COMENTÁRIO DE CARMEN BOTELLO, Valencia
El pasado 9 de noviembre de 2018, se conmemoraron ochenta años de la Noche de los cristales rotos, los trágicos sucesos que abrieron definitivamente la espita para dar paso a la noche más oscura de la historia: la Shoah.
El día 9 de noviembre de 2018 la canciller alemana, Angela Merkel dijo en el discurso conmemorativo: “No puede volver a pasar”.
Mientras leía “El caso Anne, Lecciones para sobrevivir a la noche más larga” la novela de Gustavo Dessal que hoy nos convoca, en uno de esos monólogos en el que la voz del personaje menciona que ella –la madre de Anne- y su familia, es oriunda de los alrededores de Chemnitz, sentí una perturbación que comprometió el cuerpo como sólo logra hacerlo la angustia, ya que recordé de pronto las manifestaciones ultras que tuvieron lugar allí a finales de este Agosto pasado, cuando desfilaron coreando consignas nazis los integrantes de Nosotros por Alemania, partido de extrema derecha en el que se sienten bien a gusto los nazis de nuevo cuño.
A partir de ese momento leí la novela de forma distinta. Claro que sabía desde el principio que se trataba de un caso real, pero tan “real”, tan cercano …, Anne Kurzinski, la protagonista, hija de padres judíos, de una madre profundamente afectada por la terrible experiencia del holocausto y de un padre comprometido en el cuidado de su esposa muerta en vida, Anne, con una infancia consumida en una casa tan oscura como los refugios en los que se guarecieron esos padres en los bosques una vez evadidos del campo de concentración, fue desde ese instante el testigo privilegiado, la superviviente por antonomasia y mi mártir particular. La reconstrucción de su historia, la historia de Anne Kurzinski puede ser leída también como el legado del sufrimiento del que la humanidad es heredera.
“Una metáfora del Tercer Reich”, precisa el doctor Palmer, el psicoanalista de Anne en la novela. No en vano percibe que sus pacientes, no sólo están locos, sino que sus actos suelen arrastrar lo que él denomina “el río de la historia” lo que les confiere sin duda “gran dosis de autoridad”.
Desde ahora Anne será para mí, siempre, la que pone nombre al horror, y la que logra decir en voz alta los secretos del espanto que la habitan, construyendo la novela de su existencia. Ese recorrido, ese decir en voz alta, será a la postre lo que le permita a Anne orillar la sabia lucidez de su locura para adentrarse en la componenda del mundo que le permitirá vivir como si se lo creyera, aunque sólo sea un poco. Anne, loca, sí, pero que logra definir mejor que cualquiera de los psicoanalistas a los que he escuchado, qué es un psicoanálisis: para ella es “…hacer experimentos con la incertidumbre”. Una manera muy pertinente de definir el trabajo analítico en donde nada es seguro ni definitivo. Ni siquiera prometedor. Dice el narrador que Anne posee una sabiduría innata sobre lo humano, “aunque para su desgracia está demasiado cercana a ese saber. Más que poseerlo…” continúa, “sería más correcto decir que está poseída por él, que lo padece”. Así en varias ocasiones queda patente en la novela algo que le he escuchado ya decir a Gustavo y que me parece sumamente certero al tiempo que inquietante: que el discurso más auténticamente subjetivo es el del psicótico: “Poseía –y en eso radica la locura- la facultad de leer demasiado bien los mensajes. No estar loco consiste precisamente en no saberlos descifrar con claridad, tener dudas, enredarse en las preguntas. Pero Anne no erraba el tiro, y esa era la fuente de su mayor infelicidad. No lo erraba ni siquiera cuando desvariaba y se veía arrastrada por el delirio. Ni aún en esos momentos la verdad la abandonaba”.
Anne, se había vuelto loca para encajar en su papel, el lugar asignado dentro de una familia constituida con los restos de aquello que se tragó el sumidero del holocausto. Anne intentó salvarse como madre, -sentía que estaba en el mundo exclusivamente para ello, ser madre- oponiendo a la incapacidad de la suya una maternidad avasalladora respecto a sus propias hijas. “Yo supe lo que fue tener una madre lejana” decía. Pero todo le salió mal y terminó delante de un juez.
Gustavo Dessal es autor de varias novelas y relatos. Este texto no tiene nada que ver con lo que anteriormente le he leído, ni por estilo ni por temática. Es una novela que relatando un caso real, una historia clínica, no maneja jerga alguna ni hace diagnósticos. Y como ocurriría en la presentación de un caso clínico, abre tantos interrogantes como cierra, puesto que al no ser ficción propiamente, no puede ser tratado, plenamente, con las herramientas del relato inventado.
