EL GOCE FEMENINO PARA JACQUES LACAN
El goce femenino fue un enigma para los psicoanalistas:
En el Seminario 14 « La lógica del fantasma », Lacan se queja de que el psicoanálisis no ha dicho nada sobre el goce femenino: Clase del 10 de mayo de 1967: « Hace falta agregar que durante sesenta y siete años los forjadorcillos psicoanalíticos no han hecho nada para que sepamos más sobre el goce femenino, aunque de la mujer, de la madre hablemos sin parar, es algo que vale la pena resaltarlo ».
Clase del 24 de mayo de 1967: « Hay una cosa que vale la pena que sea remarcado, observada: que el psicoanálisis parece que en una cuestión tal como la que acabo de producir, volverá incapaces a todos los sujetos instalados en su experiencia, principalmente los psicoanalistas, de afrontarla mínimamente. La prueba está hecha abundantemente; en esta cuestión de la sexualidad femenina no se ha hecho jamás un paso que sea serio, viniendo de un sujeto aparentemente definido como macho por su constitución anatómica. Pero lo más curioso es que las psicoanalistas mujeres, aproximándose a este tema, muestran todos los signos de un desfallecimiento que sugiere que están, por lo que podría tener que formular, aterradas de suerte que la cuestión del goce femenino no parece próxima a ser puesta en estudio ya qué ¡mi Dios! es el único lugar donde se podría decir algo serio. Al menos de evocarlo así, sugeriría a cada uno y especialmente a quien pueda tener algo de femenino entre los que parecen mis auditores, el hecho que se pueda expresar así en lo atinente al goce femenino; nos basta ubicarlo para inaugurar una dimensión que, aún si no hemos entrado por no poder, es esencial situarlo ».
En el Seminario 17 se queja, pág. 75: « Evidentemente, Freud a veces, nos abandona, se escabulle. Abandona la cuestión cuando se aproxima al goce femenino ».
La cuestión del capricho.
Lacan estudia la cuestión del capricho en el Seminario 6. Allí hace equivaler la voluntad presente en el capricho, a la pulsión como voluntad de goce, cuando lo real aparece como el amo. « Así lo quiero, así lo rodeno », cita de Juvenal refiriéndose a una mujer que no cesa de exigir a su marido de repente que mate a un esclavo. Lacan comenta el film « La regla de Juego » de Renoir.[1] Este pasaje fue comentado por Miller en Los usos del lapso[2] y en « Teoría del capricho »[3]
Lacan empieza por diferenciar el goce y el deseo, así como también el goce femenino y el masculino
Lacan, J. Seminario 10 La angustia. El objeto (a) se forja a partir del objeto que se llamaba pregenital, es decir, cuando se aísla en la experiencia analítica un « goce » llamado pulsional exterior al deseo y relativo a la demanda del Otro. « El goce es algo que no es del orden de esta actividad armoniosa que llamaríamos actividad psíquica (…) Este término es en sí mismo el índice de un disfuncionamiento absoluto »[4]. (…) En el goce la relación es con el objeto más bien que con el partenaire.
En la Clase 15 de este seminario Lacan diferencia el goce del deseo en el Seminario 10. El goce es una satisfacción más mítica e independiente del deseo. Saben ya por cierto número de abordajes, y especialmente el que realicé en aquel año, que a ese goce es preciso concebirlo tan míticamente que deberíamos situar su punto como profundamente independiente de la articulación del deseo, esto porque el deseo se constituye más acá de esa zona que separa uno de otro, goce y deseo, y que es la falla donde se produce la angustia. El deseo como goce queda desde entonces circunscrito a la dimensión del goce fálico.
