El texto reflexiona sobre dispositivos que se hacen evidentes en el contexto actual y que forman parte del transcurrir cotidiano. Haciendo pie en la noción de psicopolítica y biopolítica bucea en sus raíces, hundidas en el pensar calculador. Se articula allí la reflexión heideggeriana sobre la noción de Gelassenheit, abriendo interrogantes acerca de fenómenos que proliferan en la globalidad contemporánea.
El alma, prisión del cuerpo.
(M. Foucault)
El dispositivo está en el bolsillo. La mano se apresura insistentemente a tomarlo. El ojo recorre su pantalla ávido de mensajes, notificaciones o novedades. Se ha erigido como una barricada contra el hastío, el silencio o la inquietante presencia de otros. El tiempo transcurre sin ser advertido entre emojis y likes que alimentan los servidores de una maquinaria acéfala. Una marea infinita de datos ingresa en servidores que hacen posible la biopsia de millones que se desnudan ante una red ciega. No hay nadie en la otra terminal que tenga interés personal en hurgar sus secretos. En todo caso, sin importar el lugar que ocupe en el organigrama, hay siervos del mismo engranaje omnipresente e invisible que se nutre, al menos, de codicia. Los macrodatos delatan los patrones del usuario haciendo factible la predicción de su comportamiento. Los informes estadísticos, que la información acumulada destila, hacen posibles modelos predictivos que sustentan las más diversas actividades, como los análisis de negocios, estrategias publicitarias, seguimientos sobre la población e, incluso, enfermedades infecciosas.
“La emergencia viral y el mundo de mañana” titula el artículo reciente de Byung-Chul Han en el que advierte sobre el riesgoso éxito por parte de los países del este asiático en el combate contra el azote del Covid-19. Revela la incidencia de informáticos y especialistas en macrodatos en una campaña que se creería privativa de virólogos y epidemiólogos. “Los apologetas de la vigilancia digital proclamarían que el big data salva vidas humanas” [Byung-Chul Han, 2020]. Esboza en sus párrafos los diferentes dispositivos implementados por los estados de países orientales en la detección precoz de infectados. La vigilancia digital, eficaz frente al flagelo viral, conforma una estructura integrada por celulares, aplicaciones, cámaras, y una miscelánea de recursos tecnológicos. Esta configuración se acopla sobre una trama de control social basado en el acceso irrestricto por parte del Estado a los datos provenientes del uso de internet y telefonía móvil. Esta urdimbre constituye una maquinaria ubicua de observación al servicio de la evaluación constante de la conducta social de los ciudadanos. Los que observan las normas esperadas se hacen acreedores de la recompensa correspondiente. Los indóciles penan su castigo.
Podría pensarse que semejante estado de vigilancia es el resultado de regímenes totalitarios de lejano oriente. Allí no ha triunfado la libertad que las democracias occidentales, aún con sus imperfecciones, garantizan a sus ciudadanos. El propio Han subraya que una población embriagada digitalmente desnuda su mansedumbre bajo el hipnotismo del colectivismo egoísta que impera en su cultura. La carencia de conciencia crítica ante la vigilancia digital de la grey oriental tendría allí su vertiente. Advierte que no es sólo el azote epidémico lo que amenaza invadirnos desde el este. “Es posible que incluso nos llegue además a Occidente el Estado policial digital al estilo chino” [Byung-Chul Han, 2020]. No caben dudas que el cuadro descripto por el autor no encuentra paridad al oeste. No obstante, es indispensable reparar en que dicho Estado policial es la institucionalización en el aparato estatal de lo que en las democracias occidentales constituyen un estado de vigilancia fáctico, discreto, que brinda sus frutos a corporaciones privadas bajo las reglas del mercado. Aquello que se introduce en el teléfono móvil o la computadora, en forma escrita, oral o a través de la elección de un emoji, en una red social o una conversación privada, retorna bajo la forma de un aviso oportuno sugiriendo la compra de un producto o la contratación de un servicio.
