Edición de la IX Conversación de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis. Madrid, 5 de mayo de 2007
El pase y la formación del analista
Nº 4
19 de mayo de 2007
Moderación: [email protected]
Sumario
Presentación
Autorizarse de la práctica – autorizarse de sí mismo
Montserrat Puig
Los AME y el pase
Marta Davidovich
El psicoanálisis nos necesita
Vicente Palomera
Política del postanalítico
Hebe Tizio
Presentación
El cuarto y último envío de TLC, incluye la mesa de la Conversación intitulada: El pase sinthome y el post-analítico, que incluyó las ponencias de Montserrat Puig, Marta Davidovich, Vicente Palomera y Hebe Tizio
Félix Rueda
Autorizarse de la práctica – autorizarse de sí mismo
Montserrat Puig
Este es el título que me fue propuesto por Xavier Esqué, presidente de nuestra Escuela, para participar en nuestra conversación anual. Parece apuntar a los dos gradus de la garantía que otorga la escuela: El AME se autorizaría de la práctica. AE se autorizaría de sí mismo.
Conocemos los dos tipos de garantía que puso en juego Lacan en la propuesta de estos dos gradus. La una es dada por la Escuela sin pedirla, la otra debe demandarse a la Escuela. Una se apoya en lo que JAM ha llamado el analista apres-coup, el que ha dado sus pruebas, la otra es la apuesta hecha por la Escuela de que se ha producido en la experiencia analítica la metamorfosis subjetiva necesaria para que el deseo del analista pueda alojarse y el practicante pueda estar a la altura del acto analítico. El AE como analista a priori, dirá JAM, como apuesta y como responsable de la experiencia inaugural de la Escuela, responsable de mantener el no-saber en el centro para que la invención de saber pueda tener alguna oportunidad.
El enunciando de Lacan “El analista solo se autoriza de si mismo” es una posición ética respecto a la experiencia analítica que sabemos ha tenido y tiene consecuencias a nivel clínico, epistémico y político. Principio enunciado desde el momento de la fundación de la EFP pone a la experiencia analítica en el centro de la producción de los operadores que precisa el acto analítico. En año 64 se trataba de romper con la ritualización vacía en la que la garantía analítica había caído en la IPA. Con este principio barría con toda la estructura de la institución analítica heredada de Freud y ya denunciada en el escrito del 56. Es el principio sobre el que se fundan las escuelas de la AMP y podemos decir que sus estructuras institucionales, como nos agrupamos, son un intento de mantener este principio ya que abre la pregunta sobre la garantía analítica, qué institución para el psicoanálisis, cual es el lazo asociativo posible entre analistas, y mas fundamentalmente mantiene en el centro de la Escuela la pregunta acerca del acto analítico y la formación. Las consecuencias en la clínica son inmediatas pues la pregunta sobre el fin de análisis, sobre el paso de analizante a analista se mantiene abierta a la invención de saber. Introduce en el centro de la Escuela un vacío.
El pase es el dispositivo de la Escuela que propuso Lacan para poder, mas allá de su función de selección de los analistas, extraer un saber sobre qué da un análisis llevado hasta su fin, hasta sus últimas consecuencias, cuál sería ese analista producto de la experiencia que puede operar bajo este principio, el analista acorde con el acto analítico y que estaría a la altura de la garantía otorgada por la Escuela.
Pero el AME, el analista, como dice JAM, al que la Escuela le reconoce una regularidad en su práctica y que ya está “un poco encanecido en su oficio”. El analista que en tanto practicante, los otros pueden decirle tu eres analista como nosotros, te reconocemos en el oficio, ¿Qué lugar tendría en la Escuela del pase? ¿Para qué mantener esta garantía basada en la antigüedad y la experiencia? ¿Están, en estas dos formas de la garantía en la Escuela dos formas de autorización? La una como producto de la experiencia analítica, la otra sustentada en el saber hacer clínico. En la Nota italiana Lacan dice al principio del texto: “El analista solo se autoriza de si mismo, esto va de suyo. De poco le sirve una garantía que mi escuela le da sin duda bajo la cifra irónica del AME. No es con eso con lo que él opera.” No es la garantía otorgada sobre el reconocimiento de que ha operado en otros casos con lo que el AME como cualquiera que se ponga en posición de encarnar la función operará como analista. Así pues el AME no contradice, ni está excluido, del principio “el analista solo se autoriza de sí mismo”.
