Publicado em Diario – 13 de abril de 2020
Óscar Ventura lleva semanas atendiendo en Alicante las urgencias de sus pacientes con las posibilidades que brinda la tecnología, esa que, opina, facilita hoy relaciones pero cuya virtualidad no debe sustituir el contacto directo tras el confinamiento. El actual presidente de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis en España avanza que la pandemia cambiará nuestras vidas, pero ahora hay que centrarse en el hoy para amortiguar la angustia.
Dígame algo bueno que sacaremos de todo esto…
Tal vez muchas cosas podamos aprender, sin duda, depende bastante del desenlace de todo esto, porque cuando dice todo esto es una forma muy apropiada de nombrarlo. Decimos esto para nombrar la pandemia, el confinamiento, la angustia generalizada, el miedo al contagio€ Los psicoanalistas utilizamos un concepto muy preciso con el que tratamos de dar cuenta de un acontecimiento para el cual no encontramos palabras para nombrarlo, lo llamamos lo real, no es exactamente la realidad, es más bien el encuentro con lo traumático, con lo súbito, con lo imprevisto, allí donde los cálculos fallan; entonces hay un encuentro con un real que antes no habíamos pensado, y esto impacta en las subjetividad, tanto colectiva como individual. Bien, estamos en ese momento. Y lo que nos queda como recurso es la invención, buscar soluciones inéditas a contingencias inéditas.
Tal vez sea una oportunidad privilegiada para repensar la política, para captar en toda su profundidad la debilidad de la condición humana. ¿Podrá imponer la pandemia algún tipo de rectificación política? Este real que transitamos nos permite poner en perspectiva la fragilidad radical de esta pobre especie que somos, siempre en tensión con la carga de destrucción que nos habita, con eso que llamamos pulsión de muerte. Es una oportunidad para volver a encontrarnos con el desamparo que nos une, la pandemia pone algo en común que atraviesa al conjunto del lazo social, el virus es antisegregativo, no distingue a quien infecta, y si bien hay poblaciones de riesgo, nadie esta inmune en principio, todos somos iguales ante la ley insensata del virus.
Quizás a partir de esta crisis podamos poner de relieve los rasgos nobles de lo humano, esos que nos unen en el desamparo y en la soledad, esta vertiente de los afectos no está toda atravesada por la pulsión de muerte. Y curiosamente vivifica los cuerpos cuando ponemos en acto la autenticidad de la relación con la vida y con la muerte, con las cosas que importan. Las sociedades comienzan a dar algunos ejemplos de eso en plena pandemia a pesar de los gobiernos, como es el caso de Brasil, donde la supuesta autoridad de un presidente temerario, soberbio y enfermo de odio es cuestionada por la población y por la sensatez de algunos políticos que toman medidas más allá de él. Es necesario conservar un espíritu crítico sin ambages ante el desencadenamiento de los discursos que matan, de una realidad social que bascula peligrosamente hacia procesos de segregación cada vez más despojados de vergüenza y de pudor. Se ve muy bien el desastre y la confusión que produce la enunciación de tipos como Trump, Bolsonaro, Orban€ Y sus replicas locales en España, en Italia, en Francia, en el conjunto de Europa.
Es una oportunidad para agujerear esos discursos sin que sea la guerra -a la que son tan proclives- para repensar la fragilidad de las democracias actuales, el concepto de Estado de derecho, el concepto mismo de Estado, tal vez sea la ocasión de dignificar la política desde esta contingencia inédita como la que introdujo la Covid 19, introducir palos en la rueda a esta forma de capitalismo insensato e inhumano en que vivimos.
¿Estábamos preparados para una situación así?
Evidentemente, no. Nunca estamos preparados para un encuentro con este tipo de realidad, ni al nivel de los sistemas sanitarios, ni al nivel de las poblaciones en general. Aunque no podemos negar que los epidemiólogos y los virólogos contemplaban un escenario de pandemia. De alguna manera la situación actual ha sido anticipada y prevista.
