JAM retorna en este Curso sobre su intuición en el Curso precedente, referente a la palabra líquida, para seguidamente interrogarse sobre el discurso del analista que enseña y su responsabilidad. Así, el discurso del analista que enseña tiene la función de interpretación del psicoanálisis mismo. El psicoanálisis puede ser interpretado porque es del orden del hecho. JAM aborda los dos momentos de la experiencia psicoanalítica formalizados por Lacan, el del inicio y el del final. Atribuye al pase el valor de la interpretación mayor que Lacan le otorgó al psicoanálisis. Leemos, al final de este Curso temas sobre el relato del pase con el que Lacan nos tentó sin dar las coordenadas, y del que el rasgo más sobresaliente es el de la alusión. Un relato que traduce el rodeo de lo que, a conveniencia del sentido, aparece como vacío. (De TLN)
Jacques-Alain Miller
Tienen que saber que mientras hablamos del psicoanálisis, hay una pluma que garabatea en el papel el estatuto de lo que será el psicoanálisis en el futuro. En efecto, el Estado francés al igual que los otros Estados europeos, se preocupa por nuestro ejercicio que hoy conoce una extensión, una influencia que ya no permite que los poderes públicos descuiden la reglamentación. Desde hace aproximadamente cinco años está en el orden del día. En varias oportunidades nos hemos hecho escuchar sobre ese tema. Dicho proceso parece encontrar un fin cercano y dada la postura, el compromiso que asumí, me hallo constreñido a responder y a participar en ello. Lo anterior sustrae un precio de mi tiempo y de mi preocupación que ustedes, desafortunadamente, tienen que padecer. Dado que se trata de negociaciones no publicitadas, no puedo, pese al deseo que podría tener, hacerles partícipes; pero va de suyo que el peso que ustedes representan, ustedes a quienes aquí me dirijo y en otro sitio, cuenta en la balanza. Espero que impida que esta práctica, la nuestra, sea confinada a un lugar que algunos desean, un lugar lujoso y privado, que continuará estando presente en las instituciones públicas y que no renegará de la influencia que actualmente tiene en el público. Pero al final todo ello demanda tiempo y me demanda, a mí en particular, una movilización que me quita un cierto tiempo que no siempre puedo elegir.
Una vez dicho esto, me remito a la semana pasada cuando veo que asumí el riesgo de expresarme a partir de una intuición, o más bien, a expresar esta intuición incluso crudamente, con tan poca elucubración de saber como posible.
El saber se elucubra. Es una designación que le debemos a Lacan y que está hecha para poner a distancia el saber, para indicar la distancia que hay entre el saber y el hecho. De este modo, sin duda, eso comporta cierta desvalorización del saber, a lo que Lacan fue conducido. Por tanto, correlativamente, se le da un cierto valor a la suspensión de la elucubración de saber, o al menos, a no introducirlo sino paso a paso, tratando de dosificarla, de manera tal que modifique lo menos posible lo que se ofrece como hechos.
Esta intuición que les confié fue la del psicoanálisis líquido.
Una semana después, me parece que me dejé llevar, al aportarles eso en un impulso que no está lejos de aquel que conduce a la asociación libre.
Acá, evocando al psicoanálisis como líquido, quería decir – lo advierto ahora – considerar con desdén qué dirán, e incluso, qué harán con eso.
Esto me permite percatarme que la preocupación de qué dirán de eso, qué harán con eso, ¡y bien! generalmente me refrena. Esto puede ser dicho bajo un cierto ángulo de la siguiente manera: es el espíritu de responsabilidad que me constriñe.
¿Es eso lo que conviene?
¿Qué es ser responsable de lo que se dice? Es, para decirlo del modo más simple, ser capaz de responder por lo que se dice. Es decir, ser capaz de afrontar la pregunta del otro acerca de lo que funda vuestro dicho, acerca de lo que lo autoriza y acerca de las consecuencias que ese dicho arrastra. En efecto, cuando se trata de los poderes públicos estamos obligados, se nos exige ser responsables, responder respecto a la práctica del psicoanálisis de aquello que autorizaría a algunos y no a otros a entregarse a ello. Y ciertamente se nos exige saber exponerlo en términos que sean aceptables para este otro, que en efecto tiene el poder, un poder de hecho, y también un poder, sin duda legal para solicitarlo.
