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Por Vanna Gabriele.
J-A Miller, a través de su libro el Partenaire-síntoma, viene trabajando la forma en que cada uno de los seres sexuados impone a su parternaire. Así nos aclara aun más, lo que ya Lacan planteaba como aquello que del lado hombre, el objeto toma forma de fetiche (su condición fetichista) elemento con carácter de unidad, permanencia e uniformidad, al punto que el objeto del macho es el objeto a, vale decir, que el macho fetichiza a su objeto imponiéndole cierto número de condiciones tipificadas (series). Y expresará claramente Miller: « no se encuentra eso en las mujeres » (pág. 288).
Precisamente, el deseo en el macho, pasa por el goce, es decir, por el pluss-de gozar. Pero del lado femenino ya no es el objeto a (objeto fetiche), sino la erotomanía el objeto sostén del amor (A tachada), por lo que el deseo en ella pasa a condición del amor, que no está del lado de lo múltiple. Justamente, la definición lacaniana del amor es « dar lo que no se tiene », es decir, se apoya en la anulación completa del tener, y es así como puede apuntar al ser, en tanto que está más allá del tener. Entonces, el objeto, desde el punto de vista del tener, no tiene, y lo que sí hay es un menos.
La mujer enganchada a lo ilimitado, la verdadera mujer lacaniana, es la extraviada, aquella que esta fuera del todo del equilibrio, de la unidad y la que exige como parternaire al hombre brújula. Antígona-se pregunta Miller- ¿de qué lado del esquema quedaría, si tiene toda la apariencia de una heroína? (capitulo XIII « los seres sexuados « del libro Partenaire-síntoma,)
¿Cómo la piensa Sófocles? El extinto Rey de Tebas, Edipo, dejó cuatro hijos: unos varones, Etéocles y Polinices y dos doncellas, Ismene y Antígona. Enfrentados sus dos hijos en una guerra sanguinaria se matan entre ellos: Polinices, conduciendo el ejército de los Argivos en contra de Tebas, y Etéocles, en vez, defendiendo a Tebas. Pero hay un nuevo Rey de Tebas, Creonte, un tirano, quien a su vez, es tío de los hijos de Edipo, esposo de Eurídice y padre de Hemón, su hijo-heredero y prometido de Antígona.
Es el caso que la tragedia de esta mujer, comienza justamente al amanecer del día siguiente del final de esa guerra: El rey Creonte, ha dado la orden a los ciudadanos y nobles tebanos, de no sepultar a Polinices para que su cuerpo fuera roído por las bestias como « el castigo al traidor », mientras que al de Etéocles se le rindieran homenajes fúnebres como « el defensor de la ciudad ». Antígona decide contravenir al Rey esperando ser ayudada por su hermana. Ella está consciente del peligro que corre al querer dar sepultura a su hermano Polinices, sin embargo, antepone a su propia vida, la necesidad de no fallarle a sus antepasados y a los Dioses. Y no cree que mortal alguno pueda tener tanto poder como para anteponerse a los designios de ellos, diciendo: « …..No iba yo a incurrir en la ira de los dioses violando esas leyes por temor a los caprichos de hombre alguno […] Así que a mí, al menos, sucumbir en este lance, no me duele mucho ni poco: el que el hijo de mi misma madre una vez muerto quedase insepulto, eso es lo que me dolería. Lo demás a mí no me duele. Y si te parece que es locura lo que hago, quizás parezco loca a quien es un loco ». Pero Ismene, desde siempre temerosa e indecisa, no se atreve a ayudarla, aunque le promete no decir nada, ante lo cual Antígona más bien le insiste en que no se lo calle!
El pueblo tebano (coro), también está consciente de la gravedad de esa disposición impuesta por Creonte y de lo que supone de atentado contra las leyes religiosas, pero, a fin de cuentas, están sujetos todos a esa orden y están convencidos de que no habrá nadie que se arriesgue a sacrificar su propia vida por contravenirla. Sin embargo el rey Creonte, desconfiado, envía soldados a vigilar el cadáver de Polinices, y se entera que Antígona, ha violado su disposición realizando ritos funerarios en honor del hermano traidor ayudada por su hermana Ismere. Esta última mientras tanto, ya había cambiado de idea, y sin haber participado, le dice a Creonte que ciertamente había ayudado a Antígona, de manera que ambas terminan encarceladas. Ante esto, el obediente Hemón, intenta convencer a su padre de su error diciéndole: « No vivas casado con tu propia opinión, aferrado en que como tú las dices así son las cosas y nada más[…]Por más sabio que seas, nunca es humillante para un hombre el aprender en muchos casos de otros y el no aferrarse en demasía ».
Pero el Rey Creonte no escucha a nadie y más bien, de la posición de intransigencia en la que estaba, pasa a la ceguera total, con lo que libera a Ismere y traslada a Antígona fuera de Tebas, a una cueva sin alimentos, para enterrarla en vida y con el fin de que « su muerte no salpicara a la ciudad ». También Antígona, camino a su mortal destino, ha cambiado, ella ya no parece la misma: ha perdido su altivez y su seguridad inicial. Increpada por Creonte y abandonada por todos, su monólogo de despedida no es un canto de triunfo, sino de tristeza, nostalgia y desolación. Es el abandono frente a un deber con el que ha cargado en soledad y que no emprende ya con la altivez del triunfo.
Pero Tiresias, un anciano adivino invidente, si logra un cambio radical en el rey cuando le dice: « Pasará un tiempo, nada largo, y llenarán tu propio palacio de lamentos de hombre y lamentos de mujeres… » Entonces atemorizado Creonte, emprende el viaje para rescatar a Antígona, encontrándola ahorcada y como abrazado a su cintura su adorado hijo Hemón, muerto, pues se había clavado su espada en el pecho.
Ahora es Creonte, el Rey, quien llora, mientras exclama »¡Ay de mí! A nadie, a nadie, sino a mí se culpe jamás de este crimen! Yo te he muerto, hijo! yo, desdichado, lo confieso abiertamente! Sacadme de aquí, ¡oh siervos!, cuanto antes; ¡sacadme fuera, yo ya no existo, yo ya no soy! ». Sin embargo aun no es suficiente castigo, pues llegado a palacio con su hijo muerto en brazos, Creonte encuentra a su esposa Eurídice muerta al no soportar la madre el dolor causado por la noticia de la muerte de su querido Hemón!
Después de todo, Antígona es una mujer que no escucha razones, y sin embargo, si ella sigue su camino, es porque tiene como brújula el cuerpo de su hermano muerto: ¿es una heroína o es la evidencia del estrago en la mujer extraviada?