« Vamos hacia un mundo de zombies »
“Lacan decía que el psicoanálisis tiene ética y la ciencia no. Si hay que reventar una ciudad para probar una bomba, la ciencia lo hace. Y la labor científica suele estar pagada por el poder económico, que en este caso está interesado en el mercado de consumidores de medicinas. Pero algunos no nos dejamos corromper”. La definición del psicoanalista Juan Pundik es una muestra de la postura política que sustenta su trabajo de más de tres décadas contra el maltrato a los niños. Tarea que en los últimos años lo llevó a encabezar acciones contra la medicalización de la infancia, un fenómeno que en la última década viene creciendo en todo el mundo al calor de cuestiones de mercado que omiten sus graves consecuencias.
Pundik, argentino residente en España desde su exilio en 1976, viajó a su Buenos Aires natal para presentar su trabajo en un congreso de la Asociación Mundial de Psicoanálisis. Esa visita lo acercó a Rosario, donde disertó en la Sede de Gobierno de la UNR. “Medicalización no es medicar sino abusar de la medicación de manera generalizada y a partir de los intereses y presiones de la industria farmacéutica, de la que pocos pueden escapar”, sostuvo el profesional en una entrevista con La Capital.
Las aseveraciones van más allá su opinión. Desde 2006, luego de que la Agencia Europea del Medicamento (Emea) autorizara la administración de Prozac a menores de 18 años, encabeza la Plataforma Internacional contra la Medicalización de la Infancia para denunciar “esa aberración que tuvo en cuenta los informes realizados por los mismos fabricantes de la sustancia antes que los estudios que alertaban sobre sus riesgos”.
Para Pundik, el hecho de que se permita a los laboratorios ser “juez y parte” da una idea del peso de la industria farmacéutica y sus intereses económicos. Eso lo motivó a denunciar esta situación cinco veces ante el presidente de la Comisión Europea, pero al esperar por una respuesta que nunca llegó decidió llevar la presentación ante el parlamento europeo, que le dio lugar y ahora “está en trámite” mientras la plataforma sigue juntando firmas y adhesiones.
La tendencia de medicar a los niños ya preocupa tanto a médicos como pedagogos que no ven en el suministro de drogas la solución a los trastornos de atención en el aula, rotulados genéricamente —como si se pudiera— como trastorno por déficit de atención con o sin hiperactividad (TDAH).
“Es un problema globalizado, funciona igual en muchos países. Los docentes citan a los padres y les dicen: «O medican a este chico o llévenselo»”, resumió Pundik en alusión a una práctica al parecer cada vez más común en las aulas: el etiquetamiento de los niños en función de sus supuestos trastornos como panic attack, ADD, ODD, TGD, sin detenerse en las causas.
Los detractores de esta modalidad con aires de moda dicen que la medicación, en lugar de tratar las causas de la desatención de los chicos, encubre el síntoma. Si el niño revoltoso o distraído es un genio o atraviesa por problemas familiares queda fuera de discusión al suministrarse la pastillita para portarse bien, que puede ser una anfeta o un antidepresivo. Pero también suelen omitirse los efectos secundarios de las drogas en los niños, que pueden aparecer cuando ya es demasiado tarde.
“Hice la prueba de consumir metilfenidato durante 30 días y pude constatar los efectos por los cuales muchos la llaman la «cocaína pediátrica». Esa sustancia se le está suministrando a niños de cualquier edad, tanto acá como en Europa y Estados Unidos”, advirtió Pundik.
—¿Cómo trata el psicoanálisis a los niños hiperactivos?
—Para el psicoanálisis no existe el niño hiperactivo. Se cataloga como hiperactivo al chico que no es fácil y no tiene buen rendimiento escolar. Pensar que hasta Borges decía que su educación había terminado cuando entró a la escuela.
—Pero la niñez no es la de antes.
—Los niños son cada vez más inteligentes e inquietos, curiosos, pero evidentemente dan más trabajo que los niños atontados. También está la acción de los laboratorios que promueven campañas contra la depresión infantil mediante las cuales, en lugar de investigar por qué un chico está triste, lo drogan.
—¿Pero qué efectos tienen estos medicamentos para que sean aplicados desde el aula?
—Las anfetaminas, que tomábamos cuando éramos estudiantes para estar mejor concentrados, hacen que el desatento preste más atención por su acción sobre los transmisores neuronales. Los chicos están más tranquilos, menos rebeldes, y mientras tanto sufren una destrucción neuronal, cambios de conducta, alteraciones hormonales, una serie de efectos ilimitados que pueden llevar hasta la muerte.
Dominar. Pero Pundik no sólo ve en este fenómeno un simple negocio: “Hay una intencionalidad de someter, de que el poder siga siendo detentado por los mismos de siempre condenando al resto a la pobreza”.
—¿Es una intencionalidad política o económica?
—No hay diferencias, el poder y el dinero van juntos.
—El hecho de dopar al alumno revoltoso, al que cuestiona o molesta, ¿significaría que la educación consiste en aprender a callarse?
—Vamos hacia un mundo de zombies, drogado. Quieren chicos obedientes y sumisos, para que después cuando sean grandes sean capaces de cumplir órdenes y así tal vez avalar tranquilamente una dictadura. Al parecer, los más rebeldes son muy preocupantes.
http://www.lacapital.com.ar/contenidos/2008/05/10/noticia_0022.html