Khalil Sbeit es miembro de la NLS. Es psicoanalista en Haifa, Israel y palestino. En 1948, durante la guerra de independencia de Israel, la familia de su padre fue evacuada por la armada Israelí junto con el resto de los habitantes del pueblo de Ikrit en Galilea, cerca de la frontera libanesa. Estos habitantes se instalaron en Rameh, otro pueblo árabe en el interior del país. Se les prometió que recuperarían su tierra quince días después. 66 años más tarde, ese retorno prometido no ha tenido aún lugar, a pesar de la lucha jurídica y política muy mediática, de la que el padre de Khalil, poeta popular, ha sido uno de sus líderes. Mientras tanto, las casas han sido destruidas. Solamente la iglesia permanece aún en lo alto de la colina de ese pueblo árabe cristiano.
Gil Caroz: ¡Nuestro tema es “Víctima!”. ¡Tú debes ser un especialista!
Khalil Sbeit: (Risas). Eso, lo dices tú. Yo diría que es un problema del que tengo conocimiento. Lo conozco, en primer lugar a partir de un contexto político. Pero es cuestión de saber cómo esta idea de la víctima entra en resonancia con la vida privada. Yo hablo especialmente de los fracasos que he experimentado en la vida amorosa. La cuestion de saber cómo estos fracasos personales se anudan, a nivel general, con el síntoma político. Digamos así que el tema de la víctima me es conocido a partir de la tragedia familiar. Esta tragedia está ligada a la pérdida de bienes, de una casa, de una tierra. El acto real y cruel de explusión reduce al sujeto al estatuto de objeto. Una vez que esta desposesión ha tenido lugar, la cuestión es saber cómo uno se posiciona en la nueva realidad que emerge. Yo crecí como refugiado palestino. Una familia con pocos recursos financieros, en un contexto rural donde la jerarquización de las clases sociales era muy fuerte. Nosotros teníamos un estatuto inferior y al mismo tiempo, en tanto víctimas, fuimos idealizados. Hay un goce de mantener esta posición de tener una historia que suscita también una cierta estima.
Así, durante años, he estado identificado a esta historia, y hacía esfuerzos para rectificar lo que había pasado. Yo tenía una visión muy social de la reparación. Se trataba de reparar el mundo sujetándose a ideales sociales. Como si fuera una guerra entre la luz y las tinieblas, entre el bien y el mal.
Estos ideales no son completamente falsos, pero cubren algo, ocultan la responsabilidad subjetiva. No se trata de una responsabilidad respecto a acontecimientos: ¡Lo que ha tenido lugar, por supuesto, ha tenido lugar! Pero mi responsabilidad está en juego a nivel de las consecuencias de este acontecimiento histórico. En lo que me concierne, la posición de víctima que me ha sido impuesta por mi historia, ha funcionado como obstáculo a la construcción de una realidad nueva. Pero he realizado un camino, y lo digo también a la luz de mi recorrido analítico, que me ha liberado de ese peso. Por ejemplo, el simple acto de comprar una casa ha sido un paso dificil en mi vida, pues de una cierta manera volvía a ratificar la pérdida de la tierra y de la casa de mis ancestros. Fue necesario que una mujer entre en mi vida para decirme: « tú puedes permitirte comprar una casa».
G.C: Lo que tú dices me hace pensar en un pasaje de la entrevista que David Grossman ha realizado a tu padre y a ti y que ha sido publicada en 1992 en su libro “Presentes ausentes”. Tu padre dice allí: «después de la expulsión, he vivido siempre en viviendas de alquiler. No me he construido una casa, pues creo todavía que mis hijos retornarán a la tierra». Ya en esta entrevista tú dices que vives en Haifa y que no cuentas con volver a Ikrit, aún si te dejaran volver. Tú no has realizado pues el sueño del padre, y más aún, es una mujer la que te permite ir más allá de esta deuda. No es poca cosa. Pues al fin y al cabo, tu mujer, Rim, es palestina ella también. Ella podría haberse encerrado en la posición de víctima. Las mujeres como el psicoanálisis empujan a ir hacia el deseo.
