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Eje 5 – Cuerpo y tecnociencia en el Siglo XXI Contribuciones para el debate Escriben Gabriela Basz y Gabriel Vulpara
Se han encontrado pruebas arqueológicas de que ya en el año 4000 A.C. el ser humano hacía un uso cosmético de distintos elementos. Desde entonces, diferentes polvos, lociones y afeites adornaron y embellecieron a la humanidad a lo largo de toda su historia.
La extensión de su uso en la actualidad despierta el interrogante de cuál es su función hoy en día.
Es lo que investiga el grupo de trabajo que integra Gabriela Basz, quien en el texto que nos ofrece, se pregunta si podemos pensar al « cuerpo cosmético » en la línea de lo que Lacan llama « una degeneración catastrófica ». Su respuesta articula la buena imaginación a un recorte clínico.
Gabriel Vulpara nos brinda otra versión de esa « degeneración ». La que nos presenta la novela de W. Gibson, Neuromante. Allí se imagina un mundo (no tan) futuro, en el cual sujetos maquinales, ciberhumanos, pueden sortear todo límite de la mano de la tecnociencia; a costa de transformarse en un « collage de implantes ».
La buena noticia nos llega de la mano de E. Laurent « gracias a la angustia, nada de esto va a funcionar ».
¡El ENAPOL se va poniendo lindo! Y está cerca. Muy cerca.
Cuerpo cosmético
En el grupo de trabajo acerca del « cuerpo cosmético », coordinado por Ennia Favret, estamos investigando la función de lo cosmético en nuestra época. Son varios los autores que lo abordan por la vía del arte, de la sociología. Gilles Lipovetsky, por ejemplo, ubica lo cosmético en la época como el signo más inmediato y espectacular de la afirmación del yo, de su unicidad. Según leemos en sus textos, estamos todos invitados a modelar la propia imagen, a reciclar el cuerpo. Llama « neonarcisisismo » a esta búsqueda de brillar en el goce de la propia imagen inventada, renovada.
J. Lacan, en su seminario del 19 de marzo de 1974, se refiere al registro de lo imaginario de un modo novedoso, muy interesante para abordar el problema que nos concierne. « No veo por qué me impediría yo imaginar lo que sea si esa imaginación es la buena…por poder demostrarse en lo simbólico… en tanto ella hace acceder al inconsciente » [1]. La buena imaginación… un imaginario del cual podemos servirnos para acceder al inconsciente. Hay, entonces, un imaginario que permite acceder al inconsciente y, siguiendo la lógica de la clase, podemos suponer que es aquel articulado a la castración en la transmisión materna. Ya que Lacan plantea que en la época hay una pérdida de lo que se soportaría en la dimensión del amor, pérdida sustituida por el « ser nombrado para » algo. Se trata de una sustitución en la que la madre basta ‒por sí sola ¡qué diferencia con los tres tiempos del Edipo!‒ para designar un proyecto (de vida) en que lo social tiene predominio. ¿Podemos pensar al cuerpo cosmético en la línea de lo que Lacan nombra como proyecto? Me parece que sí, que el « cuerpo cosmético » puede pensarse como uno de esos proyectos a los que alude Lacan. Este ideal social suple otro tipo de transmisión (más ligada al Padre) y se le da consistencia a un proyecto-cuerpo que empuja a minimizar los efectos de la castración.
Una paciente de 16 años que ha perdido más de 10 kilos, se acerca al peso en que su abuela materna, anoréxica, murió. « Yo lucho contra mi propio cuerpo, tengo miedo de engordar, no soporto mis piernas ». « Acompañé a mamá en un viaje para operarse los ojos; ella tenía complejo con los ojos y se operó, yo lo tengo con las piernas y no me puedo operar ». « Si no estoy con mi mamá no vivo ». Tal el registro de su decir durante los primeros meses de tratamiento. Interpretaciones imaginarias (por la vía del sentido, buscándolo) fueron llevando a que se interese por historizarse y enganche recuerdos, momentos de su vida, con lo que le pasa. Por ejemplo: relata que su mamá siempre fue a nutricionistas y que con sus amigas se la pasan hablando de que lo mejor es ser flacas y cómo adelgazar. La madre siempre trabajó para ser hermosa y brillar con su cuerpo a diferencia de ella que es fea y gorda. « ¿Cómo yo no voy a sufrir con el cuerpo si siempre me hablaron así? » se interroga. Además ha comenzado a incluir en sus dichos frases referidas a sus abuelos y a su padre. Parece entusiasmada en este trabajo, hace tiempo que no habla de sus piernas. Se estabilizó en el peso pero surge otro riesgo: los padres la quieren sacar del tratamiento analítico porque se volvió « muy difícil ». (Efectivamente comenzó a cuestionarlos). Por el momento ella se opone. ¿Se podrá, en este caso, construir un imaginario que permita acceder al inconsciente? Al menos ahora parece posible.
