Propuesta de Luis Seguí Estimado Director:
Te envío estas líneas, que no tienen la pretensión de ser una propuesta formal sino unas ideas un poco desordenadas surgidas a rebufo del contenido de la « Nota de presentación del Informe del Consejo de la ELP a su Asamblea General » -leída por Antoni Vicens en Zaragoza-, y también de determinadas manifestaciones de Jacques-Alain Miller incluidas en algunos de los comunicados por él emitidos a raíz de la detención y encarcelamiento de la colega Rafah Nached por la dictadura siria. Tal y como nos ha hecho saber a comienzos de diciembre la presidenta de la ELP, Carmen Cuñat, ya se ha abierto un debate en la Comunidad de Cataluña con el título « Psicoanálisis, acontecimiento de civilización » y tu mismo ya has contribuido en Los Debates de la Escuela nº 13.
El marco general y el fondo de ese debate están enunciados en la citada Nota, cuyos presupuestos, básicamente son los siguientes (el entrecomillado respeta el texto de la Nota, con la -vana, seguramente- intención de evitar equívocos):
1) para cumplir con las orientaciones de la AMP el psicoanálisis debe cuidar su imagen pública « pero no para entrar en los mecanismos de propaganda, que llevan al sinsentido, sino para crear un clima de transferencia suficiente que no impida pura y simplemente nuestra misión »;
2) para ello se dispone de un cuerpo de doctrina, que debemos a Freud, Lacan y -« sobre todo desde los movimientos de este verano »- a Jacques-Alain Miller;
3) « Jacques-Alain Miller está interviniendo actualmente en París (…) en la definición de las relaciones entre el síntoma que es el psicoanalista y la civilización entendida ella misma como síntoma ». La Nota concluye que esta relación exige ser diagnosticada;
4) se señalan en la Nota cuatro puntos referidos a otros tantos ejemplos que deberían de tenerse en cuenta para poder hacer ese diagnóstico: a) el movimiento de los que toman las calles para « hacer visible una demanda (que) no sabemos si esperan a un Dios , o un Amo »; b) un delirio global sin centro ni localización precisa, al que « nuestros destinos están ligados a través de una masa circulante de capitales », vehículos de un goce que se quiere « sin resto »; c) el revés que el psicoanálisis implica con respecto al discurso universitario -donde « el saber se está vaciando de vida »-, en la medida en que es aquel quien prepara al sujeto para « amar esas consecuencias » que el discurso universitario niega o minusvalora, y d) la confrontación con la neurociencia y las « teorías de la domesticación humana y del control absoluto ».
La Nota concluye exhortando a « proseguir nuestra tarea civilizadora » sin ceder a la tentación de « sumergirnos en el comercio de los bienes (…) o afirmar el oprobio de nuestra función de resto ».
Creo que la declaración de intenciones (« describir el proyecto de nuestra Escuela, de adecuarlo a las orientaciones de la AMP y a la vez que contribuir a ellas, podemos situarnos en el punto estratégico de entrecruzamiento de lo imaginario, lo simbólico y lo real ») es correcta, y que, en efecto, para poder situarnos en ese « punto estratégico » la primera condición es « crear un clima de transferencia suficiente que no impida pura y simplemente nuestra misión ».
¿Puede afirmarse que el psicoanálisis dispone, realmente, de una doctrina propia para afrontar esta tarea, es decir de un « conjunto de ideas u opiniones religiosas, filosóficas, políticas, etc. (táchese lo que no corresponda…) sustentadas por una persona o grupo », tal y como define el DRAE este concepto?
Hay, tanto en la obra de Freud como en la de Lacan, ideas y opiniones -aunque dispersas- sobre la religión, la filosofía, y la política, y también acerca de la manera de relacionarse el psicoanálisis y los psicoanalistas con el Otro, en primer lugar para « crear un clima de transferencia que no impida pura y simplemente su misión ». También podemos encontrar en ambos posicionamientos muy precisos ante determinadas circunstancias políticas y acontecimientos históricos: en Freud, las razones de su descreimiento del programa revolucionario soviético, y en Lacan su valiente duelo dialéctico con los estudiantes parisinos durante las jornadas del ´68, para no citar más que dos ejemplos.
