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MARIO GOLDENBERG en
JUEVES 8 DE OCTUBRE DE 2009
PSICOLOGIA › GLOBALIZACION Y ANGUSTIA
“Todos excluidos”
Por Mario Goldenberg*
Asistimos a la formulación de nuevas formas del síntoma, modalidades de padecimiento distintas de las de la época de Freud y quizá también de los tiempos de Lacan. La “psicología de las masas” de Freud resulta insuficiente para pensar la lógica colectiva en esta hipermodernidad. El sujeto identificado en la masa bajo la mirada hipnótica del líder quedó atrás, junto con los grandes hombres y los grandes relatos. El nuevo término –que en realidad proviene de Spinoza–, “multitud”, es un modo de pensar una lógica distinta de la de Psicología de las masas y análisis del yo. La expansión planetaria del mercado introduce una nueva categoría: Néstor García Canclini, en Consumidores y ciudadanos, ubica al ciudadano, heredero de la Revolución Francesa, en relación con el Estado y al consumidor en relación con el mercado. El ciudadano tiene su representación en el Estado, pero el consumidor no tiene representación en el mercado. El término “exclusión social”, que suele utilizarse, es interesante porque, por una parte, hay productos del mercado que llegan hasta los sectores más marginales, y, por otra parte, siempre en el mercado hay algo nuevo que no se puede alcanzar. En este sentido se podría decir: todos excluidos.
Desde la década de 1990, el paradigma subjetivo en relación con el consumidor se planteó en la anorexia y la bulimia; también en las adicciones, los tóxicos legales e ilegales, y en la proliferación de objetos de la tecnología. Fue necesario pensar un cambio en relación con la concepción de Freud, que, en referencia al malestar en la cultura, sostenía la neurosis en una ética del sacrificio. El concepto central de El malestar en la cultura es la renuncia pulsional, exigida por la convivencia en una cultura. La ética del sacrificio llega de todos modos hasta nuestros tiempos, pero es interesante pensar que el superyó actual no es el mismo que el de El malestar en la cultura. Jacques-Alain Miller, en su curso titulado “El Otro que no existe”, de 1996-97, señala que el nuevo superyó, más que plantear una exigencia de renuncia como derivado del imperativo categórico kantiano, es un superyó que ordena gozar: gozar a través de consumir, gozar de distintos modos, ilimitados, un gozar sin reglas, sin ideales.
El filósofo alemán Peter Sloterdijk –autor de Crítica de la razón cínica y de Normas para el parque humano– escribió en 1999 el artículo “Patria y globalización” (publicado en español en la revista Nexos). Allí dice: “La construcción de una identidad político-étnica ha empezado a tambalearse ostensiblemente, sobre todo puede apreciarse de forma cada vez más clara que el vínculo entre espacio y sí-mismo no es tan estable cuando las condiciones cambian. Como promulgó el folklore político del territorialismo desde las culturas agrícolas arcaicas y antiguas hasta el Estado nacional moderno. Cuando la interdependencia entre espacios y sí-mismo se afloja o desaparece pueden presentarse dos posiciones extremas, en las que la estructura del campo social puede registrarse con una exactitud casi experimental, a saber: la de un sí-mismo sin espacio y la de un espacio sin sí-mismo”. Sloterdijk ubica el sí-mismo en la identidad, y el espacio en lo territorial. “Por supuesto que todas las sociedades realmente existentes debieron buscar hasta ahora su modus vivendi entre estos dos polos, de forma ideal, lo más lejos posibles de ambos extremos. Es más fácil comprender que también en el futuro toda la comunidad política real tendrá que dar una respuesta al doble imperativo de la determinación por el espacio y la determinación por el sí-mismo. Lo que más se acerca al primer extremo, el de la desvinculación del sí-mismo del espacio, es seguramente inaudible de los últimos dos mil años. No sin razón se ha dicho que el pueblo judío es un pueblo sin fundamentos. Henrich Heine llevó este estado de cosas al terreno humorístico cuando dijo que el hogar de los judíos no estaba en ningún país sino en un libro. El otro polo, que adquiere cada vez contornos más claros a los ojos contemporáneos, lo constituye el fenómeno de un espacio sin sí-mismo. Las regiones de la Tierra deshabitadas son el primer ejemplo de él. Los desiertos blancos del mundo polar, grises de las altas montañas, verdes de las selvas, amarillos de los desiertos, azules de los océanos. Pero en este contexto los desiertos externos tienen menos importancia que esos espacios cuasi sociales en los que las personas se reúnen, sin por ello querer establecer un vínculo entre su identidad y su localidad. Esto puede aplicarse a todas las zonas de paso, en estricto y amplio término, ya sea localidades destinadas al tránsito, como estaciones, aeropuertos, calles, plazas, centros comerciales, o se trate de instalaciones destinadas a una estancia limitada como los centros vacacionales, ciudades turísticas, plantas fabriles, o asilos nocturnos.” Esto podría ilustrarse con la película La terminal, donde aparece un personaje de un país inexistente en una terminal de aeropuerto, tierra de nadie donde este sujeto habita.
Para Lacan, la dialéctica que se pone en juego no se da exactamente en relación con el sí-mismo y al espacio, sino entre el sujeto, como falta-en-ser, y el Otro; se podría decir que el espacio del sujeto es el Otro o, más bien, el lenguaje. A diferencia del afán de territorialidad en Sloterdijk, la posición de Lacan está más cerca de Heidegger, que llamó al lenguaje “morada del ser”; el Otro es la morada del sujeto. En este sentido, Miller observa que ésta es la época del Otro que no existe.