Sin embargo, el uso del big data no se reduce al ámbito comercial. El escándalo de la manipulación electoral de ciudadanos del hemisferio norte a partir del uso de macrodatos llevó al gerente de la empresa responsable ante una comisión investigadora del Parlamento británico. Allí se tuvo conocimiento de la incursión de la misma empresa en el cono sur. Regimientos de trolls trabajan a destajo, desde cuentas con identidad falsa, para difundir noticias apócrifas, reiterar frases que apelan a lugares comunes y demuelen o robustecen creencias sobre la base de razonamientos lineales o, simplemente, apelando a lo más abyecto de sus destinatarios. Estos son seleccionados algorítmicamente a partir del perfil construido con la información que ingresan voluntariamente en la red social correspondiente. Usuarios entusiastas proveen datos que se almacenan. Con ellos se configuran perfiles de pretendida exactitud. Se construye una visión de la vida privada, incluso sobre la psique de los electores. “Se introduce el microtargeting para dirigirse con precisión a los electores con mensajes personalizados y para influenciarlos” [Byung-Chul Han, 2014, p.50]. Algoritmos inteligentes permiten hacer pronósticos de comportamiento y diseñar el discurso óptimo para que la decisión “coincida” con la planificada. Las fake news, los deepfakes se suman al menú de recursos en la época posfáctica.
Sin soslayar las diferencias en ambos hemisferios, de uno u otro lado del globo, estamos ante la presencia de “una biopolítica digital que acompaña a la psicopolítica digital que controla activamente a las personas” [Byung-Chul Han, 2020].
Biopolítica y psicopolítica. El poder como cálculo.
La referencia de Han a los macrodatos no es inédita. Ya había señalado que el big data es el insumo del que se nutre la psicopolítica. En su libro del mismo nombre, la describe como una nueva forma de poder político-económico. “La técnica del poder propio del neoliberalismo adquiere una forma sutil, flexible, inteligente y escapa a toda visibilidad” [Byung-Chul Han, 2014, p.28]. No es excluyente, prohibitorio o censurador. El sujeto sometido no es consciente de su sujeción. Es un poder que cuida de que los hombres se entreguen gozosos en la búsqueda ilimitada de superación. El “poder inteligente”, a diferencia del disciplinario no coacciona ni prohíbe. Se sostiene en la vocación infinita del poder hacer y, entrañando la posibilidad de una satisfacción sin límites, sumerge al sujeto en el abismo infinito de su propio goce, del que no puede sustraerse por la esterilización del operador de la castración. “El deber tiene un límite. El poder hacer, por el contrario, no tiene ninguno” [Byung-Chul Han, 2014, p.7]. El rendimiento y la optimización se transforman en la valla de un cautiverio que los sujetos se infligen a sí mismos siguiendo la voz que los convoca a realizar sus anhelos. La aspiración a un goce absoluto, sin falta, sin castración, donde no opera la pérdida, es el llamado mudo a una plenitud tiránica que aniquila el deseo. Es una voz que trasciende la sonoridad. “Cuanto mayor es el poder más silenciosamente actúa” [Byung-Chul Han, 2014, p.28]. Ejerce su violencia de un modo inédito sobre el sujeto. “Tan destructiva como la violencia de la negatividad es la violencia de la positividad… el sujeto del régimen neoliberal perece con el imperativo de la optimización personal” [Byung-Chul Han, 2014, p.28]. Los macrodatos son el recurso a partir del cual el poder inteligente atiza la consagración voluntaria a la esclavitud absoluta. “La psicopolítica sería entonces capaz de apoderarse del comportamiento de las masas a un nivel que escapa a la conciencia” [Byung-Chul Han, 2014, p.52]. De forma explícita Han se esfuerza por marcar la diferencia entre este poder inteligente y la noción de biopolítica acuñada por Foucault.
“Habría que hablar de « biopolítica » para designar lo que hace entrar a la vida y sus mecanismos en el dominio de los cálculos explícitos y convierte al poder-saber en un agente de trasformación de la vida humana” [Foucault, M., 1998, p. 85].
Foucault introduce la noción de biopolítica a propósito de la transformación que evidencia entre el derecho a la muerte, ejercido por el soberano, y un poder que se ejerce positivamente sobre la vida. Una de las prerrogativas del poder soberano, consistente en hace morir o dejar vivir, implicaba que “el poder se ejercía esencialmente como instancia de deducción, mecanismo de sustracción… El poder era ante todo derecho de captación” [Foucault, M., 1998, p. 81]. Sin embargo, fue desplazado por otra forma de poder que se actúa sobre la vida administrándola, aumentándola, regulándola, ejerciendo un control preciso sobre ella. Este poder sobre la vida se desarrolló en dos formas enlazadas entre sí: una anatomopolítica del cuerpo y una biopolítica de la población. “Las disciplinas del cuerpo y las regulaciones de la población constituyen los dos polos alrededor de los cuales se desarrolló la organización del poder sobre la vida… un poder cuya más alta función no es ya matar sino invadir la vida enteramente” [Foucault, M., 1998, p. 83]. El dispositivo de la sexualidad fue uno de los elementos claves en esta tecnología del poder. El propio Foucault sostiene que el desarrollo del capitalismo requirió de modo indispensable de “la administración de los cuerpos y la gestión calculadora de la vida” [Foucault, M., 1998, p. 84].