Si bien podemos decir que fue cierta prudencia de Lacan lo que lo llevó a mantener una forma de garantía apoyada en la “calificación profesional” en el momento de proponer el modo propiamente analítico de reclutamiento de los analistas por el dispositivo del pase, también podemos decir que ello no fue sin hacer caer la barra sobre la supuesta suficiencia apoyada en la experiencia del practicante. El analista más experimentado se ve confrontado a la falta de garantía del acto en cada uno de las curas que dirige.
El saber clínico como saber referencial carece de valor sino puede operar en su valor de saber textual, aquel que pone a prueba el límite del saber. Y ello para no caer en la ritualización de lo sabido cuyo efecto es la inhibición del acto. De poco le vale a la Escuela, dice Lacan en su conferencia “sobre la experiencia del pase” del año 1973, “si el sujeto no ha hecho más que aprender a pulsar los botones adecuados parar que eso, el saber, se abra en el inconsciente…..Si se limitó a aprender cómo hacer para que otros se den cuenta, esto es poco frente a lo que se reveló ante él en la experiencia analítica”.
Es por ello que los AME se encuentran incluidos en el dispositivo del pase: formando parte del cartel y fundamentalmente designando pasadores. Los AME sin el pase serian una lista de ancianos notables que no tardarían en convertirse en una casta homologa a los didactas. El pase los descompleta pues pone su práctica en la orientación del fin de análisis, del paso de analizante a analista. Convocados por la escuela en la responsabilidad de designar pasadores, se les supone (es una apuesta de la escuela) poder llevar a sus analizantes hasta el punto orientado por el fin de análisis en la perspectiva del pase, único modo de poder designar pasadores. Quizás podríamos extraer alguna elaboración de saber de su función efectiva, (el secretariado y el cartel del pase quizás serían los que estarían en disposición de ello), para poder, como decía el Delegado General de la AMP en Roma acercar al AME al pase ya desde su nombramiento. Y ello en un momento en el que la garantía social de la Escuela no pasa ya por el supuesto colchón de prestigio que le otorgaría disponer de una lista de analistas garantizados en su buena práctica. Como dijo JAM en Appunti en el año 2001 en el momento actual se trata de poder tomar la dimensión de que “el pase garantiza la Escuela que garantiza a sus AME”.
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Los AME y el pase
Marta Davidovich
La brújula que impulsa esta conversación esta determinada por el concepto de Escuela de Lacan, que parte del supuesto de que no hay un significante que diga ¿qué es un analista?
Cuando Lacan funda su Escuela en 1964 no existe el pase.
Hace 40 años, en 1967 en su intento de introducir en la Escuela lo real en juego, en la formación del psicoanalista, hace su Proposición. « Es un escalón de reclutamiento de estilo diferente, que da especificidad al discurso analítico. »
Si bien la Proposición se inicia con la idea fuerte de las garantías que puede dar la Escuela, su desarrollo invierte la dirección en el sentido de reafirmar que es el pase el que otorga la garantía a la Escuela, o sea que no hay Escuela sin pase. La lógica que prevalece es a nivel del uno por uno de la serie del pase.
Entre nosotros, existe primero, un principio: el psicoanalista sólo se autoriza a partir de sí mismo, que Lacan introduce en 1967, para recordar algo que ya existe en el Acta de Fundación.
