Inscripción on line: www.europsicoanalisis.eu Información: +32 (0) 484100109 [email protected] Para recibir PIPOL NEWS, el boletín electrónico del EFP, enviar un e-mail blanco a [email protected] Primer Congreso Europeo de Psicoanálisis ¿La Salud Mental existe? Un gran número de psicoanalistas trabajan en instituciones que portan la etiqueta de la Salud Mental. El psicoanalista está en efecto concernido por una clínica de los estragos ligados al discurso del Otro, que Freud designó «malestar en la cultura». Ahora bien, cuando un psicoanalista ocupa el lugar de trabajador de la Salud Mental, mantiene un debate permanente y muy necesario con este concepto, pues hay una antinomia entre la noción de Salud Mental y el psicoanálisis. Allí donde la Salud Mental se pone al servicio del orden público1, el psicoanálisis intenta habilitar un lugar para la «chifladura» de cada uno. Allí donde la Salud Mental intenta estandarizar el deseo para que el sujeto marche al paso de los ideales comunes, el psicoanálisis sostiene una reivindicación del derecho al «no como todo el mundo»2. Allí donde la Salud Mental lleva la huella de la caridad, el psicoanálisis, según la expresión de Lacan, «descarida» y alivia al sujeto de la voluntad del «Otro que quiere el bien». En efecto, más que dedicarse a hacerse cargo de la miseria del mundo, el psicoanalista tiene como tarea intentar encarnar la causa del deseo para el sujeto del inconsciente3. Pero por qué poner en cuestión la existencia misma de la Salud Mental? Es que desde hace algunas décadas, los giros que toma el uso de este término se correlacionan con una dilución inquietante de la clínica «psi». Anteriormente la confrontación entre las disciplinas implicadas en la Salud Mental era fuente de un debate riguroso, cuyos fundamentos científicos eran localizables. Los protagonistas de este debate no han cesado de refinar sus observaciones clínicas con el fin de fundamentar sus argumentos. Hoy en día este debate se ha extinguido. Habiendo los Estados convertido la Salud Mental en su asunto, es la coordinación política y económica de su acción la que está en primer plano. Las figuras que representan al Otro de la Salud Mental empujan hacia un consenso, allí donde antes había un debate de científicos4. Así, el DSM, a fin de evitar todo ruido, se pretende «a-teórico» y su redacción se mide con la escala de la norma estadística y de la opinión pública. Algunas universidades intentan diluir la clínica de los padecimientos psíquicos en un impreciso «bio-psico-social». La definición de la Salud Mental de la OMS en términos de «promoción del bienestar» y de «prevención de los trastornos mentales» extiende su acción a todos, sin distinción. Este consenso crea una niebla epistémica que aleja a la Salud Mental de lo real de la clínica. La idea de un trastorno mental que seria objetivable y curable descarta el estudio del síntoma que conjuga el goce singular del sujeto con su verdad. La referencia al «bienestar» no es más que una reducción de las virtudes preconizadas antiguamente por las sabidurías a un higienismo que se pretende científico. En la práctica, esta imprecisión no es sin efectos. La evaluación basada en cuestionarios parasita el encuentro clínico vehiculizado por la palabra y la transferencia. La nosografía psiquiátrica se ha transformado en un continuo que borra las diferencias entre los padecimientos psíquicos agudos y la simple condición humana. El mercado de los psicotrópicos se beneficia sin duda de esta globalización del campo de aplicación de la Salud Mental, devenida un ideal a alcanzar. Las terapias cognitivo-conductuales, que desprecian al sujeto del inconsciente, intentan imponerse en nombre de una gran eficacia demostrada «científicamente». Nos encontramos frente a una doctrina clínica que sostiene que el «trastorno mental» es para todos, mientras que el inconsciente no es para nadie. Por eso, los casos que presentan un sufrimiento agudo con peligro de pasaje al acto pasan a menudo de largo. Muchos practicantes en Europa resisten a este movimiento de dilución y adhieren a la orientación psicoanalítica. Todas las medidas son buenas a fin de someterlos a la liquidez epistémica y ética que se instala: el recurso a la legislación y a los estudios «científicos» para desacreditar sus formaciones y sus prácticas; y si esto no es suficiente, la denigración, incluso la difamación. En tanto adherentes al psicoanálisis lacaniano, somos parte de estos practicantes. No cedemos ni en nuestra orientación ni en el rigor clínico que ella exige. Sin embargo, deploramos los estragos cometidos en nombre de la Salud Mental que nos han privado de algunos interlocutores serios. Por lo tanto, no reivindicamos un consenso, reivindicamos un debate. De allí nuestra pregunta: ¿qué quiere decir hoy la Salud Mental? Y por añadidura: ¿existe? Gil Caroz Director de PIPOL 5 Euro-Federación de Psicoanálisis (Traducción Florencia Shanahan) 1 J.-A. MILLER, «Salud Mental y Orden Público», Uno por Uno 36, 1993. 2 J.-A. MILLER, «Cosas de finura en psicoanálisis», curso del 19/11/2008. Inédito. 3 J. LACAN, «Psicoanálisis, Radiofonía & Televisión», Anagrama, Bs.As., 1977 4 A. AFLALO, L’assassinat manqué de la psychanalyse, Nantes, Cécile Defaut, 2009.
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