Madrid
20 Y 21 de noviembre de 2010
Círculo de Bellas Artes • Sala de las Columnas
Too mach!: Has vuelto a « reincidir » en la temática masculina con un nuevo libro, esta vez titulado « ¡Por fin Hombres al fin!, que saldrá el mes que viene en Ediciones Grama. ¿Qué es lo que hizo surgir el interés sostenido de elaborar este tema, hasta entonces poco frecuente en la literatura psicoanalítica?
Ernesto Sinatra:
Este libro es el producto de una investigación que lleva ya algunos años. Su primer producto gráfico se remonta a la década de los 90 con la publicación de ¿Por qué los hombres son como son? (Atuel, 1993); allí pretendí indagar el tema de la masculinidad en un tiempo en el que el debate acerca de “¿Qué quiere una mujer?” dominaba la escena psicoanalítica. Procuraba interrogar por qué el “enigma de la femineidad” (nombre lacaniano con el que se traducía la pregunta freudiana) casi había desplazado la indagación teórico-clínica de la posición masculina. Contaba con una hipótesis, muy ‘a mano’: lo escurridizo de la femineidad y su compleja construcción desde la niñez contrastaba con la aparente simpleza del falo-centrismo del varón. Años después comprendí que, más acá de la pertinencia (o impertinencia) de este argumento, se ponía allí en juego una interrogación suscitada en mi análisis personal.
Exactamente diez años después volví a las andadas: escribí “Nosotros los hombres –un estudio psicoanalítico” (Ediciones Tres Haches, 2003) lo que me valió –en la contratapa del libro– el título de “reincidente”. Me encargué allí de la profundización de los temas que habían suscitado mi atención en ¿Por qué los hombres…?: la estructura de la amistad, frecuente substancia aglutinante del ser masculino; las características cambiantes de la época; las transformaciones de la intimidad en hombres y mujeres…
Allí donde en la presentación anterior había un interrogante –de clara procedencia femenina– (¿Por qué los hombres…?) respondí entonces (no sin humor) con un enunciado asertivo que me contenía –en cuanto enunciador– en el conjunto de los hombres. Y allí donde parecía concluido el ciclo –y ya transformado en incorregible– he vuelto al ruedo, años después, con este libro en el que presento a la masculinidad por su nombre (Hombres), flanqueada ahora por dos frases admirativas que funcionan adjetivando el sustantivo de base.
Otra vez las mujeres versionan lo masculino desde una emisión regocijada (¡Por fin hombres!) o con decepción flagrante (¡Hombres al fin!). Desprendemos de ello lo que no deja de ser obvio: que el destino masculino no puede prescindir de estas versiones femeninas, ya desde la cuna. Este libro hace serie con los dos primeros que lo prepararon: revisando conceptos y aseveraciones, poniéndolos a prueba y/o modificándolos, buscando nuevas vías de interrogación; hasta repitiendo –incluso– formulaciones anteriores por su comprobada actualidad. En él se ofrecen conceptos y matemas que intentan formalizar lo que se sustrae en los intercambios entre hombres y mujeres: el sentido que se fuga cuando se pretende atrapar en él al ser masculino (y no menos al femenino).
Por ello, se trata en él de una investigación que sigue en curso, es decir: que permanece inacabada, abierta, inscribiéndose en una lógica inconsistente. Pero al nombrarla de este modo, esta suerte de definición se halla en consonancia con lo que hemos aprendido de la estructura real de las mujeres.
Too mach!: ¿Cuáles son las particularidades de la posición masculina en la actualidad?
Ernesto Sinatra:
¿Es preciso reivindicar a los hombres en la actualidad? ¿Sería adecuada la reinvención de una “identidad masculina” para responder a cierta presión de la época, que representantes de la sociología contemporánea han denominado “feminización del mundo”? Y lo que de ello se desprende: el “modelo masculino” ¿habría perimido? “Ser un hombre de verdad” ¿define una substancia masculina que, como la testosterona, permanecería invariable a través de los siglos, más allá de las modificaciones de los semblantes con los que los hombres se visten en cada época? ¿Equivaldría ello a decir que “los hombres son hombres”, incluso más allá de los cambios en la jurisprudencia que ha conducido a promulgar el matrimonio igualitario, por ejemplo? ¿Siguen siendo los hombres como eran tan sólo algunas décadas atrás, o encuentran -ellos y ellas- alguna diferencia substancial en su forma de asumir hoy su masculinidad?