Autorizarse de sí mismo es para el analista la fórmula de su certeza, que encuentra en el acto analítico mismo. Ninguna garantía prevalece a esta certeza cuando ella se obtiene. Lacan da a entender que la Escuela no interviene en esa autorización, la cual debe ser distinguida, radicalmente, de la garantía. Uno se autoriza a sí mismo arriesgándose.
Existe una sola autorización, que no surge de la Escuela, y existen dos tipos de garantías, heterogéneas y asimétricas, inclusive si ambas están articuladas entre sí y pueden estar en tensión. Tensión que da la posibilidad de tratamiento de lo real por lo simbólico.
Que cada uno se autorice no excluye que la Escuela garantice que un psicoanalista surge de su formación. La Escuela puede hacerlo por su propia cuenta. Y el practicante puede querer esa garantía y algunos pueden querer ir más allá, volverse responsable del progreso de la Escuela, volverse psicoanalista de su experiencia misma, cuando llega a su fin de análisis, intento de Lacan de “definir una evaluación de un psicoanalista, de un sujeto que antes de haberlo hecho y sobre la base de la transformación que sufrió en su propio análisis, sería capaz de ejercer el psicoanálisis. Por primera vez en el psicoanálisis se trata de una evaluación a priori de la cualidad de analista, es decir es del orden conjetural”. (JAM)
Los miembros de nuestras escuelas que ejercen el psicoanálisis lo pueden hacer:
-En tanto miembros de la Escuela, admitidos como tales bajo la responsabilidad del Consejo y habiendo declarado ejercer la función de analistas, con la mención AP (analistas practicantes). Esta se registra en el Anuario de la Escuela. ¿Qué valor debemos dar hoy a esta auto-nominación?
-En tanto una comisión ad hoc, llamada comisión de garantía, los avala como surgidos de la formación que la Escuela dispensa, otorgándoles el título de AME (analistas miembros de la Escuela), bajo el cual son inscriptos. En la AMP dos comisiones están en funcionamiento actualmente, la comisión AMP-Europa y la AMP-América. El título de AME se concede sin que se solicite, a los miembros de la Escuela, ejerciendo el psicoanálisis. La Escuela puede garantizar por su propia cuenta y el analista puede querer esa garantía.
“La formación de un analista nunca ha podido ser atestada por un examen de capacidad previo y público, desde los comienzos del psicoanálisis. Únicamente se puede garantizar a posteriori por parte de los colegas sobre la base de la antigüedad y la regularidad de su práctica, a puerta cerrada, en pequeñas comunidades opacas al recién llegado, que son otros tantos pueblos donde todo el mundo se conoce”. (JAM)
La Escuela es la que da la garantía de una formación suficiente. El problema de la formación del analista lleva implícito el deseo del analista. Dice Lacan que hay formaciones del inconsciente, no hay formación del analista. No hay criterios universales para garantizar el AME. El único criterio son razones simples, evidentes, esenciales. El título de AME califica a quien ya ha funcionado como analista. La Escuela tiene la responsabilidad de tomar sus pruebas y emitir un juicio a través de la nominación. A su vez el practicante se responsabiliza de dar esas pruebas a la Comisión de la garantía y al conjunto de la Escuela.
– El AE o analista de la Escuela, al que se le imputa estar entre quienes pueden testimoniar de los problemas cruciales en los puntos candentes en que éstos se hallan para el análisis, especialmente en la medida en que ellos mismos están en la tarea, o al menos en la brecha, de su resolución. Este lugar implica que uno quiera ocuparlo: sólo se puede estar en él por haberlo demandado.
Por otro lado, el título de AE es otorgado por tres años a aquellos que, al término del procedimiento que se lleva a cabo en el dispositivo del pase, son juzgados susceptibles, por la instancia responsable, el Cartel del pase. En la EEP el cartel hispano parlante esta compuesto por: un pasador, elegido por la Secretaría del Pase; un AME elegido por el Consejo y ratificado en la Asamblea de la ELP, un AE y el más uno del cartel anterior. Los 4 eligen al más uno.
