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Desde un principio, al psicoanálisis lo que en un sentido fuerte le interesa es el “ser sexual” de la mujer; en palabras de Freud, el “vínculo particularmente constante entre feminidad y vida pulsional”[1]. Desde el psicoanálisis, y después de Freud, mucho se ha teorizado y escrito acerca de la frigidez y no siempre de forma acertada. No es difícil equivocarse cuando, por simple docilidad a la convención, se pasa por alto la influencia de los arraigados prejuicios sociales sobre el sexo.
La frigidez femenina inquebrantable
La estructuración del psicoanálisis como disciplina inédita se produce en tanto Freud se desliga de la fascinación instilada por las teorías delirantes de Fliess, y puede abordar el mecanismo de los sueños, la estructura de la histeria, y comenzar a descifrar el funcionamiento del inconsciente. En este camino, su “sueño de la inyección de Irma”[2] y su interpretación tiene valor inaugural, testimonia el primer distanciamiento de Freud respecto de la “ciencia” paranoica de la relación sexual y, en consecuencia, su primer encuentro verdadero con lo innombrable de la feminidad: “un carácter desconocido que la anatomía no puede aprehender”[3]. Este sueño en efecto significa, para Freud, donde acaba el saber que le suponía a Fliess y donde ha podido comenzar el suyo propio.
Para formularlo con el equívoco que el mismo sueño utiliza, se trata -entre Freud y Fliess- de saber lo que se revela cuando Irma consiente “en abrir bien la boca”[4] a su investigación. De esta abertura –anatómica o del acto de la palabra-, el sueño constituye ya una interpretación, en verdad una teoría. Así, lo que el sueño de Freud construye en respuesta a eso que se presenta en el fondo de la garganta de Irma, allí donde Fliess sólo puede ver infección, constituye de por sí el punto de partida de una vía de acceso a la feminidad. La línea de lo real.
Una relectura atenta de sus trabajos de 1895 a 1900, nos permite extraer esta primera orientación freudiana para abordar la cuestión de la feminidad. Y poner de manifiesto que, en el transcurso de los años, una siguiente orientación en su obra tomará paso sucesivamente a la inicial, hasta absorberla y recubrirla completamente. La línea de la castración.
Este movimiento de la producción freudiana -por el cual lo real se encuentra progresivamente recubierto por lo simbólico- justifica que en El tabú de la virginidad[5], de 1918, concluya que la responsabilidad de la “reacción paradójica” a la satisfacción sexual o de la frigidez deba ser imputada a la envidia del pene, ligada a un estado patológico de la mujer en la fase masculina. Y asimismo determina que, en la 33ª conferencia[6] de 1933, para dar cuenta de la problemática de la feminidad, ponga el acento en la sola referencia al complejo de castración; viéndose, en consecuencia, entorpecido en sus conclusiones.
Sin el antiguo recurso de “hacer coincidir activo con masculino y pasivo con femenino”[7], dichas conclusiones efectivamente toparon contra un verdadero muro en las inmediaciones del goce, Freud lo designa como frigidez femenina inquebrantable: “La frigidez sexual de la mujer, cuya frecuencia parece confirmar esa postergación, es un fenómeno mal comprendido. Psicógena muchas veces, y entonces accesible a la terapia, sugiere en otros casos la hipótesis de un condicionamiento constitucional, y aun la contribución de un factor anatómico.”[8]
Es evidente que Freud abandona la cuestión cuando se aproxima al goce femenino. Ahí, como dice Lacan, “Freud (…) nos abandona, se escabulle”[9]. No es posible otra sensación entonces sino la de experimentar que diga demasiado o demasiado poco; pero se deduce que, para su propósito, Freud no necesite decir nada más. Lo que le interesa es aquello que de lo real es dado al programa del deseo.
¿Y si esa frigidez sólo fuera un medio para muchas mujeres, neuróticas o no, de manifestar que hay en la sexualidad femenina una parte de goce que resiste tenazmente a someterse a la ley significante de la castración?