Y del lado de ellas: ¿es verdad que muchas mujeres cada vez que se encuentran con un “hombre de verdad” exclaman asombradas ¡Por fin hombres!? ¿No es acaso cada vez más frecuente encontrar en la consulta un tipo de mujeres –al que gusté en llamar: nuevas patronas– que se ha cansado de esperar de los hombres una solución y ha decidido “hacerlo por mi misma” (como decía una de ellas echada en el diván analítico), ya sea prescindiendo de ellos o tomando la iniciativa como una verdadera “mujer de las llaves” (denominación empleada por un analizante para describir a las mujeres que usan objetos como anzuelos de seducción, para mostrar que ellas sí tienen (departamentos, autos…)? Hay hombres que responden con síntomas a este nuevo estado de cosas.
Y al revés: ¿acaso no encontramos, por el contrario, otras mujeres que prefieren la versión anterior de los hombres y sueña con “que los hombres vuelvan a ocupar su lugar para sentir otra vez que el hombre es nuestro sostén, el padre de familia” y –entre muchas otras cosas– “que vuelvan a mantenernos”?
Too mach!: ¿Qué nuevos síntomas padecen los hombres?
Ernesto Sinatra:
También los tiempos son generosos en proporcionarnos ejemplos por doquier del desajuste entre la naturaleza de los cuerpos y las elecciones sexuadas. En el libro recorro fenómenos actuales y casos clínicos para intentar demostrar hasta qué punto el goce femenino no sólo es un problema para una mujer sino que no lo es menos para un hombre. Ya que, y por más que en el vértigo de los tiempos que corren se hable a viva voz de ‘los hombres-esquivos’ –los que huyen del compromiso emocional con las mujeres– ¿no es menos cierto que muchas de ellas también no saben qué hacer con su sexualidad y tienen que inventarse Otra mujer como modelo para imitar (y/o para despedazar en sus fantasmas)?
Por eso: ¿en qué consiste hoy la “identidad masculina”? ¿Sigue siendo determinada por lo que le ha sido transmitido a cada hombre por su padre, acaso? ¿O se trata de que lo que hoy domina la identidad son las identificaciones promovidas por lo que dictan los especialistas, lo que aconsejan los blogs, las imágenes colgadas en Facebook o por el ojo omnivoyeur de la televisión que nos mira, por ejemplo?
Y de ser así, ¿hasta qué punto no son los fragmentos del padre tradicional los que se nos ofrecen en los mismos gadgets: objetos restos de la producción de las tecno-ciencias que inundan el mercado de consumo planetarizando el mundo? ¿No son acaso esos aparatos -que- enseñan-cómo-gozar, trozos de información producidos por saberes expertos?
De todos modos, el Padre de la tradición ha implosionado en nuestras mismas narices. Y no se trata aquí de producir ningún arrebato nostálgico para reintroducirlo (ni tampoco de acudir a ningún fundamentalismo reivindicante).
De todos modos, el Padre de la tradición ha implosionado en nuestras mismas narices. Y no se trata aquí de producir ningún arrebato nostálgico para reintroducirlo (ni tampoco de acudir a ningún fundamentalismo reivindicante).
El discurso psicoanalítico –tal como lo precisó con extrema claridad Jacques-Alain Miller– ya no es el revés del discurso del Amo como en el siglo de su nacimiento. Los tiempos de la rígida moral victoriana y su empuje a la represión son ya cosa del pasado.
La versión actual del capitalismo híper-moderno ha desempolvado el goce que dormía en el inconsciente y lo ha elevado a un papel protagónico en la sociedad del espectáculo esparciéndolo por doquier.
La versión actual del capitalismo híper-moderno ha desempolvado el goce que dormía en el inconsciente y lo ha elevado a un papel protagónico en la sociedad del espectáculo esparciéndolo por doquier.
La civilización actual al igual que el psicoanálisis dan hoy trato a las renovadas formas de goce que se manifiestan; pero a diferencia de la civilización, que al promover satisfacciones contradictorias fuerza la imposibilidad real de “gozar libremente” y desencadena fenómenos bizarros, el psicoanálisis responde recogiendo el guante y se encarga de darle tratamiento a tales afecciones que enmarcan la época: depresiones por caída del deseo; trastornos de la alimentación; poli-adicciones…, ¿no son los cuerpos invadidos de la fantasía de Cronenberg los que explotan con la introducción de los tóxicos híper-modernos enmarcando los síntomas actuales de los hombres? Y mientras todo ello ocurre, los hombres no dejan de refugiarse entre ellos debatiendo acerca de sus grandes temas, es decir de sus “vicios”: siempre encausados por el goce fálico (aunque no sólo determinados por él) ellos hablan de las mujeres, de los deportes, discurren acerca de la amistad, condescienden a tratar problemas de familia, del amor… Las preocupaciones masculinas continúan allí dando la medida de sus goces.