Pero en fin, aquí, confinado a esta sala, no es en ese otro en quien debo pensar. No es ese otro quien está presente. Es un enclave. El otro del que se trata, son ustedes, ustedes a quienes me dirijo como psicoanalistas, lo que sin duda es una simplificación de la diversidad de aquellos que están presentes y que, tal vez, sin duda, no son todos psicoanalistas, pero que finalmente representan a esa instancia.
¡Y bien! La semana pasada me parece que, al menos al principio, me liberé de la censura que la responsabilidad puede hacer pesar frente al cuerpo de los psicoanalistas.
Cuando se habla del modo llamado de la asociación libre, se suspende precisamente la responsabilidad.
En el enclave psicoanalítico el analizante es invitado a ser irresponsable. Digamos que es como si obedeciese a la siguiente fórmula : Lo digo y no lo repito más, lo digo y continúo diciéndolo.
Es, en la experiencia analítica, lo que abre a que el otro, el analista, repita vuestro dicho, es decir, lo cite y se lo devuelva. Repetir, citar el dicho del analizante, es en cierto modo el grado cero de la interpretación.
Es por cierto aquello de lo que en algún momento se puede hacer una comedia. ¿Cómo jugar al analista? Ustedes repiten lo que vuestro interlocutor dijo con un punto de interrogación (risas), ustedes no muestran vuestras cartas y entonces el desdichado concatena. Es una manera de jugar al analista, no se las aconsejo (risas), puede ser muy mal tomado fuera de la situación analítica.
La cita, que produce lo mismo, introduce también una diferencia. Es constitutiva del enunciado – hablando con propiedad, sólo hay enunciado a partir de la cita. La cita, diría, cristaliza la palabra líquida, la solidifica en una unidad significante y cuando es atrapada en el intercambio de palabras, relanza lo que se llama la enunciación, es decir la palabra líquida.
¿Entonces, el psicoanalista, un psicoanalista, tiene derecho a la irresponsabilidad cuando enseña?
Es seguro que la pregunta pesa sobre aquellos que están en esta posición y los conduce con frecuencia, nos conduce con frecuencia a protegernos tras los enunciados de psicoanalistas que nos han precedido : conduce fácilmente a encontrar refugio precisamente en la cita. Pero citar no es enseñar, no es enseñar en el sentido al que un Lacan llevó este término.
A la pregunta que evoco acerca de la eventual irresponsabilidad del psicoanalista que enseña, Lacan dio una respuesta – no una, sino una entre otras – que pesco en la página 815 de los Escritos 2, es una cita aproximativa : El discurso de aquel que enseña, dice Lacan, cuando se dirige a los psicoanalistas, no tiene derecho de ser irresponsable. La palabra tiene su peso. Puedo decir que desde que comencé a aproximarme a esta posición, esta frase, esta palabra estuvo presente para mí.
¿Cómo llegué a esta posición? No llegué institucionalmente. La institución – la institución en la que consentí ser inscrito, y aún consiento a ello – me prescribía enseñar acerca del psicoanálisis. Me encontré enseñando a psicoanalistas, porque los psicoanalistas venían. Recuerdo muy bien mi sorpresa en aquel momento al notar la presencia de uno, de dos, de tres, de un número mayor, que venían a entender el desciframiento de Freud y de Lacan, desciframiento al que yo mismo estaba dedicado.
Esto hizo para mi más importante, presente, apremiante la noción de una responsabilidad, cuya naturaleza Lacan precisa cuando dice – son los términos que empleó en ese entonces – que el sujeto del deseo debe saberse efecto de palabra, es decir debe saber que es el deseo del Otro, y que el discurso del analista que enseña debe ser responsable de este efecto de palabra. Hay un contraste entre el fuerte acento orientado hacia la palabra irresponsable y la complejidad de aquello a lo que reenvía.
Ya me tocó comentar y tratar de cernir el punto preciso hacia el que esta responsabilidad conduce. Hoy lo veo así. Es que normalmente, cuando uno enseña, ocupa el lugar del Otro con mayúscula – por función.
Uno está supuesto saber y, desde cierto punto de vista, por función, uno no falla.
Uno termina de hecho acostumbrándose a la inverosímil docilidad de aquellos que escuchan, docilidad que sólo se rompe muy raras veces. Es la nostalgia que ocupa aquellos tiempos, del mayo 68, cuando esta docilidad se invirtió en ataque hasta que descubrimos que el ataque no era sino la simetría de la docilidad. Sólo había ataque porque la palabra de los profesores, en aquel tiempo, tenía un peso verdaderamente notable; hoy en día ya no merece eso, no merece la insurrección.
