Craig Venter –el famoso investigador de punta en biotecnología, quien había estado con su equipo en el primer lugar en la carrera del desciframiento del genoma humano, y quien había acaparado la crónica por haber querido patentar su descubrimiento-, Craig Venter ahora se dice, lo cito, “a punto de crear una nueva forma de vida”. La noticia podría volverse oficial a partir de ese lunes, en la Jornadas de Estudios Anuales del Instituto Craig J. Venter de San Diego, en California.
Por primera vez en el mundo, un cromosoma sintético habría sido realizado en laboratorio. Un equipo de 20 investigadores, bajo la dirección del Premio Nóbel Hamilton Smith, habría logrado pegar, enlazar, articular una secuencia del ADN de 381 genes de larga (les recuerdo que el genoma humano cuenta con alrededor de 34.000).
Los biotecnólogos partieron del organismo vivo más simple que les era conocido, ese organismo unicelular que llamamos bacteria, en este caso la bacteria Myoplasma genitalium, que se encuentra en las vías genitales. Su patrimonio genético de 517 genes fue artificialmente reducido a un cuarto para dar nacimiento, si podemos decirlo así, al cromosoma sintético. El cual fue luego trasplantado, e injertado en una célula bacteriana viva. Él debería lograr tomar el control y conducirla. Esto sería una “nueva forma de vida”. La bacteria así manipulada ha recibido el nombre de Mycoplasma laboratorium.
Si he comprendido bien la noticia, Mycoplasma laboratorium es una entidad mixta, híbrida; la molécula es natural, mientras que su ADN es artificial. Queda aún por saber si esta nueva forma de vida alcanzará a reproducirse y a metabolizarse. Interrogado por la AFP, un portavoz del Instituto ha indicado que eso no se ha hecho todavía. “Cuando lo habremos hecho, ha dicho, habrá una publicación científica, pero estamos sin duda a algunos meses de hacer eso”. No obstante, Craig Venter ha declarado al periódico The Guardian: “Sabíamos leer nuestro código genético. Vamos a ser capaces de escribirlo”. Él tiene la intención de patentar la nueva bacteria, y de no permitir su utilización que bajo contrato de licencia con su instituto.
Este avance sensacional de la biotecnología da ya de que a hablar a los organismos de vigilancia en bioética. El director de una organización canadiense ha declarado: “What does it mean– ¿qué quiere decir eso de crear nuevas formas de vida en un tubo de ensayo? M. Venter ha perfeccionado un chasis sobre el cual puede construirse mas o menos cualquier cosa, desde nuevos medicamentos hasta armas biológicas”. Craig Venter ha respondido: “tenemos el sentimiento que that is good science. Es un paso filosófico muy importante en la historia de nuestra especie. Intentamos crear un nuevo sistema de valores concernientes a la vida. En este punto, no se puede esperar a que todo el mundo esté contento, happy” No, todo el mundo no está contento.
Los progresos de la biología serán sin duda en el siglo XXI lo que fue la física en el siglo XX, como lo escribía recientemente Freedman Dyson en la New York Review of Books. La industria biotecnológica es sin duda llamada correlativamente a conocer un crecimiento exponencial.
Al mismo tiempo, la vida, bajo las formas conocidas desde el origen de los tiempos, encuentra sus defensores. Esos son los sectores de la tradición, que pueblan los comités de ética y las organizaciones de bioética, desde los humanistas laicos hasta la iglesia. Esta conduce sobre este tema un combate político multiforme, que va desde el aborto hasta las células madre. Este será mañana, se puede prever, el Vade retro Mycoplasma laboratorium.
¿Y los psicoanalistas allí?
El psicoanálisis no es, sin duda, una nueva forma de vida, pero es probablemente una nueva forma de discurso, el producto artificial de la logotecnología más avanzada. No es seguro que sus practicantes aún se hayan dado cuenta del discurso inédito que sirven, a pesar del esfuerzo prolongado de Lacan por desprender el ADN freudiano, es decir, la secuencia significante dirigiendo la práctica, desde su filón inicial, concreción de antiguos discursos e ideologías caducas. La inercia ideológica, es decir, imaginaria, vence regularmente en ellos el dinamismo simbólico del discurso, y se traduce en la realidad efectiva por una práctica frecuentemente dubitativa, incierta en su problemática.
La gran mayoría de psicoanalistas existentes en el mundo, por no decir su casi totalidad, son los tradicionalistas. Adoptan de modo completamente natural las posiciones humanistas y clericales, con la esperanza de prolongar el mundo que han conocido, y de frenar, incluso detener el movimiento actual de la ciencia así mismo que las incidencias, que éste no falta de tener sobre las dimensiones políticas y sociales de la realidad efectiva.
