Un excedente sexual
El trauma es, para el psicoanálisis, una dimensión estructural y constituyente de todo hablante ser (parlêtre). Es decir, no hay parlêtre sin trauma; trauma que presentará siempre dos facetas fundamentales.
La primera, aquella del encuentro traumático (troumatique, “traumagujero”)[1] con el agujero de la no relación sexual, es decir, con el único universal que vale para nuestra especie: el universal negativo que indica la ausencia de una regla prefijada de programación sexual.[2]
La segunda, la faceta hecha de un goce que –en tanto tal- resulta inadecuado a la homeostasis y que por lo tanto es inasimilable. No se trata aquí de una dimensión negativa sino, como Freud tempranamente -en su Carta 46 a Fliess- lo decía, de “un excedente sexual”.[3]
Es decir, no se trata aquí solo de un “no hay” (no hay relación sexual), sino también de un “hay goce” que, en términos freudianos, es intraducible.[4] Y decir que es intraducible es lo mismo que afirmar que no es transparente, que es opaco al sentido. Por lo tanto hay una disyunción estructural entre el sentido y el goce producto del encuentro traumático.
En este sentido, resulta esclarecedor que Freud sostuviera una causalidad en dos tiempos y situara en el primero de ellos al trauma, es decir, lo que dijimos llamaba “un excedente de sexualidad” o bien una “voluptuosidad sexual pre-sexual”. Excedente que, activado a posteriori, introduce la compulsión inherente al síntoma, S (x)[5], la que hace que éste no cese de repetirse.
Por su parte Lacan, también como Freud eminentemente causalista, mantuvo esta orientación freudiana hasta el final de su enseñanza.
Efectivamente, luego de un primer tiempo correspondiente a su Discurso de Roma (1953), durante el cual concibió la fijación correlativa a ese primer tiempo en términos de sentido, es decir, de interpretación y de historia, pasó rápidamente – en “La instancia de la letra…” (1957)- a situarla en relación al trauma, o más precisamente, al “significante enigmático del trauma sexual”. Un significante desprovisto de sentido que constituye en el parlêtre la marca del encuentro siempre traumático con la sexualidad. Como es sabido, en su Seminario 11 Lacan señala que el encuentro con lo real ha recibido en la historia del psicoanálisis el nombre de trauma, y esto porque dicho encuentro implica que hay siempre algo inasimilable. “Inasimilable” entendido como un no poder ser traducido en términos de sentido.
De todo esto se desprende el valor crucial del trauma para una clínica y una práctica que se proponga acompañar al analizante en el “itinerario” del “ultrapase” (outrepasse)[6], es decir más allá o, mejor dicho, después de los efectos de sentido para permitirle elucidar tanto los velos que erigió como defensa ante lo real como sus modos singulares de gozar no reducidos sólo a los de la satisfacción pulsional.[7]
De allí la insistencia de Lacan, más allá de sus referencias a la lingüística, de vincular al psicoanálisis, por vía de sus referencias a la física[8], a una relación con lo real. De este modo, Lacan, sigue a Freud quien con su referencia al traumatismo, evita la degradación del psicoanálisis a una simple hermenéutica y plantea una objeción al sentido que, en tanto tal, no puede sino situarse –como dijimos- en una relación de exterioridad con respecto al trauma.
Pero además, las dos facetas del trauma se anudan. No va una sin la otra, ya que ambas testimonian que no hay para el parlêtre buena relación con la sexualidad. Es lo que Lacan resumió con su fórmula “no hay relación sexual” -diferenciándose así de Freud, quien destacaba la dimensión diacrónica del traumatismo en dos tiempos- el axioma (por lo tanto sincrónico) de todos los traumatismos. Como Miller lo ha señalado, este axioma no nos permite saber cuándo, cómo, ni con quien se produjo o producirá el traumatismo. Pero nos asegura que de todas maneras habrá al menos uno.[9]
Y es en estas contingencias de ese al menos un encuentro traumático, donde se localiza aquello que hace a la diferencia absoluta del modo en que cada uno accedió y respondió a ese troumatisme propio de la especie, y el goce, también singular, que de dicho encuentro se habrá fijado en cada uno para siempre.
Pero, quiero destacar que se trata de un trauma del cual no hay recuerdo posible, ya que siendo no traducible se sitúa en una anterioridad lógica respecto de los recuerdos, pero del cual algunos “recuerdos encubridores (pantalla)” privilegiados podrán sí constituir el índice de aquel encuentro inmemorial con lalengua. Los múltiples y diversos testimonios de los AE, muchas veces dan cuenta de ello.