Esto es participar en « lo político » a través de ideas y opiniones, entendido lo político como el amplio campo en el que se despliega el lazo social, se anudan y deshacen las identificaciones, y que abarca la totalidad de la llamada sociedad civil. Como es obvio, el psicoanálisis está inmerso en lo político. Tan solo (!!) hay que saber cómo hacer con eso.
Me parece igualmente correcta la enumeración sintetizada en los 4 puntos paradigmáticos, relativos a aquello que debe tenerse en cuenta en el estado actual del mundo para tratar de hacer el diagnóstico que se pretende, y que forma parte del objetivo de « proseguir nuestra tarea civilizadora », aunque a muchas personas de otras disciplinas -y más aún al pueblo llano- este enunciado podría parecerles grandilocuente en exceso, y hasta un punto soberbio.
Es evidente que, en líneas generales, estas exhortación siguen la orientación marcada por Jacques-Alain Miller a partir de sus « Cartas a la opinión ilustrada », y continuada en sucesivas intervenciones suyas en las que profundiza en la relación del psicoanálisis ya no con lo político, sino con la política.
En este aspecto, la afirmación de Miller que podemos leer en su comunicado del 13 de septiembre de 2011, de que « el psicoanálisis en el siglo XXI se ha convertido en una cuestión social », no es más que la confirmación de su inmersión -por si cabía alguna duda- en lo político.
En « Perspectivas de política lacaniana » (Freudiana, 55), en ocasión de las Jornadas de la ECF de octubre de 2008, Jacques-Alain Miller nos proporciona un cuadro que él mismo denomina « pesimista » acerca de la posibilidad de que el discurso analítico pueda « dejar de escribirse ». En parte por la feroz ofensiva de los cognitivistas, y en parte por « la presión constante de una sociedad a la cual ha contribuido a modelar sus costumbres, pero cuyos ideales se oponen a la ética ».
Miller advierte, con razón, del peligro que implica el « cognitivismo espontáneo que florece en la alta administración » se haga con el poder, y para combatir esa posibilidad plantea un camino igualmente arriesgado: seducir a los poderosos, y « guardarnos de ser seducidos por el discurso que intentamos seducir ».
Agrega que « existe una política del psicoanálisis: concierne a los fines últimos y los resultados de la operación analítica. Su mayor principio, y posiblemente el único, es la autonomía del discurso analítico, que mantiene su diferencia absoluta con otros discursos ».
Y continúa: « esta política exige mediación (…) nos corresponde actuar a través de mediaciones complejas para que este deseo dure ».
¿Cuáles son esas « mediaciones complejas »? ¿La operación de seducción se orienta -al modo del trabajo de los lobbystas- hacia la « alta administración » (es decir, hacia el poder, es decir, a la encarnación del amo), desplegando lo que Liddell-Hart llamó « estrategia de aproximación indirecta »?
Porque la exhortación final del comunicado del 13 de septiembre: « Es el momento, es el lógico, de que por todos lados el psicoanálisis se convierta ahora en una fuerza material, una fuerza política », es del suficiente calado y sugiere una tal riqueza de interpretaciones, que bien podría implicar lo que antiguamente se llamaba un salto cualitativo -y más modernamente una ruptura epistemológica- y que sin duda ha de motivar un debate en profundidad en el seno de la AMP.
Con respecto a la ELP, es probable que un foro convocado para debatir esta cuestión sería más productivo si estuviera precedido de debates locales en cada una de las sedes, que dieran ocasión a los miembros y socios de cada una de ellas de confluir en una reunión general con el tema ya trabajado.
Te ruego que hagas llegar estas reflexiones, que remito por los canales institucionales correspondientes, además de a los demás miembros de la Junta Directiva, a la presidenta de la ELP.