1. Lacan, J., Seminario 21, Les non dupes errent, clase del 19 de marzo de 1974, inédito. Neurociencia (ficción): Neuromante
Imaginen un mundo de mundos múltiples. Con fronteras que se pueden trasponer usando un simple artilugio electrónico. Allí, un mundo en órbita, un mundo para placer de ricos y poderosos, mirando desde arriba. Abajo, un mundo terrestre; un mundo de ciudades rápidas: ordinario, masificado, cercano y caótico. Y otro, sin lugar pero no sin espacio: un ciberespacio.
Imaginen al sujeto como conjunción hardware-software. Un sujeto sólo definible por sus implantes y sus capacidades aumentadas. Una ciencia híbrida entre medicina e informática lo hacen posible y habitual. No hay barra en él que no se subsane con códigos de programación: un sujeto en su inefable y estúpida existencia. Una existencia modelada por lo que se adosó a su cabeza o al resto de su piel: aditamentos que ya ni se consideran gadgets. Un sujeto que, incluso muerto, sigue allí en forma de una digitalizada estructura de personalidad cargada en una máquina. Aún no estamos allí, pero no estamos lejos.
Esa es la escena de Neuromante (Neuromancer), de William Gibson, publicado en 1984 [1]. En el New Romancer, tenemos significantes nuevos que se esfuerzan en dar cuenta de una lalengua cada vez más oscura. Y en la escena, los sujetos pueden. Pueden extender su vida y sortear enfermedades y heridas, pueden re-fabricarse. Los sujetos pueden: para poder, pueden hacerse objetos de una tecnociencia tan omnipresente que es ya la propia sustancia de la cultura. Una tecnociencia que apesta a mercantilismo. Ni la tecnociencia ni el mercado son entidades (discursos, diremos) reconocibles y situables en sí. De ellas como consistencias, insistencias, no se habla. No hace falta: están allí, en todo(s). Por ellas, y en ellas, los sujetos pueden alternar entre los sujetos. Sus conexiones neurales e implantes los hacen habitantes del ciberespacio a voluntad; un aparato llamado simestim –un juguete de la carne– permite entrar en otra carne y sentir lo que otro cuerpo siente. Case, el protagonista, ve y siente lo que Molly ve y siente.
Y la carne, aunque presente, no es tan importante: se diría apenas una bolsa, un envase. Las clínicas médicas tienen un aire a service de electrónica, o a supermercado. A Case le corrigen desperfectos neuronales, le ponen toxinas, le cambian fluido espinal, le retocan nervios y hasta « incluyeron un páncreas en el paquete », dice Molly (un páncreas inmune a drogas, que lo cura de su adicción para que cumpla mejor el trabajo). La misma Molly es un collage de implantes. Todo muy funcional, herramientas de trabajo: ellos son ladrones, hackers de cuerpo entero. Cuerpos adecuados a sus mundos.
Lo real está domesticado, tiene leyes de tráfico: tráfico de información digital; sobre todo, tiene leyes dictadas por el tráfico de electrones. Son leyes fundadas por el paradigma tecnocientífico ‒y su aliado el mercado‒: un entramado tan contenedor como inobjetable. Tanto, que su máxima creación, la Inteligencia Artificial, se llama a sí misma Neuromante al decir que invoca a las neuronas para que cumplan órdenes.
Pero no crean que el libro es sólo utopía negativa. Hay novela allí, aunque no nos extrañe que no sea la novela familiar. Podemos tener esperanza en que haya esperanza: en Neuromante la neurosis subsiste. Aunque los personajes estén con encefalograma plano, los sujetos siguen, angustiados, su Historia, confirmando que el nudo de cuatro es inmune al cerebro. Allí, el buen y viejo sujeto lleva a cuestas su cuerpo (digámoslo ahora parlêtre), preocupado por el Otro sexo, penando y buscando antiguos amores, y teniendo sexo del mismo viejo modo: si bien con el simestim se puede sentir todo lo que otro cuerpo siente, Case nunca pensó en usarlo para conocer la versión de Molly del goce sexual.
Más allá de las relaciones sexuales la relación sexual sigue sin escribirse, aunque se escriban programas de computación o códigos genéticos, aunque se escriban los cuerpos… aunque se escriba Neuromante. O tal vez, justamente, porque se escribe Neuromante.