Con la puesta en marcha del dispositivo del pase el AME ocupa un puesto pivote, ya que desde la ironía del no-saber, cumple dos funciones fundamentales:
1. nombra a los pasadores, es decir asume la responsabilidad de nominar analizantes en los albores del fin del análisis.
2. es uno de los miembros del cartel del pase
El AME soporta parte de la estructura del dispositivo del pase. Sin AME no hay pase en la Escuela.
En el momento presente da la impresión de que se asiste a un viraje del interés por el psicoanálisis aplicado, en detrimento del pase. Es por ello que continuar interrogando el deseo de Lacan, interroga al pase hoy en la Escuela y debemos alegrarnos por ello.
El nudo del psicoanálisis aplicado-psicoanálisis puro, necesita de una profunda reflexión sobre el pase para mantener la tensión necesaria que existe entre ambos. (Tizio, D’Angelo).
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El psicoanálisis nos necesita
Vicente Palomera
Decir que “el psicoanálisis nos necesita” es lo que se deduce del hecho de que, en la orientación lacaniana, los analistas somos llevados a dar pruebas de que nuestra práctica es una vía de acceso a lo real. Esta demostración requiere la experiencia del pase, momento en el que se puede reconocer que el síntoma es lo más real de la experiencia analítica.
En 1976, Lacan formula que la vía a la que conduce la experiencia psicoanalítica es la de “saber hacer con el síntoma”, incluso de un “saber hacer ahí con el síntoma”. Ese “saber hacer” -como lo subraya Lacan- no comporta un saber, sino algo del orden del conocimiento: “conocer su síntoma quiere decir saber hacer con él, saber desembrollarlo, manipularlo”. Este es un punto esencial que se desprende de la relectura que Lacan hace de Aristóteles. Decir “manipular el síntoma” implica promover una idea del inconsciente como escrito y conducir la operación analítica hacia la lógica: “Para tratar el inconsciente, estamos mucho más cerca de manipular la lógica que cualquier otra cosa, porque es del mismo orden” (8 de enero de 1974). Lacan define la lógica como “ciencia de lo real”, ciencia introducida por Aristóteles al vaciar los silogismos de su sentido y “trasformándolos en letras, es decir, en cosas que por sí mismas no quieren decir nada, y por esto, nos da una idea de la dimensión de lo real” (op.cit.).
Las diferencias entre saber y conocer están presentes en la tradición clásica. Aristóteles discute a Platón que la intemperancia fuese fruto de la ignorancia y de que el saber acercara a la virtud. Para Aristóteles la intemperancia (akolasía) no nace de la ignorancia: el saber no impide hacer grandes estupideces o incurrir en el vicio, una y otra vez. En la Ética Nicomáquea (Libro VII, cap. 2) trata de dilucidar la relación que puede haber entre la intemperancia y el defecto manifestado en lo concerniente a lo que es la virtud. No se trata, por tanto, de una cuestión de saber. Si Lacan se interesa aquí por Aristóteles (sólo en el Seminario XX hay treinta referencias al filósofo), es porque éste hace depender el placer de la materialidad del discurso, tomando el placer como un silogismo, es decir, prendido en las condiciones significantes del discurso. En otras palabras, el placer depende de las premisas discursivas que el sujeto se da para producirlo. Así, el Aristóteles de Lacan es aquel que estaba interesado en el dominio lógico de la actividad para producir un placer seguro. No se trata por tanto de lo que uno sabe, sino de manipular la lógica del síntoma imperante en el cálculo del sujeto.
En el Seminario XX, Lacan añade algo más al introducir en la ética de Aristóteles el hecho de que si erramos en nuestro cálculo para obtener placer es debido a un real en juego en la actividad humana: “no hay relación sexual”. En este campo no es posible cálculo alguno: el síntoma es, justamente, lo que viene al lugar de esa imposibilidad. Pareciera que Lacan, relee la repetición freudiana diciendo que es a causa de esta falla discursiva motivada por el “no hay relación sexual”, que el sujeto obtiene placer, placer del fracaso del encuentro con el real del “no hay” de la relación sexual que alimenta la repetición y el goce de la palabra.
