginebra, sobre la condición de verbosos de los autistas, que retomó Maleval, en tanto de lo que se defienden es de su propia voz como presencia sonora.
La función del mercado como estabilizador en muchos casos.
Se interrogó si en el autismo se trataba de la no cesión del objeto al campo del A como en la psicosis o si se trataba de la no separación de la libido como órgano. Cuestión pensada en relación al caso planteado, donde los objetos hacían función de órgano intermediario entre el sujeto y el Otro.
Se mencionó un libro de Dollar, filósofo esloveno, vinculado al Campo Freudiano y prologado por Zizek, de reciente aparición “La voz y nada más”. Allí hace un trabajo exhaustivo de la voz, y concluye ubicando el silencio como su reverso, mientras que en el trabajo presentado, Graciela lo explicitó, se trató de ubicar el silencio en el campo de la contrariedad, como lo que va a contrariar en el análisis todo lo que tenga que ver con la escena fantasmática. Por otro lado, Dollar hace coincidir el silencio del analista con el de la pulsión opuesto al trabajo en el que el silencio se ubicó, no en oposición a la palabra sino como asignificante, con la posibilidad de producir una ausencia, ausencia de sentido en la palabra, ab-sens, pudiendo ir al campo de lo insensato, del sin sentido.
Se concluyó que en vez de la función silencio del analista sería más ajustado decir la función silencio en la interpretación, como la que puede agregar la ausencia de sentido como orientación a lo real.
Se tomó la tesis de Maleval quien afirma que la disociación de la voz y el lenguaje están en el principio del autismo como protección ante la presencia sonora, Real, de un Otro demasiado angustiante. Inventar un nombre, nombrar los objetos, funcionaría como una envoltura formal. Los objetos harían de órgano intermediario entre el sujeto y el Otro, lo ponen a distancia.
¿Cuál es el mecanismo que cada uno puede inventar para atemperar al Otro y hacer su vida vivible? El caso presentado mostró un modo de hacer con la lengua que produjo un tipo de sujeto como respuesta de lo Real. Se obsesionaba en combinar nombres comunes y propios, identificando los objetos en lo real a partir de lo simbólico, obsesión que no fue coartada por la familia Lewis con quienes vivía. Estas “obsesiones” fueron vinculadas también a otra “autista de alto rendimiento” –Temple Grandin- quien afirmaba: “Mis obsesiones disminuían mi excitación y me tranquilizaban…” Gustavo señaló que allí resonaba el concepto lacaniano de sinthome.
En esta invención de los nombres no había intervalo, vacío y sin embargo cumplió la función de un recurso sintomático que permitió humanizar, apaciguar a su A y a su vez crearse su propio modo de estar con los otros.
El trabajo de Ana, se inició presentando el habla como lo que es posible en tanto la voz como objeto ha sido separada del cuerpo. Aníbal preguntó sobre cómo definir el habla para que esa afirmación tenga el carácter de tal. Trayendo el planteo de Miller en la conferencia en Roma: “cuando se habla de los objetos a en la experiencia analítica, se trata de dar cuenta de la presencia del cuerpo en el discurso analizante”, Ana trabajó los ejes cuerpo y significante, cuerpo y angustia, angustia como límite al significante, significante como función de corte, corte que separa del cuerpo un resto no significable.
Tomó como referencia el Seminario X y la Angustia Lacaniana y ubicó la función de separación como una generalización de la función de castración en tanto indicadora de la desaparición de un órgano: la libido como órgano se presenta como el nuevo paradigma del objeto perdido que se aísla por efecto de una pérdida “natural”, sin agente. La función del objeto a que Lacan construye, es generalizada, no edípica, topológica y sincrónica. La separación del objeto se presenta como automutilación. Estatuto del objeto anterior a la simbolización fálica, anterior a la constitución de la función paterna. La angustia le permite a Lacan alcanzar el objeto como real, el objeto de satisfacción de la pulsión, satisfacción de goce anterior al deseo y su objeto.
Al independizarse la lista de objetos de la referencia a la castración y al desarrollo y al regularse por las zonas erógenas, permiten a Lacan agregar no sólo el objeto escópico y el vocal como objetos naturales sino también objetos de la cultura y de la sublimación (las obras).
El cuerpo entra en la constitución del sujeto del inconsciente bajo las especies del objeto a.
Al final del Seminario X Lacan dibuja una nueva figura del padre, no el de la metáfora sino el que sabría remitir el deseo al objeto a como su causa. Esto supone una renuncia a la ilusión de la potencia y delinea un padre que no sería otro que el analista.