En los últimos cuarenta años hemos asistido a escenarios de pandemia, el sida, el ébola, el SARS, el H1N1, el MERS, la gripe aviar. Los centros de investigación en virología estaban al tanto de que un nuevo virus podía desencadenar una pandemia. En el año 2009, con la extensión del H1N1, L.W Enquist, uno de los virólogos más prestigiosos del mundo alertaba en The Journal of Virology sobre la aparición de futuros virus: « En humanos, esas infecciones serán probablemente zoonóticas y muy contagiosas (es decir, transmisiones de virus de animales salvajes o domésticos a humanos) ». Los epidemiólogos han ensayado modelos de trayectoria sobre posibles escenarios y también han establecido modelos de respuesta. No éramos totalmente ignorantes.
Otra cosa es que este tipo de alertas hayan sido tomadas en cuenta por las burocracias sanitarias y políticas de los países, empeñados muchas veces en una destrucción progresiva de los grandes sistemas de salud universales, reduciendo sus recursos y empujando a modelos sanitarios orientados por un pragmatismo que pretende reducir la lógica asistencial a la variable económica. Inquieta sin duda observar cómo los sistemas sanitarios que se pensaban sólidos no estaban preparados para contener la expansión del virus. Debemos apoyar sin duda al conjunto del sistema sanitario, es un imperativo, todos debemos colaborar con ellos y tomar conciencia de que es una oportunidad para reestablecer los principios de una economía solidaria, que apueste por tejer redes de contención para alojar el sufrimiento. Y que sean lo suficientemente consistentes para ofrecer respuestas colectivas allí donde sean necesarias, como las pandemias. Y respuestas singulares adaptadas a la particularidad única de cada paciente. Y ello no es posible si no tenemos un concepto de Estado que pueda absorber esto con todos los recursos necesarios.
¿Qué problemas causa el estado de alarma con confinamiento y a quién afecta más?
El modo de afectación, efectivamente, no es homogéneo, no hay una respuesta universal a los problemas que pudiera acarrear el confinamiento. Tampoco tenemos una casuística de confinamientos de esta magnitud que pueda orientarnos. Así que vamos aprendiendo de este momento inédito. No obstante, es necesario prestar la máxima atención a las situaciones de mayor vulnerabilidad, de menor fortaleza psíquica y con menos recursos para soportar el encierro. Para hablar de afectaciones en sentido estricto necesitamos un poco más de tiempo. Ahora estamos atravesando el momento de urgencia y la operación sobre la urgencia consiste en primera instancia en amortiguar los efectos, fundamentalmente de la angustia y de la incertidumbre. De ayudar a que las personas puedan establecer una nueva configuración de su relación con la soledad y con la restricción de movimientos a partir de los recursos de cada uno. En este sentido, no se pueden ofrecer soluciones protocolares, es preciso el detalle y en eso estamos los psicoanalistas, siempre alertas a los mínimos detalles singulares, que son al fin y al cabo los que nos orientan en los modos de estabilización de los casos.
También es preciso estar atentos a los conflictos de convivencia anteriores que pudieran existir y que corren el riesgo de exacerbase, sobre todo intrafamiliares, en parejas con antecedentes de violencia o familias desestructuradas. En fin, operar sobre la urgencia consiste en que la gente pueda encontrar entre sus propios recursos, los que más convienen para pasar todo esto con la máxima serenidad posible. Veremos después las secuelas, los restos que esto dejará y hasta que punto configurarán nuevos síntomas que se inscriban en el marco de la psicopatología.
En un momento de aislamiento como este, ¿los profesionales siguen en contacto con sus pacientes por videollamadas, whattsapp€?
