Hablemos de la locura es el nuevo texto de José María Álvarez y el séptimo título de la colección La Otra psiquiatría, editado por Xoroi edicions y con prólogo de Fernando Colina. Si en su anterior libro: Estudios de psicología patológica, Álvarez nos decía que «la inercia de la retórica de las enfermedades mentales es tan potente que conviene combatirla rebajando la densidad y el poder de los términos que emplea», en las palabras previas del libro que se presenta nos dice que hablemos de locura no de enfermedad mental, pues aunque psicosis, locura y enfermedad mental remiten a un referente común, tenemos que tomar partido a favor del término que menos perjudique a quien la padece, pues como cita el autor el decir de un paciente: «bastante tengo con estar loco, como para aguantar además que me llamen enfermo mental».
Varios son los motivos que nuestro autor esgrime para que nos posicionemos a favor del término locura, como por ejemplo: «que no hay locura sin razón ni razón sin locura»; que la locura –como la razón– siempre es parcial porque ambas: locura y cordura, forman parte de la condición humana en una proporción variable que depende en y de cada sujeto, pues no hay pathos sin ethos, es decir, sin responsabilidad subjetiva en la elección de la locura como remedio de lo peor, ya que «la locura es ante todo una defensa necesaria para sobrevivir».
Hablemos de la locura, escribe Álvarez, para mantener vivo el interés por el estudio de la locura ayudados de la historia, la epistemología y la clínica del día a día. Clínica no tan polarizada como el pensamiento binario sobre el que se ha construido la psicopatología. Clínica en diálogo y transferencia con el loco que nos permite saber sobre la lógica y la función del delirio. Lógica del contrabalanceo del loco dentro de su locura y la función estabilizadora de su delirio. Casos como el de Schreber, Wagner y Aimée le sirven al autor para mostrarnos con nitidez «ese movimiento que parte de la maldad del Otro y se dirige hacia la asunción de una misión por parte del sujeto»: de la persecución a la megalomanía en el perímetro de la paranoia.
Las diferentes posiciones subjetivas del sujeto no pueden ser consideradas enfermedades mentales, alegando un determinismo neuroquímico y genético inexistente. En palabras del nuestro autor: «se necesita mucha osadía para explicar cómo una alteración de la química cerebral hace a aquel loco oír tal palabra y no otra, o a ese fóbico angustiarse ante las cucarachas y no ante las culebras»; o para publicar perlas cientificistas (ver la revista digital Sanitaria) como estas: «Vinculan la placenta con el desarrollo de la esquizofrenia y el TDAH (…) Revelan 50 regiones del genoma implicados en el desarrollo de esquizofrenia». Por mucho que insista la invidencia científica, la realidad clínica es más tozuda y evidencia que los sambenitos psiquiatrico-psicológicos no se basan en el código genético de los pacientes sino en su código postal.
En resumen y como dice Álvarez: «Solo a condición de considerarla un oxímoron, la expresión “enfermedades mentales” puede usarse de forma cabal». Ídem de ídem para lo que diantres signifique salud mental. Sigamos pues, hablando de la locura, tal y como hace nuestro entorno cultural, aunque nuestro lenguaje esté excesivamente medicalizado y sea más bio, menos psico y menos social. En este sentido, dice Colina en el prólogo de este libro: «Es lamentable, pero es un síntoma revelador de lo que está sucediendo, que hasta la Real Academia de la Lengua se permita una definición de la palabra esquizofrenia realmente tendenciosa.(…) En vez de definirnos la palabra, como es su cometido, nos da una lección más propia de un manual que de un diccionario de la lengua. Y encima lo hace recurriendo a los antojos más gratuitos sobre la enfermedad, como son sostener que es propia de la pubertad, que genera demencia y que es incurable».
Mejor sigamos hablado de locura como lo hace la filosofía, la literatura y el decir de los pacientes; o como nos propone Álvarez: de la relación entre la locura, la libertad y la creación; de la lógica y función del delirio: del caso Wagner, el impuro; de Aimée, la elegida; de las fronteras de la locura o de si son tan antagónicas la neurosis y la psicosis; de la locura normalizada; y finalmente, del trato con el loco y el tratamiento de la locura.
Locura, libertad y creación.