Conocimientos y prejuicios actuales acerca de la frigidez
Lacan retoma el proyecto freudiano. Y en 1958, en Ideas directivas para un Congreso sobre la sexualidad femenina [10], dedica un apartado a “La frigidez y la estructura subjetiva”. En Lacan se trata de una progresiva elaboración sobre la cuestión de la feminidad que, en su avance, desplaza el polo central de su cuestionamiento del registro del deseo al del goce.
En este texto, Lacan denuncia la impotencia del psicoanálisis para dar cuenta del goce femenino con las teorías anatómicas en boga del goce llamado vaginal. En el apartado V, titulado “La oscuridad sobre el órgano vaginal”, es particularmente incisivo en este sentido. El apartado VII, “Desconocimientos y prejuicios” [11], lo abre con la pregunta “si la mediación fálica drena todo lo que puede manifestarse de pulsional en la mujer, y principalmente toda la corriente del instinto materno”. Seguida de una segunda: “¿Por qué no establecer aquí que el hecho de que todo lo que es analizable sea sexual no implica que todo lo que sea sexual sea accesible al análisis?” Lacan, con la primera pregunta, anuncia el desarrollo posterior del no-todo de la mujer en la función fálica; y, en la segunda, establece una separación en lo sexual entre sexuación y sexo, una diferenciación entre los puntos de vista del psicoanálisis y la biología. A partir de este doble interrogante, pasa a considerar los “desconocimientos y prejuicios” de la clínica de su tiempo, para fundamentar y denunciar los peligros que existen al tratar de reducir el psicoanálisis a la biología. Precisa cuatro puntos: 1. el conocimiento directo de la vagina, 2. el masoquismo femenino, 3. las fantasías de efracción de las fronteras corporales, 4. el vaginismo.
En nuestros días, y a diferencia de la época de Freud o de Lacan, la tesis del “conocimiento normal de la vagina” ya no es una cuestión de debate que provoque grandes escándalos en la comunidad psicoanalítica. Hoy más bien los prejuicios se exponen, sin ruido ni discusión, bajo los auspicios del saber científico. Sin duda, desde la década de los 70, se ha experimentado un grado notable de aceptación pública de la sexualidad como campo legítimo de estudio científico. Como resultado de este progreso se ha producido, en lo social, la gran difusión de una explosión de nuevas informaciones fundamentadas en los datos biológicos de la sexualidad.
Lacan admite que “el analista está tan expuesto como cualquier otro a un prejuicio sobre el sexo, fuera de lo que le descubre el inconsciente.”[12] Advierte así a los psicoanalistas que el saber sobre su inconsciente, condición suficiente para practicar el psicoanálisis, los deja en una posición también suficientemente expuesta a satisfacerse con cualquier prejuicio que sobre el sexo circule en el discurso social. Tomando en cuenta esta advertencia, entendemos que, para prevenirnos, no se trata de negar la existencia ni tampoco el interés de los planteamientos de la medicina sexual. Antes al contrario, creemos importante, imprescindible incluso para nosotros, saber de las aportaciones científicas sobre la fisiología sexual, el diagnóstico o el tratamiento de los denominados “problemas sexuales” para poder discernir que, junto con lo nuevo y más sofisticado, también están de vuelta los antiguos mitos y prejuicios sexuales que implican una reducción de la dialéctica masculino y femenino a una simetría de los sexos.
Por todo ello, es que efectuamos una revisión de las concepciones actuales sobre la frigidez -en disciplinas ajenas al psicoanálisis, como la psiquiatría y la ginecología- para declarar seguidamente los prejuicios que de ahí se desprenden y a los que estamos expuestos.
Conclusiones
Son los siguientes: 1. La naturaleza sintomática forzosa de la frigidez, equiparada con la impotencia. 2. El vaginismo.
