« Me di cuenta de una cosa, que, tal vez, soy lacaniano, únicamente porque estudié chino en otro tiempo ». (1)
Los comentarios son muy divergentes. Para algunos, esa proposición de Lacan es preciso tomarla en un sentido inclusivo: Lacan se volvió lacaniano solo a condiciónde haber estudiado chino. El chino, en sí mismo, si así puedo decirlo, lo hizo lacaniano. Al contrario, ciertos sinólogos se levantan contra el crimen de « lesa-chino » que hubiera cometido Lacan atreviéndose, él que no era un especialista patentado, a proponer una lectura y una traducción original de los grandes clásicos de la literatura china, especialmente de Mencio sobre el cual volvió extensamente en el Seminario XVIII después de haberlo citado más de una vez en su enseñanza.
En efecto, esta declaración suscitaría comentarios diferentes, a lo largo de la enseñanza de Lacan: el chino le sirvió a Lacan para muchas cosas según las inflexiones de su pensamiento. En los años 1970, Lacan hace un retorno sobre los clásicos chinos releyéndolos con François Cheng.
¿Qué busca allí? Podemos a manera de respuesta dar los títulos de los capítulos III, IV et V del Seminario XVIII elegidos por Jacques-Alain Miller.
El chino, en 1971, sirve a Lacan para profundizar su ruptura con la lingüística –de allí el capítulo tercero « contra los lingüistas ». Luego, Lacan se sirve del chino para reformular el texto « La cosa freudiana » donde había enunciado « Yo, la verdad hablo »(3) –por lo que el título del cuarto capítulo: « Lo escrito y la verdad ».
Finalmente, el chino le permite distinguir la escritura como separada de la foné –el quinto capítulo se titula « lo escrito y la palabra ». Ese uso del chino en los años 1970 nos permite, en contraste, constatar que, en los años 1950, el chino había más bien acercado a Lacan a la lingüística, no lo había desviado de ligar la Verdad y la palabra y no le había dado aún acceso a una instancia de la letra ligada a la dimensión de lo real. Es en el borde de su última enseñanza que el chino y los autores de la gran tradición permiten a Lacan radicalizar la relación a la escritura y avanzar hacia la formulación del parlêtre. Esa escritura se anuda al movimiento de la poética china de Lacan.
Él parte de su lugar de psicoanalista, que tiene que ver con el lenguaje cuando « tiene que hacer un psicoanálisis », para enunciar que « solo hay lenguaje metafórico », que: « toda designación es metafórica, la cual solo puede hacerse por intermedio de otra cosa. Incluso si digo Eso al designarla […] eso no es mi cigarrillo. Eso es cuando lo fumo, pero cuando lo fumo, no hablo(4) ». Se podría también decir que Lacan formula así, de forma concisa el principio de la indeterminación de la traducción que el lógico Quine había propuesto. En su libro La palabra y la cosa(5), éste imagina un antropólogo sumergido en un pueblo del que ignora la lengua: « Si el locutor dice Gavagai cada vez que ve lo que el intérprete llama un conejo, ninguna experiencia le permite resolver si eso se refiere a « un conejo » o bien a « una instancia de conejeidad » o « a un segmento continuo de fusión de todos los conejos ». E incluso el locutor indígena no puede poner fin a eso « inescrutable » y la indeterminación de la traducción comienza con los aprendizajes de la lengua materna(6). Lacan lo dice a su manera: « Es por esta razón que el referente es siempre real, porque siempre es imposible de ser designado. Por lo cual, no queda más remedio que reconstruirlo. Y se le construye si se puede »(7).
Lacan introduce entonces un primer carácter chino, el yang como ejemplo de « referentes que no se encuentran »: lo que se nombra yang no puede más que desengatillar una búsqueda para construir eso de lo que se habla. La lingüística, en su tentativa de definición de su objeto, intenta determinar el punto de detención de la búsqueda apuntando a un sentido unívoco, un saber unívoco sobre lo que se dice. Ahora bien, es eso que escapa siempre.
En ese sentido, Lacan constata la imposibilidad para el inconsciente de conformarse con una búsqueda « insostenible ». Él añade: « La lingüística no puede ser más que una metáfora que se fabrica para no marcharse. […] el psicoanálisis, se desplaza a toda vela por fuera de la misma. Es exactamente eso lo que me ha sugerido ese retorno […] a mi pequeña vieja adquisición del chino. Después de todo, ¿por qué no lo hubiera entendido yo mal cuando lo aprendí de mi querido maestro Demiéville? Yo ya era psicoanalista. »
La relación del psicoanálisis con la lingüística se vuelve compleja. Los equívocos del referente que escapa hacen tan insostenible la búsqueda lingüística como el lugar mismo de la operación psicoanalítica.
