LA DISTORSIÓN DE PARIS – CONTINUACIÓN,
por Luc García |
Hay algo que cambia, pero sobre un fondo que no cambia. Diez meses después de enero, nos encontramos a Kerry que habla francés, a Obama que hace el job (el de declarar su solidaridad con el pueblo francés), al ministro del Interior rígido al lado del presidente y, naturalmente, el famoso discurso de firmeza, la severidad de la República, la cohesión nacional. De fondo, esta cuestión singular de saber cómo funcionan los servicios de inteligencia, pues hay que apostar que de nuevo vamos a enterarnos de que los agresores eran conocidos, estaban fichados, etc. Se había otorgado la medalla de Vermeil a las fuerzas del orden tras el 7 de enero… los condecorados están agotados, encadenan horas suplementarias, están extenuados. Los gobernantes esperan una salvación de las fuerzas de seguridad.
Una guerra implica una ruptura en el discurso, un cambio de régimen, incluso una relación al acto, la cual se deduce siempre y no se anticipa. El orden de la seguridad al contrario apunta a una continuidad. Después de diez meses, la cuestión no es la ruptura de los discursos, sino la continuidad securitaria, a la que responde la continuidad terrorista. Una gradación sutil se pone en marcha. Sin embargo, la guerra no apunta a la escalada. Apunta al frenazo, aunque sea al precio de una estrategia desordenada. La lectura de las memorias de guerra de Winston Churchill es sorprendente sobre este punto: ¿existe una acumulación de análisis más aproximativos para justificar tal o tal elección? El gran hombre, que estuvo en sus horas bastante solo, situaba sus divisiones tumbado en su bañera a las tres de la mañana, y a veces su sentido de la estrategia da qué pensar a más de uno, incluso sesenta años después. No obstante, él tenía el sentido, el reflejo, de la ruptura en el discurso.
Entonces, si no basta declararse en guerra para estarlo, la cuestión es: ¿qué impide que una guerra tenga lugar? Partamos de un postulado: una guerra implica un cuerpo a cuerpo, en una unidad de tiempo y de superficie. Sin embargo, es casi imposible considerar en un horizonte más o menos cercano, una intervención militar terrestre. De ahí los bombardeos caóticos como en un videojuego. El precio a pagar, el valor de mercado de los cuerpos, es el terrorista quien lo fija; y por el momento, este valor no ha hecho mover a la bolsa de New York. Entonces, esperaremos. Lamarchandisation de los cuerpos actúa en detrimento de Occidente.
El EI es una boutique en ciernes. Como todos aquellos que comienzan el negocio, revientan los precios. Por otra parte, es su deporte favorito: vender el Brent en Turquía a bajo precio. Mantener la relación de fuerza en ese mercado donde, ya, Occidente parte perdedora, a la manera de los instalados desde hace mucho tiempo que se sostienen en sus márgenes confortables. En esto, el Estado de urgencia que juega con esta confusión donde no se sabe más si se habla de un estado en el sentido de la estabilidad o en el sentido de entidad nacional, no apunta sino a suscitar una vigilancia securitaria más. Permanente, corre el riesgo de convertirse en durmiente, como la alerta roja de Vigipirate (sistema nacional de alerta en Francia): al cabo de dos semanas, nadie verifica vuestro bolso a la entrada.
Hasta el presente el Otro malvado era la pequeña partícula de combustible. Una semana antes de los atentados de enero, el presidente de la República convocaba a la clase política al completo para recoger las quejas con objeto de preparar la famosa COP 21, la conferencia de la ONU sobre el clima. En lo sucesivo, es la conferencia como tal la que está amenazada. La distorsión de París se define por ser el teatro repetido donde el actor político elude lo real capitalista en juego. Al respecto, se recordará la intervención de François Hollande en el parlamento europeo a la dirigida a la representante del Frente Nacional. Expresándose según el modo du bon mot que es, parece, su fuerza, se puso en cólera, se dice, para afirmar que el Frente Nacional se arreglaría bien en un mundo sin democracia. Su palabra hizo sonreír y el Presidente fue saludado por su audacia. Sin embargo, la debilidad de Occidente no es la democracia. Es totalmente posible, y esto tiene lugar cada día, pisotear los fundamentos democráticos de la democracia, en la democracia. Existe sin embargo otra manera de fundir la democracia: la de buscar saber cuánto cuesta.
Es sobre esta balanza que pesa lo que no tiene precio en cotización, que el hombre político occidental danza.
Observación: una pareja bastante distinta es posible. Pero todavía es necesario, para conformar una pareja, más que un timón que lleve una carga – un proyecto. El punto esencial es el de la fijación de la viga al timón. Y aquí están anudados.