Lacan, en el cuarto punto de su listado [13], dice: “Pues confinamos aquí con el resorte por el cual el vaginismo se distingue de los síntomas neuróticos incluso cuando coexisten, y que explica que ceda al procedimiento sugestivo cuyo éxito es notorio en el parto sin dolor.” Veamos: “(…) se distingue de los síntomas neuróticos”. Esta precisión es importante. Lacan separa el vaginismo de la categoría de los síntomas neuróticos y denuncia la tendencia en los psicoanalistas de considerar cualquier tipo de síntoma como neurótico, de extender sin criterio la categoría de síntoma neurótico. Al contrario de esta tendencia, Lacan establece una separación, una distinción entre síntomas biológicos y síntomas neuróticos; y no admite una sola categoría. “(…) incluso cuando coexisten”. No pone en cuestión, por otra parte, que el vaginismo pueda presentarse como un síntoma neurótico y coexista con la frigidez, por ejemplo.
Pero hay interés en separar lo que es competencia del psicoanálisis de lo que no lo es; así como en subrayar que todo lo que afecta a los genitales femeninos no es analítico por tanto. Y nos da una prueba, “(…) que ceda al procedimiento sugestivo cuyo éxito es notorio en el parto sin dolor.” En la actualidad, probablemente diría “procedimiento de relajación muscular progresivo”.
A renglón seguido, añade: “Si el análisis en efecto ha llegado al punto de tragarse su propio vómito tolerando que en su orbe se confundan angustia y miedo, hay quizá aquí ocasión de distinguir entre inconsciente y prejuicio, en cuanto a los efectos del significante.” Con esta referencia a la confusión entre miedo y angustia, Lacan hace una clara alusión al Estudio sobre el miedo [14] de su colega S. Nacht que define la angustia como una forma de miedo que responde al mismo fundamento biológico. Y denuncia, en consecuencia, el peligro de reducir la angustia experimentada por las mujeres, incluso cuando tiene manifestaciones orgánicas, a un vaginismo neurótico, a un miedo a ser penetradas.
Lacan ultima con este punto la serie de desconocimientos y prejuicios expuestos. Y concluye con un consejo, previa advertencia; se trata de una cita del texto sobre La feminidad de Freud: “Recordemos el consejo que Freud repite a menudo de no reducir el suplemento de lo femenino a lo masculino al complemento del pasivo al activo.” De ahí que, la consecuencia de equivocar frigidez con impotencia o vaginismo con miedo neurótico sea la reducción del suplemento femenino a una complementariedad activo-pasivo.
A propósito de “la pretendida frigidez” [15], Lacan siguió el consejo de Freud y no se equivocó. Años más tarde, en 1973, escribe Encore y formula el goce suplementario femenino. Nos corresponde a nosotros ahora persistir en el consejo freudiano para mantener abierto el campo del psicoanálisis a verdaderas aportaciones.
*Introducción de la Memoria de DEA. LA FRIGIDEZ y LO REAL de la FEMINIDAD: Desarrollo Histórico y conceptual en la obra de Freud (1886-1900).
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Notas
[1] S. Freud, “La feminidad”, 1932-33, en: Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis, Amorrortu ed., Buenos Aires 1976, vol. XXII, pág. 107.
[2]. S. Freud, La interpretación de los sueños, 1900, Ed. Biblioteca Nueva, Madrid 1983, tomo II, p. 412.
[3]. S. Freud, “La feminidad”, en: op. cit., p. 106.
[4]. S. Freud, La interpretación de los sueños, op. cit., p. 412.
[5]. S. Freud, El tabú de la virginidad, 1918, Amorrortu ed., Buenos Aires 1976, vol. XI.
[6]. S. Freud, “La feminidad”, en: op. cit.
[7]. Ibid., pág. 107.
[8]. Ibid., pág. 122.
[9]. J. Lacan, Seminario XVII: “El reverso del psicoanálisis”, Paidós, Buenos Aires 1992, pág. 75.
[10]. J. Lacan, “Ideas directivas para un Congreso sobre la sexualidad femenina”, en:Escritos, Siglo XXI, México 1989.
[11]. Ibid., pág. 709.
[12]. Ibid., pág. 710.
[13]. Ibid., pág. 710.
[14]. S. Nacht, “Estudio sobre el miedo”, en: La presencia del psicoanalista, Ed. Proteo, Buenos Aires 1967, pág. 11.
[15]. J. Lacan, Seminario XX: “Aún”, Paidós, Buenos Aires 1992, pág. 91.