Seguimos trabajado a partir de las posibilidades que nos permite la parte amable de la tecnología, que son variadas, no tenemos otra alternativa. Es importante en estos momentos seguir la evolución de algunos tratamientos, estar atentos a los distintos fenómenos clínicos que pueden producirse a partir de una coyuntura excepcional, que requiere de la utilización de recursos también excepcionales.También hay que tener muy presente la transitoriedad de estas modalidades y así se lo damos a entender a nuestros pacientes. Para la práctica del Psicoanálisis es un principio la presencia de los cuerpos en las sesiones, se trata para nosotros de reestablecer a la mayor brevedad posible esa presencia.
No obstante esto abre un debate que sin duda se producirá, para entender de qué manera el lazo social, atravesado ya masivamente por la introducción de la tecnología hará bascular aún más las modalidades de relación contemporáneas atravesadas por la virtualidad y hasta qué punto no. Ya ocurría esto antes de la crisis y de la presencia del virus, no es una novedad. Se trata de cómo servirnos de la tecnología, por un lado, pero también cómo prescindir de ella para que el lazo virtual no deshumanice las relaciones entre nosotros, el contacto directo con el cuerpo del otro es irremplazable.
No conviene dejarnos vencer por la virtualidad, son los cuerpos reales los que ponen en juego las pasiones, el amor, la muerte, la sexualidad€Y la experiencia de un Psicoanálisis. No apostamos por un estilo de vida que se refugie en las pantallas y en una supuesta comodidad que es más bien aliada de la cobardía. Este es un debate amplio y esta crisis nos dará elementos para ver qué tipo de respuesta tendremos cuando los cuerpos puedan volver a encontrarse, habrá que verificar si el distanciamiento social, que seguramente se prolongará en el tiempo como parece que ocurrirá, será el índice de un nuevo modo de lazo que profundizará el aislamiento, o nos volveremos a encontrar con más ganas con los cuerpos de nuestros semejantes, para que ellos sigan transmitiendo lo más auténtico de los intercambios. Un debate apasionante que se verá renovado por esta contingencia que es la presencia del virus.
¿Qué podemos hacer para sortear o reducir la ansiedad?
Sería arriesgado decirle a alguien lo que tiene que hacer para reducir estos síntomas en la medida que ellos aparezcan. Sencillamente, porque ninguna respuesta seria válida para todos. No le haríamos ningún favor a nadie, porque no existe el manual de instrucciones del confinamiento por coronavirus, ni ningún manual de instrucciones para curar síntomas de cada uno, es una lástima que sea así, pero lo es. La varita mágica es para los magos o para los vendedores de humo.
Sin embargo, podemos ofrecer dos orientaciones muy sencillas. Por un lado, no perder de vista aquellas cosas que han servido de ayuda y de refugio en los momentos de desamparo, de bajón, de soledad que todos hemos atravesado en algún momento de la existencia, y ver si funcionan en este momento. Muchos de esos recursos, lo sabemos, tienen que ver con la posibilidad de desplazarse, de no estar en confinamiento. Bien, es posible tal vez hacerlos mutar, adaptarlos a la excepcionalidad del momento. Vale la pena darse el tiempo para bucear en esa extraña relación que tenemos con nosotros mismos. Es una ocasión para conectar con lo más íntimo de cada uno, incluidas las inevitables miserias con las que solemos convivir, explorar eso que de nosotros mismos nos resulta insoportable. No es sencillo pero es una orientación.
Por otro lado, en la medida en que el confinamiento se vuelva insoportable, es necesario consultar, recurrir a la ayuda de quien esté en condiciones de escuchar, para poder ofrecer la posibilidad de hacer surgir en cada uno los elementos más apropiados. Los pequeños o grandes recursos que habitan en cada sujeto y que a veces ignoramos que estaban ahí, es recomendable activarlos. Los psicoanalistas nos ocupamos de eso todos los días, de tratar de hacer surgir los recursos que cada cual tiene para hacer la vida un poco más amable, un poco menos trágica. Muchas veces un pequeño desliz, una pequeña contingencia tiene una capacidad enorme para producir un cambio de la lectura que hacemos del mundo.