Queda claro así, que esta dimensión estructural del trauma incluye siempre la respuesta del sujeto (una decisión insondable) que es ya en sí una primera defensa, y se separa con nitidez de todo tipo de acontecimiento que en la vida social pueda suponerse, en general por su gran intensidad, traumático.[10]
La presencia del analista y el analista-trauma
La tesis que sostiene Miller es que “el analista, con su presencia, encarna algo del goce”, más precisamente, “la parte no simbolizada del goce”.[11] Es decir que, si bien por un lado soporta una parte simbolizada, dicho de otro modo el analista “hace semblante de saber”, por otro lado testimonia, con su presencia de carne y hueso, de aquello no simbolizable del goce. Es esta parte del goce imposible de negativizar la que requiere la presencia del analista.
Ya en su Seminario 1, Lacan destacaba la cuestión de la presencia del analista vinculándola a lo que llamaba entonces elmisterio de la presencia.[12] Así Lacan decía, siguiendo al primer Freud, que cuando el paciente se acercaba en sus asociaciones al “nódulo patógeno” (trauma) surgía la transferencia como resistencia al detenerse las asociaciones y al manifestarse en él un “fenómeno infinitamente más puro”: “Súbitamente –señala Lacan- me doy cuenta de su presencia”.[13] Una percepción de la presencia que Lacan señala no es algo tan fácil de definir ya que se trata de un sentimiento que tendemos incesantemente a borrar de la vida. “No sería fácil vivir si, en todo momento, tuviésemos el sentimiento de la presencia, con todo el misterio que ella entraña. Es un misterio que mantenemos a distancia…”[14] Es como si hablara aquí de un plus, de un goce excedente, que habría que mantener a distancia.
Podemos concluir, parafraseando lo que Lacan señaló para dar a entender qué podría ser el deseo del psicoanalista al hablar de la vacilación calculada de la neutralidad, de cómo el analista debe preservar para el otro la dimensión imaginaria de su no-dominio, de su necesaria imperfección, de su no saber[15], podemos concluir entonces que la presencia del analista-trauma -lejos de confundirse con un “activismo” del analista- puede ser concebida, como una presencia encarnada que sea capaz de preservar, a través de sus intervenciones, siempre, por algún sesgo, por algún borde, una cierta opacidad. Una opacidad que de algún modo haga presente lo intraducible del goce propio del síntoma del analizante, es decir, el goce opaco del traumaS por excluir el sentido[16], y que no es sino lo que evoca el misterio de la unión de la palabra y el cuerpo, (…) como un hecho de experiencia que es del registro de lo real.[17]
¿Y cómo situar ese sesgo, ese borde? Tal vez concebirlo como aquello que delimita el hiato que hay entre el inconsciente transferencial, el que se manifiesta como dimensión ontológica, por lo tanto ficcional y como tal transparente al sentido, y el inconsciente real donde se aloja el goce opaco del síntoma[18], dimensión ésta ya no ontológica sino de la existencia, de lo real. Entre ambas dimensiones hetrogéneas, que sólo están empalmadas por un hiato[19], una abertura, es donde tal vez pueda situarse la presencia de un analista capaz de circular entre dos escuchas: la del sentido y la de fuera del sentido.[20] Es decir, una presencia entre dos escuchas que, poniéndose a distancia del sentido, pueda indicar el trauma, sin dejar el campo del lenguaje pero ajustándose a su parte material, es decir, a la letra que itera a distancia del ser.[21]
Así, tal vez la opacidad del analista-trauma podría ser genuinamente tributaria de la herejía lacaniana, es decir, la que apunta a alcanzar lo que el goce comporta de opacidad irreductible.[22]
* Retomo aquí con variaciones y agregados, algunas cuestiones ya planteadas en 2013 en una entrevista a la revista de la Sección Córdoba de la EOL, Mediodicho, nro. 39, Eso traumático, y luego en 2015 en un texto publicado con el título “El trauma y lo inconmensurable” en la revista del Departamento de Psicoanálisis y Psiquiatría del ICdeBA, e-MVRIPOSA.
[1] Cf. Lacan, Jacques, Seminario 21, Les non dupes errent, (inédito) en la lección del 19 de febrero de 1974, cuando dice: “…todos inventamos un truco para llenar el agujero (trou) en lo Real. Allí donde no hay relación sexual, eso produce “traumatismoagujero” (troumatisme). Uno inventa. Uno inventa lo que puede…”
[2] Miller, Jacques-Alain, “El ruiseñor de Lacan”, en Del Edipo a la sexuación, Colección ICBA Nº3, Paidós-ICBA, Argentina, 2001, pág. 260.