Esencialmente se les pide que enseñen como debe ser.
Está presente en el espacio donde se enseña el psicoanálisis. Hubo un tiempo en el que la pregunta candente era qué podía fundar el psicoanálisis, cuál podía ser su valor de verdad, su mérito. Mientras que hoy en día se le pide más bien que responda a la pregunta ¿cómo hacer? pregunta de la que otrora yo me reía, como la pregunta americana del How to? ¿Cómo se hace?,– simplemente a constatar en el hecho de que los estantes de las librerías estaban ocupados por las obras cuyos títulos, en todas las disciplinas, eran manuales de How to…? Los que enseñan el psicoanálisis dan testimonio de ello. La demanda que les es dirigida hoy es de ese orden. Se enuncia bajo la forma de una demanda de clínica, pero la clínica de la que se trata, la que se demanda es una clínica del saber-hacer. No voy a comenzar a burlarme de esa demanda. Es inútil. Es un elemento con el que hay que jugar, con el que hay que saber hacer, y que puede tomarse bajo un ángulo que no es despreciativo : es a aquello a lo que de hecho me esfuerzo, sin duda. Es una demanda de saber-hacer que es intolerante o impaciente con las elucubraciones de saber y que requiere que se vaya a la cosa misma de la experiencia.
Por tanto aquel que enseña ocupa hipotéticamente el lugar del Otro. No puede hacer que a través de su discurso no vehicule un deseo y que a través de ese deseo determine el lugar del sujeto que escucha.
Puede decirse que esta responsabilidad también es válida para el analista cuando enseña la regla de la asociación libre, entre comillas, a su paciente : determina así su lugar. Y a lo largo de la experiencia analítica tiene la responsabilidad de determinar el lugar desde el cual el analizante va, si puedo decirlo, a satisfacerlo.
Lo que Lacan propone es que todo discurso puede ser irresponsable de este efecto de palabra que determina el lugar y, podría decirse, el valor del sujeto, – salvo el psicoanalista que enseña. El psicoanalista que enseña tiene que tomar en cuenta, debe saber y debe manejar el efecto de palabra, el efecto de valor subjetivo que su discurso conlleva.
Es una exigencia elevada, difícil de satisfacer, y decía que puedo darme cuenta cómo dicha exigencia, es el término que me vino, me dominó.
Tal vez podría intentar una mínima elucubración diciendo al respecto – desde la óptica para la cual coloco esta cita de Lacan – que el discurso del analista que enseña tiene función de interpretación. ¿Qué interpreta? Y bien, interpreta al psicoanálisis mismo.
He allí una frase que es del orden de aquello en lo que hay que pensar.
Si el psicoanálisis es susceptible de ser interpretado, es para nosotros hoy en día algo del orden del hecho – cuando ya se viene practicando desde hace un siglo.
Hay psicoanálisis : hay la historia del psicoanálisis, hay instituciones psicoanalíticas y psicoanalistas, hay personas que piensan en entrar en análisis, que entran en análisis – es del orden del hecho. Y esto aún deja abierto el espacio en el que se trata de interpretar al psicoanálisis como hecho. Sabemos que se puede interpretar por ejemplo, en el registro de la sociología – lo intentamos –, en el registro de la psicología colectiva; la cuestión es la interpretación psicoanalítica del psicoanálisis, que no forzosamente desconoce los otros determinantes del psicoanálisis.
Digo : El psicoanálisis es del orden del hecho ¿Acaso se puede describir ese hecho?
Se haría necesario un método que se pareciera, no se, a aquel que otrora se llamó la Nueva Novela : intentar cernir al máximo el mundo circundante como constituido por objetos colocados unos al lado de otros, dando las coordenadas de la manera más precisa, jugando a limpiar la descripción de toda significación adventicia, como si enunciáramos el procedimiento de un experimento. ¿Cómo describiríamos al psicoanálisis a la manera de la Nueva Novela? Diría que se trata de abrir la puerta, de acoger, de instalar sobre un soporte, un asiento, un mueble, a un individuo – suponiendo que Aristóteles sea congruente con la Nueva Novela (risas) –, y, este individuo, plegarlo a que se reduzca a ser aquel que hable para otro que escucha y que habla de tanto en tanto. Sin duda, a nivel del hecho seríamos conducidos a distinguir dos modos de palabra, la palabra líquida, la palabra pura pérdida, y la interpretación, que es más bien la palabra sólida, la palabra breve, densa. Por supuesto tendríamos que describir el hecho que hay uno que dirige, recibe al individuo, recibe el pago, pero finalmente, bueno dejo esta descripción fáctica a vuestro estilo, a vuestra imaginación, apunto a un cierto grado cero, que no intento producir.