Byung – Chul Han distingue las formas de poder propios de lo que llama la “sociedad disciplinaria” de aquellas que imperan en el régimen neoliberal. En tanto explota fundamentalmente la psiquis, la biopolítica le sería totalmente inadecuada. “El poder disciplinario… se articula de forma inhibitoria y no permisiva. A causa de su negatividad, el poder disciplinario no puede describir el régimen neoliberal, que brilla por su positividad” [Byung-Chul Han, 2014, p.28]. En esta pura positividad, el poder inteligente implicaría la supresión de toda negatividad, de todo límite al poder hacer, al poder gozar. Han señala otra diferencia. La biopolítica no otorgaría información alguna sobre la psiquis. La estadística demográfica resultaría obsoleta para un poder que, a través del big data, es capaz de construir “no sólo el psicoprograma individual, sino también el psicoprograma colectivo” [Byung-Chul Han, 2014, p.21]. No obstante, cabe señalar que no distingue dos ámbitos bien diferenciados por Foucault: la anatomopolítica y la biopolítica. Se trata de niveles de análisis y gestión de la población que no se superponen. La planificación, administración de la vida de la especie, en tanto población, no puede subsumirse al control del comportamiento colectivo. Más allá de esto, lo que resulta evidente es que el declive del poder soberano dio a luz un poder que, sea “disciplinario” o “inteligente”, se cimienta sobre un glosario que delata su esencia: administración, gestión, cálculo, control, planificación, técnica. El triunfo de la diosa Razón se ha consumado.
El léxico aludido indica el andamiaje de operaciones que resultarían impracticables sin un entramado de saberes científicos que le dan consistencia. Pero no es que tropezamos con el uso desviado y corrompido de técnicas que, sirviendo a los intereses mezquinos del capital, bastardearon el recto camino trazado por el saber filantrópico provisto por la ciencia. Por el contrario, asistimos a la consumación, patente y descarnada, de la voluntad que anima, no sólo al capital, sino al saber científico del que se nutre.
La técnica en la época del mundo como imagen
El modo corriente en que se piensa la relación de la ciencia con la técnica, consiste en suponer que ésta es la mera aplicación de los conocimientos producidos por la primera. El saber científico sería así un saber sin otra aspiración que la pureza de su neutralidad. En una conferencia publicada bajo el título “La época de la imagen del mundo”, Heidegger nos advierte que, por el contrario, es la técnica la que exige una ciencia matemática de la naturaleza, emergiendo como el corazón mismo de la época. “La técnica moderna es idéntica a la esencia de la metafísica moderna” [Heidegger, M., 2010, p. 63]. Si la referencia a la ciencia moderna se distingue por la cualidad de lo matemático no es porque use el saber elaborado por las Matemáticas. “Τά μαϑήματα significa para los griegos aquello que el hombre ya conoce por adelantado cuando contempla lo ente o entra en trato con las cosas” [Heidegger, M., 2010, p. 65]. De este sentido originario se desprende que la exactitud constituya el rigor de la ciencia y que desde la ley se procure la claridad de lo desconocido a partir de lo ya conocido. Lo singular, lo raro, lo simple, lo que tropieza, no tienen lugar para el saber científico. El conocimiento como investigación exige al ente en tanto representación. “La investigación dispone de lo ente cuando consigue calcularlo por adelantado en su futuro transcurso o calcularlo a posteriori como pasado” [Heidegger, M., 2010, p. 72]. La ciencia implica la objetivación del ente haciéndolo calculable en un horizonte de certeza que haga desvanecer toda duda. La objetividad de la representación y la verdad como certeza son la piedra de toque de la metafísica cartesiana que inaugura la modernidad. La objetividad tiene como correlato la subjetividad. El hombre se posiciona de modo inédito como subjectum, fundamento de todo ente. De allí que sólo en la modernidad se pueda hablar de imagen del mundo. Es en esta época que el mundo se hace imagen. Todo se reduce a lo representable y, como tal, es pasible de dominio. Explicar, predecir y controlar constituye la secuencia lógica que comanda al proceder científico – técnico. El saber neutro de la ciencia devela así la aspiración de poder sobre el cual se sostiene secretamente.
