Introducción
“La interpretación hoy” es el título que me
propusieron para realizar este Seminario en las II Jornadas de la NEL
en Medellín. Acepté el título, aunque con una pequeña
variación que ya les comentaré. El título tal vez
evocará a algunos de ustedes el de una obra de finales de los años
cincuenta publicada en Francia y criticada por Jacques Lacan en su texto
“La dirección de la cura y los principios de su poder”.
Esta obra se titulaba “El psicoanálisis de hoy” y Lacan
señalaba que se presentaba en ella la tendencia a degradar en el
psicoanálisis la dirección de la cura y los principios de
su poder.
¿Nos encontraríamos tal vez en la interpretación
de hoy una tendencia a degradar su función? El fructífero
debate sobre el tema que llevó al IX Encuentro Internacional del
Campo Freudiano realizado en Buenos Aires sobre “Los poderes de
la palabra” puso al día el lugar y el uso de la interpretación
en nuestra orientación. Recordarán el diagnóstico
que supuso la intervención previa de Serge Cottet sobre el “ocaso
de la interpretación” y el viraje fundamental operado por
Jacques-Alain Miller con “La interpretación al revés”
publicado en el número 32 de “La Cause freudienne”.
Unos años después, este viraje se ha ido revelando como
un punto de referencia indispensable para nuestra práctica. Lo
es también para este Seminario en el que intentaremos seguir las
consecuencias de la tesis del “inconsciente intérprete”
tal como Jacques-Alain Miller la esclareció en la enseñanza
de Lacan.
Lo no-todo interpretable
La interpretación es lo que hace específica la práctica del psicoanálisis en relación a la nebulosa de las psicoterapias, especialmente las que usan el único medio de la palabra. Algunas hablan de interpretación sin hacer explícito que fue el psicoanálisis quien la introdujo con su práctica, aunque el propio psicoanálisis postfreudiano se encargara de diluir su sentido en una panoplia de intervenciones (aclaraciones, indicaciones, etc.) Ello no puede hacer olvidar que fue Freud quien mostró la dimensión del sentido y de la interpretación como esencial en el síntoma, quien mostró que el síntoma, como la serie de las formaciones del inconsciente, era interpretable.
Pero en sí mismo el campo de la interpretación es un campo muy ambiguo. ¿Qué hace que algo sea interpretable? Y también ¿qué hace que algo no sea interpretable? Cuando un niño que todavía no sabe leer se acerca al adulto que lee un periódico y le pregunta « ¿qué dice ahí? », podemos preguntarnos qué le ha hecho suponer que allí, en esa papel manchado de tinta, hay algo para descifrar, para interpretar.
Algo se convierte en signo interpretable para el sujeto sólo en determinadas condiciones. Y una de esas condiciones es precisamente que no todo sea interpretable. Si todo se convierte en signo interpretable estamos ante la psicosis, ante el delirio interpretativo que no se detiene en ningún punto, donde se impone un « todo es interpretable ». Por el contrario, algo puede ser interpretado en la medida que no todo sea interpretable, en la medida que algo sea aislado, enmarcado, como signo interpretable y algo distinto quede fuera de ese marco. Si el niño que se hacía esa pregunta ante el periódico se la hiciera con cualquier cosa fuera del marco de la página del periódico, lo interpretaríamos, justificadamente, como un signo de alarma, de que algo no marcha nada bien.
El « todo es interpretable » es, por decirlo así, una interpretación delirante de la interpretación. No es seguro que los propios analistas se hayan mantenido siempre fuera de esa forma de interpretación. Ciertos modos de la interpretación transferencial en los que todo se hace interpretable en el « aquí y ahora » de la sesión analítica parecen seguir esa pendiente. No hay que olvidar, por otra parte, que el propio Lacan, en una orientación muy distinta del « aquí y ahora » de la interpretación kleiniana, definía la sesión analítica como una « paranoia dirigida ». De hecho, la propia estructura del lenguaje nos sumerge en una suerte de delirio generalizado en el que cualquier signo puede remitir, en una metonimia infinita, a cualquier otro signo. Pero, precisamente, veremos que la interpretación analítica no pude resolverse en el único eje de la metonimia, que si tiene lugar es en la medida en que parte de un « no-todo es interpretable ».
Ese « no-todo » es solidario de un hecho que la propia teoría de la interpretación ha hecho manifiesto en otros campos como es del del análisis textual. Se constata allí un deslizamiento desde el interés por el texto como objeto de interpretación hacia el interés por la interpretación misma como objeto. No hay finalmente un « texto-objeto » diferenciable de la interpretación misma. Dicho de otro modo, la interpretación forma parte del propio texto interpretado. Como en el caso del sueño, la interpretación coincide con el deseo que está articulado en él. La máxima lacaniana de que « el deseo es la interpretación » lleva esta idea hasta sus últimas consecuencias: no hay una interpretación del deseo como algo exterior a su estructura, como un metalenguaje de ese deseo, sino que la interpretación es el deseo mismo. La identidad entre deseo e interpretación irá así de la mano del « no-todo » interpretable o del « no hay metalenguaje ».