Esta disyunción entre sí-mismo y espacio, entre sujeto y Otro, es la clave de la angustia. Se trata de un Otro carente de falta, que no aloja, que no representa el sujeto. El mercado es un espacio sin sí-mismo, un modo de inexistencia del Otro.
Desde la década de 1990, el paradigma subjetivo en relación con el consumidor se planteó en la anorexia y la bulimia; también en las adicciones, los tóxicos legales e ilegales, y en la proliferación de objetos de la tecnología. Fue necesario pensar un cambio en relación con la concepción de Freud, que, en referencia al malestar en la cultura, sostenía la neurosis en una ética del sacrificio. El concepto central de El malestar en la cultura es la renuncia pulsional, exigida por la convivencia en una cultura. La ética del sacrificio llega de todos modos hasta nuestros tiempos, pero es interesante pensar que el superyó actual no es el mismo que el de El malestar en la cultura. Jacques-Alain Miller, en su curso titulado “El Otro que no existe”, de 1996-97, señala que el nuevo superyó, más que plantear una exigencia de renuncia como derivado del imperativo categórico kantiano, es un superyó que ordena gozar: gozar a través de consumir, gozar de distintos modos, ilimitados, un gozar sin reglas, sin ideales.
El filósofo alemán Peter Sloterdijk –autor de Crítica de la razón cínica y de Normas para el parque humano– escribió en 1999 el artículo “Patria y globalización” (publicado en español en la revista Nexos). Allí dice: “La construcción de una identidad político-étnica ha empezado a tambalearse ostensiblemente, sobre todo puede apreciarse de forma cada vez más clara que el vínculo entre espacio y sí-mismo no es tan estable cuando las condiciones cambian. Como promulgó el folklore político del territorialismo desde las culturas agrícolas arcaicas y antiguas hasta el Estado nacional moderno. Cuando la interdependencia entre espacios y sí-mismo se afloja o desaparece pueden presentarse dos posiciones extremas, en las que la estructura del campo social puede registrarse con una exactitud casi experimental, a saber: la de un sí-mismo sin espacio y la de un espacio sin sí-mismo”. Sloterdijk ubica el sí-mismo en la identidad, y el espacio en lo territorial. “Por supuesto que todas las sociedades realmente existentes debieron buscar hasta ahora su modus vivendi entre estos dos polos, de forma ideal, lo más lejos posibles de ambos extremos. Es más fácil comprender que también en el futuro toda la comunidad política real tendrá que dar una respuesta al doble imperativo de la determinación por el espacio y la determinación por el sí-mismo. Lo que más se acerca al primer extremo, el de la desvinculación del sí-mismo del espacio, es seguramente inaudible de los últimos dos mil años. No sin razón se ha dicho que el pueblo judío es un pueblo sin fundamentos. Henrich Heine llevó este estado de cosas al terreno humorístico cuando dijo que el hogar de los judíos no estaba en ningún país sino en un libro. El otro polo, que adquiere cada vez contornos más claros a los ojos contemporáneos, lo constituye el fenómeno de un espacio sin sí-mismo. Las regiones de la Tierra deshabitadas son el primer ejemplo de él. Los desiertos blancos del mundo polar, grises de las altas montañas, verdes de las selvas, amarillos de los desiertos, azules de los océanos. Pero en este contexto los desiertos externos tienen menos importancia que esos espacios cuasi sociales en los que las personas se reúnen, sin por ello querer establecer un vínculo entre su identidad y su localidad. Esto puede aplicarse a todas las zonas de paso, en estricto y amplio término, ya sea localidades destinadas al tránsito, como estaciones, aeropuertos, calles, plazas, centros comerciales, o se trate de instalaciones destinadas a una estancia limitada como los centros vacacionales, ciudades turísticas, plantas fabriles, o asilos nocturnos.” Esto podría ilustrarse con la película La terminal, donde aparece un personaje de un país inexistente en una terminal de aeropuerto, tierra de nadie donde este sujeto habita.
Para Lacan, la dialéctica que se pone en juego no se da exactamente en relación con el sí-mismo y al espacio, sino entre el sujeto, como falta-en-ser, y el Otro; se podría decir que el espacio del sujeto es el Otro o, más bien, el lenguaje. A diferencia del afán de territorialidad en Sloterdijk, la posición de Lacan está más cerca de Heidegger, que llamó al lenguaje “morada del ser”; el Otro es la morada del sujeto. En este sentido, Miller observa que ésta es la época del Otro que no existe.
Esta disyunción entre sí-mismo y espacio, entre sujeto y Otro, es la clave de la angustia. Se trata de un Otro carente de falta, que no aloja, que no representa el sujeto. El mercado es un espacio sin sí-mismo, un modo de inexistencia del Otro.
* Extractado de una intervención en la mesa redonda “Globalización y actualidad de la angustia”, incluida a su vez en el último número de Consecuencias, revista digital de psicoanálisis, arte y pensamiento, de reciente aparición (http://www.revconsecuencias.com.ar/ediciones/003).
Para ver la nota completa:
http://www.pagina12.com.ar/diario/psicologia/9-133128-2009-10-08.html
http://www.pagina12.com.ar/diario/psicologia/9-133128-2009-10-08.html