Un poco de mecánica elemental: de dos, hay necesariamente tres, ligados por un punto sutil que puede ser percibido por el entrecruzamiento de las rectas. Este modelo generalizable constituiría una suerte de clave de lectura tanto para las novelas, como para las obras de teatro y las películas. Todas las permutaciones son posibles según estos tres polos alrededor de este mismo punto. Escritor, cineasta, director, utilizan estas combinaciones.
Recuerde usted aquella vieja película que a muchos les pareció anticuada, cursi, incluso “exagerada”. No, es una obra maestra que le debemos a Jean Renoir. Fresnay, Gabin, Von Stroheim, actúan como en un ballet, de par en par, y cada par se encuentra un instante aferrado a una bella idea: eso funciona de a tres, por un tercer término: la lealtad, el honor, la fidelidad, la conciencia de clase, la comunidad de armas y luego ¡la patria! “La gran ilusión” estalla, bravura y chiquillada.
Cambiemos de siglo. Estamos en un carrusel donde dos caballos trotan paralelamente. Encaramado en ellos, un escudero acróbata se sostiene flexiblemente derecho. Él inclina sucesivamente sus rodillas con un movimiento discreto y sutil. Sus pies descansan sobre dos taburetes, uno de ellos sobrio y negro, el otro decorado con adornos rojos. Vamos a llamar al escudero Julien.
Stendhal nos advirtió: “la palabra ha sido dada al hombre para disimular su pensamiento”. Julien, profesor particular, es un seminarista de abrigo negro abotonado, cepillado, más apropiado a su futuro estado que a “su perfecta incredulidad”. Él recita si se le pide, en latín, las páginas enteras del Libro santo. En la diócesis queda reservada la validez teológica de esta práctica y su eficacia apostólica. Sin embargo, en su aldea, nobles y burgueses son beatos frente a este abismo de saber.
Julien encargado de los niños de Rénal. Hace contraste con la perfecta rusticidad del marido, de regreso de emigración. Madame, una bella treintañera, es refinada, es de una aristocracia provincial teñida del pensamiento de Rousseau.
El Gorjeo y el plumaje del escudero tienen efecto. La ternura se insinúa sin que Madame sospeche a donde la llevará esto. De caricia en caricia ella pronto no tendría “nada más por rechazar” de Julien y lo espabiló. El escándalo aflora. La diócesis envía a París a éste precursor de Rastignac. Allí se convirtió en el secretario del ministro. Él cambia de color de hábito. ¿Qué hará con su carrera? El hisopo le escapa. ¿Y el sable?
Lodi, Rivoli, Wagram, Borodino están lejos, donde se podía ganar un ascenso e incluso un bastón de Maréchal o un ducado, por la fuerza del sable – de talla y de estocada.
Mathilde, la hija del ministro, hizo algunas lecturas que la despertaron. Ella no tiene la parquedad de Cécile de Volanges, ni la pasión de Madame Roland, pero ella amerita que Julien se glorifique como en el puente Arcola trepando en la noche por una escalera; él atraviesa una ventana y asegura su toma. Aquí ellos disfrutan al punto que él la embaraza. Decididamente, Julien genera otro escándalo. Pero él ganará, sin dificultad, y una partícula y un título de teniente le abrirán las puertas de la armada en el Hussard de Strasbourg. Esto es menos glorioso que ganar la cinta roja de la Cruz de honor en el campo de batalla, pero es el tiempo de los precios a la mitad.
“Hipocresía”, “hipócrita”, la palabra reviene en el texto de Stendhal como una clave de lectura. Y bien, es esto que Madame de Rénal denunciará al punto de poner en peligro el matrimonio y la promoción del amante. Y él la hiere con un golpe de pistola.
El proceso podría muy bien arreglarse bajo el lema de la pasión. La pregunta surge entonces de saber si Julien ha amado a estas dos mujeres. ¿Su hipocresía le llevará a ella aceptar una indulgencia de la realeza, un no lugar, que haría poner en duda la veracidad de sus amores? Estamos en la cima de la hipocresía al punto que aceptar la indulgencia sería hacer estallar su duplicidad. Más bien la muerte.
La hipocresía será entonces alimentada hasta el castigo absoluto mientras que él no había amado a ninguna de estas mujeres, a quienes él había engañado su amor.
En las últimas páginas Stendhal insiste en el hecho que la vida incluso de Julien ha sido traída, guiada, sostenida, no por su propio querer sino por los otros, quienes le propusieron un espejismo, una estrella, donde él sólo puede avanzar enmascarado. Grandes ilusiones.
Supongamos estas cuatro parejas.
Queda de estas parejas, Julien y la muerte.