[3] Freud, Sigmund, “Fragmentos de la correspondencia con Fliess”, Carta 46, Obras completas, Volumen 1, Amorrortu editores, Argentina, 1986, pág. 270.
[4] Ibídem.
[5] Miller, Jacques-Alain, “S (x)”, Matemas II, Manantial, Argentina, 1988, pp. 165-172.
[6] Miller, Jacques-Alain, L’Être et l’Un, Lección del 18 de mayo de 2011 (inédito).
[7] La satisfacción pulsional, en la medida en que está ligada a las diversas formas corporales del objeto a (semblantes), es del orden del “gosentido” (jouissens) y se diferencia del goce opaco del síntoma, imposible de negativizar, que excluye el sentido.
[8] Cf. Por ejemplo, ver en “La ciencia y la verdad”, Escritos 2, Siglo Veintiuno Editores, Argentina, 2002, pp. 813-834, su referencia a las cuatro causas aristotélicas del libro II de la Física, así como su referencia al mismo libro para caracterizar los dos modos de la repetición en su Seminario 11:tyche y automaton.
[9] Miller, Jacques-Alain, Causa y consentimiento, Capítulo VIII, “El estatus del trauma” (Curso de la Orientación lacaniana del 13 de enero de 1988), Paidós, Argentina, 2019, pp. 131-149.
[10] Se deduce que desde la perspectiva del psicoanálisis no hay “trauma común” ya que de lo que se trata es de situar de qué modo lo socialmente traumático repercute en cada uno y cómo se responde desde cada singularidad. De ello se desprende que el psicoanálisis no podría propiciar un tratamiento del trauma por medio del sentido común. Por el contario, llegado el caso, sí cabría a un analista la tarea de acompañar y analizar los sentidos particulares o singulares que cada uno podrá activar o inventar a modo de respuesta.
[11] Miller, Jacques-Alain, Los usos del lapso, (Curso de la orientación lacaniana del 17 de noviembre de 1999), Paidós, Argentina, 2004, pp. 22 y 23. Debo el recuerdo de esta caracterización a nuestra colega Andrea Zelaya en el interior del trabajo de un cártel.
[12] Nuestra colega del CID Tucumán del IOM”, Gabriela Duguech, me lo hizo notar en su texto “Lacan y la presencia del analista en su primer seminario” (2020).
[13] Lacan, Jacques, El Seminario, Libro 1, Los escritos técnicos de Freud, 1953-1954, Paidós, España, 1981, pp. 68-73.
[14] Ibídem, p. 73.
[15] Lacan, Jacques, “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano”, Escritos 2, siglo veintiuno editores, Argentina, 2002, p. 784.
[16] Lacan, Jacques, “Joyce el síntoma”, Otros escritos, Paidós, Argentina, 2012, p. 596.
[17] Miller, Jacques-Alain, “El inconsciente y el cuerpo hablante”, en LACANIANA número 17, EOL-Grama, Argentina, 2014, pág. 26.
[18] Miller, Jacques-Alain, Sutilezas analíticas, Paidós, Argentina, 2011, p. 121: “El inconsciente real es el lugar del goce opaco al sentido y al que podemos, por ficción, emprender la tarea de hacer charlatán.”
[19] Ibídem, nota 6, Lección del 4 de mayo de 2011: “…el analista circula entre las dos escuchas porque allí hay dos dimensiones que sólo están empalmadas por un hiato, una abertura. »
[20] Debo a nuestra colega Graciela Lucci el haber puesto el acento, dentro del trabajo en un cártel, sobre esta afirmación de Miller:
“Se trata de algo que tiene consecuencias para la escucha del analista, como se dice. Hay una escucha que se sitúa en el nivel de la dialéctica; hace alianza y sigue las variaciones de la ontología del discurso del paciente, de aquello que cobra sentido para él. Después, ese sentido envejece, se marchita, se desvanece y, de una manera general, esa ontología se dirige hacia el des-ser, con los efectos que de allí se desprenden, a la vez de depresión –por no haber deseado más que viento–, pero también de entusiasmo, por haberse liberado de lo que pesaba sobre la vida libidinal.
Por cierto, el analista puede entonces precipitar esta interpretación para el analizante, mediante intervenciones que la favorecen y que son siempre interpretaciones de des-ser. Pero hay una segunda escucha, la escucha de la iteración, que se dirige hacia la existencia. El analista circula entre las dos escuchas, porque hay allí dos dimensiones que sólo están empalmadas por un hiato, una abertura.”
[21] Ibídem, nota 6, Lección del 25 de mayo de 2011.
[22] Ibídem.