Y, más allá de esto, todo el resto es del orden de la interpretación del psicoanálisis. Lo que tiene lugar en lo que se conviene en llamar una situación, un dispositivo o una experiencia, todo ello es la interpretación del psicoanálisis. La obra de Freud, la enseñanza de Lacan, es del orden de la interpretación del psicoanálisis.
Es notable al referimos tanto a uno como al otro, es un hecho masivo, evidente, que tanto para uno como para el otro esta interpretación se transforma con el tiempo.
Y si acercamos uno al otro, una vez comprometidos con este tema, ya no se detienen. Freud no se detuvo en concatenar los artículos, los libros, las conferencias, en un continuo movimiento. Y Lacan lo acentúa, obligándose a interpretar el psicoanálisis semanalmente durante treinta años, sin dejar su bulto, sin jamás decir Ya llegamos, diciéndolo sólo para enseguida abrir la vía de los complementos, de las correcciones, de las transformaciones. Es muy singular, si pensamos en ello, si uno se separa de la costumbre.
Es clásico en Freud distinguir por ejemplo la época de la primera tópica y de la segunda, en la que las coordenadas de la interpretación del psicoanálisis son modificadas. Igualmente para Lacan, su enseñanza se presta a ser dividida en períodos. Fui, creo, el primero, en todo caso el más tenaz, en hacerlo : el primer Lacan, el Lacan clásico, la última enseñanza, el que viene después de todas las anteriores. Es validado, al menos, por el hecho de que sus lectores lo retoman.
Esto abre por supuesto la pregunta de saber cuál es la interpretación contemporánea que puede hacerse del psicoanálisis, ya que todo muestra que la interpretación del psicoanálisis está en función del tiempo que pasa. Para ser más preciso se podría incluso decir que la interpretación del psicoanálisis está en función de los efectos y de las consecuencias de la práctica del psicoanálisis sobre el psicoanálisis.
Entonces, autoricémonos a hacer un retorno sobre la historia del psicoanálisis, precisamente sobre lo que apareció en el curso del siglo XX como un corte, luego de veinte años de práctica del psicoanálisis, alrededor del año 1920. Todo el mundo está de acuerdo, por haber ubicado en esa fecha un giro llamado de la técnica psicoanalítica, un giro hacia lo que dio en llamarse el psicoanálisis de las resistencias.
Lacan relaciona ese giro con lo que los analistas debieron constatar en esa fecha, de lo que llama una amortización de los resultados del análisis. Los reenvío a los Escritos 1, página 320, página que figura en el escrito cuyo título es Variantes de la cura tipo en el que Lacan trata de inscribir en su lugar en el curso histórico del psicoanálisis, la tentativa que viene de inaugurar con su Discurso de Roma, un año antes, en 1953. Rehace por tanto la historia en función de la tentativa que él inaugura. Y recuerda, con humor, que Freud recomienda, antes de los años ´20, que se apuren en hacer el inventario del inconsciente antes que se cierre. Freud tenía la intuición que la operación que él seguía no dejaría el objeto de investigación inerte, pero que, en caso que el psicoanálisis lo requiriera, su objeto, llamado el inconsciente, se haría inasible. Se puede decir, al menos por aproximación, que los analistas practicantes, alrededor del año 1920, experimentaban como un momento de cierre del inconsciente, que ya no era como antes. No data de hoy ese sentimiento que se limitó al inconsciente de tal manera que no nos permite interpretar al psicoanálisis como se hacía anteriormente. Es lo que la comunidad analítica percibió alrededor de esa fecha.
Hasta ese momento, la palabra-amo, si así puedo decirlo, la práctica mayor, era el desciframiento de las formaciones del inconsciente. Analizar era descifrar : los sueños, los actos fallidos, los lapsus, Lacan añadió los desórdenes de la rememoración, los caprichos de la asociación, y el dicho etc. – hay que añadir el síntoma.
De lo que se percataron en ese entonces los analistas fue la distancia entre los éxitos del desciframiento y el fracaso de la verdad.