En el Seminario 13, « El objeto del psicoanálisis », señala una diferencia radical entre los goces masculino y femenino referidos a la función sexual: ¿Cómo olvidar la profunda disparidad que hay entre el goce femenino y el goce masculino? Es por esto que en Freud se habla de todo, de actividad, de pasividad, de todas las polaridades que ustedes quieran, pero jamás de masculino—femenino. Porque eso no es una polaridad. Y por otra parte, como eso no es una polaridad es totalmente inútil intentar hablar de esta diferencia. En el Seminario 14, « La lógica del fantasma », Clase 12, Lacan continúa: Esta es la cara más decepcionante que se suponga, de una satisfacción, si se trataba simplemente de goce. Pero cada uno sabe que si algo está presente en la relación sexual es el ideal del goce del Otro, también lo que constituye su originalidad subjetiva, pues es un hecho que al limitarnos a las funciones orgánicas nada sea más precario que este entrecruzamiento de los goces. Si algo nos revela la experiencia, es la heterogeneidad radical del goce masculino y del goce femenino, justamente por esto hay almas bondadosas ocupadas, con mayor o menor escrupulosidad, en verificar la estricta simultaneidad de su goce con el de su partenaire. ¡A cuanto fracaso de señuelos y embustes se presta! Hoy no exhibiré su gama ».
Un goce que está a la deriva y hace obstáculo a la relación sexual.
En el Seminario 14, « La lógica del fantasma » sitúa ese goce del lado del cuerpo: « no me es dado ni dable otro goce que el de mi cuerpo ». En el mismo seminario en la clase del 7 de junio de 1967 precisa más sobre el goce; « El goce, es un término ambiguo, se desliza desde donde se dice que no hay goce más que del cuerpo, y que abre el campo del goce desde donde vienen a inscribirse los límites severos en que el sujeto se contenta con las incidencias del placer, sentido donde gozar, he dicho es poseer al macho ».
Introduce un otro goce que está « a la deriva », y que no depende del goce fálico. « Hegel no ha olvidado que si no soy amo, mi goce ya está desplazado, depende de la metáfora del siervo, que para él como para lo que interrogo en el acto sexual hay otro goce que está a la deriva.
Ese goce « a la deriva » « hace la dificultad del acto sexual. Van a decirme, por qué es al nivel de la mujer que es cuestionado. Vamos a decirlo simple y rápidamente (todos los psicoanalistas lo saben, no saben decirlo, por eso lo saben) por esto: que hombre y mujer no han sido capaces de articular la menor cosa sobre el goce femenino. No estoy diciéndoles que el goce femenino no pueda tomar este lugar, está ahí la dificultad del acto sexual. Esta referencia al amo y al esclavo, a saber el goce a la deriva no hay razón para que no sea siempre el goce tanto más en tanto no ha tenido, como el amo la idiotez de arriesgarlo ».
El goce de la mujer se basta perfectamente a sí mismo.
Tal vez el momento más importante para el aislamiento del goce femenino empieza a gestarse en el Seminario 16 De un Otro al otro, en el capítulo « Del Uno-en-más » encontramos toda una reflexión que precede a las fórmulas de la sexuación y la relación con el goce Uno.
« Ya antes hablé de la analogía que la histérica obtenía de su referencia al mujer. No es que la histérica sea obligatoriamente una mujer ni el obsesivo obligatoriamente un hombre. Ahora enunciaré qué concierne a la histérica del modelo con el que la mujer instaura algo mucho más central en nuestra experiencia analítica. Cuando lo presenté en otro lado alrededor de un 21 de mayo, alguien después me preguntó –
Pero ¿Se sabe qué es la mujer? Por supuesto, no lo sabemos más de lo qué es el amo, pero es posible esbozar la articulación, en el campo del Otro, de lo que ocurre con la mujer.
Hay que decir que ella es tan boluda como el amo. Por hora no hablo de las mujeres, hablo del sujeto la mujer como referencia de la histérica. ¿No ven ya lo que ocurre con nuestros dos unos cuando se trata de la mujer? No hay duda de que el uno interior, el S2, es lo que se trata de ver erigirse. Por eso se trata de saber por qué el uno con el que se sostiene el sujeto mujer es tan ordinariamente el Falo, con una F mayúscula. A nivel del uno se trata de suscitar la identificación de la mujer en el espejismo dual, en la medida en que en su horizonte está este Otro, el conjunto vacío, a saber, un cuerpo — ¿un cuerpo vaciado de qué? Del goce.