Nos piden evitar el contacto físico, ¿eso afecta más a españoles y latinos que, por ejemplo, a holandeses o alemanes?
Es una pregunta muy interesante, toca un punto clave de la cultura de Occidente. El mundo latino y el mundo anglosajón, hoy por hoy, no difieren mucho en las formas en que se contactan físicamente los sujetos, los tabúes del contacto han caído ya hace tiempo en el conjunto de Occidente. Puede haber detalles, pero ellos no marcan una diferencia sustancial.
El contacto físico tiene sus reglas, su rituales, sus limites según las tradiciones en que se inscribe una cultura, una civilización. Las diferencias más pronunciadas las podemos encontrar no tanto en el conjunto de Occidente sino entre la diferencia de relación entre los cuerpos entre Oriente y Occidente. Oriente tiene una relación con el cuerpo muy diferenciada, la cultura japonesa puede ser un paradigma de la cuestión. La liturgia de los encuentros mediatizada por la distancia es patrimonio de las civilizaciones orientales -no me voy a extender en esto- sencillamente decir que la diferencia ahí es relevante, se ve también cuál es el grado de disciplina con el que Oriente ha inscrito su forma en relación a las medidas de confinamiento. Hay una disciplina de los cuerpos que no solo hay que entenderla como el efecto de regímenes políticos totalitarios y de control radical de las poblaciones, como puede ser China, va más allá de una interpretación política.
Pero su pregunta me hizo pensar en otra cosa, súbitamente me trajo a colación a Max Weber y ese libro ya clásico que es « La ética protestante y el espíritu del capitalismo ». Creo que podemos partir de allí para captar algo fundamental de lo que ha puesto en juego esta crisis sanitaria y lo que puede ser la salida política y económica en este momento inédito que atravesamos. Y no es otra cosa que la tensión entre la concepción protestante y la católica, entre el norte y el sur de Europa en relación al modo en que se fundan la relación a la riqueza, al trabajo y al funcionamiento del capitalismo. Esta tensión atraviesa este momento, como estuvo también presente en la crisis, estrictamente financiera, de 2008.
Ahora volvemos bajo una coyuntura distinta a poner en tensión a una Europa que se debate entre dos formas de entender la cuestión. ¿Cómo saldremos de la crisis? ¿bajo las premisas de la economía de mercado que pretende imponer la ortodoxia financiera bajo su versión neoliberal, sostenida en el individualismo ciego, el utilitarismo y el egoísmo? ¿O la emergencia de la Covid 19 dará la oportunidad para volver a pensar en las coordenadas de una concepción que pueda promover un cambio de posición respecto al capitalismo, construir una nueva síntesis que permita establecer un puente por el que pueda transitar una nueva ética que pueda rescatar, aceptar y promover aspectos importantes del capitalismo y que al mismo tiempo imprima una concepción diferencial respecto al funcionamiento del capital, del trabajo y de la vida en comunidad?
No se trata de una concepción religiosa, sino de la política en el sentido profundo, en el sentido de lo que las tradiciones de Occidente puedan aportar a nuevos modos de entender la lógica de la vida y el destino de la organización del lazo social. Esta batalla política y económica es esencial. Construir un tipo de solidaridad transversal es una forma digna de habitar este mundo globalizado, que ya no puede tener la opción de ampararse en el refugio de falsas soberanías o de nacionalismos segregativos.
¿Ayuda a sobrellevar el aislamiento volcarse en los demás?
Depende de cómo uno se vuelque hacía los demás, depende también de la dirección que tome ese volcarse. No se trata de heroicidades ni de cuestiones sacrificiales. Una vocación de servicio sin duda reconforta, hay una satisfacción en saber que se puede ayudar a alguien que está jodido, que lo está pasando mal. La condición es que esa ayuda esté despojada lo máximo que se pueda de la dimensión del narcisismo, que siempre es una trampa. Hay que cuidarse a veces de las buenas intenciones. Sobre todo, que no se trate de obturar los recursos que el otro tiene para ayudarse en nombre propio. Ayudar al otro en buenos términos es no tratar de saturar con lo que uno cree que al otro le viene bien, con lo que uno cree que al otro le conviene. Es más bien acompañarlo en una dimensión común de sufrimiento, pero que siempre es diferente en cada sujeto el modo en que se resuelve.
