Elisa Alvarenga
Presidente de la EBP
En los últimos cuatro años, los psicoanalistas de las diversas Escuelas de la Asociación Mundial de Psicoanálisis vienen creando Centros de psicoanálisis aplicado a la terapéutica, en varios países de Europa y de América del Sur. Este programa de extensión y oferta del psicoanálisis a la población tuvo inicio y ganó consistencia a partir de la orientación dada por Jacques-Alain Miller en su curso de Orientación Lacaniana, que se realiza desde hace varios años, en Paris.
Los Centros Psicoanalíticos de Consulta y Tratamiento (CPCT), en los cuales se inspiran otras tantas instituciones y experiencias de aplicación del psicoanálisis en el Campo Freudiano, también en Brasil, se caracterizan por la gratuidad y por el tratamiento por tiempo limitado. Una primera estrategia de funcionamiento es la separación entre consulta y tratamiento: en las consultas, que consisten en una serie limitada de entrevistas, se trata de esclarecer el motivo de la demanda de tratamiento y de circunscribir, lo más precisamente posible, el problema a ser tratado, dando un nombre a la demanda del paciente. Se trata de hacer de la demanda un síntoma, producto del encuentro con un psicoanalista (cf. Hugo Freda, « CPCT de Paris, experiencias y resultados » en Opção Lacaniana 45). Una vez localizado el problema, el paciente es encaminado para su tratamiento.
El tiempo limitado, articulado a la separación entre consulta y tratamiento, da a la transferencia una especificidad que, aliada a las sesiones cortas, permite promover la reducción progresiva del síntoma a la construcción de un saber con más valor de uso que de acumulación. El sujeto se sorprende con las soluciones que va encontrando, sea cambiando las coordenadas del problema, sea haciendo del mismo una nueva lectura.
Esta rectificación de la posición del sujeto puede llevarlo a cerrar, a la salida, la pregunta abierta a la entrada, o él puede abrir una nueva pregunta, a ser tratada en otro lugar. El tratamiento de corta duración se ve favorecido por las sesiones cortas, que impiden el excesivo desdoblamiento de la transferencia, en tanto suposición de saber, y de sentido.
Freud ya pronosticaba, a inicios del siglo pasado, un futuro más extenso para el psicoanálisis. Su conocida metáfora de unir el oro puro del psicoanálisis con el cobre de la terapéutica, separa desde entonces el psicoanálisis puro, necesario en la formación de analistas, del psicoanálisis aplicado, con la intención de obtener efectos terapéuticos rápidos. Ya Lacan, en el Acto de Fundación de su Escuela, abre un departamento para la investigación de la aplicación del psicoanálisis a la terapéutica. Lo fundamental es que quien practica el psicoanálisis aplicado tenga su formación sólidamente sustentada en su propio análisis.
Una lectura reductora de nuestro programa de psicoanálisis aplicado, y de sus fundamentos en Freud y Lacan, quiere hacer creer que ese tratamiento se destinaría a los pobres, mientras que para los ricos, el psicoanálisis continuaría siendo el mismo, a largo plazo. Ahora, esa oferta no es hecha exactamente a los pobres, sino a aquellos que no están dispuestos, por las más diversas razones –por no conocer el psicoanálisis, por tener prejuicios contra él, por no tener recursos o no querer correr con el gasto, etc.- a pagar por un análisis. Se oferta el psicoanálisis, por un tiempo limitado, y el sujeto se puede beneficiar con él y darse por satisfecho con el resultado obtenido, o puede querer llevar adelante esa experiencia. Para eso dispondrá de diversas alternativas, ya se trate de un tratamiento conducido por un psicoanalista en instituciones de la red pública, sea en un consultorio, pagando lo que le sea posible.
Tal vez no se sepa que, hoy, psicoanalistas lacanianos trabajan en hospitales, servicios de urgencia, prisiones, poblaciones de la calle, con menores infractores, con adolescentes en riesgo, con locos criminales etc., aplicando el psicoanálisis a las más diversas situaciones, incluso haciendo tratamientos en grupo, cuando eso es demandado o resulta más indicado en determinadas comunidades. No se trata de la degradación del psicoanálisis, sino de su aplicación. No se coloca el psicoanálisis al servicio de la ciencia o del capitalismo, condiciones mismas del nacimiento del discurso analítico.
Como indica Jacques-Alain Miller, no hay contraindicaciones al tratamiento analítico, a condición de que el practicante esté bien posicionado para su ejercicio, agrega Éric Laurent. No se trata, en lo que concierne al psicoanálisis aplicado, de conducir un tratamiento psicoanalítico hasta su final, con efectos de formación para el analizante, sino de llevar al paciente a un punto de resolución o de satisfacción relacionado al problema que vino a tratar. La salida está articulada a la entrada. El tratamiento de corta duración se cierra con un número de sesiones necesario para completar un ciclo, resolver un problema, recolocar sus coordenadas, abrir una pregunta. Se trata, por tanto, de dar a conocer el psicoanálisis y sus resultados para aquellos que normalmente no accederían a él.
Los motivos para que alguien demande un tratamiento pueden ser los más diversos –fracasos, pérdidas, desinserción familiar o profesional, toxicomanías, obesidad, anorexia, bulimia, pánico, compulsiones, hiperactividad, endeudamiento, etc.- y no se debe olvidar que la apertura del inconsciente, con el establecimiento de la transferencia, es un instrumento que debe ser utilizado con prudencia en determinados casos. El efecto terapéutico rápido se produce sin mucha sofisticación, a veces con poquísimas sesiones, igualmente en los casos en que el inconsciente no se presenta como suposición de saber. Es lo que podemos decir a partir de la experiencia en curso. Esa oferta no es una promesa de cura, no se reduce a una simple respuesta a las leyes del mercado, porque se sustenta en la posibilidad del encuentro con un analista que, sin desistir de la radicalidad de su discurso, oferta el acto analítico como instrumento capaz de modificar la relación del sujeto con su síntoma. No se trata por tanto de hacer desaparecer el síntoma, sino de darle forma, circunscribirlo, dislocarlo, darle un destino mejor.
No se trata, entonces, de engrosar estadísticas, sino de la demostración, en la práctica, de para qué sirve el psicoanálisis. El inconsciente, del que sufre un sujeto, será tratado conforme conviene a cada caso: los psicoanalistas bien formados saben, mejor que nadie, que no siempre se le debe dar libre curso. Por lo tanto, a cada caso, su solución, o la aplicación, bajo medida, del tratamiento psicoanalítico, de corta o larga duración. Hay pobres que pueden querer un análisis por largo tiempo, mientras que hay ricos que prefieren quedarse bien donde están. Ninguna bipartición simple y a la ligera del psicoanálisis según las clases sociales se condice con los principios sobre los cuales Freud y Lacan edificaron el tratamiento analítico.
El psicoanálisis nos enseña que solo puede ser aplicado caso por caso. Se trata, es verdad, de una experiencia, realizada con la osadía habitual de los discípulos de Lacan: se trata de ver lo que puede ser un tratamiento analítico, sin definirlo por los parámetros clásicos del pago y la larga duración. El psicoanálisis debe poder acompañar los cambios de su tiempo y ofrecer al sujeto contemporáneo un tratamiento más acorde con las coordenadas actuales de la civilización, toda vez que el dispositivo clásico no se aplica a muchas de las nuevas situaciones y a los nuevos síntomas del malestar en la civilización. Los analistas, como recomienda Lacan, deben tener en su horizonte la subjetividad de la época.
Traducción: Patricia Tagle
Versión revisada por la autora.