Reseña de la conferencia de clausura impartida el 15 de junio de 2008 por Éric Laurent en las Jornadas conjuntas SLP-ELP, celebradas en Milán
Por Margarita Álvarez (ELP-Barcelona)
En su conferencia, Éric Laurent se refirió al reciente coloquio1 sobre neurociencias y psicoanálisis habido en Paris y abordó la cuestión de los usos posibles que este último puede hacer de las primeras. Para ello, partió del término “huella” que encontramos tanto en el “Proyecto de psicología” freudiano (1895 / 1951) como en los aportes hechos por las investigaciones neurobiológicas en las últimas décadas. Laurent tomó esta sinonimia entre la “huella mnémica” que, para el primer Freud, se imprime en el psiquismo tras la descarga de una cantidad de excitación y la experiencia de satisfacción que esto produce, y la “huella sináptica” con la que Eric Kandel se refiere a la remodelación que la experiencia imprime en las conexiones sinápticas de la red neuronal, encargadas de transferir la información. Si Freud planteó los distintos reordenamientos y retranscripciones que las huellas mnémicas experimentan a lo largo de la vida, Kandel habla en términos de plasticidad de la red neuronal para dar cuenta de las modificaciones que el llamado aprendizaje asociativo, es decir, aquel que establece conexiones entre distintas experiencias, produce en las neuronas.2
Según señaló Laurent, el libro que nuestro colega François Ansermet publicó, en 2004,3 con el neurobiólogo Pierre Magistretti conserva esta sinonimia. Ellos plantean que ambas teorías coinciden en postular que la experiencia deja una huella y, también, que se podría dar cuenta de los hechos psíquicos tomando como base la asociación de huellas que la experiencia deja en el sistema nervioso. Sin embargo, Laurent precisó que Ansermet y Magistretti dan un giro esencial a la teoría de Kandel al insistir menos en la inscripción que en el proceso de consolidación y reconsolidación constantes de las huellas. Ellos subvierten la teoría de Kandel al incluir en la noción de huella no solo los estímulos provenientes del exterior sino también los que provienen del mundo interno. El fenómeno subjetivo no puede reducirse, para ellos, a una cartografía del estímulo y el comportamiento sino que se explica por la asociación entre las huellas que la experiencia deja en el sistema nervioso, el cual se modifica con las nuevas asociaciones y reasociaciones haciendo que cada sujeto sea singular y cada cerebro único. Laurent se propuso interrogar la idea de que podría darse cuenta de la conexión entre el sujeto que habla y el funcionamiento de la actividad biológica a partir de las neurociencias, y en última instancia, de la física.
Aunque la energética freudiana postulada en el Proyecto pareció en principio una buena solución –siguió diciendo-, la cuestión de la cantidad de excitación devino un problema al no poder reducirse a una mera cantidad de energía biológica por estar marcada con la especifidad de la libido, que se mantiene constante en las distintas operaciones que afectan a las representaciones sexuales. La imposibilidad de descarga llevó a Freud a postular, en 1920, un más allá del principio del placer. Este más allá implica en sí mismo una ruptura con los mecanismos biológicos del “Proyecto”. “El malestar en la cultura” (1930/1929) viene a afirmar la necesidad de dar cuenta de la imposibilidad de descarga, del imposible que habita la satisfacción sexual, a partir de la relación con lo social. De ahí en adelante –afirmó Laurent-, el psicoanálisis no compete ya a la perspectiva de una psicología que sería compatible con las leyes de la física.
Jacques Lacan –recordó Laurent- ya había rehusado, en 1946, localizar en el sistema nervioso la génesis del trastorno mental y planteado una causalidad distinta. Unos años después su lectura retroactiva del “Proyecto” freudiano le permitirá decir que “la memoria inconsciente parasita al viviente y altera su potencia”. Este texto póstumo, publicado en 1951, fue leído con pasión en el movimiento analítico, tanto por la Egopsicología de Ernst Kris como por Lacan. Éric Kandel, que frecuentaba a Kris, sacó provecho de esta lectura e hizo entrar al psicoanálisis en la neurología general. Sin embargo, Lacan leerá el Proyecto en términos del funcionamiento de una memoria particular que no vincula con fenómenos de facilitación neuronal sino con fenómenos de imposibilidad de trayectos. Al considerar que las huellas freudianas no se inscriben en el sistema nervioso y que son significantes, Lacan rompe el vínculo directo con las huellas neuronales. Las huellas que interesan al psicoanálisis se producen a partir de un punto de imposible: el sistema simbólico al conectarse sobre el viviente como un parásito produce lo imposible de representar.