La técnica es el fundamento de la ciencia. En “La pregunta por la técnica” Heidegger nos la presenta como un modo del desocultar propio de esta época. Modo en el que tal pensador refiere a la άλήϑεια, la verdad. El desocultamientopropio de la técnica toma el carácter de provocación, cuyos rasgos fundamentales son el manejo y la seguridad. El estado de no oculto que le es propio del desocultar provocante implica que lo requerido “esté al instante donde se quiere, y por cierto, estar para ser él mismo requerible para un requerir ulterior. Lo así requerido tiene su propia estabilidad. Lo llamamos fondo” [Heidegger, M., 1985, p.15]. El término traducido como “fondo” toma el sentido de stock, de reserva. Heidegger llama im-posición (Ge-stell) a la interpelación provocante que desoculta como fondo [stock, reserva] lo real. Lo real se desoculta como fondo y, como tal, debe ser calculable. Por ello la técnica moderna requiere a la ciencia exacta de la naturaleza. Pero la im-posición no se limita sólo a la naturaleza. “El hombre marcha en el borde extremo del precipicio, a saber, hacia donde él mismo ha de ser considerado como fondo” [Heidegger, M., 1985, p.22]. El hombre mismo se vuelve puro stock, reserva. El mismo cae en el lugar del recurso calculable y disponible. Este carácter no se le atribuye sólo cuando forma parte de la producción de oferta de mercancías o servicios. Como consumidor también constituye un objeto cuyo comportamiento es explicable, predecible y controlable.
Se atribuye a Galileo la afirmación de que el universo es un libro cuya clave está escrita en caracteres matemáticos. El aparato científico procura establecer los mecanismos de la naturaleza y, para ello, necesita suprimir a Dios en tanto Otro que puede incidir con sus decisiones. Un Otro divino que interviene en la historia y en la naturaleza la vuelve impredecible, tan impredecible como inescrutable es el deseo de ese Otro. La verdad allí es misterio. La pregunta por el misterio del Otro vela el interrogante por el que habita al propio sujeto. La modernidad no elimina a Dios. Lo transforma en un Otro no barrado, en garante de un saber sin fisura. Permanece como arquitecto del universo, pero no está atravesado por ninguna voluntad insondable. Crea su máquina perfecta pero no interfiere en su funcionamiento. Sin la contingencia de su deseo ese universo se torna puramente necesario. La modernidad se inaugura con Descartes ubicando al sujeto como fundamento de todo y a la verdad como certeza. La vacilación debía ser desterrada. Un saber depurado de toda duda, de toda angustia de lo incierto, debía emerger. Que ese sujeto pensante fuera vaciado de marcas personales era la garantía de que esas marcas no interfirieran en el saber universal y necesario que construyera. El mismo como sujeto se hace universal. Su mirada puede ser reemplazada por cualquier otra. Su deseo, siempre contingente, no debe obstaculizar la observación. Pero vaciado de toda singularidad, de aquello que lo causa, de lo contingente que lo habita, él mismo queda eliminado como sujeto. Es una pieza más del engranaje, de sistema, científico o económico. Se torna un ente más, sin opacidad ni misterio que lo interrogue, con características universales, necesarias y ciertas. Acaso la época que prometía liberar al hombre del soberano, terreno o celestial, lo transforma en esclavo de un amo sin rostro, sin imagen, sin sonido, pero con una voz que lo somete a la servidumbre de un goce infinito que lo aniquila. Tal aniquilamiento no está dado por la posibilidad de su exterminio material, que también es posible, sino por la oclusión de la hiancia que lo habita, de aquello que lo hace sujeto de deseo y, como tal, responsable.
Serenidad
En su breve texto “Serenidad”, Heidegger diferencia el pensar calculador y el pensar meditativo. El pensar calculador es el pensar propio de la técnica. Es propio de la planificación y la investigación. Opera en función del resultado. No se interroga sobre la significación. Podríamos agregar que implica el ensamble de un significante con otro. Su lógica responde a la holofrase. Un significante deriva en otro necesariamente. El programa, el protocolo que la razón dicta no admite excepciones. Una gramática de hierro es construida bajo la tiranía del saber. Semejante poder promete descomponer o producir la vida a su arbitrio. Heidegger advierte sobre el sometimiento del hombre ante la irresistible potencia de la técnica habitada por el pensar calculador. Del vasallaje frente a los objetos de la técnica solo puede separarnos la posibilidad de decir simultáneamente “si” y “no” al mundo de la técnica. Es a esa actitud que Heidegger llama con una antigua palabra del alemán Serenidad (Gelassenheit) para con las cosas. Tal actitud sólo nace de la posibilidad de admitir lo que se oculta en el desocultar de la técnica. Abrirse al misterio es disponerse ante el sentido oculto del mundo, a partir de esa condición propia del hombre que es el pensar como meditación.
