¿Estamos asistiendo, como piensa Paul Krugman, a una réplica del terremoto griego originado por Syriza? Se trata en todo caso de movimientos distintos, surgidos en España del tejido asociativo y de base de las ciudades, de las asambleas de barrio, de las reivindicaciones a pie de calle que el movimiento llamado del 15M puso en el primer plano de la política del país. Las réplicas del terremoto han terminado por llegar así a las esferas más altas del poder.
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Digamos en primer lugar lo que estos nuevos movimientos han conseguido en tan corto plazo de tiempo: cambiar las reglas del lenguaje político, trastocar el eje de coordenadas simbólico en el que los discursos, — »dar un sentido más puro a las palabras de la tribu », Mallarmé dixit—, estaban perdiendo su sentido un día tras otro. Es un cambio que empieza por los significantes que designan los epicentros del terremoto: Podemos, Ahora Madrid, Barcelona en Comú, Compromís… No son ya significantes destinados a describir una posición política localizable en el arco parlamentario habitual. Son significantes performativos, —siguiendo de hecho el estilo y el éxito de la consigna « Yes, we can »—, destinados a hacer lo que dicen, a pasar al acto, a dar un paso sin vuelta atrás generando un nuevo sentido. Pablo Iglesias, el carismático líder de Podemos, lo explicaba así: « Siempre he sido de izquierdas, pero nuestros problemas no pueden explicarse en términos de la ideología izquierda-derecha, sino en términos de una lucha contra los privilegiados que están abusando de la mayoría de los ciudadanos que están debajo de ellos ». Las nuevas coordenadas del discurso político han pasado así de orientarse según el eje « izquierda-derecha » a hacerlo según el eje « abajo-arriba », mucho más convincente para el ciudadano de hoy, más eficaz incluso desde una perspectiva geográfica: el sur europeo de cálidas aguas mediterráneas contra los oprimentes vientos del frio norte financiero.
Las nuevas metáforas han calado hondo y el terremoto se ha ido transformando en tsunami. Nada indica que deba detenerse en las fronteras, cada vez más tenues, de la Europa del sur, en los límites que se han intentado fundar hasta ahora en la relación recíproca entre significantes, relación en la que siempre es posible suponer un Otro del Otro y que tiene sus repercusiones simbólicas e imaginarias. Es sabido que una frontera distingue dos espacios entre los que puede establecerse una relación recíproca entre representaciones, como es el caso por ejemplo de los consulados que representan a un país para cada uno de los otros. Esta es la lógica del significante. Del mismo modo, la izquierda ha sido izquierda para la derecha y la derecha ha sido derecha para la izquierda. Después del tsunami, la derecha española puede quejarse así de que la izquierda está encontrando su unidad para desbancarla de los ayuntamientos y los gobiernos autónomos. Y no le falta razón, pero desconoce así, a la vez, las razones del tsunami que se le ha venido encima y que ha finalizado un periodo de mayorías absolutas para pasar a un nuevo momento en el que minorías aliadas entre sí aparecen con una multiplicidad de modos de representación. Ya no hay, de hecho, fronteras claras para ordenar a estas minorías, cada una con su propio síntoma a modo de emblema: los desahuciados por las hipotecas, los condenados a la miseria por el sistema financiero, los expoliados de y por su trabajo, los oprimidos por el poder central… « No nos representan », era la consigna que unió a esta amplia variedad de malestares sociales.
Las nuevas fuerzas políticas no siguen ya la lógica de la representación recíproca propia de los significantes anteriores, tampoco de los significantes que intentaron ordenar el mapa de las autonomías en la España del postfranquismo. Siguen más bien la lógica de la disparidad, del litoral, que Jacques Lacan opuso en su momento a la relación recíproca entre significantes, entre sus representaciones y sus fronteras geográficas1. Obtienen su sentido a partir de experiencias subjetivas vinculadas a la singularidad del síntoma, de la opacidad del goce, como solemos decir en la orientación lacaniana. Y seguramente es por ello también que estas nuevas fuerzas están más del lado femenino.