Ellos están animados por el pesimismo radical de Sigmund Freud, persuadido de haber reconocido en el ser humano, a través de su experiencia, una pulsión específica, la pulsión de muerte, de la que el siglo XX le había permitido constatar la devastación a gran escala por la explosión de una guerra mundial, en 1914, y por el rompimiento del equilibrio de las potencias querido por Bismarck (ver el tratado de Berlín de 1878 y el Acta final de la Conferencia de Berlín en 1885). Simultáneamente, el sistema de valores de la democracia americana, tan opuesto al de Austro-Hungría y, más generalmente, aquel de la vieja Europa, aumentaba en potencia, y emprendía el proceso de su mundialización cuya evidencia se impone al principio del siglo XXI. El cambio de los fundamentos de la tradición europea le parecía a Freud a la vez irresistible y no poder hacerse sino para lo peor.
En su Ética del psicoanálisis, que retoma el Malestar en la cultura, Lacan se inscribe en la misma línea. Reconoce la pulsión de muerte actuando en la preponderancia adquirida por el discurso científico, sus avances prodigiosos, su verdadero frenesí, y sus consecuencias sobre los modos de vida y de goce: la multiplicación y la renovación incesante de los objetos tecnológicos, haciendo nacer demandas cada vez más apremiantes y ofreciendo satisfacciones cada vez más disponibles, sin, por tanto, calmar la falta-de goce, sino, al contrario, distribuyéndola sobre toda la superficie del globo, llevándola a una intensidad jamás vista, poniendo en movimiento las sociedades detenidas, sin historia, frías, y conduciendo a la ebullición a las sociedades cálidas.
Como el pesimismo freudiano, el pesimismo lacaniano está establecido sobre la convicción de que todo cambio es para lo peor y que ese peor se impondrá irresistiblemente, que está programado, que es seguro. Pero en Lacan se añade una nota que no está en Freud: una nota sardónica propiamente hablando, un tomo burlón y malvado respecto a una humanidad que, a través de acontecimientos sensacionales, trabaja para su perdición. ¡No hay piedad con la humanidad! El destino de esta calaña, de esta forma de vida intrínsecamente fracasada, es de absorberse después de haber aportado a la naturaleza todas las trasformaciones, todas las devastaciones, que están condicionadas por el hecho de que esta especie, porque ella habla, es a la vez desnaturalizada y desnaturalizante, si puedo decirlo así.
Se verá, leyendo este año el Seminario XVIII y el Seminario XIX bajo una forma al fin digna del autor, la atención que Lacan había puesto en el descubrimiento del código genético. Se verá que él estaba intrigado por la forma de vida unicelular de las bacterias. Se verá también que profetizaba grandes cambios en la organización de la vida y de su reproducción.
Lacan mostraba su inclinación burlona, y no ocultaba su malevolencia: “No tengo buenas intenciones”, decía él. Y es que las buenas intenciones no garantizan nada. Como se sabe, el infierno está adoquinado [de ellas]. Imposible de dirigir una cura analítica hacia su conclusión lógica si el analista no está suficientemente cercano de su propia malevolencia para romper los velos de la piedad y del terror. Burla y malevolencia, no son solamente rasgos de carácter de Lacan. La burla apoyándose en el brazo de la malevolencia, hace cortejo para que, del analista, sea esperada la lucidez.
Los psicoanalistas no tienen que alcanzar el coro de las suplicantes que suspiran por los tiempos pasados. Libre cada uno de ser humanista, si eso le place, cristiano, por qué no, pero como analista, no sabrá ser tradicionalista, ya que esa posición reactiva, reaccionaria, conservadora, va en contra de su acto. Sin embargo, esto no quiere decir, que el psicoanálisis pueda compartir el entusiasmo de los mánagers del progreso científico, que quieren ya llenas las arcas de sus institutos con los dineros que valdrán los contratos de licencia que firmarán para la utilización de los cromosomas patentados.
No, no es una bella alma, pues le importa que, en las gigantescas trasformaciones en curso en el discurso, de la vida, y de la sociedad, el psicoanálisis continúe horadando su vía en la Wirklichkeit, la realidad efectiva. Y le importa que haya otros como él, que no sean engañados ni por la tradición, ni por el progreso. Y como ser no engañado absoluto, es la errancia asegurada, la tercera vía, debe ser el discurso analítico.