Allí donde en la apuesta inaugural de esta dialéctica el sujeto amo asume un riesgo de vida, la mujer – no dije la histérica, dije la mujer, porque la histérica, tal como el obsesivo de hace un rato, solo se aplica por su referencia- arriesga, apuesta el goce. Este goce no es su goce, que todos saben que para ella es inaugural y existente, y que no solo lo obtiene sin ninguno de esos esfuerzos y rodeos que caracterizan el autoerotismo en el hombre, sino que subsiste siempre en ella, distinto y paralelo del que obtiene por ser la mujer del hombre, que se satisface con el goce del hombre. Lo que se juega en la partida es el goce del hombre, al que la mujer se aferra, con el que se cautiva como el amo lo hace con el esclavo.
El goce del hombre da el origen radical de lo que desempeña en la histérica el mismo papel que la muerte para el obsesivo, y que es también inaccesible. Decir que la mujer se identifica con él es tan falso, tan vano como sostener que el amo se identifica con él es tan falso, tan vano como sostener que el amo se identifica con la muerte. En cambio, del mismo modo que el esclavo está atado a la muerte, solo subsiste por su relación con ella, y con esta relación hace subsistir a todo el sistema, la relación de la mujer con la castración permite que todo el aparato se sostenga. Además después de haber mencionado a propósito del amo el perinde ac cadáver, recordaré respecto de la mujer esta dimensión bastante notable por estar atrapada en el campo del significante que se llama la necrofilia, en otras palabras, el erotismo aplicado exactamente a un cuerpo muerto. ¿Recordaré en el horizonte la figura de Juana la loca y los quince días de acarreo del cadáver de Felipe el Hermoso?
Estas estructuras, estas funcionales inaugurales que responde por sí solas por la introducción de las dependencias del significante que la experiencia analítica nos permitió articular, nos muestras que, así como el obsesivo no se toma por el amo, según dije, la histérica se presenta no tomándose por la mujer. ¿De qué modo no se toma por la mujer? Precisamente porque en esta estructura que acabo de articular como la del sujeto femenino, ella hace de este sujeto supuesto saber. En otros términos, recuerden a Dora, la histérica está interesada, cautivada por la muerte en la medida en que cree que la mujer es la que sabe lo que se necesita para el goce del hombre.
Ahora bien, algo está ausente en el modelo, a saber, que lo que sostiene así el sujeto femenino, desemboca en la castración del hombre, coas que, alabado sea Dios, conviene decirlo, la función mujer del modelo no sabe. En cambio, la histérica no ignora nada, y por eso se pregunta más allá, como ya lo articulé respecto de Dora en un primer abordaje que hice de la transferencia. Relean esta observación de Freud sin omitir todo lo que en las observaciones anteriores, la de los « Estudios sobre la histeria » nos permite ver simplemente esta correlación – para la histérica la mujer se supone que sabe, mientras que en el modelo ella lo sabe inconscientemente.
No es posible distinguir los dos modelos, el de la histérica y el del obsesivo, en función del factor que acabo de introducir, ya que este reúne bajo la rúbrica de la neurosis tanto un tipo como otro. Por eso pueden constatar además que la muerte, que es el correlato de este factor, está también en juego en lo que la histérica aborda de la mujer.
La histérica hace las veces del hombre que supondría a la mujer saber. Por eso ella participa en este juego por algún aspecto en que la muerte del hombre está siempre interesada. ¿Es necesario decir que toda la introducción de Anna O. en el campo de su histeria no hace más que girar en torno de la muerte de su padre? ¿Es preciso recordar el correlato, en los dos sueños de Dora, de la muerte que implica el joyero de la madre? En el primero, No quiero – expresa el padre – que yo y mis hijos perezcamos en las llamas debido a ese alhajero, y en el segundo sueño se trata del entierro de su padre. Los neuróticos suponen sabidas verdades ocultas. Hay que liberarlas de esta suposición para que ellos, los neuróticos, dejes de encarnar esta verdad.