El desciframiento no tiene ipso facto, como consecuencia, la curación del enfermo puesto que es aún en tanto tal que el analizante figuraba en la cura analítica : el hecho que hablemos comúnmente de analizante más que de enfermo es el resultado de una reinterpretación del psicoanálisis por parte de Lacan y el hecho que hablemos de experiencia analítica más que de cura también es una reinterpretación. En aquel momento, los analistas percibieron en el dolor que el desciframiento no era en si mismo lo que transformaba, e intentaron dar cuenta de esta separación con el concepto de resistencia. El paciente, pensaron, resiste en reconocer el sentido de sus síntomas. Y por ese hecho, trataron, definieron al psicoanálisis, interpretaron al psicoanálisis más allá del desciframiento del inconsciente como el análisis de las resistencias. En el inicio de su tentativa, Lacan, en el punto al que había llegado, consideraba que el análisis de las resistencias, en el que se habían involucrado todos los analistas salvo Freud, traducía, según él, y lo cito, un movimiento de renuncia al uso de la palabra. Entre paréntesis, vale sin duda, la pena interrogarse acerca de la relación que hay entre esta supuesta renuncia al uso de la palabra y la desvalorización explícita que sufre el uso de la palabra al final de la enseñanza de Lacan : lo que aisló como renuncia, ¿es lo que retorna, en su propia trayectoria al final, como una desvalorización del uso de la palabra?
Luego, el análisis de las resistencias promueve a un primer plano dos categorías, la del yo que tomó prestada de la segunda tópica, y que sería el agente de la resistencia – entre paréntesis, en tanto que Freud en su segunda tópica da un lugar a la resistencia del ello y a la del superyó –, y la categoría de la defensa. Ambas categorías confluyen en el concepto de los mecanismos de defensa del yo producido por Anna Freud, que se convertirá en la doctrina mayor de la comunidad analítica hasta la emergencia de la categoría de la constratransferencia.
¿Mecanismos de defensa del yo contra qué? Contra la pulsión. Y allí todavía podríamos colocar entre paréntesis que el correlato hallado en la enseñanza de Lacan a esta promoción de la defensa contra la pulsión, es de hecho su promoción cada vez más insistente de la categoría del goce. Como si Lacan, en la segunda mitad del siglo XX hubiese, a su manera, vuelto a hacer el camino que había recorrido la comunidad analítica en la primera mitad. Es una hipótesis que evoqué en el momento en el que daba aquí el curso sobre la experiencia de lo real en el psicoanálisis.Entonces, la enseñanza de Lacan se inauguró a partir de la crítica del análisis de las resistencias, es decir con una fe renovada en los poderes de la palabra y en su eficacia sobre la pulsión. Lo llamó una nueva alianza con el descubrimiento de Freud. Nueva alianza renovada por el apoyo encontrado en la lingüística, pero digamos nueva alianza que encontraba si puedo decir, la fe de los orígenes, y que daba a su Discurso de Roma su lado que entusiasmaba en cuanto ponía al desnudo el resorte eficaz del psicoanálisis.Esto suponía el borramiento del yo, reenviado a la imagen narcisista y a las contradicciones, a los desórdenes de las identificaciones imaginarias.También suponía que lo que Lacan llamó en aquel momento el punto-sujeto de la interpretación sustituía al yo. El punto-sujeto de la interpretación es su primera definición de sujeto : lo que llamó el sujeto es lo que es dócil a la interpretación; lo que llamó el sujeto es una variable a lo que una interpretación puede dar su valor. Esto pone por tanto fuera de su campo lo inerte en relación a la acción de la palabra – considerando que esta inercia es secundaria. Y por tanto es una interpretación, de alguna manera transparente, del psicoanálisis.
Borramiento del yo, sustitución del yo por el sujeto, y en tercer lugar eso suponía la supremacía del deseo. El deseo, al mismo tiempo que se desvía en relación a la demanda, es susceptible a la interpretación, inclusive idéntico a la interpretación. Es la famosa frase de Lacan : El deseo es su interpretación. Y la supremacía del deseo es en particular la supremacía del deseo sobre la pulsión. Digamos que la tesis esencial por la cual Lacan supera las dificultades que habían dado nacimiento al análisis de las resistencias, es la tesis : el deseo estructura las pulsiones. Lo que quiere decir : el resorte es, en todos los casos, un resorte de palabra.
