En el estudio de nuestro tercer Congreso de la Eurofederación de psicoanálisis, dentro de la orientación lacaniana, el tema “¡Víctima!” se ha considerado primeramente por lo que no es*.
No es un concepto, ni una noción del psicoanálisis, pero circula, invade el discurso, corre a raudales en todas las emisiones de actualidad, columnas de periódicos. Ya no está reservado a los periodistas con problemas, se convierte en la sal misma de la actualidad: se movilizan los medios más importantes para intentar ver, oír a la propia víctima, a los supervivientes del acontecimiento que se ha producido, o sus allegados. Se ha convertido sobre todo en un agente disolvente de todas las causalidades, para promover una contabilidad absurda donde todos y todas son comparables. La víctima tampoco es un objeto privilegiado del psicoanálisis porque el compromiso adquirido en un análisis ya supone tomar una distancia respecto a la identidad de víctima.
Todos podemos ser víctimas en efecto, de una forma o de otra, la contigencia hace el resto. La noción, que designaba al principio a aquél o aquélla que se sacrificaba a la divinidad, se ha introducido en el Derecho y justifica cómo y a qué altura obtener reparación. Sabemos que la queja acompaña a lo que para cada uno hace síntoma y varias corrientes de la Psicología han encontrado ahí cómo extenderse, hasta en las comisarías de la Policía francesa.
El psicoanálisis, con la teoría freudiana del traumatismo, había podido hacer creer en la responsabilidad paterna en la victimización de las histéricas, pero Freud al despejar el estatuto fantasmático del traumatismo, ha abierto la vía para su tratamiento, como lo ha demostrado Lacan. Las catástrofes del mundo, la barbarie humana, son proveedores de víctimas, para las cuales una aproximación clínica orientada por el psicoanálisis es susceptible de efectos.
Pero la riqueza de esta clínica no podría ser un refugio, incluso para un psicoanalista, en el mundo en ebullición en el que vivimos. Aunque se requiera una cierta estabilidad social para permitir el desarrollo de la experiencia analítica, la agitación, la guerra, la segregación, forman parte de su historia.
Freud, con El malestar en la cultura, con Moisés y el monoteísmo, ha intentado extraer las lecciones de la clínica para ofrecer una lectura de la dificultad de los humanos para vivir juntos. La definición lacaniana del inconsciente, de la palabra y del lenguaje ha abierto también otras perspectivas dando al parasitismo lenguajero la estructura de lo que afecta al humano. Víctima o verdugo están luchando entonces con otra dimensión, la del límite de una experiencia, la de entre-dos-muertes para Antígona; nos lo dice Lacan en el Seminario de la Ética, la que pone de relieve Sade en su obra.
Hablar de víctima plantea automáticamente la cuestión de la responsabilidad, de la culpabilidad concerniente a aquél o aquélla que está en el origen del daño, o del prejuicio o del crimen. Hasta el exceso, cuando se trata de catástrofes naturales o de accidentes, donde la invocación de un Dios vengador le ha cedido el lugar en la búsqueda de la carencia de un autor, siempre por identificar. Cualquier sociedad organizada hace balance de las consecuencias de estas prácticas o de estos actos. Cuando se trata de acciones colectivas de la misma manera, el derecho a la guerra, las convenciones internacionales establecen los límites y las sanciones de las consecuencias de un conflicto armado.
La brújula se ha estropeado en un uso excesivo de la categoría “víctima” que conduce a un “todos culpables” en forma de creciente importancia de los límites reglamentarios impuestos en nuestras sociedades europeas para comer, beber, fumar, o dicho de otra manera los modos de goce individuales. Brújula estropeada también en las relaciones internacionales en las que, al abrigo del derecho del más débil, se cometen los crímenes más increíbles. ¿Las desigualdades económicas y sociales justificarían los comportamientos más asociales? El buen nivel de formación universitaria de varios de los asesinos que se declaran Daesh estos últimos meses, obliga a desechar la idea de que el desarrollo cultural protege de la barbarie, el nazismo ya había dados pruebas de ello.
Después de los atentados cometidos en Toulouse, en el Museo Judío de Bruselas, en Charlie hebdo, en el Hiper casher, en el Museo del Bardo de Túnez, no podíamos dejar de preguntarnos sobre la situación creada por estos crímenes que han producido numerosas víctimas. Que sean judías, cristianas, caricaturistas o musulmanes, policías o militares, es cada vez una voluntad la que intenta realizarse a través de ellas: transmitir un mensaje de odio y de miedo para hacer callar, imponer lo que sería una regla que los modos de vida europeos quebrantarían, alegar el derecho de vida y de muerte sobre aquéllos que que no se someterían a estas concepciones de la sociedad, de ritos religiosos, de relaciones entre los hombres y las mujeres.
Postular con Lacan que el psicoanálisis no se confunde con sus efectos terapéuticos, es también tener en cuenta la contingencia en cada existencia y la de una parte imposible de tratar. Las fuerzas de la represión freudiana empujan al olvido de lo que no se quiere saber, y que la experiencia del psicoanálisis intenta reducir.
Huellas del mal encuentro, ese que no se habría querido hacer, inhumanidad percibida, las soluciones propias de cada uno no son las soluciones de todos. Sin embargo, la barbarie, esa que se esconde en la medida en la que se muestra, se convierte en asunto de todos. ¿Cómo resistir de otra manera que por la manifestación de emociones o las declaraciones de solidaridad efímeras e inauténticas, de otra forma que el uso de la fuerza para imponer al otro su modo de gozar?
Ni belicistas ni dormidos ¿cómo resistir a lo que se anuncia como la abolición de privilegios de aquéllos que creen en nuestras formas de democracia?
Nosotros hemos elegido situar el escenario de PIPOL en el medio de esta actualidad ardiente, trágica, para interrogar las consecuencias del yihadismo. Hemos deseado que se expresen y se debatan opiniones contrastadas, puesto que el discurso analítico solo se declina articulándose a otros discursos, como Lacan lo ha demostrado tan bien en su Seminario El reverso del psicoanálisis.
¿Resistirá Europa a lo que fueron sus inclinaciones criminales? Es a estas cuestiones a las que nos obligamos a responder, salvo a ver amenazar lo que fue nuestra libertad de acción, de pensar y de analizar.
* Este texto es una versión reducida de la intervención introductoria de Jean-Daniel Matet en el Congreso de la Eurofederación de psicoanálisis que tuvo lugar el 4 y 5 de julio de 2015 en Bruselas.
Traducción: Fe Lacruz