El pensar meditativo se teje sobre un fondo de angustia. Brota de la interrogación y la reflexión, allí donde no hay certeza ni garantía. Se sostiene en el intervalo entre un significante y otro. Admite el encuentro con lo que se oculta del sentido. El equívoco se hace presente y, con él, el sujeto. La ausencia de garantía conduce al decidir. Allí se hace presente el deseo, singular y contingente.
Heidegger retoma así un imposible señalado en “La época de la imagen del mundo”. Allí donde el hombre se ubica como subjectum y el mundo es pura imagen, hay una sombra invisible que se proyecta que no puede ser reducida a la representación y el cálculo.
“Por medio de esta sombra, el mundo moderno se sitúa a sí mismo en un espacio que escapa a la representación y, de este modo, le presta a lo incalculable su propia determinabilidad y su carácter históricamente único” [Heidegger, M., 2010, p. 78].
Allí Heidegger arriesga una pregunta “¿qué ocurriría si la propia negación tuviera que convertirse en la más elevada y sólida revelación del ser?” [Heidegger, M., 2010, p. 90]. Desde la perspectiva de la metafísica, que reduce el ser al ente, lo no ente es la nada. Pero la nada es la contrapartida de la mera nulidad. “La nada nunca es nada, de la misma manera que tampoco es algo en el sentido de un objeto; es el propio ser, a cuya verdad será devuelto el hombre una vez que se haya superado como sujeto, esto es, una vez que deje de representar lo ente como objeto” [Heidegger, M., 2010, p. 90]. Acaso pueda pensarse esa nada como aquello que, como imposible de representar, conforma el agujero, horadado por el propio significante, a partir del cual cada sujeto puede tejer una vida causado por lo contingente de su deseo.
De lo expuesto se desprenden infinidad de interrogantes. Algunos de ellos atañen a la posición del psicoanalista, los síntomas de la época y el modo singular en que se presentan en los sujetos que consultan. ¿Qué síntomas indican el imposible, el punto de fracaso, que signa la época? ¿Son las adicciones síntoma de la época o sólo una manifestación admisible mientras mantenga ciertas condiciones? ¿Qué hace síntoma en un sujeto adicto en tanto sumergido en la positividad del goce? ¿La adicción de un sujeto se hace síntoma social cuando ya no puede sostenerse en el circuito de la producción y el consumo o sólo cuando se transforma en un obstáculo que entorpece tal circuito? ¿Los discursos que se sostienen en el reclamo por el derecho de acceso a un goce personal y privado, como algunos grupos que argumentan así la exigencia de la legalización del consumo de drogas todavía ilegales, son la manifestación de fuerzas liberadoras frente a la opresión del sistema o forma parte de la misma positividad que se subordina al poder inteligente que promete un goce pleno para todos? ¿Son los cortes en el cuerpo o la anorexia, síntomas que pretenden sustracción allí donde hay pura positividad? ¿Cómo se presenta dicho imposible en la consulta de los sujetos? ¿Es el fracaso escolar de ciertos niños y adolescentes, signados por el aburrimiento y la desidia, un límite sintomático a la época de la sobreabundancia de objetos de goce? ¿Qué distingue al decir del psicoanalista en la época que no sea una descripción de la mecánica? ¿Anticipa lo real que hace que las cosas no anden en el discurso del amo o procura que la escucha le desoculte tal real? ¿Qué permitiría a cada sujeto hallar un límite singular a la maquinaria que exige gozar? ¿Cómo introducir un silencio, un silencio que se escuche, en la sobreabundancia de saberes de la época?
Bibliografía
Byung-Chul Han (2020), “La emergencia viral y el mundo de mañana”, El País, https://elpais.com/ideas/2020-03-21/la-emergencia-viral-y-el-mundo-de-manana-byung-chul-han-el-filosofo-surcoreano-que-piensa-desde-berlin.html
Byung-Chul Han (2014), Psicopolítica, Herder, Barcelona.
Foucault, Michel (1998), Historia de la sexualidad I. La voluntad de saber. Siglo XXI.
Heidegger, M. (2010), “La época de la imagen del mundo”, Caminos del bosque, Alianza Editorial.
Heidegger, M. (1985), “La pregunta por la técnica”, traducción de Adolfo P. Carpio en Época de Filosofía, año 1, núm. 1
Heidegger, M. (2002), Serenidad, Ediciones del Serbal, Barcelona, traducción Yves Zimmermann