La histérica ya es psicoanalizante, si se puede decir así, o sea que ya está en el camino de una solución. La busca a partir de implicar al sujeto supuesto saber en ese al que ella se refiere, y por eso encuentra la contradicción hasta tanto el analista no practique el corte entre, por un lado, esto que está en el pizarrón que es la estructura inconsciente, a saber, los modelos que propiamente articulé, tanto respecto del amo como de la mujer, con los tres elementos, uno, uno, conjunto vacío, y por otro lado, la suposición del sujeto supuesto saber, que hace del neurótico naturalmente un analizante, porque esta suposición en sí misma constituye en lo sucesivo, antes de todo análisis, la transferencia.
La coalescencia de la estructura con el sujeto supuesto saber prueba que el neurótico interroga la verdad de su estructura y pasa a encarnar en sí mismo esta interrogación. En resumen, es él mismo síntoma. Si algo puede hacer caer esto, es precisamente la operación del analista, que consiste en practicar el corte, gracias a lo cual la suposición del sujeto supuesto saber se despega, se separa de la estructura. La estructura señala como justa la suposición, salvo que ni el amo ni a la mujer se les puede suponer saber lo que hacen.
El juego de la cura analítica gira en torno de este corte. Es un corte subjetivo porque, con seguridad, todo lo que decimos de un deseo inconsciente siempre desemboca en suponer que un sujeto termina por saber lo que quiere. ¿Qué quiere decir? ¿Es que al enunciar tales fórmulas no conservamos siempre eso que querría decir que hay saber y que hay lo que se quiere, que los dos se distinguen? Seguramente existe un lugar donde es así. Justamente, cuando se trata de decir sí o de decir no a lo que llamé lo que se quiere. A eso se llama voluntad.
Pero en cuanto a saber lo que él quiere, esto es para el amo, como para la mujer, el deseo mismo. Así como yo unía hace poco las tres palabras del uno-en-más, considero aquí el saber-lo-que-él-quiere, y es el deseo mismo.
La histérica supone que la mujer sabe lo que quiere, en el sentido de que ella lo desearía. Por eso la histérica solo logra identificarse con la mujer a costa de un deseo insatisfecho. Asimismo el obsesivo, respecto del amo que le sirve, en un juego de escondidas, para pretender que la muerte únicamente puede alcanzar al esclavo, es aquel que solo identifica del amo lo real, a saber, que su deseo es imposible ».
En la pág. 359 del mismo seminario dice: « El goce de la mujer se basta perfectamente a sí mismo. Si ella erige sin embargo esta mujer mítica que es la esfinge, es porque necesita algo distinto, a saber, gozar del hombre, que no es para ella más que el pene erecto, mediante lo cual ella se reconoce a sí misma como Otro, es decir, como el falo del que está privada, en otras palabras, como castrada. Este es el juego inaugural que ella articula ».
Lo que no puede escribirse.
Lacan, J. Seminario 18. « De un discurso que no fuera del semblante ». « La cuestión es que lo que no puede escribirse en la función (x), no se debe escribir, es decir que ella es lo que dije hace un rato, enunciado, lo que está sobre el punto alrededor del cual va a girar lo que retomaremos cuando vuelva a verlos en dos meses a saber que ella es hablando con propiedad lo que se llama ilegible ».
Lacan en el Seminario 19 en el capítulo « La partenaire desvanecida », pág. 101 anota: « Lo universal solo hace surgir para la mujer la función fálica, en la que ella participa como ustedes saben. (…) Pero ella solo participa allí queriendo arrebatársela al hombre, o bien, Dios mío, imponiéndole el servicio en el caso, …o peor, viene al caso decirlo, de que ella se lo devuelva. Pero eso no universaliza a la mujer, aunque solo sea porque la raíz del no toda es que ella esconde un goce diferente del goce fálico, el goce llamado estrictamente femenino, que no depende en absoluto de aquel. La mujer es « no toda » porque su goce es dual ».
Y continúa en el mismo capítulo una página más adelante: « En el nivel de lo que funciona, es decir, la función fálica, hay meramente esa discordia que acabo de recordar. O sea que de uno y otro lado no estamos – por esta vez- en la misma posición. De un lado tenemos el universal fundado en una relación necesaria con la función fálica, y del otro lado una relación contingente, porque la mujer es no toda ».