Cuando Lacan señala que, al final de un análisis, se llega a “saber hacer con el síntoma”, y que ahí se trata de saber “desenredarse”, es decir, “desembrollar, y manipular el síntoma” (16 de noviembre de 1976) no hace más que oponer “conocer” a “sufrir” del sintoma” o “ embrollarse” con el síntoma.
No se trata pues de la desaparición del síntoma sino de la modificación de su efecto discursivo, porque “identificándose con su síntoma el sujeto lo conoce”. Observemos que Lacan dice “identificándose”, lo que significa “hacer del síntoma su partener sexual” (16 nov. 1976), tal como desarrolló Miller, en su Curso 1997-1998.
En la Ética Nicomáquea, (Libro VII, cap. 2, traducción de Patricio de Azcárate: Austral, Espasa Calpe, Madrid, 1987, p. 229), encontramos el siguiente párrafo: “Hay gentes que, en medio del desorden producido por estas pasiones, os podrán dar demostraciones regulares, y hasta os recitarán versos de Empédocles, como esos escolares que, cuando empiezan a aprender, encadenan perfectamente los razonamientos que se les enseña, pero que no poseen aún la ciencia, porque, para tenerla realmente, es preciso identificarse con ella, y para esto se necesita tiempo”. En este sentido, “saber hacer con el síntoma” supone pues ese “hace falta tiempo para hacerse al ser” al que Lacan se había referido, lo que es una exigencia de todo análisis llevado a su fin.
Para hacerlo entender, Lacan señala que esta modalidad de “saber hacer con el síntoma” se corresponde con “lo que el hombre sabe hacer con su imagen”, es decir, “permite imaginar la manera con la que se maneja con el síntoma”. Esto resulta decisivo, se trata de un saber hacer “con la propia imagen”, con la imagen del yo: “Se trata –dice Lacan- del narcisismo secundario, que es el narcisismo radical” (16, nov 1976).
Al referirse al narcisismo secundario, ¿no señala Lacan que ese “saber hacer con la imagen” implica haber salido del desconocimiento que depende de la matriz discursiva del Ideal del yo? “Conocer el síntoma” supone un “reconocer” aquello que estaba en el lugar de un desconocimiento. ¿La modificación del síntoma al final del análisis se produce por aquella descomposición de la “estructura paranoica del yo”, de la que tanto habló Lacan al inicio de su enseñanza? En cierto sentido, podemos decir que Lacan señala este “saber hacer” como una posibilidad de salir de la dependencia retórica del yo respecto del significante ideal.
Por otro lado, observamos que la palabra “conocer” hace resonar la estructura de desconocimiento propia del yo, aunque debamos aclarar que el término español “desconocer” no abarca el sentido de “meconnaisance”. En efecto, Lacan logró salir del atolladero de los post-freudianos al vincular el narcisismo con la Verneinung, definiendo el yo como una instancia de “desconocimiento” (aclaremos que “meconnaisance” supone un “no conocer” pero implica, también, hacer surgir, en el lugar de ese desconocimiento, otra cosa). Digamos que esa “otra cosa” es justamente el síntoma. De esto se trataría con “conocer el síntoma”: reconocer lo que ocupaba el lugar del desconocimiento del yo. Lacan lo retomará este “desconocimiento del yo” bajo una nueva luz en el Seminario Encore, al precisar que el yo “es un agujero” y que, en su lugar, va el objeto a: “el cuerpo no es sino un resto de lo que llamamos a) (Lacan, J., Seminario XX, p.14).