Esta dominancia de la palabra, él la traduce en la constante promoción de lo simbólico, hasta reemplazar, si puedo decirlo, los mecanismos de defensa de la vieja Anna Freud por los mecanismos significantes de la metáfora y de la metonimia, puesto que emplea al respecto la palabra de mecanismo, que en el marco del discurso analítico, no puede dejar de evocar el término annafreudiano.
Ahora la resistencia. ¿Por qué alrededor de los años ´20 habían interpretado el psicoanálisis en términos de resistencia? Fue porque creían poder constatar que la palabra líquida, si puedo decirlo, no tenía efecto, no tenía el suficiente efecto más allá de un cierto punto, sólo tenía efectos limitados. Y en el fondo la resistencia era el nombre de este límite. De forma tal que, de acuerdo a ciertos aspectos, la resistencia podría ser lo que Lacan redescubrió bajo las formas del goce.Durante mucho tiempo, durante más de diez años, doce-trece años, Lacan dejó en cierto suspenso su doctrina del fin de análisis. Quedó en sus Seminarios, en sus escritos como un horizonte, como si hubiese cierta dificultad en precisar el final del análisis si se lo piensa, por decirlo de manera muy simple, a partir de la palabra.
En el momento en el que propuso, en el que interpretó al psicoanálisis por el pase es cuando pensó en superar este obstáculo.
El pase es sin duda la interpretación mayor que Lacan dio del psicoanálisis. Interpretó el psicoanálisis en el sentido que debía tener un final, y que este final permitía pasar – para decirlo siempre de manera muy simple y con la menor elucubración de saber posible – del registro de la palabra al registro del goce, que este final traducía ese pasaje.
En el texto en el que lo propuso – ya que lo propuso en un escrito antes de dar un curso sobreese tema – titulado Proposición sobre el psicoanalista de la Escuela, expuesto el 9 de octubre de 1967 cuando recién había comenzado su enseñanza en 1953, es decir 14 años después. Hay que hacer notar que se centró en efecto en el inicio y en el final del análisis, lo que es bien conocido, salvo que hay que añadir que de alguna manera reservó su doctrina sobre curso del análisis. El tercer término es el curso del análisis, lo que hay entre el inicio y el final.¿Qué es entonces lo notable? El hecho que se articula el inicio y el final en términos totalmente diferentes. Por decirlo de manera muy simple, articula el inicio en términos de significantes y articula el final en términos de goce – dice esencialmente fantasma pero sabemos que trabajará el concepto de fantasma orientado para poner en evidencia el goce y allí es retenido, producido o escondido. Hay entonces una distancia terminológica entre el inicio y el final, y es esta distancia la que incluso lo motivará, en sus Seminarios, a buscar la articulación de estos dos momentos.¿En cuanto al inicio, de qué se trata? Se trata esencialmente de la instalación de la transferencia, que en ese momento es interpretada por el sujeto supuesto saber.
Interpretar el inicio del psicoanálisis por el sujeto supuesto saber, comporta la reducción del inconsciente a significantes supuestos; eso supone que se interpreta el inconsciente en términos de significantes; y como son significantes que son sólo supuestos, se interpreta el inconsciente en términos de significaciones de saber.Para Lacan la situación inicial es una situación que llama convenida, es decir articulada a un convenio, lo que viene al lugar del término que rechaza, pero que repercute de cierta manera, el del contrato; eso marca en el fondo un cierto acuerdo.
En esta interpretación, lo que es sobretodo extraordinario es que al reducir al analizante a un significante y al analista a un otro : S —> Sq, esta significación de saber : s, no la coloca ligada al analista (JAM coloca s primero bajo Sq), sino la coloca como ligada al analizante (JAM borra el s bajo Sq y la coloca bajo S). Pero hay que comprender que es como el efecto de retroacción de la conexión con el analista, que es la articulación del significante analizante al significante analista que se supone da nacimiento a la significación del saber inconsciente. Esta asignación del saber inconsciente del lado del analizante permite en el fondo subrayar que el analista mismo (JAM subraya Sq) no sabe nada acerca de los significantes supuestos del inconsciente del analizante (JAM circunda s), pone el acento sobre su ignorancia, y así justifica la recomendación freudiana de abordar cada nuevo caso como si no se hubiese adquirido nada de los desciframientos de los otros casos. En todo caso, simplemente el inicio está aquí articulado en términos de significante y significado. Y si hay un deseo que está implicado, el único aislable es un deseo de saber.