1. http://www.aldevara.es/download/Neuromante_WilliamGibson.pdf
Eixo 5 – Corpo e tecnociência no Século XXI
Acharam-se provas arqueológicas de que já no ano 4000 A.C. o ser humano fazia um uso cosmético de diferentes elementos. Desde então, diversos pós, loções e afeites adornaram e embelezaram a humanidade ao longo de toda sua historia.
A extensão de seu uso na atualidade levanta a questão de qual é sua função nos dias de hoje.
É o que pesquisa o grupo de trabalho que integra Gabriela Basz, quem no texto que nos oferece, se pergunta se podemos pensar o « corpo cosmético » na mesma línea do que Lacan denomina como « uma degeneração catastrófica ». Sua resposta articula a boa imaginação a um recorte clínico.
Gabriel Vulpara nos brinda outra versão dessa « degeneração ». A que nos apresenta a novela de W. Gibson, Neuromante. Ali se imagina um mundo (nem tão) futuro, no qual sujeitos maquinais, ciber-humanos, podem sortear qualquer limite das mãos da tecno-ciência; às custas de transformar-se em uma « colagem de implantes ».
A boa noticia nos chega das mãos de E. Laurent « graças a angustia, nada disto vai funcionar ».
O ENAPOL está ficando bom! E está perto. Muito perto.
Corpo cosmético
No grupo de trabalho sobre o « corpo cosmético », coordenado por Ennia Favret, estamos pesquisando a função do cosmético em nossa época. São vários os autores que abordam o assunto pela via da arte, da sociologia. Gilles Lipovetsky, por exemplo, localiza o cosmético na época como o signo mais imediato e espetacular da afirmação do eu, de sua unicidade. Segundo lemos em seus textos, somos todos convidados a modelar a própria imagem, a reciclar o corpo. Denomina de « neo-narcisismo » esta busca de brilhar no gozo da própria imagem inventada, renovada.
J. Lacan, em seu seminário de 19 de março de 1974, refere-se ao registro do imaginário de uma maneira nova, muito interessante para abordar a questão que nos concerne. « Não vejo por que eu me impediria a mim mesmo de imaginar o que quer que seja se essa imaginação é a boa… pelo fato de poder ser demostrada no simbólico… em tanto ela faz aceder ao inconsciente » [1}. A boa imaginação… um imaginário do qual podemos servir-nos para aceder ao inconsciente. Há, então, um imaginário que permite aceder ao inconsciente e, seguindo a lógica da aula, podemos supor que se trata de aquele articulado à castração na transmissão materna. Já que Lacan coloca que na época há uma perda do que se suportaria na dimensão do amor, perda substituída pelo « ser nomeado para » alguma coisa. Trata-se de uma substituição na qual a mãe basta ‒por si só ¡que diferença com os três tempos do Édipo!‒ para designar um projeto (de vida) onde o social tem preponderância. Podemos pensar o corpo cosmético na mesma línea do que Lacan nomeia como projeto? Parece-me que sim, que o « corpo cosmético » pode pensar-se como um desses projetos aos quais alude Lacan. Este ideal social supre outro tipo de transmissão (mais ligada ao Pai) e dá-se consistência a um projeto-corpo que empurra a minimizar os efeitos da castração.
Uma paciente de 16 anos que perdeu mais de 10 quilos aproxima-se do peso em que sua avó materna, anoréxica, morreu. « Eu luto contra meu próprio corpo, tenho medo de engordar, não suporto minhas pernas ». « Acompanhei minha mãe numa viagem para operar-se os olhos; ela estava complexada com os olhos e fez uma operação, eu estou complexada com as pernas e não posso operar-me ». « Se não estou com minha mãe não vivo ». Esse foi o registro de seu dizer durante os primeiros meses de tratamento. Interpretações imaginarias (pela via do sentido, buscando-o) foram levando-a a interessar-se por historicizar-se e ligar lembranças, momentos de sua vida, com o que lhe acontece no presente. Por exemplo: relata que sua mãe sempre foi para nutricionistas e que com suas amigas passam o tempo todo falando de que não há nada melhor do que ser magras e de como emagrecer. A mãe sempre trabalhou para ser formosa e brilhar com seu corpo a diferença dela que é feia e gorda. « Como não vou sofrer com o corpo se sempre me falaram assim? », interroga-se. Além disso, começou a incluir em seus ditos frases referidas a seus avós e a seu pai. Parece entusiasmada neste trabalho, faz tempo que não fala de suas pernas. Estabilizou-se no peso, porém surge outro risco: os pais querem tirá-la do tratamento analítico porque se tornou « muito difícil ». (Efetivamente começou a questioná-los). Até o momento ela se opõe.