Desde la perspectiva de la última enseñanza de Lacan, Miller empezó a desarrollar hace más de veinte años, en su curso sobre Los signos del goce, cómo el síntoma está construido como un enjambre de S1, es decir, existe un vínculo “síntomático” que resiste al hecho de ser puesto en cadena, pero que puede escribirse. Hay –señala Miller- dos salidas: intentar reducir el síntoma al sentido, por medio del saber (S1àS2), es decir, intentar reabsorber el inconsciente por los medios simbólicos e imaginarios; o bien, conocer la lógica de ese enjambre que es el síntoma, conocer la escritura del síntoma (S1, S1, S1, S1,…). Esta diferencia es esencial, porque el ensamblaje del síntoma nunca se deshace, lo que no impide que, conociendo cómo está constituido, podamos “saber hacer ahí” con él. En suma, al desenmarañar eso en lo que está atrapado el síntoma, podemos llegar a conocer la forma en que está construido o, lo que es lo mismo, tener una idea sobre los signos del goce del síntoma.
El medio para acceder al conocimiento de la forma que ese enjambre de S1 es la transferencia. Sorprendentemente, en el Seminario Aún, Lacan señala que “la imputación del inconsciente es un hecho de caridad increíble”. Toma la suposición de un sujeto a los dichos de un analizante como un “un retoño de la caridad”: “¿Acaso no es caridad de Freud, el haber permitido a la miseria de los seres que hablan decirse que existe –ya que hay inconsciente- algo que trasciende de veras, y que no es otra cosa sino lo que esta especie habita, a saber, el lenguaje? (Seminario XX, Aún, p.116). Aquí, la diferencia desarrollada por Miller entre inconsciente real/ inconsciente transferencial toma toda su importancia. ¿El inconsciente necesita de la hipótesis del sujeto?. La transferencia arranca no del semblante, no del agalma supuesto por el analizante en el analista, sino de los signos del síntoma que el analista envía, como las flechas de Eros. “Saber hacer con el síntoma” es pues saber hacer con el modo en que uno se confronta con el “no hay” de la relación sexual. En otras palabras, cuando uno “sabe hacer con su síntoma” está mandando signos de amor. Parafraseando el dicho español: “dime cómo te las arreglas con tu síntoma y te diré qué transferencia produces”. Es por ello que podríamos decir que lo más seguro para la existencia del psicoanálisis son los propios analistas, entendiendo por esto que el psicoanálisis necesita de analistas que sepan hacer con su síntoma, siendo el síntoma es la garantía de la ex -sistencia del inconsciente. “Estamos –dice Lacan- en la época de los supermarkets, así que uno tiene que saber qué es capaz de producir, incluso en materia de ser” (Seminario XX, Aún). En efecto, aquí responder con el saber hacer con el síntoma supone dar un poco de presencia al síntoma como soporte de un saber que no se sabe.
Esta dimensión del amor de transferencia es tributaria de la relación de cada uno con lo real del síntoma, lo que supone, al final de un análisis, haber verificado la desvinculación producida en un sujeto entre el sentido y lo gozado (S1//S2). La idea de Lacan es que la necesidad del síntoma responde a lo imposible de la relación sexual, en el sentido de “lo que no cesa de no escribirse”. Acceder a lo necesario de la función del síntoma, comporta también en la experiencia analítica una demostración de lo imposible.
Lacan pone de relieve que “este imposible, en tanto que se demuestra, no se transgrede” (12 de enero de 1972), punto sobre el que Miller insistió en su Curso para hacer valer que, al nivel de la nueva perspectiva del final del análisis que se desprende de la última enseñanza de Lacan, cuando se trata de lo real, no se trata más de atravesamiento, franqueo o transgresión, sólo queda la demostración de lo imposible a partir del límite de lo descifrable (Miller, J.-A. Curso del 29 de enero 1997).
Lacan destaca que alcanzar lo real del síntoma comporta esa reducción del sentido del síntoma hasta que se pueda cernir su alma: “el alma del síntoma es dura, como un hueso” (Conferencia en el Massachussets Institute of Technology, 2 de diciembre 1975).