La primera consecuencia –señala Laurent- es que, contrariamente a la idea defendida por el cognitivismo de que la relación del individuo con su cuerpo y con el mundo puede unificarse, el psicoanálisis plantea que no es posible una representación unificadora del sujeto con su experiencia de goce. Lo real comporta siempre una inadecuación del sujeto con el cuerpo. Incluso la imagen del cuerpo, tan unificadora, no anula la experiencia del cuerpo fragmentado. En el plano del significante, no hay una síntesis total, “la integración –dice Miller en su curso del 6.2.2008-, siempre es parcelaria, y el sujeto es precisamente aquello que resulta parcelario en esta integración”. ¿Qué puede autorizar al cognitivismo –planteó entonces Laurent- a estar seguro de que puede representarse la actividad psíquica de manera exhaustiva cuando ésta escapa a un saber aprehensible?
En oposición a la teoría del aprendizaje asociativo de Kandel, con su propuesta de un cerebro maleable que se reconfiguraría a sí mismo a fin de adaptarse a la experiencia, para la que no habría un órgano específico encargado del aprendizaje del lenguaje, Chomsky –señaló- postula la existencia de un órgano del lenguaje que aprendería siguiendo una regla interna, una regla intrínseca que no conoce.
Este punto de vista innatista es extraño a la concepción del aprendizaje asociativo, para que el que todo aprendizaje sería adquirido. La concepción de Chomsky se opone a la de Wittgenstein y su defensa de que las reglas de aprendizaje del lenguaje son explícitas. Según plantea Jean-Claude Milner en su “Introducción a una ciencia del lenguaje”4 –añadió Laurent-, el cognitivismo implica una generalización de la noción chomskiana de esta “regla desconocida”. La concepción modular de la mente propuesta por Jerry Fodor,5 en 1983, cumple el pasaje de la concepción computacional planteada por Chomsky según la cual el aprendizaje de la lengua vendría dada por una interacción de tipo computacional entre el órgano del lenguaje de carácter innato y los datos de la experiencia lingüística, a una concepción cómputo-representacional, que implica la existencia de contenidos innatos que interactuarían con los datos lingüísticos. Ambas concepciones se separan radicalmente en la cuestión de las relaciones del lenguaje con el mundo. Para Chomsky, el lenguaje no habla del mundo. Las palabras están desprovistas de referencia. No hay inscripción de la referencia porque ésta es una acción realizada por agentes humanos. Y tampoco es lo mismo lo que el ser humano “sabe” que lo que “hace”. La gramática generativa de Chomsky ha abierto la vía para comprender un aspecto de lo que el ser humano sabe –su facultad innata de lenguaje-, pero lo que hace –las frases que construye, acciones intencionales- está destinado a permanecer como un misterio. Hay en medio un “foso epistémico”.
Sin embargo, para Fodor pensar no siempre es una acción intencional. El proceso cognitivo que transforma una percepción sensorial por ejemplo en representación conceptual de “perro” es independiente de la intención de hacer referencia a “perro”. La teoría computo-representacional de la mente intenta crear un puente entre la psicología y los modelos computacionales de las ciencias cognitivas, que quieren funcionar como leyes entre las causas y las razones, entre la física y la psicología. Esto es lo que rechazó Chomsky. También lo hizo el filósofo analítico Donald Davidson que, desde su posición del monismo anómalo, plantea que no hay una ley natural para los sucesos mentales.
Laurent pone en serie a Chomsky, y su respeto por los misterios sin ley de la acción humana, a Davidson, que reserva para lo psíquico un carácter sin ley, y a Lacan, que aborda lo real por lo imposible y plantea que lo real no tiene ley. La tentación del cognitivismo –precisó- es borrar esta relación imposible, ya sea por la teoría de los juegos, planteando una decisión gobernada por un principio de utilidad máxima, ya sea reduciendo al sujeto a su actividad como organismo viviente, lo que implicaría una naturalización de los procesos psíquicos en su conjunto. A esta tentativa de naturalización se opuso el filósofo estadounidense W.V.O. Quine.
Quine criticó el concepto de analiticidad como verdad fundada sobre la lógica de las convenciones lingüísticas y propuso borrar la distinción entre enunciados empíricos o a posteriori, basados en la experiencia, y enunciados a priori, independientes de esta última. El lenguaje no está a un lado y la experiencia del mundo a otro. Cualquier certeza sobre el mundo pasa por el lenguaje pero se obtiene, para Quine, a través de una experiencia. La analiticidad de un enunciado no radica en que sea independiente de la experiencia: un enunciado es analítico si uno aprende que es verdadero al aprender las palabras de la lengua. Hay enunciados cuya verdad es aprendida por muchos y, otros, solo por unos pocos o por nadie. Los enunciados analíticos son aquellos que son aprendidos por todos.