Álvarez sintetiza las divergencias y convergencias entre locura y libertad en lo dicho por Henri Ey, para quien el loco es un enfermo privado de libertad –y nunca mejor dicho–, mientras que para Lacan «el loco es el hombre libre», aunque su decisión de serlo sea insondable. Epicuro, Spinoza y Freud son para nuestro autor pensadores que «se decantan hacia el determinismo pero que a la vez salvaguardan un espacio irreductible a la capacidad de decisión, es decir, a la subjetividad». María Zambrano lo dijo así: «Las circunstancias no fuerzan sino al que ya ha elegido». La aportación de Álvarez a esta cuestión viene de la mano de F. Colina. Juntos y por separado hace ya veinte años que empezaron a pensar «los cambios de posición subjetiva o cambios que el loco realiza dentro de los tres polos esenciales de la psicosis»: la melancolía, la paranoia y la esquizofrenia. «Esta aportación –sigo citando al autor– no despeja por completo “la insondable decisión del ser”, pero ilumina la presencia de un sujeto en la locura, un sujeto al que se le pueden seguir los pasos de sus decididos movimientos en busca de equilibrio». Y cita como ejemplo el caso Schreber en el que se puede seguir su paso de la melancolía a la esquizofrenia, después a la paranoia y de nuevo a la esquizofrenia. Para las espaldas plateadas de la psiquiatría biológica y la psicología que le da coba, se trataría de alguien que tiene tres enfermedades: depresión mayor, esquizofrenia y trastorno de ideas delirantes. Para La Otra psiquiatría implica que el loco: «es capaz de decidir y elegir, al menos un poco, sea para bien o para mal. (…) Bien es cierto que quien elige eso, a menudo es para escapar de algo peor».
Sobre las relaciones entre la locura y la creación, nuestro autor repasa a quienes nos han precedido y encuentra pensadores que destacan la relación positiva entre ambos términos. Séneca, por ejemplo: «No hay gran fuerza imaginativa sin mezcla de locura». Así lo dijo Zaratustra: «Hay que llevar verdaderamente el caos dentro de sí para poder engendrar una estrella danzarina». La visión negativa estaría representada por las especulaciones de Cesare Lombroso, para quien el genio es un enfermo, un degenerado genéticamente tarado; sin más. Y una tercera visión considera que «no se puede estar loco y al mismo tiempo ser un creador, y menos aún un genio». Álvarez considera que «el tormento anima a la creación» y se alinea con lo dicho por Colina en su potente trabajo de investigación: Locas letras (Variaciones sobre la locura de escribir) donde evoca la función de la escritura como pharmakon. Y nuestro autor concluye diciendo que, aunque ignoramos la quintaesencia de la creación, conocemos la capacidad creativa del loco, sea a través de la escritura, el delirio o de lo que sea, y que más allá de su valor estético la creación tiene una función equilibrante para el loco.
Lógica y función del delirio
«Nuestra clínica está ligada a las buenas preguntas», nos dice Álvarez. Y a las que nos propuso en su anterior libro antes citado: «de qué sufre/goza (síntoma); cómo y dónde se manifestó (coyuntura, contexto y trama); por qué sufre/goza de eso y no de otra cosa (elección del síntoma conforme a la historia subjetiva); para qué le sirve ese síntoma del que se queja y goza (función)»; en esta ocasión añade una nueva para guiar nuestra escucha: «cómo se explica el paciente lo que le sucede».
Para saber de la lógica y función del delirio, nuestro autor retoma la pregunta que se hizo Achille Foville y su posterior debate: ¿por qué muchos perseguidos se vuelven megalómanos? La respuesta que se da Foville en forma de silogismo: si me persiguen es porque soy alguien importante, no está a la altura de la hondura de la pregunta, nos dice Álvarez, quien añade: «no se trata de una mera transformación del tema del delirio, como proponía Foville y discutieron Garnier y Séglas, entre otros. Lo que pretendo mostrar es que la invención delirante puede proporcionar un cambio de la posición del sujeto, es decir, el paso de un estado pasivo de objeto de goce de la maldad del Otro a un estado activo en el que asume una misión, a menudo salvadora». Para nuestro autor «la persecución y la megalomanía corresponden a esos dos extremos del columpio que representa el polo paranoico de la psicosis», cuyo contrabalanceo puede suponer una mejoría si el cambio de posición subjetiva es más sufrible. Fue Freud, nos dice Álvarez al analizar su interpretación del caso Schreber, quien confió en los efectos terapéuticos del delirio, «cuando la locura dejaba de ser una afrenta y se convertía en una misión»; y lo hizo pensando a contracorriente de lo que se sostenía en su tiempo: «el mal pronóstico derivado de la expansión del delirio y la incurabilidad de la paranoia». Y es que, como dice Carl E. Schorske en Viena fin-de-Siècle, Freud «comenzó separando los fenómenos psíquicos de los amarres anatómicos a los que la ciencia de su época los había atado».
