Miércoles 9 de septiembre de 2009 Presentamos hoy un texto que nos ha hecho llegar Carlos G. Motta . En él se precisa en cuánto la función deseo del analista permite despejar los embrollos de la doctrina de la contratransferencia. Pone, entonces, al deseo del analista en el centro de la cuestión de la dirección de la cura lacaniana. Nos interesa agregar a ésto lo que dice J.-A. Miller en la clase VIII de su curso 2009 “Cosas de finura en psicoanálisis”: “…(esa función opera) a condición de que el deseo del analista permanezca velado, críptico”.
Nos surge así la pregunta acerca de si un excesivo acento puesto en lo terapéutico en la práctica del psicoanálisis aplicado pueda contribuir a descuidar esa condición.
Contratransferencia y el Otro Social
El concepto de contratransferencia cobra un nuevo significado en la época que nos toca vivir. La precariedad como signo de la época o el desajuste del significante Nombre del Padre, termina cobrando un alcance que atraviesa un concepto a veces olvidado. En el Seminario 11. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis (1964) Lacan afirma: “La transferencia es un fenómeno en el cual están incluídos conjuntamente el sujeto y el analista. Dividirlo en los términos de transferencia y contratransferencia, por mucha que sea la audacia, la desenvoltura de las declaraciones que se permiten algunos sobre este tema, siempre es una forma de eludir la cuestión”
Lacan no niega que el propio analista pueda tener algún sentimiento hacia sus analizantes, pero que él mismo sirva para interrogarse qué lo provocó y qué le provoca, a fin de posicionarse óptimamente en la dirección de la cura. Uno de los problemas que plantea la teoría de la contratransferencia es el de la simetría que se establece entre analista y analizante. Como si ambos estuvieran comprometidos como personas, como egos, en el desarrollo del proceso analítico. Por otro lado, sabemos que los sentimientos son siempre recíprocos, pero en este sentido, si entramos en una llamada lógica de los sentimientos, nos encontramos en un callejón sin salida. Con la función “deseo del analista”, Lacan intenta rebatir el concepto de contratransferencia y el uso que se ha hecho de él. El término contratransferencia no es pertinente y es porque el analista, en el dispositivo analítico, no es un sujeto. Más bien actúa como semblante de objeto a. La cuestión no es saber lo que experimenta como sujeto, sino situar lo que, como analista, puede o debe desear: cuestión ética, se ve, más que psicológica. Sobre este punto, Lacan indica especialmente que el deseo del analista en tanto tal, va en sentido contrario al de la idealización y revela que la “tela” que constituye al sujeto está en relación al objeto a y no de una imagen idealizada de sí mismo en la que podría complacerse. De esta manera, vemos como el concepto de contratransferencia provoca embrollos en la dirección de una cura. Existe una prioridad lógica en la afirmación de Lacan: “Lo único que les pido es que no estén demasiado satisfechos”. Y aquí nos introduce directamente en lo que él denomina un deseo más fuerte que el de abrazar a un paciente o arrojarlo por la ventana: el deseo del analista. Tener en cuenta esta práctica de la contratransferencia exige diversas concepciones del aparato psíquico, construyendo teorías que parten del sentido común, en el mejor de los casos, hasta explicaciones de analistas con vocación de escritores de ficción, que recaen en lugares banales e incluso, en prejuicios expuestos por una evidente falta de análisis personal y que alimentan a un Otro Social generalizado, que opina, a modo de ejemplo, que la práctica del psicoanálisis es antigua o, incluso, dejada de lado por corrientes “modernas” de corte cognitivista.
Carlos Gustavo Motta