Poder-se-á neste caso, construir um imaginário que permita o acesso ao inconsciente? Pelo menos agora parece possível.
Tradução: Pablo Sauce Neurociência (ficção): Neuromancer
Imaginem um mundo de múltiplos mundos. Com fronteiras que se podem transpor usando um simples dispositivo eletrônico. Ali, um mundo em órbita, um mundo para o prazer de ricos e poderosos, olhando de cima. Embaixo, um mundo terrestre, um mundo de cidades rápidas: ordinário, massificado, próximo e caótico. E um outro, sem lugar, mas não sem espaço: um ciberespaço.
Imaginem o sujeito como conjunção hardware-software. Um sujeito definível por seus implantes e suas capacidades aumentadas. Uma ciência híbrida entre medicina e informática o torna possível e habitual. Não há barreira nele que não se retifique com códigos de programação: um sujeito em sua inefável e estúpida existência. Uma existência modelada pelo que se anexou em sua cabeça ou ao resto de sua pele: anexos que já nem se consideram gadgets. Um sujeito que, mesmo morto, perdura sob a forma de uma estrutura de personalidade digitalizada em uma máquina. Ainda não chegamos lá, mas não estamos longe.
Essa é a cena de Neuromancer, de Willian Gibson, publicado em 1984 [1]. No New Romancer, teremos significantes novos que se esforçam em dar conta de uma lalíngua cada vez mais obscura. Na cena os sujeitos podem. Podem prolongar sua vida e sortear enfermidades e feridas, podem refabricar-se. Os sujeitos podem: para poderem, podem fazer-se objetos de uma tecnociência tão onipresente que é a própria substância da cultura. Uma tecnociência que cheira a mercantilismo. Nem a tecnociência nem o mercado são entidades (discursos, diríamos) reconhecíveis e situáveis em si. Não se fala das mesmas como consistências, insistências. Nem seria preciso: elas estão ali em todo (s). Por elas e nelas os sujeitos podem alternar entre os sujeitos. Suas conexões neuronais e implantes os fazem habitantes íntimos do ciberespaço; um aparato chamado simestin – um joguete da carne – permite entrar em outra carne e sentir o que outro corpo sente. Case, o protagonista, vê e sente o que Molly vê e sente. E a carne, ainda que presente, não é tão importante: dir-se-ia apenas uma bolsa ou um recipiente. As clínicas médicas têm um ar de mecânica ou de supermercado. Em Case são reparadas imperfeições neuronais, colocam-lhe toxinas, trocam- lhe o fluido espinhal, retocam-lhe os nervos e até « incluíram um pâncreas no pacote » diz Molly (um pâncreas imune a drogas, que o cura de sua adicção para que realize melhor seu trabalho). A própria Molly é uma collage de implantes. Tudo muito funcional, ferramentas de trabalho: eles são ladrões, hackers, de corpo inteiro. Corpos adequados a seu mundo.
O real está domesticado, tem leis de tráfico: tráfico de informação digital. Sobretudo, tem leis ditadas pelo tráfico de elétrons. São leis fundadas no paradigma tecnocientífico – e seu aliado, o mercado -: um enquadramento irrepreensível. Tanto que, sua máxima criação, a Inteligência Artificial, chama a si própria Neuromancer, ao dizer que invoca os neurônios para cuprirem ordens.
Mas não creiam que o livro é só utopia negativa. Há romance aí, ainda que não seja um romance familiar. Podemos ter esperança de que haja esperança: em Neuromancer a neurose subsiste. Mesmo que os personagens estejam com o encefalograma plano, os sujeitos seguem, angustiados, sua História, confirmando que o nó de quatro é imune ao cérebro. O bom e velho sujeito leva carrega seu corpo (digamo-lo parlêtre), preocupado com o Outro sexo, penando e buscando antigos amores, e fazendo sexo do mesmo velho modo: ainda que com o simestin se possa sentir tudo o que o outro sente, Case nunca pensou em usá-lo para conhecer a versão de Molly do gozo sexual.
Mais além das relações sexuais a relação sexual continua sem se escrever, ainda que se escrevam programas de computação ou códigos genéticos, ainda que se escrevam os corpos … ainda que se escreva Neuromancer. Ou talvez, justamente, porque se escreve Neuromancer.
Tradução: Laura Rubião |
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