La interpretación analítica no se da desde una exterioridad del texto interpretado, forma parte al mismo nivel del texto-discurso que se interpreta en el momento mismo de su desciframiento, de su lectura. Dicho de otro modo, el lector-oyente forma parte del discurso que se interpreta. En los términos del Lacan de 1964: « el analista forma parte del concepto de inconsciente », no hay analista exterior al texto inconsciente que, a su vez, no existe sin ese analista que forma parte de él.
El oyente forma parte del discurso en la medida que ocupa el lugar del Otro de la palabra, ya sea con su asentimiento, con su puesta en duda, con su rechazo o, incluso, con su indiferencia. El primer índice que podemos encontrar de la inclusión del Otro de la palabra como su interpretación está en la función eminente de la puntuación, forma canónica de la interpretación situada por Lacan ya en 1953, en « Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis ».
Cuando Juan Fernando Pérez me propuso por escrito el título de este Seminario me di cuenta de inmediato que en mi modo de leerlo era necesario incluir una coma: « La interpretación, hoy ». Igual que en el famoso ejemplo del último capítulo del « Ulises » de James Joyce, donde el monólogo de Mony Bloom está escrito sin ningún signo de puntuación y el lector debe irlos incluyendo a medida que va leyendo, aunque más no sea para tomar un respiro y no ahogarse, le propuse incluir esa coma para situar el sentido de lo que quería decir. La presencia de esta coma podría parecer banal pero no es lo mismo decir « la interpretación hoy » todo seguido, donde el acento recae sobre una interpretación que parecería una esencia inmutable atravesando los tiempos, que decir « la interpretación, hoy », donde el acento recae sobre el « hoy », sobre el hecho de que la interpretación se define siempre desde ese hoy, de que siempre se interpreta desde ese hoy. Así, la coma descompleta el título, introduce un hiato, una hiancia, una fisura, que hace de la interpretación misma algo incompleto.
« La interpretación, coextensiva de la historia… »
¿Cuáles son las consecuencias de esta estructura necesariamente
“no-toda” de la interpretación? Una consecuencia importante
es que la interpretación no está abierta, como a veces podría
suponerse, a todos los sentidos. El sentido de una interpretación
depende del momento en el que se realiza, es relativa a su enunciación.
Es por eso que podemos decir que hay una historia de la interpretación
o, mejor aún, como indica Lacan en “La dirección de
la cura…” (Escritos, p. 578) que la interpretación es “coextensiva
de la historia”. Quiere decir que la interpretación se extiende
de forma simultánea, a la vez que la historia que se supone que
interpreta. La interpretación en “extensión”,
para tomar la categoría lógica que utilizamos también
para hablar del “psicoanálisis en extensión”,
es la historia misma como el hecho de contarla, no como el conjunto de
hechos que se supone que narra.
Y es por eso que el efecto de una interpretación depende del momento
en que es realizada. La misma interpretación, por “correcta”
que sea, hecha en un momento o en otro, puede tener efectos muy distintos
o puede también dejar de tenerlos. Es lo que sucedía en
los primeros tiempos del psicoanálisis con la interpretación
“edípica”, que tenía efectos fulminantes, efectos
que fue perdiendo con el tiempo, a medida que la significación
“edípica” estaba ya incorporada en la historia misma
de la interpretación. Las interpretaciones más verdaderas
no valen tanto por su enunciado como por su enunciación, por el
momento en que se realizan.
Hasta tal punto es así que podemos decir finalmente que la interpretación
es el momento mismo en el que se realiza, es el “momento oportuno”,
el “kairós”, para tomar el término aristotélico
puesto de relieve por Pierre Aubenque en su libro “La prudence chez
Aristote”.
A la vez, una interpretación puede tener efectos “après
coup”, de forma retardada. De hecho, siempre se da ese tiempo lógico
necesario para la interpretación, pasando por un tiempo de indeterminación
del sujeto hasta producir su efecto de sentido. A veces este tiempo es
muy breve, a veces el efecto se produce justo después de terminar
la sesión, cuando el sujeto está en el rellano de la escalera,
otras veces puede tardar mucho más. Cuántas veces una interpretación
no ha revelado sus efectos más verdaderos hasta años después
de haber sido enunciada.
Nuestro programa de trabajo seguirá tres articulaciones conceptuales,
tres momentos también de la experiencia analítica que han
sido acentuados por la enseñanza de Lacan en tres épocas
distintas. Son tres intersecciones que definirán cada una un nuevo
término y que leeremos a la luz de la tesis del “inconsciente
intérprete”:
1. La interpretación y la transferencia: el saber