Mientras que si nos reportamos al final del análisis, lo notable es que entonces aparece un nuevo término, el del objeto pequeño a : (a), que es colocado en función con el término del complejo de castración, escrito menos phi (-φ), como dos soluciones que pueden contribuir a la cuestión del ser del psicoanalizante. El objeto, la castración, el ser, son todos términos ausentes en la elaboración inicial. Digamos incluso que, correlativamente, aparece que en el registro del inicio no nos encontrábamos en el orden del deser, el deseo de saber no tiene más asidero que en el deser. (JAM escribe deser (désêtre, en francés) bajo el esquema del inicio), y aquí, al contrario, estamos supuestos a tener acceso al ser (JAM escribe ser (être en francés) bajo el esquema del final).
Tenemos acá un clivaje, los términos están planteados, pero el pasaje sigue siendo problemático, y es lo que animó la investigación de Lacan en sus siguientes Seminarios.
Simplemente se dice que la salida del análisis implica que el partenaire analista debe desvanecerse, que en esta relación sólo se elucubró un saber vano de un ser que se disimula, y que no se descubre, en los ejemplos que Lacan mismo mostró, que lo que podemos llamar una fijación de goce (JAM escribe en la pizarra : fijación de g. (fixation de j en francés)), que es totalmente distinto a lo que había sido aislado como la significación de saber inconsciente. Esta fijación de goce, de la que Lacan da dos ejemplos a partir de su práctica, lo tacha de ingenuidad. Este término es bueno para oponerlo a la sofisticación de las relaciones del significante y del significado : la búsqueda laberíntica inaugurada por el sujeto supuesto saber desemboca en una solución ingenua, que él formula en una frase.
Sus sucesivos esfuerzos fueron inventar una lógica que conduciría del saber supuesto al descubrimiento del goce fijado.
Este goce fijado lo abordó por el fantasma, luego por un concepto ampliado del síntoma.
Luego evidentemente, existe una diferencia entre abordarlo por el fantasma o abordarlo por el síntoma o sinthome. La diferencia es la que revela en su escrito sobre Joyce el Síntoma, a saber que el goce propio del síntoma es opaco, es decir que excluye el sentido. No es posible decirlo mejor, la fijación de goce esencial del sujeto, cuando la llamamos síntoma, está fuera de sentido (JAM escribe en la pizarra : Σ : fuera de sentido (hors sens, en francés), es decir, está fuera de ser asida en la matriz planteada inicialmente.
El análisis se sirve de la metáfora paterna para resolver la cuestión del goce, se sirve de la metáfora paterna y digamos de sus chirimbolos conceptuales habituales para taponar el enigma del goce y hacerlo virar hacia el sentido, pero esto no es – y es con eso con lo que Lacan se compromete al final de su enseñanza –, es sólo un engaño. Recurrir a la metáfora paterna es sólo un engaño frente al enigma del goce que excluye el sentido.
Es allí donde Lacan, sobre el final del análisis, sólo pudo decir que esto – bueno, no lo dijo, sigo la vía que él indica – que el final del análisis es una construcción del analizante.
Es el sentido de su pregunta : ¿Qué empuja a alguien a hystorizarse de si mismo sobre todo después de un análisis?
¿Qué empuja a un analizante a narrar su análisis, a hacer de ello un relato que tenga sentido, sobre todo luego de un análisis? Eso quiere decir que el análisis debería haberle enseñado lo que del goce excluye el sentido ¿Por qué entonces urdir un relato que por el sentido, daría cuenta de la fijación de goce?
Entonces, él lo indica. Indica, en sus últimas reflexiones el clivaje que hay entre la verdad mentirosa, que es elaborada en la dimensión inicial (JAM muestra el esquema del inicio), y lo que se obtiene al final y que de manera auténtica, no es coherente con el sistema. Esto deja abierto un orden de relato que puede ser concebido a condición de preservar su propia incompletud.
El relato del pase, de la manera en que Lacan lo refleja sin dar las coordenadas, es un relato que debe comportar esencialmente el carácter de la alusión, de lo que no está dicho en pleno, ni en directo, sino un relato que traduce el rodeo de lo que a merced del sentido, aparece como vacío.
Debo detenerme aquí, primero porque es la hora (risas), y sobre todo porque no conviene dar las claves de la alusión.
Hasta la próxima semana (aplausos).
Desgrabación: Michel Jolibois
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