Jueves, 25 de agosto de 2011
Niños en el mundo del control
Desde el psicoanálisis, preocupa la proliferación de niños medicados por « problemas de conducta », diagnosticados como objetos para silenciar eso que de cada uno no encaja en las regulaciones sociales y que los niños insisten en demostrar.
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Pueden leerse con cierta frecuencia en los medios, artículos que plantean sensatas advertencias acerca de la sobremedicación de niños en edad escolar, con perturbaciones de conducta. Su aparición implica un cierto equilibrio respecto de tantas « buenas nuevas » que nos traen los medios de comunicación sobre modernas terapéuticas y sus promesas de eficacia y felicidad, sea química, sea comportamental, o sea –para más horrores?- genética. No quiero referirme a aquí a la tontería macabra de algunas de esas « noticias del progreso » como aquella de que producirían en breve una droga que haría olvidar lo traumático; o la desopilante nueva –festejada por algunos medios-? de que tener buen sexo es equivalente (de acuerdo a su localización cerebral) a hacer un paseo de compras en un shopping. O la asombrosa novedad de diagnosticar un trastorno bipolar en una niña de dos años y medio de edad. Son muestras de la dirección en la que marcha nuestro mundo hoy, cuando « los niños de Skinner » (en referencia al padre del conductismo y las terapias conductivas?comportamentales), adecuadamente medicados prometen volverse legión.
Hoy, ahora mismo, aquí, al menos en Buenos Aires, hay una oleada de intervenciones sobre niños pequeños, inspiradas en un cóctel equilibrado entre diagnósticos cientificistas, causas « genéticas » y terapias de reeducación de las conductas, que impregnan el discurso de las instituciones educativas y cuya tan ponderada eficacia -?que vuelve objeto al sujeto de sus intervenciones terapéuticas?- pone los pelos de punta.
El llamado discurso Psi, por su parte ha tenido en la Argentina una importante resonancia en el ámbito educativo. En una época saturó las escuelas de manera excesiva y desafortunada, ya que con su exceso de interpretación »psicologizaba » la vida escolar de manera imprudente. Los psicoanalistas también debemos hacernos cargo de eso, aunque sus efectos apuntaran al rescate de la dimensión subjetiva, que la práctica institucional tendía en cierta época a encubrir. Aún en sus peores versiones, en estos últimos 30 años, no puede decirse que la influencia del psicoanálisis en ese nivel fuera un instrumento segregativo. Hoy las intervenciones a las que me refiero inciden en los puntos sintomáticos de la institución escolar y de muchos padres. Lo hacen con prescripciones supuestamente claras y supuestamente no especulativas, con un discurso que se autoriza en la eficacia de la ciencia y en las peores excusas de la época, para preservar la seguridad segregando la diferencia.
Tienen aliados importantes en la indicación de las medicaciones más variadas, reemplazando la sensatez y la prudencia del diagnóstico por algo que otorgue tranquilidad a los padres y a las instituciones. Es comprensible: el síntoma y la angustia son intolerables para la sociedad de la eficiencia. El resultado, la solución del « trastorno » -?que no llega a hacerse síntoma y por lo tanto no puede ser trabajado terapéuticamente si fuera necesario-? es una discriminación en acto, que termina identificando el « trastorno » al ser del niño. Como se ve es un horror, a veces disfrazado de un pragmatismo que extravía a padres y educadores, cuando la solución química se impone como paradigma para una infancia complicada.
En el año 1971 en la tapa de la revista norteamericana Time Magazine, un prestigioso investigador de la conducta B. F. Skinner, fundador del conductismo ?una importantísima corriente en la psicología norteamericana hoy convenientemente globalizada y de gran influencia? afirmaba: « La libertad es un lujo, un riesgo, que la sociedad no puede permitirse ». Hoy esa afirmación tiene el respaldo científico necesario para llevarse a cabo como programa. Frente a esto, y con todas las limitaciones y errores que tenemos no hay margen para que vacilemos. El psicoanálisis, nuestra práctica y nuestro discurso, insiste en que en medio de la feroz tendencia a homogeneizarlo todo que tiene nuestro presente, es necesario conservar ese estrecho margen de libertad que pueda preservarlo incomparable que tiene cada uno. Eso que de cada uno no encaja en las regulaciones sociales y que afortunadamente los niños insisten en demostrar para incomodidad, exasperación o angustia de los adultos, a pesar de programaciones de las conductas, medicaciones y segregaciones higiénicas.
Skinner enseñaba con su testimonio más íntimo, su propio deseo: « Yo tuve solo una idea en mi vida, una verdadera idea fija. La palabra ‘control’ la expresa. El control de la conducta humana. En mis tempranos días de experimentador, era un desenfrenado deseo egoísta de dominar. Recuerdo la ira que sentía cuando una predicción salía mal. Podía gritar a los sujetos de mi experimento, ‘¡Pórtate bien, maldito! ¡Pórtate como debes!' » (Publicado en Time Magazine, el 20 de septiembre de 1971).
¡Portáte bien maldito! ¡Portáte como debes! Es decir: portáte de acuerdo a mi deseo de dominio… ¡Pero atención!, esto es solo una muestra de lo que será un programa social para el siglo XXI: el control de la conducta humana. Sepamos claramente lo que hay detrás de la pretensión y del ideal de la eficacia, además de los intereses de la industria farmacéutica.
*Psicoanalista en Buenos Aires, Presidente de la EOL-Escuela de la Orientación Lacaniana y Secretario de la AMP-Asociación Mundial de Psicoanálisis.
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/21-30136-2011-08-25.html