El punto II de la Convocatoria a las próximas Jornadas de la NEL titulado La práctica psicoanalítica, contiene cuatro referencias en las que quisiera apoyarme para avanzar luego con algunas consideraciones particulares sobre la primera: Histeria y obsesión. Lo propongo así porque me parece que la Comisión científica pone de manifiesto en esta clasificación una problemática que venimos trabajando hace algún tiempo en nuestra comunidad y sobre la que -¡por suerte!- no encontramos una última palabra.
Las preguntas con las que concluye la introducción general de este punto son ejemplares respecto de nuestras preocupaciones frente a la práctica con la que nos vemos todos los días: « ¿Qué encontramos hoy los psicoanalistas en nuestra práctica más allá del goce fálico en los tipos clínicos clásicos y en las formas contemporáneas del síntoma? ¿Cómo es la experiencia contemporánea de un análisis? »[1] La articulación de las cuatro referencias siguientes permiten articular el siempre problemático esfuerzo entre la práctica y la clínica, en tanto elaboración de esa práctica.
Histeria y obsesión/Psicosis por un lado, parecen ponerse en cierta tensión con Síntomas contemporáneos/La experiencia contemporánea del análisis. Y en este primer acercamiento me pregunto: ¿Será que lo contemporáneo como tal ya no contempla las estructuras? ¿Se oponen Histeria y obsesión/Psicosis a las referencias clínicas contemporáneas? ¿Podría pensarse que estos modos de construcción de la clínica estructural están perimidos? ¿Histeria y obsesión/Psicosis se definen únicamente por la clínica -llamémosla así-, estructural?
Me parece muy importante señalar que al ubicar claramente estos ejes -aún separados de lo contemporáneo-, se apunta a considerar la histeria y obsesión –tema del que quiero ocuparme- en un cierto hoy, referencia topológica de tiempo y espacio que remite a la práctica que mencioné: la de nuestros días; no los de la época -siempre difícil de definir para los psicoanalistas- sino los de cada practicante, en nuestra Escuela. Así, podemos afirmar que si bien encontramos una gran variedad de presentaciones en nuestros consultorios, las formas histéricas y obsesivas no han desaparecido como el DSM hubiera querido. Hay neurosis, hoy, aún.[2] El asunto es qué nos autorizaría en cada caso a hablar de neurosis y desde qué orientación el analista dirige las curas de estas neurosis.
Para Freud, la organización del síntoma histérico se sostiene en la armadura del amor al padre, muy especialmente el impotente, que la histérica sostiene con ese amor. Pero si este síntoma se piensa como una solución-invención histérica, podría haber otras soluciones.
Con Lacan es posible pensar la histeria ya no exclusivamente por la relación de amor al padre. « El padre, el síntoma, el goce y el deseo se fundan en lo imposible, es decir, no dependen de las contingencias de una época, aunque estas indudablemente produzcan efectos. El problema, entendemos, es ver cuál es el lazo actual con aquello que resulta fundante. »[3] Nos preguntamos entonces, por ejemplo, por la histeria rígida, aquella que Eric Laurent tomaba en el argumento hacia el pasado ENAPOL. Esa histeria incompleta, que pareciera responder allí sin « emparejarse » -la histeria es siempre dos- , ¿cuánto de histeria tiene?
De otra parte, si la obsesión supone un redoblamiento defensivo sobre la histeria –de la cual es un dialecto según el mismo Freud- ¿cómo pensar las cosas más allá o más acá del padre? El padre muerto es, sin duda, la referencia freudiana por excelencia para la construcción del Edipo, y en el obsesivo conlleva la mortificación de su deseo. ¿Cómo funcionaría este mecanismo sin Edipo? ¿Es lo mismo sin Edipo que sin padre? ¿La exclamación de Miller « No podemos más con el padre »[4], qué resonancias tiene en nuestro campo de acción?
Se trata de considerar, por un lado, las formas singulares de presentación y sus múltiples posibles referencias al padre, presentes aunque más no sea en pequeñísimos pero divinos detalles: que el Nombre del padre se pluralice no implica de suyo que se extingan sus posibilidades operativas. Por otro, se trata de dar cuenta de una orientación de la cura que no tenga al Edipo como brújula -esté presente o no como recurso en quienes nos consultan-, pero tampoco reniegue del padre, sino que lo considere desde una novedosa perspectiva: « Cuando Lacan anuncia el Seminario Los Nombres del Padre, esboza una nueva figura del padre, que sabe que el objeto a es irreductible al símbolo. Se trata de un padre que no se dejaría engañar por la metáfora paterna, que no creería que esta pueda cumplir una simbolización íntegra y que sabría, por el contrario, remitir el deseo al objeto a como su causa. No tenemos los desarrollos ulteriores que Lacan hubiera querido dar, pero quizás ya les parezca que anuncia a un padre que no sería otro que el analista. »[5] El fracaso –necesario- de esa « simbolización integral » que se esboza desde el Seminario 10 y hasta el final de la enseñanza de Lacan, nos remite de diversas maneras al resto irreductible.
De ahí, el pivote irreductible de un análisis en las neurosis no puede sino tener esta referencia: del padre a lo femenino, o lo femenino como forma de abordar un real cuya clave no es el padre. Estas Jornadas nos ponen al trabajo.
Notas:
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