Recapitulemos. Extraer el modo fundamental de gozar del sujeto certifica el final del análisis. Esta operación encuentra sus límites, como límite del síntoma, lo que quiere decir que el nudo fundamental del sujeto no puede deshacerse. La experiencia analítica no logra romper el nudo constituyente de lo imaginario, lo real y lo simbólico. Ese nudo se lo puede delimitar, circunscribir, pero “no hay atravesamiento del síntoma fundamental” (J.-A. Miller, Curso del 18 nov. 1998).
Es, pues, en la última parte de su enseñanza, cuando Lacan levanta acta del hecho de que la existencia del síntoma implica que no hay atravesamiento de lo real, lo que implica que nunca se llega a que todo sea liberado, siendo por ello que el inconsciente permanece radicalmente Otro.
Conocer el síntoma como lo real de nuestra experiencia supone, pues, aceptar el carácter aporético de la experiencia subjetiva de un análisis y, en segundo lugar, acoger las invenciones del síntoma, lo que en cierto sentido implica “pagar con el propio síntoma”, ya que el pase implica irremediablemente una elaboración pública de éste, como un modo de servir a la práctica analítica.
El pase, esta conversación de la ELP, nuestra presencia en esta sala, en este día de sol madrileño, es un real efecto del síntoma de Lacan, de su escritura, real que se desplaza y, está, por tanto, abierto a lo imprevisto, a la lógica del “acontecimiento imprevisto”, para parafrasear al último AE nombrado por el cartel de la EEP, Mauricio Tarrab. El pase representa y encarna, pues, la finalidad de nuestra propia operación analítica y de nuestra comunidad de trabajo. Mediante las experiencias del pase se han aportado y se aportarán nuevas modalidades de decir en la comunidad analítica que se añadirán a las de AE tras su nominación. Si conseguimos mover, por poco que sea, el punto en el que se encuentra hoy nuestra reflexión sobre el pase en la ELP, podremos darnos por satisfechos.
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Política del postanalítico
Hebe Tizio
1. El pase-sinthome.
Utilizar el sintagma pase-sinthome implica partir de lo señalado por Lacan en la Proposición: las instituciones analíticas se asientan sobre un real que provoca su propio desconocimiento. Lacan fundó la Escuela y la hizo equivaler al A barrado porque no hay la definición del analista. Esto pone en su centro una forclusión generalizada y hay que contar con los efectos sintomáticos que se derivan de ello. De allí a la invención del dispositivo del pase hay un recorrido lógico ya que es una consecuencia de esa afirmación. Por eso se trata de la necesidad de verificar caso por caso la producción del analista.
El anudamiento de los tres registros permite cernir un real sin ley del que sólo se puede reconocer su incidencia en los malestares que se generan. Lo interesante del dispositivo del pase es que sintomatiza el real de la formación del analista por el empalme que produce. Los avatares del pase y sus efectos institucionales encarnan las diversas apariciones de ese real que produce su propio desconocimiento. Esto puede “tratarse”, para desembrollar algo y avanzar en la elaboración hasta que otro embrollo abra un nuevo impase.
2. El pase-sinthome y el postanalítico.
Es importante la relación del pase entendido como sinthome y el postanalítico. Si el cartel del pase trabaja a partir de una verificación también hace una apuesta. En realidad también el pasante la hace. La apuesta tiene que ver con el ejercicio de la solución encontrada y cómo la misma se puede mantener. Esto hace que el AE testimonie de cuál ha sido su solución y de qué se ha autorizado como analista pero no puede hacerlo sobre cómo se mantiene esa solución en el tiempo. El AE aparece así marcado por el no saber. A partir de allí podrá tener mayor o menor capacidad para elaborar distintas cuestiones que hacen al psicoanálisis y a la Escuela pero esa elaboración no depende sólo de la solución encontrada sino que intervienen otros factores. El término postanalítico puede ser cuestionado, pero lo que interesa hoy no es eso sino la referencia a lo que sucede después que se ha producido un analista, se haya verificado o no en el pase esa producción.