Estamos lejos, pensamos. El discurso analítico es muy pobre, miserable, en cuanto se lo compara con los esplendores acumulados en el curso de los siglos por las tradiciones religiosas y humanistas, cuando mide sus balbuceos con el progreso implacable del discurso de la ciencia, y con las riquezas bien materiales que vienen a llenar los cofres del capitalismo industrial y financiero. Y bien, en su indigencia misma, el discurso analítico ocupa empero en el choque de la tradición y del progreso una posición original, estructuralmente prescrita, y que comprueba inexpugnable por poco que los psicoanalistas sepan montarse en la saetera de su fortaleza.
El destino del psicoanálisis no está de ninguna manera atado a la vitalidad del Nombre-del-Padre heredado de la tradición. La declinación del Nombre-del-Padre se anunció desde el siglo XIX, Balzac lo señala, por efecto de las modificaciones que inducían en la sociedad el aumento de la potencia del modo de producción capitalista, él mismo condicionado por la revolución tecnológica de finales del siglo XIX, consecuencia de la revolución científica del siglo XVII. Los avances de la biología en la segunda mitad del siglo XX han dislocado potentemente el orden del mundo fundado sobre la prevalencia del Nombre-del-Padre y del Nombre-de-Dios. Esta perturbación, en adelante sensible a todos, está en el origen de la reacción tradicionalista, que toma la forma de movimientos llamados fundamentalistas. Estos movimientos, inexistentes en las zonas del globo marcadas por las religiones sin Nombre-del-Padre,1 permanecen moderados en aquellas donde se había impuesto una concepción trinitaria, taponando lo absoluto del Nombre. Son ya más extremistas allí donde el culto del Nombre único es tradicional, en el judaísmo. Tienen francamente recurso al mass murder allí donde el Nombre es tradicionalmente llamado a reinar sobre los espíritus y sobre la sociedad bajo una forma absoluta, quiero decir en la tierra del Islam.
Se puede desde ahora prever las inmensas convulsiones que conllevarán en el curso del presente siglo la aparición probable de nuevas formas sintéticas, perfeccionadas en laboratorio, no más en Nombre-del-Padre, sino en nombre del progreso científico y de los beneficios que son esperados de él.
No más leer, sino escribir el código genético: es lo que no está aún hecho, pero, después de ayer, está dicho, es probable que será hecho.
Es aquí que es oportuno escuchar de nuevo la vocecita de Jacques Lacan, y su llamada aforística, por largo tiempo enigmática, críptica: “No hay proporción sexual –relación sexual que pueda escribirse”.
Se trata aquí de un caveat mayor, de una cláusula de imposibilidad extraída por Lacan de la experiencia condicionada por el discurso analítico, y del que se esforzó en demostrar la pertinencia en sus Seminarios XVIII y XIX en los inicios de los años 1970. Hoy, en 2007, esto quiere decir esto. Las reescrituras en curso del patrimonio genético de los seres vivos darán sin duda nacimiento a nuevas formas de vida. Esta reescritura terminará ciertamente por tocar el genoma humano mismo. Formas inéditas de reproducción del viviente aparecerán. No obstante, podemos estar seguros que, concerniendo a la especie humana permanecerá imposible escribir en el código genético la proporción sexual que no hay.
En el ser hablante, la proporción sexual está condicionada por el lenguaje, o, más precisamente, por la práctica de lalangue. De esto se sigue, que se distingue en su cuerpo los órganos, que toman un valor de significante. Es el caso en particular del órgano macho de la reproducción. Es también el caso de una entidad material excretada por el cuerpo, a saber el objeto anal, y de la entidad material necesaria para la subsistencia, y tomada del cuerpo materno, el objeto oral. Del mismo modo funciona para los objetos cuya materialidad es ciertamente menos evidente, la mirada y la voz. Esos objetos tienen un valor de significantes imaginarios. Teniendo valor de significantes, son potencialmente portadores de significación. Esas significaciones no son genéricas y necesarias; en razón de la estructura de la relación del significante al significado, son individuales y aleatorias. Pero, ellas interfieren necesariamente en el establecimiento de la proporción sexual, al punto que parece que el ser hablante tiene relación con esos objetos más que con el partenaire sexual propiamente dicho.
Se ha podido mostrar en psicoanálisis que, en un sujeto dado, la elección de objeto sexual estaba guiada por la implicación de ese objeto sexual en ciertas significaciones ligadas a los objetos primordiales que hemos enumerado. El modo de goce del ser hablante está afectado hasta en sus fundamentos, y se encuentra esencialmente diversificado según los individuos de la especie, incluso se puede grosso modo distinguir el modo de gozar del individuo macho del modo de gozar del individuo hembra. Esta individuación extrema del modo de gozar según las significaciones en juego obliga de otra parte a poner en función el sujeto del significante más que el individuo de la especie.