Elige la cursiva para dar voz a los monólogos de los personajes sobre los que el narrador omnisciente especula, -es el único recurso que se permite. No indica los diálogos, las voces se mezclan; el texto fluye como discurriría el discurso en una sesión de análisis, sin indicaciones innecesarias. Es una apuesta muy arriesgada de la que Gustavo ha salido airoso. En un momento determinado el personaje del doctor Rubashkin, analista del doctor Palmer y con el que Palmer mantiene una estrecha relación, probablemente como el supervisor de sus casos, le dice a su discípulo: “Freud sabía que la práctica de nuestro oficio es algo que mata toda creatividad. Puede ayudar a algunas personas a desarrollar su talento, pero me parece que eso no nos sucede a los propios psicoanalistas. Es una elección a cara o cruz. Salvo algunas excepciones el arte nos está vetado. Solo nos queda el consuelo de poder gozar del que hacen otros… El psicoanálisis es como la mordedura de una serpiente. Una vez que el veneno alcanza tu corazón estás perdido”. Es evidente que a Gustavo esto no le ha sucedido. Sus obras anteriores lo prueban y el camino que ha iniciado con la “fabulación” de una historia clínica me parece que no ha hecho más que empezar. El doctor Palmer como personaje de ficción va a tener recorrido…
La presentación de casos clínicos ha sido para mí alguna vez fuente de inspiración para trazar algún personaje. A veces sólo una frase ha producido el efecto necesario para su construcción. Así que puedo entender muy bien la fascinación que sintió Gustavo ante la posibilidad de transformar este complejo caso clínico en una novela. Una larga novela en donde Anne –devorada por la sombra oscura de su madre y a la vez transformada en devoradora en su SER MADRE-, es el personaje central, aunque comparte protagonismo con el psicoanalista que la atiende, y se completa con la presencia de otros casos que desfilan por la consulta del doctor Palmer. Cada uno de ellos merecería una novela, en el caso de ser reales, que realmente no lo sé. Personajes que tienen en común una dificultad tremenda con lo materno ya sea tanto en la posición de madre, como en la de hija/o, y la convicción de ser objeto de una gran injusticia, una herida fundamental que debe ser restañada. Y es verdad. Anne, hija de supervivientes es otra superviviente tratando de agarrarse a ese adjetivo para “no hundirse en el torrente interior que la arrastraba” y así lograr un mundo “donde puedo dejarme ser”.
Prefiero no desvelar mucho más de esta extraordinaria y profunda novela, llena de matices y sabiduría. Descúbranla poco a poco ustedes. Resalto como hilo conductor la humanidad de Anne y su psicoanalista: la compasión, en la mejor acepción del término, se convierte en una lección extraordinaria de vida; la escucha, la dirección de la cura, las intervenciones del doctor Palmer, guiadas por una ética que pondrá a prueba su bonhomía, son conmovedoras, tan conmovedoras como los pobres “delincuentes”, los deshechos sociales que atenderá en su consulta. Porque el doctor Palmer recibe pacientes que le son remitidos, digamos que a la fuerza, por jueces benévolos. Y que el doctor dice que son los que más le gustan precisamente por constituir ese resto con el que nadie quiere bregar.
Cada página deparará sorpresas: se puede leer como un caso clínico, siguiendo a Anne. Pero su despliegue sintomático es tan enorme, su dificultad para afrontar la vida diaria tan invalidante, el sufrimiento que arrastra, la rabia inmensa que la sostiene, tan poderosa, que es imposible no caer rendida ante ese sujeto transformado en personaje novelesco. Su caso se va tejiendo y el lector puede seguirla paso a paso en la construcción de un discurso que le permitirá hacerse cargo de su responsabilidad. Sus soluciones son tan sorprendentes como sus delirios. Algo semejante ocurre con el personaje del doctor Palmer, que relata también su propia vicisitud y la de algunos otros pacientes situándonos en el marco social en el que se desarrolla su trabajo. Una no puede más que empatizar con el doctor, cuya bondad va pareja a su compromiso en el intento de la cura.
No estamos ante una novela histórica, pero hace historia, tampoco es una novela de misterio, pero lo tiene, ¡vaya si lo tiene! No es una novela social pero refleja los acontecimientos y devenires de pacientes en su entorno, ni es una novela política pero hace política cuando habla todo el tiempo del alemán en el que grita su horror la madre de Anne, idioma que nunca ha abandonado, y de los alemanes, no de los nazis, alemanes, resaltando así la complicidad de todo un pueblo en el Holocausto.
El doctor Palmer es un psicoanalista que se sitúa en el engranaje de la institución, un psicoanalista lacaniano que mantiene una escucha bien diferente a la de otros colegas de su país, lo que nos permite descubrir que en EEUU también hay un espacio para un psicoanálisis comprometido con el sujeto en su falla.
Para concluir me voy a permitir hacerle una sugerencia a Gustavo. Si realmente va a continuar novelando historias clínicas y en el caso de que el paciente Harold Yardcore lo sea de verdad, -que gracias a la intervención de Anne pienso que sí lo es- yo no olvidaría incluir a ese sujeto en la saga del doctor Palmer. Los ingredientes son muy sugestivos: el grupo Led Zeppelin, una canción objeto de plagio, un personaje, Harold, que se convierte en un justiciero con una misión que se “explicita” en el tema “Escaleras al cielo”, cuyo primer verso dice:
“Hay una dama que está segura de que todo lo que reluce es oro”.
“¿Y no cree que se trata de un mensaje muy claro?” Dice Harold.
Puede ser, pero le confieso que no acabo de captarlo. Tal vez usted pueda ayudarme a entenderlo. (Esto lo argumenta el doctor Palmer)
Se refiere a las mujeres. Para despistar, la letra habla de una dama, pero en verdad se refiere a todas. Ellas creen que todo lo que reluce es oro. Mi madre también lo cree.
¿De veras?
Así como lo oye. Por eso yo soy el gaitero que debe guiarlas a la razón.”
No les diré a qué se dedica Harold pero les aseguro que gaitero no es.
Maldita sea. Las madres otra vez. No hay nada más difícil que ser un ser humano, se arrogue el lugar o el papel que se arrogue: madre, justiciero, gaitero o psicoanalista. Es muy complicado inventar cada día la vida, siempre asombrados porque eso, la vida, no va de suyo, cazando palabras, como el doctor Palmer que den algún sentido a aquello que carece de él. Y no desistir. Como Anne Kurzinski, la superviviente.