En contraste con la escritura alfabética, los elementos de la lengua escrita china conservan un sentido, bien que el referente continúa escapando y que permanece « imposible de designar ». Es lo que permite a Lacan objetar la invención de un lingüista universitario que propone, para todas las lenguas, una « doble articulación »(9) entre fonemas y morfemas: « quisiera preguntar, por ejemplo, lo que se hace en el chino. […] En chino verán ustedes, es la primera articulación que está completamente sola, y que se encuentra así produciendo un sentido. Como todas las palabras son monosilábicas, no se puede decir que hay allí el fonema que no quiera decir nada, y luego las palabras que quieren decir algo, dos articulaciones, dos niveles. Y bien, sí, en chino, incluso a nivel del fonema eso quiere decir algo. Lo que no impide que, cuando usted pone en conjunto varios fonemas que ya quieren decir algo, eso hace una gran palabra de varias sílabas, exactamente como en nosotros, una palabra que tiene un sentido, el cual no tiene ninguna relación con lo que quiere decir cada uno de los fonemas. Entonces, la doble articulación es aquí divertida »(10).
Lacan continúa su investigación para mostrar todo el lapso que puede elevar el uso de wei. « Entonces, ese wei, […] Eso enciende bien las cosas de otra parte, que ese verbo sea a la vez actuar y la conjunción de la metáfora. Puede ser que En el principio era la escritura, como se dice, que el actuar era todo en un comienzo, es tal vez exactamente la misma cosa que decir el argé, En el comienzo era el verbo« .(11)
Ese actuar es retomado en el Seminario XXIII, en el cual Lacan habla del nudo como una escritura que califica de « hacer » primero (12). Lacan desde el inicio de su enseñanza se confronta con esa pregunta « ¿Cómo la palabra, en efecto, agotaría el sentido de la palabra o, para decirlo mejor, con el logicismo positivo de Oxford, el sentido del sentido [referencia a los trabajos de Ogden y Richards sobre Mencius, The Meaning of Meaning, ya presente en 1953],— sino en el acto de engendrar? Así el giro goethiano de su presencia en los orígenes: « En el comienzo era la acción », a su vez se derroca: era bien el verbo en que estaba en el origen, y vivimos en su creación, pero es la acción de nuestro espíritu que continúa esa creación en permanente renovación ».(13)
Esta opción creacionista del comienzo de la enseñanza de Lacan es retomada al hacer de lo escrito lo primero, al cual vendrán a articularse los significantes. Lacan concluye sobre lo que el cristal de la lengua china le ha permitido: « una lengua donde los verbos y el plus-verbo –actuar, ¿qué hay de más verbo que el plus-verbo activo?– se transforman habitualmente en conjunciones menudas. Esto me ha ayudado mucho a generalizar la función del significante »(14).
Generalizar la función del significante, es también generalizar la función de la escritura como lo que reenvía al referente imposible. Ya que si el significante está en la naturaleza – »el significante, cabalga por todas partes en la naturaleza. Le he hablado de las estrellas, de las constelaciones más exactamente, porque hay la estrella de la estrella »(15)–, el referente no está en la naturaleza, él es real: « Es por esta razón que el referente es siempre real, porque él es imposible de ser designado ».
En la construcción del referente, el efecto de sentido y del plus-de-goce se deslizan. Es lo que Lacan había puesto en evidencia en « La instancia de la letra » y de forma eminente en el proceso poético, bien sea oral o que ese proceso pase por lo escrito. Lacan lo hace valer en los trabajos de François Cheng sobre La escritura poética china. Porque el psicoanálisis se desplaza en el espacio abierto por la construcción de un referente imposible que la escritura resalta, es con los recursos del equívoco poético que la interpretación puede operar.
Cuando él ha hablado de François Cheng en su Seminario, cinco años más tarde, exhorta a los psicoanalistas a inspirarsen en los procedimientos de la poética china: « Que ustedes sean inspirados eventualmente por algo del orden de la poesía para intervenir, es bien aquello en lo cual diría, es bien aquello hacia lo cual es preciso dirigirse, porque la lingüística es de todas formas una ciencia que diría muy mal orientada. Si la lingüística crece, es en la medida en que un Roman Jakobson aborda francamente la cuestión de la poética. La metáfora y la metonimia no tienen alcance para la interpretación más que en tanto son capaces de hacer función de otra. Y esa otra cosa de la cual ellas hacen función, es aquello por lo que unen estrechamente, el sonido y el sentido. Es por esta razón que una interpretación acertada alcanza un síntoma, que la verdad se especifica por ser poética » (16).
Por esa fuerte expresión alcanza un síntoma, Lacan reformula la prescripción según la cual la interpretación debe apuntar al goce. Al contrario de la tentativa lingüística de establecer, de estabilizar la unión de sonido y sentido, la interpretación como la poesía debe apuntar lo nuevo en la unión del sonido y el sentido. Más que traducción, la interpretación debe ser « neológica », equívoca, resonante.
Esa lección del Seminario XVIII termina sobre el mismo punto, formulado de manera más alusiva: « Yo estoy teniendo el rendimiento de hablarles de la metáfora y naturalmente, los fustigo, porque la única cosa interesante es lo que pasa en el rendimiento performance, a saber, la producción del plus-de-gozar del vuestro y de aquel que ustedes me imputan cuando reflexionan ». (17).