Además del reconocimiento a los sanitarios, ¿hay algo detrás de los aplausos en los balcones?
El confinamiento ha dado lugar a manifestaciones espontáneas de solidaridad y de reconocimiento. Son momentos de experiencia común: los ecos de las voces, los aplausos, la música y las canciones son formas de evocar la ausencia del cuerpo de los otros, escriben algo en ese vacío que produce el confinamiento. Tratamos de salvar la distancia con los recursos más humanos que tenemos, con la voz, con las manos que aplauden, cuerpos que les hablan a otros cuerpos que están a distancia. Estas experiencias nos recuerdan cada día que estamos alertas, que estamos presentes, que la vida sigue palpitando, amortiguan hasta donde pueden los impactos gélidos de las cifras, los números de muertos, de infectados, son pequeñas dosis de antídoto contra el virus. Y, sin duda, una voz colectiva de aliento a todos aquellos que están tratando de salvar vidas.
Es necesario conservar estos rituales, se corre el riesgo que estos inventos colectivos puedan agotarse, que el cansancio y el agotamiento o la desesperanza puedan diluirlos. Mantenernos firmes para conservar estas manifestaciones u otras que puedan surgir, es una barrera más para que el aislamiento no decline hacía la pendiente depresiva.
¿Cómo afectan a la sociedad los mensajes que dan los políticos en esta situación, tanto desde el Gobierno como desde la oposición?
Sin duda en este momento es más sencillo ser oposición que gobierno, las decisiones súbitas, los actos políticos sobre la urgencia no están exentos de errores y de cálculos que cambian a diario. Todos sabemos el nivel de crispación que atraviesa la política española, lo último que necesitamos en momentos como este es que la tensión se exacerbe. La llamada a un gran pacto es una apuesta de lo más sensato. Para ello es necesario que los ciudadanos puedan tomar conciencia de las profundas dificultades que significará la debacle económica que nos espera. Es el momento de lo colectivo, de la solidaridad y del trabajo en común. Y cualquier oposición digna de ese nombre no puede embarrarse en el lodazal de una política que no esté a la altura de esta emergencia. El diálogo, la palabra puesta en juego es imprescindible, volver fecunda la controversia es una apuesta necesaria.
Asistimos a hechos inéditos, por ejemplo, los partidos que se aíslan a sí mismos y se niegan a dar lugar al diálogo y al intercambio como ha hecho Vox. Bien, entonces es una oportunidad para aislar a los que se auto-aislaron, a los fanáticos, a aquellos que lograron inocular a un conjunto relativamente amplio el discurso del odio, de la segregación, del miedo, de la intolerancia, de la xenofobia. Es una oportunidad para neutralizar hasta reducir a esa ultraderecha montana, neofascista, infectada de resentimiento, portadores del peor virus que ha conocido la democracia española desde hace 40 años. Tengo confianza en que vamos a poder, entre todos, derrotar esa arrogancia populista que encarnan los que viven nostálgicos de las formas mas ignominiosas que ha transitado la historia de la humanidad.
¿Las redes sociales, tan vilipendiadas antes, son mejores ahora?
Pienso que no son peores ni mejores. Son un instrumento y depende bajo qué coordenadas hacemos uso de ellas. El confinamiento nos ha llevado a hacer un uso masivo y continuo del recurso virtual. Y lo que empezamos a notar a estas alturas es un agotamiento de la relación de los sujetos con las pantallas, estamos atravesando una sobredosis de exposición, desde el tele-trabajo a los cumpleaños o aniversarios virtuales, que tratan de suplir los encuentros reales. Este agotamiento que se empieza a percibir no es un mal signo, más bien es un índice de lo irremplazable de la presencia de los cuerpos. Tal vez haya un efecto paradójico en todo esto y la añoranza de la presencia pueda amortiguar en el futuro la alienación contemporánea a los objetos tecnológicos. Es posible que esta experiencia produzca cambios profundos sobre muchas cuestiones que conciernen al modo de relacionarse y al modo de habitar lo común.