Kh. S.: ¡Absolutamente! Yo tenía también cuestionamientos profesionales, sobre mi vocación. Dudé durante años sobre las vías de elección. Había pensado siempre que la solución al sufrimiento en el cual me encontraba no debía ser colectivo. Me preguntaba si no debía orientarme hacia lo social: devenir periodista, u hombre de política, con el fin de reparar las injusticias. Estuve involucrado en algunas actividades políticas y me he dado cuenta que las cosas no eran tan simples. Los ideales no reparan las injusticas. La experiencia humana oculta un goce del sujeto que no está incluido en los cálculos de los partidos políticos, ni en la estrategia y las tácticas de las luchas ideológicas. Yo he debido interesarme en mis propios síntomas y operar una «división de aguas». Para aclararlo, me permito comentar que, antes del análisis con una mujer, el trato a la mujer judía era para mí condición de amor, y los fracasos en ese dominio me hacían atribuir la ausencia de relación sexual a la novela familiar nacional en la cual yo había nacido. Era necesario separar, por una parte, el hecho de ser vícitima en una historia tan pesada y, por otra parte, los elementos subjetivos que sostenían esta posición.
C.: ¿Podemos decir que la víctima social y política está alojada en el yo y que era necesario separar el trauma del humano como tal, aquel que está ligado al encuentro del significante con el cuerpo?
Kh. S.: Sí, lo podemos decir así. Pero esto no me impide de tener una posición en relación a los acontecimientos históricos que condeno y que, según creo no tendrían que haber tenido lugar. Como tú lo dices, el sufrimiento, de todas formas, no falta al humano. ¿Qué podría agregar? Al mismo tiempo, pienso que la posición de víctima tiene un precio, el del despojo de la responsabilidad subjetiva con respecto a lo que nos ocurre. Bajo pretexto de estar en el lugar de objeto del goce del Otro, se pueden hacer muchas cosas. En mi caso, eso no me ha ocurrido, pero puedo comprender cómo uno puede devenir un monstruo a partir de este punto de partida. Mi padre me dijo un día: « el que ha estado tostado en el fuego de los nazis, deviene o bien un hombre pleno de compasión, o bien un monstruo ». Él hablaba de los Israelíes, pero yo pienso que él hablaba de sí mismo.
C.: Jacques-Alain Miller, en «La ‘decencia común’ de la Oumma(1)», escribe: «los judíos han robado su tierra al pueblo palestino, y se trata que se la devuelvan». Si uno lee el texto en su integridad, hay que reconocer que éste no es un programa político. Hay más bien una indicación: para abordar lo real, se trata de deshacerse de la cara estúpida de las identificaciones que se aferran al goce. Esto se inscribe en lo que Jacques-Alain Miller llama el «combate con el Ángel de la debilidad humana».
Kh. S.: ¿Y quién es el Ángel de esta debilidad? Desde mi punto de vista, la posición de identificación a la víctima es una versión de este Ángel. El goce de la víctima, en los palestinos, no permite hacer con el trauma de manera de extraerse de él. Es decir, sin cesar: «los judíos han robado la tierra». ¿Y luego? La idea que se deba devolver toda la tierra no puede ser un programa político hoy en día.
Pero si los palestinos debieran comprender que es necesario atravesar la posición victimista, es necesario reconocer también que esta tierra les ha sido robada. Yo pienso que en el momento en que haya un reconocimiento de esta verdad, algo nuevo podrá ser posible en nuestra realidad, y podremos salirnos de esta repetición.
Nosotros, los palestinos, nos decimos «somos víctimas de las víctimas». Es el pasado. Pero hay también una responsabilidad concerniente al presente y al porvenir. Yo puedo llorar sin cesar la historia de mi familia. Puedo querer volver sobre el pasado y repararlo. Pero ese pasado es un real que es necesario soportar, y con el cual es necesario hacer algo hoy. Es así como yo veo las cosas.
Nota:
1-. Miller J.-A., La «Decencia común» de l’Oumma, Lacan Cotidiano, 474, 7 fébrero 2015.