« Sin duda el ser hablante es algo, posiblemente. ¿Qué es eso que no es lo que es? Pero ese ser es absolutamente inaprensible. Y es tanto más inaprensible cuanto que está obligado a pasar por el símbolo para sostenerse. Un ser, cuando sólo a partir del símbolo llega a ser, es justamente un ser sin ser. Por el solo hecho de hablar, todos ustedes participan en este ser sin ser. Como contrapartida, lo que se sostiene es la existencia, en la medida en que existir no es ser, sino depender del Otro ».
Lacan, J. El Seminario, Libro 20, Aun. Paidós. Buenos Aires, 2008, pág. 98. « Se le llama impropiamente la mujer, ya que como señalé la vez pasada, el la de la mujer, a partir del momento en que ese anuncia con uno-todo, no puede escribirse ».
El lado femenino del goce y el Uno (lo que no accede al dos):
En el Seminario 19, … o peor, págs. 118 y 119 establece la relación entre el goce femenino y el Uno: « Nada hay tan resbaladizo como ese Uno. Es muy curioso. Si hay algo que tiene caras que llegan a hacerse no innumerables pero sí singularmente divergentes, es por cierto el Uno. No por nada debo primero apoyarme en el Otro. El Otro, escuchen bien, es entonces un entre, el entre que estaría en juego en la relación sexual, pero desplazado, y justamente por interponerse como Otro. Es curioso que al plantear ese Otro, lo que hoy debí proponer no concierne más que a la mujer. Ella es por cierto la que, de esta figura del Otro, nos brinda la ilustración a nuestro alcance, por estar, según lo escribió un poeta, entre centro y ausencia.
¿En qué se convierte para la mujer esa segunda barra que solo puede escribir definiéndola como no toda? – ella no está contenida en la función fálica sin empero ser su negación. Su modo de presencia es entre centro y ausencia. Centro: es la función fálica, de la cual ella participa singularmente, devino a que el al menos uno que s su partenaire en el amor renuncia a la misma por ella, ese al menos uno que ella solo encuentra en estado de no ser más que pura existencia. Ausencia: es lo que le permite dejar de lado eso que hace que no participe de aquella, en la ausencia que no es menos goce por ser gozoausencia ».
Lacan Seminario 20 se precisa y se explica bien: en el capítulo VI, « Dios y el goce de La mujer »: « Otra satisfacción es la que responde al goce que justo hacía falta, justo para que eso suceda entre lo que abreviando, llamaré el hombre y la mujer ». Es decir la satisfacción que responde al goce fálico. (…).
« Tal vez hoy les muestre más bien por qué existe justamente el buen Dios. El modo bajo el cual existe no será tal vez del agrado de todo el mundo, y en especial de los teólogos, (….). Desgraciadamente no estoy del todo en la misma posición, porque tengo que vérmelas con el Otro. Este Otro, si sólo hay uno solito, ha de tener forzosamente alguna relación con lo que aparece del otro sexo. (…)
El goce del cuerpo, si no hay relación sexual, habría que ver de qué puede servir.
Sólo hay mujer excluida de la naturaleza de las cosas que es la de las palabras (…) si la naturaleza de las cosas la excluye, por eso justamente que la hace no toda, la mujer tiene un goce adicional, suplementario respecto a lo que designa como goce la función fálica. Noten que dije suplementario. ¡Dónde estaríamos si hubiese dicho complementario! Hubiésemos ido a parar otra vez al todo.
Las mujeres se atienen al goce de que se trata, y ninguna aguanta ser no toda. (…) El falo, o su hombre, como ella lo llama, no le es indiferente, cosa requetesabida desde Rabelais. Sin embargo, la mujer tiene distintos modos de abordar ese falo, y allí reside todo el asunto. El ser no-toda en la función fálica no quiere decir que no lo esté del todo. No es verdad que no esté del todo. Está de lleno allí.