¿Estaremos preparados para abandonar el confinamiento? ¿Cambiará nuestra forma de relacionarnos en el futuro?
Todo indica que abandonaremos el confinamiento gradualmente. Es necesario que sea de esta manera, no podemos anticipar hasta qué punto cambiará nuestra forma de relacionarnos, seguramente habrá cambios, fundamentalmente porque las medidas de distanciamiento social se extenderán en el tiempo. El miedo al contagio y la sospecha de quienes puedan ser portadores del virus introducirán nuevas fronteras en el intercambio. El uso generalizado de mascarillas, por ejemplo, no solo anticipa una nueva estética, sino que también implica el establecimiento de una disciplina de los cuerpos. No será sencillo volver a intimar, a abrazarnos, besarnos.
Todo será diferente en los espacios comunes, los bares, los restaurantes, los centros de enseñanza, los espectáculos. No sabemos hasta qué punto estos comportamientos producirán un cambio que se perpetúe en el tiempo. No sabemos tampoco si la Covid 19 será un episodio aislado o nuevos virus desencadenarán otras pandemias. Si la humanidad tendrá o no que someterse a formas parciales o totales de confinamiento. La sombra de una sociedad policial y excesivamente más controlada aún que hoy en día se cierne como una posibilidad sobre el futuro. Y también tenemos que tener en la perspectiva hasta dónde el uso político del control social puede profundizar la sociedad de la vigilancia a la que ya estamos sujetos. De un modo u otro debemos estar alerta para que las libertades sean custodiadas, para no dar lugar a los excesos de control, el debate sobre libertad y seguridad debe profundizarse. Hay que resistirse a que las sociedades puedan convertirse en rebaños dirigidos telemáticamente.
¿Es posible que haya estrés postraumático, en especial en quienes han sufrido de cerca la muerte por el virus de algún familiar?
Sí, es posible y, lamentablemente, es esperable. Un enorme conjunto de la población está expuesto a situaciones traumáticas, en distintas intensidades. Desde el estrés al que está sometido el sistema sanitario a las secuelas que la enfermedad pueda dejar, en fin, una serie de situaciones que requerirán ser elaboradas, darles un lugar aceptable en el aparato psíquico para ser aceptadas. Y por supuesto la muerte, que en este momento está despojada de los ritos simbólicos necesarios, los procesos de duelo están perturbados y detenidos, y eso requerirá de un trabajo para que puedan empezar de la mejor manera posible. Los Psicoanalistas hemos puesto a partir de los recursos de nuestra fundación de utilidad pública sanitaria un dispositivo transitorio y gratuito al servicio de la urgencia, para escuchar y orientar, en la medida de lo posible, a las personas que lo demanden en estos momentos más agudos de la crisis.
¿Qué herramientas psicológicas pueden servirnos para lo que vendrá después?
Es difícil responder a lo que vendrá después, debemos ser pacientes y esperar que el después llegue. Las herramientas psicológicas que realmente tienen efectividad deben construirse a la medida de cada uno. No obstante, como le decía antes, hay algo que sin duda ayudará a volver más liviano todo esto. Y es el humor, también la buena forma de la ironía, el pequeño malentendido que implica un chiste…eso descomprime la tragedia, afloja los cuerpos. Sin tomarnos esto a broma, también debemos hacer el esfuerzo de hacer mutar la tragedia en comedia, para que el relato que construyamos no esté saturado masivamente por el sentido que pueda imprimir la dimensión trágica de la existencia. Hacer vivible la vida es despojarla hasta donde se pueda del sentido trágico que habita en cada ser humano.