Luego de su “Conferencia en la Universidad de Milán, el 12 de Marzo de 1972”, Jacques Lacan enunció lo siguiente: “puede ser que un día haya un discurso llamado, así: “el mal de la juventud”. Pero hay algo que grita… es una nueva función que no tardara en surgir, […] una redistribución de eso que es…de eso que llamo discurso”(1)
Hace años que nuestro campo hace operativos conceptos tales como “el ascenso al zenit del objeto pequeña a ” o “la declinación del padre”. O, « hemos llegado así parece, al punto de retorno del padre, si no es de entre los muertos…, al menos de entre los menos afortunados ».
La generación de la declinación del padre, es la mía. De aquellos nacidos en el ’68. Ni dios, ni amos. Nada de ideal excepto: Yo, Moi. Yo y mis objetos. “Todo no es más que discurso”; “nada vale”, “No hay futuro”… Podemos constatar, a posteriori, que la bestia murió lentamente y que cualquier cosa del viejo mundo se transmitía en la familia, las instituciones, la democracia.
El mal de mi juventud era ese: cree en nada. O, si nada es un objeto, “creer en nada” era todavía creer en alguna cosa. Lo que captamos de golpe, era la “negación” y el “juicio de existencia”: “Nada (no) existe”. Mientras tanto, permanecía aquello que del inconsciente hacia ex-sistencia, soporte, sostén al síntoma.
Si mi generación, contrariamente a la precedente, no creyó más en un mundo mejor, al menos vivió como una nave errante: propulsado por el movimiento que la había insuflado y a la espera de que la siguiente fuese más creativa, mas deseante –en otros términos, mas esclarecida.
¡Es forzoso constatar que ningún pensamiento grandioso ha emergido de esta postura!
Nosotros que hemos mamado la ironía televisiva, que hemos sido mecidos en la amargura de cínicas letanías, en debates contradictorios, hemos arreglado, cada cual desde su “convicción íntima”. Luego hemos echado pestes contra aquellos que « se » nos han desinformado y a quienes habíamos permitido erigirse en maestros; nos hemos liberado de rumores con un franco dicho: “Nos burlamos de todo”.
Hoy, no nos burlamos más de todo. Hoy, es la seriedad. La seriedad nos llama al orden, ¿A cuál orden? Hoy, “el mal de la juventud” nos recuerda cruelmente el vacío en el cual hemos dejado a una parte de la generación que nos sucedió. No es el hueco, aquello que del lenguaje agujerea lo real; es el vacío. Mientras más discurso que haga lazo social; más discurso de todo: hay menos para decir.
Por lo tanto, eso habla, eso habla por todos lados sobre el tejido social, pero nadie encarna ante los adolescentes una palabra viva. Lo que triunfa sobre todo, es el “juicio de atribución”: me gusta/no me gusta, binario propio de la evaluación y de los sondeos. Algunos se quejan de este vacío. Pero, para la mayoría de aquellos que recibo(2), se dibuja un hueco, un abismo, en su mutismo, su “no sé”, en sus párpados bajos o en el miedo de sus ojos dilatados frente a ese otro que le desea cualquier cosa.
Allí, no es cuestión de callarse. Es cuestión de hacer predominar su deseo sobre un “nada vale”. Es una bofetada sagrada que uno recibe al entenderla, unos tras otros, relatar su encuentro cotidiano con los padres “fatigados” que duermen todo el fin de semana o juegan con sus máquinas “para relajarse”. Los padres solos, inquietos, que prohíben de todo “porque es peligroso”; de niños solos, inquietos, que se someten a esta asignación en la residencia destinada a vigilarlos mejor, espiarlos. Soledad contra soledad. Mi clínica es aquella de los adolescentes que son dejados solos, sin vida familiar, sin comida en conjunto, sin palabra, sin meta, sin deseo.
Los adultos que no los rodean sino que los encierran, transmiten nada. Nada sino la preocupación por los ritmos biológicos: comer, dormir. Él se dirige a ellos solo para escuchar el ritornello imperativo y vacío de sentido: “Debes ir a la escuela para tener un buen trabajo”. ¿Para hacer qué?
Sujetos sin causa que nada causan, las personas mayores no responden a nada, no hacen mas que exigir. Las exigencias descarnadas, desamparadas, desamorosas. Algunos adolescentes se encuentran bajo el yugo de un imperativo sin límites –dan lástima.
¿Cuántos otros se resisten, se niegan, se excluyen? Algunos no pueden, no saben nombrar, distinguir los afectos que los asaltan. Los desbrujulados somos nosotros, nosotros los adultos que hemos tenido, luego perdido, la brújula. Lo que hoy grita es el fastidio, el gusto mortal del fastidio y la vergüenza de estar en el mundo sin un deseo para sostenerse.
Si visualizamos no solo la hipermodernidad -que ya no tiene cuatro, sino una pluralidad de puntos cardinales-, si visualizamos la actualidad, la pregunta es: ¿quién, qué, hoy, dice donde está el norte?
Notas
1-. Lacan.,”Discurso en la Universidad de Milán el 12 de Mayo de 1972″ Lacan en Italia, Milán, La Salamandra, 1978, p. 50-51.
2-. En una institución que acoge a los adolescentes que presentan “problemas”: Problemas de Conductas alimenticias, de comportamiento; fobias escolares.
Traducción: Amilcar Gómez