Pero hay algo de más.
Cuidado con este demás, guárdense de acoger su resonancia demasiado pronto. No puedo designarlo mejor ni de otra manera… Hay un goce, ya que al goce nos atenemos, un goce del cuerpo que está, si se me permite- más allá del falo. Un goce más allá del falo.
Hay un goce de ella, de esa ella que no existe y nada significa. Hay un goce suyo del cual quizá nada sabe ella misma, a no ser que lo siente: eso sí lo sabe. Lo sabe desde luego, cuando ocurre. No les ocurre a todas. (…)
Lo que da cierta plausibilidad a lo que propongo, que de este goce la mujer nada sabe, es que nunca se les ha podido sacar nada. Llevamos años suplicándoles, suplicándoles de rodillas – hablaba la vez pasada de las psicoanalistas- que traten de decírnoslo, ¿y qué?, pues mutis, 1ni una palabra! Entonces, a ese goce, lo llamamos como podemos, vaginal, y se habla del polo posterior del útero y otras pendejadas por el estilo. Si la mujer simplemente sintiese este goce, sin saber nada de él, podrían albergarse muchas dudas en cuanto a la famosa frigidez. (…)
La mística no es todo lo que no es la política. Es una cosa seria, y sabemos de ella por ciertas personas, mujeres en su mayoría, o gente capaz como san Juna de la Cruz, pues ser macho no obliga a colocarse del lado del para todo x Fi de x. Uno puede colocarse también del lado del no-todo. Hay allí hombres que están tan bien como las mujeres. Son cosas que pasan, y no por ello deja de irles bien. A pesar, no diré de su falo, sino de lo que a guisa de falo les estorba, sienten, vislumbran la idea de que debe de haber un goce que esté más allá. Eso se llama un místico.
Ese goce que se siente y del que nada se sabe, ¿no es acaso lo que nos encamina hacia la ex – sistencia? ¿Y por qué no interpretar una faz del Otro, la faz de Dios, como lo que tiene de soporte al goce femenino?
En el capítulo VII, « Una carta de almor », cuando plantea el cuadro con las fórmulas de la sexuación dice: « Pasemos ahora al otro lado. Abordo este año lo que Freud dejó de lado expresamente, el Was will das Weib?, el ¿qué quiere la mujer? Freud postula que sólo hay libido masculina, y qué quiere decir esto si no que un campo nada deleznable queda así ignorado. Este campo es el de todos los seres que asumen el estatuto de la mujer, si es que puede decirse que este ser asume algo en lo tocante a su suerte. Además, se le llama impropiamente la mujer, ya que como señalé la vez pasada, el la de la mujer, a partir del momento en que se anuncia con un no-todo, no puede escribirse. Aquí no hay sino la tachado. Este La/ [La barrada] está relacionado, tal como se los ilustraré hoy, con el significante de A en tanto tachado.
El Otro no es simplemente ese lugar donde la verdad balbucea. Merece representar aquello con lo que la mujer está intrínsecamente relacionada. De ello sólo tenemos testimonios esporádicos, por lo cual, la vez pasada, tomé estos en su función de metáfora. Por ser en la relación sexual radicalmente Otra, en cuanto a lo que puede decirse del inconsciente, la mujer es lo que tiene relación con ese Otro. Es lo que hoy trataré de articular con más precisión.
La mujer tiene relación con el significante de ese Otro, en tanto que, como Otro, éste nunca deja de ser Otro. Doy por sentado que aquí evocarán mi enunciado de que no hay Otro del Otro. El Otro, ese lugar donde viene a inscribirse todo lo que puede articularse del significante, es, en su fundamento, radicalmente el Otro. Por eso, este significante, con los paréntesis, señala al Otro como tachado: S (A/) [A mayúscula barrada] ».
