La Gran Conversación de la Escuela Una
Flashes
De affectio…
Enric Berenguer
Dándole vueltas a lo que me sugería el tema del control, pensé que el término mismo, con sus resonancias más comunes, no traduce bien lo que para mí es predominante en la experiencia.Lacan, en « Función y campo de la palabra » (Écrits, pág. 253) apunta a algo que no tiene nada que ver con una posición de dominio: « Si el controlado pudiera ser puesto por el controlador en una posición subjetiva diferente de aquella que implica el término siniestro de control […], el mejor fruto que obtendría de este ejercicio sería aprender a mantenerse él mismo en la posición de subjetividad segunda en la que la situación pone de entrada al controlador ». Se describe el control, pues, como un verdadero dispositivo, en el que cada cual pone lo suyo y algo se produce con el concurso de los dos.En su práctica concreta entre nosotros, al menos tal como yo la he conocido, el control tiene que ver con una modalidad de affectio, en el sentido en que en su día Jacques-Alain Miller planteó: « Para que haya una Escuela, ante todo es cuestión de que haya affectio societatis » (Elucidación de Lacan: charlas Brasileñas, EOL, Paidós, 1998)Entiendo que la cuestión del control es en gran medida una expresión y una práctica de dicha affectio, bajo una modalidad particular. Sí, el control es una práctica agradable, en la que se genera un vínculo que participa de la transferencia de trabajo.Podemos considerar el control como un dispositivo de Escuela, en el que cierta modalidad de transmisión está en juego. Y, si acordamos que es un dispositivo de transmisión, nos podemos preguntar qué es lo que en él pasa. Algo, en efecto, pasa, aunque no se trate del pase.Para responder a esta pregunta, daré un rodeo. Se me ocurre plantearlo por el lado del reconocimiento, pero no en el sentido que podríamos pensarlo como obvio. Elegir a un colega para controlar con él supone un reconocimiento, de eso no hay duda. Supone también abandonar el lugar del psicoanalista amo y ponerse a trabajar con otro a quien se le reconoce una formación. Sin embargo, lo grato es comprobar que en una experiencia regular de control (que supone, como tal, la admisión en el dispositivo: no cualquiera es admitido), el que ocupa el lugar de controlado es reconocido.Y esto en dos aspectos que se pueden distinguir. En primer lugar, porque el control permite situar el real en juego, de tal manera que aquello que a veces puede ser vivido en la práctica en el plano de la impotencia adquiere otra dignidad, la de un imposible circunscrito. En segundo lugar, porque la práctica continuada del control permite el reconocimiento de un estilo propio, dar forma a aquello de uno, de su singularidad, que desempeña un papel crucial en su práctica, permitiendo incluso que lo que de entrada se manifestaba como obstáculo pueda ser asumido como irrenunciable, como causa de la transferencia en la forma que ésta toma en cada cura, con un analista que es siempre único.Me hubiera divertido poder acuñar una fórmula semejante a la de affectio societatis, poniendo en vez de « societatis » el genitivo de la palabra equivalente a control… pero resulta imposible. Porque la palabra latina para lo que se suele entender por control no es nada menos que…. ¡imperium! Affectio imperii hubiera sonado francamente mal.Lo que ocurre es que la palabra control viene, al parecer, del latín tardo-medieval contra rotulus, que pasó al francés contreroule y de ahí al inglés countrollen. Rotulus, roule, es el rollo de pergamino en el que se guardaban textos escritos. Y, en particular, contreroule se refiere a un sistema por el que, a modo de comprobación, se inscribían en un segundo rollo las anotaciones, sobre todo contables, previamente anotadas en un primer rollo.¿Podríamos jugar un poco con esa metáfora? Quizás se pueda decir que, en efecto, en ese dispositivo de transmisión que es el control, alguien se dirige a un colega de la Escuela para que algo de su práctica se inscriba en ese Otro peculiar que sólo se hace existir mediante alguna modalidad de transferencia de trabajo, con su carga necesaria de afecto. En esa inscripción, la práctica de cada uno es admitida, reconocida, además de orientada; y al mismo tiempo se va escribiendo la historia del psicoanálisis en una época determinada, que siempre se hace caso por caso, incluso sesión a sesión.Por eso el control hace Escuela, como de modos muy distintos la hacen el cartel y el pase.