Si hablo de política del postanalítico es porque considero de vital importancia poder ver qué pasa con esa producción dado que es fundamental para el futuro del psicoanálisis.
3. La antinomia analista-psicoanálisis.
No podemos decir que Freud y Lacan hayan sido muy optimistas respecto a que la producción de un analista de por sí fuera beneficiosa para el psicoanálisis. Freud en “Análisis terminable e interminable” señalaba la conveniencia de hacer cada tanto un tramo analítico. Sostenía que era una forma de reducir los efectos que la misma posición del analista implicaba pues había una tendencia estructural a ir contra el psicoanálisis.
Lacan inventó la Escuela y el pase no sólo para verificar al analista sino también para encaminarlo por una transferencia de trabajo a la Escuela.
Miller señaló que: “Lacan ha tratado de demostrar un teorema post-analítico según el cual la práctica del psicoanálisis produce de manera necesaria el desconocimiento, la méconnaissance, del discurso analítico” (1). Y agrega que los analistas abjuran, turbio rechazo, de lo que aprendieron como analizantes. La razón sería estructural, para dar lugar al inconsciente del analizante el analista debe cerrar el propio. Aquí se plantea para mí una distinción y es que cerrarlo operativamente no quiere decir rechazo permanente y no me refiero al inconsciente como representación, sentido. Para avanzar un paso más, la importancia del postanalítico tiene que ver en cómo se las arregla cada analista con este punto.
4. Política del postanalítico.
He trabajado en varias ocasiones el tema del postanalítico por razones clínicas, institucionales y personales. Mi idea es que el postanalítico es el tiempo de practicar con el “savoir y faire avec” y que no se trata de un autoanálisis en la dimensión el sentido sino una pragmática del sinthome que permite redistribuciones libidinales y evita el estancamiento identificatorio. Pues el nudo si no se ejercita por esa vía pierde elastricidad y no se abren los agujeros que permiten nuevas invenciones. Por eso tiene toda su importancia la producción que mantiene la diferencia entre saber supuesto y saber expuesto porque es un ejercicio de separación necesario para el analista. Es función de la Escuela brindar, como lo hace hoy, las oportunidades para la transferencia de trabajo.
En un trabajo anterior decía que el analista producido sigue en formación si sigue pasando, es decir, si no se ha “conformado” sintomáticamente. Se trata de que la causa pueda seguir en activo sostenida en la agilidad del anudamiento y por eso había hablado del “pase n”, el pase que se sigue pasando.
Si el pasaje al acto analítico ha mostrado de qué se autoriza cada analista, esa autorización no es eterna, se reactualiza por la vía de cómo sostiene la transferencia. Es por ello autorización en acto. El analista es desabonado del inconsciente significación pero tiene que sostener el inconsciente transferencial para hacerlo existir y luego no alienarlo al sentido. Este analista causa, pero es también un poco artesano, es decir, causa como objeto pero funciona como analista-sinthome en la medida que ayuda a hacer los empalmes necesarios para que el tejido de un análisis se sostenga.
La política del postanalítico no sólo toca los finales de análisis y el deseo del analista, que deben debatirse permanentemente, sino el tema de las diferentes formas de desconocimiento que genera el real en juego porque todas ellas afectan no sólo al analista y a la vida de la Escuela sino al psicoanálisis mismo. Desde esta perspectiva el pase-sinthome es un buen instrumento para aproximarse a esas manifestaciones que tienen que ver con la Escuela real y aporta a la nueva articulación entre psicoanálisis puro y aplicado pues tanto uno como otro dependen de la formación permanente de los analistas, de cómo cada analista practica la autorización en acto.
Notas
1. Ver Miller post analítico pp 24 y 26