¿Es concebible que el Otro sea en alguna parte aquello mediante lo cual se relaciona la mitad de los seres que hablan, ya que ésta es más o menos la proporción biológica? Pues no es otra cosa lo que está escrito allí en la pizarra con esa flecha que parte del LA/ [La]. Ese LA/ [La barrada]. no puede decirse. De la mujer nada puede decirse. La mujer tiene relación con S (A/) [A mayúscula barrada]., y ya en esto se desdobla, no-toda es, ya que, por otra parte, puede tener relación con
Con designamos ese falo que preciso, diciendo que es el significante que no tiene significado, aquel cuyo soporte es, en el hombre, el goce fálico. ¿Qué es? Nada más que lo que subraya la importancia de la masturbación en nuestra práctica: el goce del idiota.
Diferencia entre el otro goce y el goce del Otro
La clínica del goce Otro no es correlativo al Otro del goce, el que se quiere alcanzar a través del falo, sino por el contrario a su inexistencia. Aquí hay una diferencia significativa ente el Lacan del texto « la Tercera » y el del Seminario 23.
· En el texto la tercera, cuando dibuja el nudo, describe el campo de intersección entre lo Real y lo Imaginario, como el campo del Goce del Otro. « Se trata del Goce del Otro en tanto goce parasexuado, goce para el hombre de la mujer supuesta, y a la inversa, para la mujer, que no tenemos que suponer puesto que la mujer no existe, pero para una mujer, en cambio, goce del hombre quien, él, es todo, desgraciadamente, incluso es todo goce fálico ». Lacan, J. « La tercera », Intervenciones y Textos 2, Buenos Aires, Manantial, 2007, pág. 105.
· Luego en el Seminario 23 lo nombra goce del Otro tachado. « A barrado quiere decir que no hay Otro del Otro, que nada se opone a los simbólico, lugar del Otro como tal. Por lo tanto, tampoco hay goce del Otro. J(A tachada), el goce del Otro del Otro no es posible por la sencilla razón de que no lo hay » (Lacan, J. El Seminario, Libro 23, El sinthome. Buenos Aires, Paidós, 2006. Pág. 55). Se trata de la inexistencia del Otro sexo, del sexo femenino, del universal de la mujer.
Sobre el otro goce y su relación con el lenguaje y con el síntoma:
Lacan en « Lituratierra » hace un forzamiento para hacer pasar el goce sexual a la escritura: la palabra tiene que ver más con el goce que con la comunicación. Lacan ahonda en la diferencia entre el significante y la letra y la escritura de la misma porque estas últimas se sitúan en el orden de lo Real, son litorales, bordes, y por lo tanto, comparten la falta de sentido, « no significan ». Todo ello en correspondencia con la nueva presentación del significante Uno, el S1, que viene trabajando desde el Seminario 18, al que también denominará « letra » y que se escribe sin ningún efecto de sentido. Esta « letra » tiene que ver con un ciframiento o escritura del goce inscrito en el cuerpo, es un goce de la letra en la medida en que resuena en el cuerpo. La letra tiene un efecto de goce que se inscribe como repetición. Este goce está fuera de la cadena significante.
En « El atolondradicho » Lacan hace un « forzamiento »[5]: hace pasar el goce sexual a la escritura:
Dice de la mujer y su relación al complejo de Edipo: « a ese caso la elucubración freudiana del complejo de Edipo en que la mujer es pez en el agua por ser la castración en ella inicial, contrasta dolorosamente con el estrago que en la mujer, en su mayoría, es la relación con la madre, de la cual parece esperar en tanto mujer, más subsistencia que del padre ». « …a diferencia de él (a diferencia de Freud), lo repito, no obligaré a las mujeres a medir en la horma de la castración [d’auner au chaussoir, a varear en lo que calza] la vaina encantadora que ellas no elevan al significante, aún si el calzador, por otro lado, no solo al significante sino también al pie ayuda » (…) « De ello se sigue entonces que el calzador sea recomendable, pero debe preverse que ellas puedan prescindir de él, no sólo en el MLF que es de actualidad, sino porque no hay relación sexual. »[6]
Lacan, J. « Joyce el síntoma ». Otros escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012, p. 595. Acá estamos en la confirmación de lo descrito por Lacan en « Joyce el Síntoma »: « Una mujer, por ejemplo, es síntoma de otro cuerpo ».