Veamos.
Manuela Carmena, reconocida jurista y antigua militante del Partido Comunista, fue cofundadora del despacho laboralista de Madrid en el que se produjo la sanguinaria matanza de Atocha de 1977, atentado terrorista de la ultraderecha franquista que convulsionó al país. Su acción como abogada laboralista ha marcado un antes y un después en la lucha por los derechos civiles y de los trabajadores, y ello al precio de un sufrimiento subjetivo que Manuela no quiere esconder, tampoco en la reciente contienda electoral: « La campaña me ha hecho sufrir. Si pudiera dar marcha atrás, hubiera preferido otra sin lugar a dudas. » En lugar del gastado y ya inútil debate sobre los pactos entre centro y autonomías, Manuela introduce un discurso mucho más seductor para tratar ese real que ha hecho desde siempre imposible la unidad del Estado español: « A partir de ahí, a mí me parece que cuando dos ciudades se gustan tienen menos interés en separarse. Si desde Madrid estamos interesados en lo que pasa en Barcelona y desde Barcelona en Madrid, como que tendríamos menos prisa en plantearnos la separación, ¿no? »
Ada Colau tenía sólo tres años cuando Manuela sufrió en propia carne, aunque por fortuna no estuviera allí ese fatídico día, los atentados de Atocha de 1977. A Ada le gusta iniciar su autobiografía con estas palabras: « Nací la madrugada del 3 de marzo de 1974 en Barcelona. Pocas horas antes, el régimen fascista de Franco asesinaba en la cárcel Modelo a Salvador Puig Antich, un hecho que mi madre me ha recordado aniversario tras aniversario y que ha marcado mi compromiso con la lucha por el cambio social. » Ada ha apuntalado su merecido lugar de enunciación en la política en un incansable activismo a favor de los desahuciados por las hipotecas bancarias. Y votó « sí, sí » —sí al derecho a decidir, y sí a un estado independiente— en el referéndum ilegal por la independencia realizado en Catalunya el pasado mes de Noviembre.
Señalar ahora estos tres rasgos, estos tres conflictos, puede dar una idea de lo que hoy está en juego en la política española, de la fuerza que ha obtenido súbitamente la división del sujeto ante los oscuros significantes del poder que pasaron indemnes la llamada transición después de la muerte del dictador. Es la división de un sujeto que no esconde su sufrimiento ante sí mismo ni ante los otros. Conviene escuchar desde esta perspectiva el discurso de cada una de estas tres mujeres, una por una, para entender la fuerza del conflicto en el que fundan su división y los nuevos lugares de enunciación surgidos, en apariencia de modo tan repentino, en la escena política española.
Notas:
1 La diferencia entre la lógica del significante, fundada en la reciprocidad de las representaciones y situada del lado masculino, y la lógica de la letra, del litoral, que pone en suspenso esta reciprocidad del lado femenino, puede rastrearse en la última parte de la enseñanza de Lacan. « La lettre n’est-elle pas… littorale plus proprement, soit figurant qu’un domaine tout entier fait pour l’autre frontière, de ce qu’ils sont étrangers, jusqu’à n’être pas réciproques? » Jacques Lacan, « Lituraterre », in Autres écrits, Editions du Seuil, Paris 2001, p. 14.
Sobre el pasaje de la reciprocidad del significante a la diparidad, cf. Jacques-Alain Miller, « La orientación lacaniana. Extimidad », lección del 4 de Diciembre de 1985, « Sea cual fuere el desfasaje de registro entre lo simbólico y lo imaginario, debe verse que lo que vale es siempre la reciprocidad. La comunicación simbólica no parece más que un calco de la comunicación imaginaria (…) Pasemos de la reciprocidad, simbólica o imaginaria, a la disparidad ».Extimidad, Paidós, Buenos Aires 2010, p. 63.