A partir de allí ubicó la voz como lo que resuena en el vacío del A, como imperativo superyoico, voz que habita el lenguaje y equivale a la enunciación. “La voz responde a lo que se dice pero no puede responder por eso. Para que ella responda debemos incorporar la voz como la alteridad de lo que se dice.” Y si hablamos es para hacer callar la voz como objeto a. Ejemplificó con un caso clínico donde una mujer, para acallar el “vozarrón” materno se dedica a tocar el piano y a tomar clases de armonía musical como modo de ordenarse la vida.
El trabajo de Graciela, comenzó diferenciando la función del silencio de la ausencia de palabra: “callarse no es sinónimo de silencio, sino que puede habilitar una demanda silenciosa, nada menos que de la pulsión, al tiempo que, como dice Lacan, silenciarse no libera a nadie del lenguaje”. Definió su campo como el de la contrariedad y lo contradictorio. El silencio como un lugar de contrariedad “puede constituirse como el soporte de una función esencial de la práctica analítica que trabaja en los bordes del muro del lenguaje”. Esto permitirá separarlo de las “afinidades del silencio con el goce”: perplejidad alucinatoria, mutismo fantasmático, analista “callado”, mística, consideraciones filosóficas, etc., o “la voz áfona del elocuente silencio pulsional”.
Aníbal reflexionó sobre la necesidad de la Transferencia para ver esas afinidades del silencio con el goce y bajo dos caras: antisignificante, es decir las detenciones u obstáculos para continuar con el desplazamiento significante y asignificante, referida al silencio que no es callarse y que Lacan refiere a uno de los nombres del semblante del objeto.
Graciela tomó la formulación de Miller: “si lo que tienen en común un analista y una pulsión es el silencio”, ¿cómo probar su diferencia para que sea posible con uno tocar el otro?. Y concluye que son dos silencios distintos sin nada en común. Refiriéndose al cuadro de Munch “El grito”, Lacan ubicó el silencio como lo que sigue al grito, lo que brota escapándose del grito. El silencio viene después. Esta temporalidad indica su lugar, siempre después, siempre en los bordes del grito, Lacan dice que ni uno ni otro, están ligados o se contienen. Es ese instante del después no mediado por el significante.
Caracterizado como función del límite puede articularse al campo de la interpretación, tal como enseña E Laurent cuando dice que una interpretación debe comportar su silencio.
Preguntó Graciela entonces si es posible, con el silencio entendido como el después presente en la interpretación, aislar lo real y se respondió ubicando a la interpretación lacaniana como siendo la que se priva del S2 por apuntar a un más allá del descifrado, la que podría eventualmente llegar más lejos que el inconciente y al silencio de la interpretación como lo que podría realizar de forma más acabada el ab-sens, la ausencia de sentido en la palabra.
Finalmente en el espacio de conversación se comentó la frase de Lacan en la Conferencia de Ginebra, sobre la condición de verbosos de los autistas, que retomó Maleval, en tanto de lo que se defienden es de su propia voz como presencia sonora.
La función del mercado como estabilizador en muchos casos.
Se interrogó si en el autismo se trataba de la no cesión del objeto al campo del A como en la psicosis o si se trataba de la no separación de la libido como órgano. Cuestión pensada en relación al caso planteado, donde los objetos hacían función de órgano intermediario entre el sujeto y el Otro.
Se mencionó un libro de Dollar, filósofo esloveno, vinculado al Campo Freudiano y prologado por Zizek, de reciente aparición “La voz y nada más”. Allí hace un trabajo exhaustivo de la voz, y concluye ubicando el silencio como su reverso, mientras que en el trabajo presentado, Graciela lo explicitó, se trató de ubicar el silencio en el campo de la contrariedad, como lo que va a contrariar en el análisis todo lo que tenga que ver con la escena fantasmática. Por otro lado, Dollar hace coincidir el silencio del analista con el de la pulsión opuesto al trabajo en el que el silencio se ubicó, no en oposición a la palabra sino como asignificante, con la posibilidad de producir una ausencia, ausencia de sentido en la palabra, ab-sens, pudiendo ir al campo de lo insensato, del sin sentido.
Se concluyó que en vez de la función silencio del analista sería más ajustado decir la función silencio en la interpretación, como la que puede agregar la ausencia de sentido como orientación a lo real.
Estela Schussler