Lacan. J. El Seminario, Libro 23, El sinthome, Buenos Aires, Paidós. 2006, pág. 55. El síntoma en el cuerpo tiene que ver con que lalangue se inscribe en el cuerpo determinando una realidad sintomática para el sujeto. Donde lo simbólico no opera como regulación, los órganos se ponen a hablar de cómo gozan, en vez de cumplir tranquilamente con su función. Acá podemos ubicar los fenómenos del cuerpo que no hacen llamado al Otro y que carecen de todo sentido fálico: los fenómenos psicosomáticos, las crisis convulsivas, los problemas dermatológicos como la psoriasis y el vitiligo; los fenómenos gástricos y de colon; etc. Se puede observar cómo un determinado síntoma corporal cumple la función de nominar al sujeto. En muchos de los casos, esta particular localización de goce en un cuerpo viene a hacer una función designativa del ser del sujeto, y eso permite que éste no se pierda en la deriva de un goce sin molde[7].
El Otro goce y su relación con la práctica analítica de la interpretación y el final del análisis.
« Volver legible el más allá de la palabra en la experiencia analítica »[8]. ¿Cómo hacerlo si solo tienen « un médium: la palabra del paciente »[9]? Y hacia el final de su obra sostendrá que « el análisis llega a deshacer por la palabra lo que está hecho por la palabra »[10]. Leonardo Gorostiza señala que para Lacan, la eficacia terapéutica del psicoanálisis es una consecuencia de « la abolición del sentido », en la medida en que lo real mismo se sitúa fuera de sentido.
Lacan, J. « La tercera ». En: Intervenciones y Textos 2. Buenos Aires, Manantial, 2007, pág. 94: Lacan sugiere en un momento la interpretación de Duchamp para que pesquemos la manera de tratar este goce. « (…) la interpretación siempre debe ser (…) el ready made, Marcel Duchamp -a ver si con eso pescan algo. Nuestra interpretación debe apuntar a lo esencial que hay en el juego de palabras para no ser la que nutre al síntoma de sentido ».
Lacan, Jacques, « El atolondradicho », en Escansión 1, Paidós, Buenos Aires, 1984, pág. 83. La interpretación debe descontextualizar, referirse a aquello que extraído de su contexto natural, constituye el núcleo, el « hueso » del síntoma y que condiciona su repetición; a aquello que sólo puede ser conocido por el hablante, a sus sensaciones inmediatas, corporales, privadas de toda normatividad, en el « fuera-de-discurso » tal como en la psicosis[11].
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NOTA. Agradecemos a José Fernando Velásquez la selección de estas citas sobre el goce femenino.
[1] Lacan, J. Seminario 6. « El deseo y su interpretación ». Inédito. Comentario de « La regla de juego », de J. Renoir.
[2] Miller, J. A. Los usos del lapso, Buenos Aires, Paidós, 2004.
[3] Miller, J. A. « Teoría del capricho », Revista Enlaces No. 6. Buenos Aires, 2001.
[4] Miller, J.-A. « A merced de la contingencia », Revista Consecuencias # 2, noviembre 2008.
[5] Miller, J.-A. « A merced de la contingencia », Revista Consecuencias # 2, noviembre 2008.
[6] Lacan, Jacques, « El atolondradicho », Escansión 1, Paidós, Argentina, 1984, pág. 35; Autres écrits, Seuil, París, 2001, pág. 464/465.
[7] Domínguez Díaz, Irene. « Algunas cuestiones sobre diagnóstico diferencial entre psicosis ordinaria y neurosis ». Instituto del Campo Freudiano, Sección Clínica de Barcelona, julio 2006
[8] Lacan, J, El Seminario, Libro 5, Las formaciones del inconsciente, clase del 13 de noviembre de 1957.
[9] Lacan J. « Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis » (1953), Escritos 1, Siglo XXI, Argentina, 1988, pág. 237.
[10] Seminario « El momento de concluir » (1977), inédito.
[11] Lacan, Jacques, « El atolondradicho », Escansión 1, Paidós, Buenos Aires., 1984, pág. 83.