A continuación, Laurent comparó la relación entre el sistema simbólico y la experiencia del goce en psicoanálisis con la experiencia quineana. En términos lacanianos hay un real que nunca encuentra su traducción simbólica última e insiste. El sujeto encuentra su goce de manera contingente. Es un real en el que cree y que plantea como exterior a él en la construcción de su fantasma, que es una especie de sistema teórico mediante el que el sujeto se conecta con la experiencia de goce. Sublimar o compartir el fantasma es del mismo orden que la construcción quineana: hay enunciados fantasmáticos que son compartidos por muchos; otros, por unos pocos o por nadie. Los primeros están más sublimados que los últimos.
El estado donde el lenguaje señala un límite imposible de franquear respecto al origen del anudamiento entre lo simbólico, lo imaginario y lo real corresponde a un uso del lenguaje anterior al aprendizaje del buen uso, del uso rutinario del lenguaje. Ese estado del lenguaje es lalengua, que señala la relación más privada e íntima con la lengua. Lalengua –precisó- es la resonancia que la lengua tiene para cada uno, en el interior de la lengua pública que utiliza.
No basta –precisó Laurent- con denunciar los semblantes que constituyen el sistema de referencia de la lengua pública y contentarse con el goce de la lengua privada, con los elementos fragmentados que constituyen el fantasma privado, para alcanzar directamente el goce. El saber del fantasma no cesa de apuntar al fracaso del sistema simbólico en relación al goce. Solo a la salida de un análisis se aísla lo más real de los elementos del fantasma privado. Ese trayecto –aseguró- no puede evitarse. En los intercambios entre analizante y analista no solo está en juego el desciframiento de sentido, sino también la intención del que habla. Se trata de recuperar algo perdido. La recuperación del objeto da cuenta del mito freudiano de la pulsión y funda la transferencia que anuda a ambos partenaires.
La solución del análisis está marcada por el sello de lo incurable y siempre será fallida. El no todo, lo imposible, el agujero marcan la situación de lo simbólico en la relación con el cuerpo y definen el campo de lo real y la experiencia de goce. El uso que el psicoanálisis puede hacer de las neurociencias debe tenerlo en cuenta.
Hay un uso inmediato –distinguió Laurent- que cierra el agujero de la experiencia de goce, por ejemplo cuando se trata de adecuar las cartografías neurológicas a la segunda tópica freudiana o cuando se intenta pensar el psicoanálisis a partir de la conciencia. La utilización directa de las neurociencias es siempre susceptible de remitirse a un uso metafórico o de hacer funcionar el psicoanálisis como un metalenguaje.
Pero el psicoanálisis puede servirse de las neurociencias –añadió seguidamente- de una manera no directa, sino mediada, por ejemplo, a través de los medicamentos, que constituyen las consecuencias casi inmediatas de sus aportes. No deja de sorprender que los psicofármacos producidos con indicaciones muy precisas, una vez fabricados, pasan a ser utilizados por fuera de las indicaciones asignadas. Los sujetos se hacen con ellos y los convierten, cada uno, en un objeto de auxilio, de adicción o de uso moderado. El uso off-label -fuera de recomendación-, de los medicamentos, cada vez más extendido, nos revela que son instrumentos de exploración del cuerpo y de su goce. El psicoanálisis puede usar entonces las neurociencias de manera no directa para señalar el lugar del sujeto y asegurarle el mayor grado de libertad, así como para dar cuenta de aquello que siempre se presenta como huida, como desviación en su experiencia de goce.
El uso de las neurociencias también se refiere al uso que hace el analizante. Él también se dirige al analista con un uso metafórico de los aportes teóricos de las neurociencias, inscribiéndolos en su lengua propia. Y hace asimismo una experiencia de los objetos que ella produce. Analista y analizante –finalizó diciendo Laurent- están en el mismo lado, allí donde es necesario preservar la singularidad contingente de una existencia.
Notas
1. Coloquio organizado el 27 de mayo de 2008 en el Collège de France por Pierre Magistretti con el título: “Neurociencias y psicoanálisis, un encuentro en torno a la emergencia de la singularidad”.
2. E. Kandel. “Mecanismos celulares de aprendizaje y sustrato biológico de la individualidad”. En: Principios de neurociencia. Madrid: MacGraw-Hill, 2001.
3. F. Ansermet, P. Magistretti. A cada cual su cerebro. Plasticidad neuronal e inconsciente. Buenos Aires: Katz, 2006.
4. J.-C. Milner. Introducción a una ciencia del lenguaje. Buenos Aires: Manantial, 2000.
5. J. Fodor. “La modularidad de la mente”. Madrid: ed. Morata, 1983.