Para decirlo en términos técnicos, la relación del sujeto al falo y, más generalmente, al objeto a, existe como tal, se encuentra en todos los sujetos dotados de ser hablante, proviene, digamos, de lo real. En cambio, la relación al otro sexo no existe como tal, proviene, digamos, del semblante. La relación sexual constituye en el ser hablante una verdadera falla de lo real, que ninguna ingeniería biotecnológica, ninguna biología sintética, sabrá colmar, salvo extrayéndole su facultad de hablar, al realizarle una ablación simbólica. Es en esa pequeña falla que proliferan los fantasmas, los delirios, las epopeyas también de las que se revela capaz la especie humana, tanto en el registro religioso como en el científico y en las tecnologías que explotan y orientan.
La experiencia analítica, que tiene ahora un siglo detrás de ella, muestra, si se la lee como conviene, que la elección del objeto sexual propio de un sujeto dado se caracteriza por tres rasgos constantes: la contingencia; la singularidad; la invención.
Contingencia. El defecto de escritura de toda proporción sexual genérica tiene por consecuencia que el sujeto depende de la contingencia de los encuentros que puede hacer en la esfera de su Umwelt, y de los enunciados prescriptivos que remplazan para él la relación imposible de inscribir. Las civilizaciones han inventado diferentes modelos normativos para compensar el defecto de la proporción sexual. En relación a esas normas, la desviación subjetiva no es accidental, es de regla. Un análisis permite en general aislar el o los encuentros iniciales haciendo escritura.
Singularidad. Una vez instalado a partir de la contingencia inicial, el modo de gozar, en general, se vuelve necesario, en el sentido en que no cesa más de escribirse, sino que se repite. Un análisis debe permitir repetir, aislar, volver legible la escritura del programa del goce que prevalece para un sujeto, abriéndole así la posibilidad de ganar un cierto grado de libertad con relación a aquel, y, al menos, de inscribirse [en él] con el menor malestar posible.
Invención, finalmente. Una invención aleatoria viene en general a recubrir la contingencia real como la necesidad subsecuente, para dar al sujeto la ilusión de una libertad de elección inspirada por motivos éticos y/o racionales, según la fórmula: “Yo, como los otros”, a menos que sostenga en él la noción de la desgracia de ser de la cual sería sólo él la víctima, según la fórmula “Todos, menos yo”. Un análisis, de nuevo allí, debe permitir barrer esos sueños groseros para reconciliarse lo mejor que se pueda con la singularidad que es el terreno de todo ser hablante. La ideología contemporánea de la civilización occidental, fuertemente marcada por el psicoanálisis, va además en ese sentido.
Es por esta razón que propongo que, para las Jornadas de la ECF, el año próximo, podamos en la riqueza infinita de nuestra experiencia testimoniar de la proporción sexual en la contingencia, su singularidad y sus invenciones.
Título: “La relación sexual”.
1. Hecha la reflexión, el comunismo asiático, el de Mao o de Hô Chi Minh, puede analizarse como una reacción tradicionalista al discurso de la ciencia como al discurso capitalista. (Añadido el 8 de Octubre).
Referencias
– Freeman Dyson, « Our biotech future », The New York Review of Books, vol. 54, n° 12, 19 julio 2007 ; también : l’échange de W. Berry, J.P. Herman, et C.B. Michael, con Fr. Dyson, vol. 14, 27 septiembre 2007 ; la carta de Raymond A. Firestone y la respuesta de Fr. Dyson, vol. 54, 11 octubre 2007.
– Frédéric Garlan, « Le biologiste controversé C. Venter anuncia una nueva forma de vida », AFP, 6 octubre 2007, 20h24.
– Ed Pilkington, « Scientist has made synthetic chromosome », The Guardian, 6 octubre 2007.
Complementos
En el momento de escribir mi comunicación, no había leído el artículo siguiente, muy sugestivo: Andrew Pollack, « How do you like your genes ? Biofabs take orders », The New York Times, 12 septiembre 2007.
Para una aproximación mediática del juego de roles sexuales, consulté esta mañana el dossier de la revista Elle de esta semana, titulado “Especial sexo. Viva el amor! Lo que nos vuelve mujeres. Lo que los vuelve locos”. Elle, n° 3223, 8 octubre 2007.
Traducción del francés: Mario Elkin Ramírez.