Veinte años después de lo escrito en el prólogo del libro El caso Wagner, de Robert Gaupp, y de las vueltas de tuerca que le dio en Estudios sobre la psicosis y otros textos, Álvarez vuelve con nuevos argumentos para mostrarnos «la mixtura melancólico-paranoica del caso». Hasta ahora, nuestro autor había destacado la importancia de que Gaupp defendiera la paranoia de Wagner, porque la existencia clínica de «formas delirantes que sobrevienen a consecuencia de avatares vitales, que pueden comprenderse, tratarse y algunas hasta curarse», cuestiona la transformación de la locura tradicional en enfermedades mentales. Del análisis de los escritos donde Wagner plasmó sus experiencias, Álvarez evidencia que éstas «oscilan entre las autoacusaciones (melancolía) y las autorreferencias (paranoia)». Esta locura sin elaboración delirante es la que hace de Wagner una persona aparentemente normal, antes y después de su paso al acto criminal. Necesitó años para construirse el delirio de que el escritor Franz Wefel le plagiaba. Que éste fuera judío y que en esos años se apostara por la pureza de la raza exterminando al diferente, sin duda ayudó a que Wagner se hiciera con un delirio paranoico a la medida de su impureza melancólica, que Álvarez sitúa en la impureza de sus pulsiones y la impureza del dialecto suabo familiar respecto del alemán, claro. Luchar contra la judaización de la literatura alemana y a favor de la pureza de la lengua alemana le supuso una misión redentora y una mejoría. Para nuestro autor, el caso Wagner nos enseña además: «que toda locura discurre sobre las negras aguas de la melancolía. Y de este fondo turbio e inerte, el sujeto trata de emerger braceando hacia la esquizofrenia o hacia la paranoia».
Con respecto a Aimée, la elegida, también por Lacan para elaborar su tesis doctoral sobre la paranoia de autocastigo, Álvarez va más allá, lo vuelve a analizar y lo interpreta siguiendo el esquema anterior, es decir: la parte ruidosa de la locura corresponde al contrabalanceo de la persecución: «quieren matar a mi hijo» a la megalomanía: «una misión que suaviza la verdad insoportable propia del axioma delirante».
De la otra parte de la locura no ruidosa por silenciosa, discreta, no desencadenada, ordinaria, o como le gusta decir a nuestro autor: locura normalizada, nos hablará en el capítulo VIII para recordarnos que sigue siendo un proyecto de investigación, y que por lo tanto, en ausencia de una semiología clínica que permita un diagnóstico diferencial, hemos de ser cautos a la hora de decantarnos por la locura, justamente cuanto más se acerca a la normalidad. Mejor reconocer los límites de nuestro saber que forzar diagnósticos y fronteras.
Fronteras de la locura
Se/nos pregunta nuestro autor si la neurosis y la psicosis son tan antagonistas como nuestra percepción binaria de la realidad. Parece ser que el saber sobre el pathos se ha edificado sobre «pares antitéticos propios del pensamiento binario. (…) De los antiguos binarios como locura general-locura parcial, manía-melancolía, agudo-crónico, hemos pasado a neurosis-psicosis, neurosis de transferencia-neurosis narcisistas, histeria-obsesión, paranoia-esquizofrenia, etc. (…) La inercia de esta modalidad de elaboración ha contribuido a concebir como pares opuestos ciertas realidades clínicas que, aun siendo diferentes no son antagónicas». ¿Acaso todo lo que no es blanco es negro? La cuestión es que seguimos sometidos al pensamiento binario: cordura-locura, cuando solo admitimos un sí o un no a la pregunta de si alguien está loco, aun y cuando, según el experimento de Rosenhan, no sabemos distinguir a los cuerdos de los locos, como lo demuestra que los diagnósticos sean estadísticos y no clínicos, y a resultas de que el binomio cordura versus locura dio paso a cordura versus enfermedades mentales, al negar la existencia de las locuras parciales. En paralelo, Freud construyó con términos ya existentes, aunque redefiniéndolos, el binomio neurosis-psicosis. «En el ámbito de la neurosis –dice Álvarez– se ha consolidado hasta el presente, sobre todo en el mundo psicoanalítico, el antagonismo entre histeria y la obsesión; y en el de la psicosis, la disparidad se establece entre las locuras de la razón (paranoia-esquizofrenia) y las del humor (melancolía-manía)». Para nuestro autor la diferenciación entre neurosis y psicosis «debe mantenerse y perfeccionarse, puesto que este binomio es preferible a la inclusión de un tercer elemento y preferible también al corrimiento arbitrario de la frontera, movimiento al que se recurre cuando el oxímoron de la locura normal amenaza con echar por tierra el edificio. (…) Sin embargo, aún siendo partidario de mantener la frontera artificial que separa la cordura de la locura, o la neurosis de la psicosis, no lo soy de establecer dentro de ellas barreras infranqueables». Sin duda, la concepción unitaria de la psicosis y la neurosis permite escuchar los pasos de quien se mueve en busca de su equilibrio, y no tomar por opuesto lo meramente disímil.
Como se lee, queda mucho por saber. Mejor seguir hablando, escribiendo y debatiendo sobre la locura, es decir: sobre nuestra compleja, plural y mestiza condición humana.