Reseña: existe una contradicción en el mundo contemporáneo: de un lado, dado que los problemas en salud mental, afectan la producción capitalista y hay una explicación de la enfermedad mental como un problema neurobiológico, se cifra la esperanza de solución en el uso de medicamentos. Esa posición es uno de los pilares de la industria farmacéutica y está reforzada por la filosofía positivista de la mente y por las neurociencias. De otro lado, subyace la desesperanza que lleva al sujeto contemporáneo a aceptar promesas de felicidad rápida como las autoayudas.
La normalidad, que hace parte del mito de la salud mental, no existe para el psicoanálisis; de ahí que Jacques-Alain Miller defina la salud mental como el orden público, en tanto busca el funcionamiento dentro de las normas de las sociedades. Este no es un fenómeno contemporáneo; desde el S XVIII este problema fue intervenido por el Estado y se crearon doctrinas para justificarlo, en tanto habían “irracionalidades” que no eran convenientes para el funcionamiento social, a ello se le llamo “enfermedad mental”. Si bien antes el loco hacía parte de la vida colectiva, no era un ser excluido y tenía una función en el funcionamiento colectivo. Cuando se hace equivaler salud mental=racionalidad= normalidad, la salud pública se convierte en la guardiana de la salud mental. La existencia humana implica cierta anormalidad, que no se explica por lo biológico.
La Asociación Psiquiátrica Americana ha propuesto revisar la clasificación del DSM IV, hay en juego una preocupación por criterios que sean vigentes sobre la salud mental, y se advierten las fallas epistemológicas en este sistema de clasificación, que tiene interrogado al DSM desde la psiquiatría misma. Esta perspectiva, se basa en el criterio que define la normalidad y la anormalidad psíquica, por medio de frecuencias estadísticas en una determinada categoría, esto se hace equivalente a la verdad, lo cual es muy problemático. Si bien clasificar es necesario para ordenar el mundo, se puede clasificar bien o mal. La pulverización del síntoma en el DSM pretende objetivar al máximo, al costo de borrar al sujeto; si bien esto está presente en el manual estadístico, en la práctica psiquiátrica, se utilizan muy pocas clasificaciones.
El psicoanálisis no oferta la salud pública, ni ofrece la felicidad; propone reconocer la singularidad de cada ser humano y que el sujeto sea capaz de hacer algo con su sufrimiento, distinto a la queja, que un sujeto pueda hacerse cargo de la responsabilidad de su propia existencia, sin imputarle al otro la responsabilidad por la misma.
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