En este libro, La urgencia dicha, Ricardo Seldes nos propone una lectura de la urgencia subjetiva considerada a partir de aquellos casos en los cuales conduce a una consulta con un analista. Esta lectura hunde sus raíces en una práctica de la urgencia a partir de dispositivos inventados para tratarla: en un primer tiempo el Equipo de urgencias en el Hospital Evita de Lanús en los años 80, experiencia de la cual surgió años más tarde la creación de PAUSA, el centro psicoanalítico de la atención de las urgencias, del cual el autor es el director.
De entrada la urgencia nos es presentada como aquello “que aparece como una ruptura en la línea del tiempo, saca al sujeto de sus rutinas y lo fuerza a elaborar una nueva relación con lo real”. En esta línea de pensamiento el autor indica que la urgencia del parlêtre incluye al cuerpo y por lo tanto, “implica que partimos del goce y no del Otro del significante”.
El autor no duda en caracterizar la urgencia como “un síntoma contemporáneo”, lo cual conlleva para él el no desestimar “el contexto que nos rodea” solicitando así nuestra reflexión a propósito de la urgencia de satisfacción implícita en los modos actuales de gozar, signos del malestar contemporáneo.
En efecto, en nuestra civilización post-moderna la urgencia reina. Ella preside y rige el estilo de vida contemporáneo. Nuestra relación con el tiempo y el espacio se homologan al ritmo que impone la urgencia.
La urgencia nos ha extraído de una relación temporal ritmada por las estaciones del año, o por el tiempo derivado del canto del gallo y de la luz solar, y esto no es otra cosa que una consecuencia del discurso de la ciencia. Este discurso y los objetos derivados de su aplicación tecnológica nos han procurado, como lo enunciaba Freud en “El malestar de la cultura”, una serie de “órganos auxiliares” que nos permiten suplir la limitación de nuestros órganos motores y sensoriales. En esta ocasión Freud nos daba el ejemplo de un hombre transformado en una suerte de “dios con prótesis” gracias al progreso de la civilización, plasmado en el uso posible del avión, el tren, el telescopio, el microscopio, el teléfono, es decir de aquellos instrumentos que suplen los limites de la naturaleza humana y acrecientan su poder.
Freud vaticinaba en esta ocasión que los “tiempos futuros traerán nuevos y quizás inconcebibles progresos… exaltando aun más la deificación del hombre”, y señalaba que era importante no olvidar que estas prótesis, no obstante, no eran sinónimos de felicidad, ya que “estos órganos auxiliares que no han crecido en su cuerpo, a veces le procuran al hombre muchos sinsabores”.
Sigamos el hilo que nos propone Freud. La civilización supone como ideal el dominio del empuje pulsional. No obstante, Freud demuestra que este ideal es imposible, y que por ejemplo la pretensión del Mandamiento que nos indica amar al prójimo como a nosotros mismos, vela que el prójimo es lo mas íntimo de sí mismo, expulsado fuera de sí, como núcleo de lo no admisible de la pulsión. La renuncia al goce pulsional que requiere la civilización, conlleva según Freud a acrecentar la fuerza del superyó y consecuentemente, la culpabilidad. Lacan hace un paso más y da al superyó el valor de imperativo de goce, vociferando en el silencio pulsional un “¡Goza!”.
En el Seminario XVII, El reverso del psicoanálisis, Lacan extrae al psicoanálisis de lo que él considera como el sueño de Freud, el mito del Edipo y de Tótem y Tabú, demostrando que son mitos que atribuyen al padre la pérdida del goce. Lacan arguye que el agente de la pérdida del goce no es otro que el lenguaje, el cual se ordena en discursos. Demuestra entonces que el lenguaje es el agente de la castración y que de esta pérdida introducida por el significante en el cuerpo, el objeto a es un resto de goce recuperado de la entropía significante. El objeto a es bifásico, por un lado causa del deseo en el fantasma, pero también plus de goce condensando las distintas formas del objeto pulsional: mirada, voz, seno, heces.
En ese seminario, en el capítulo intitulado por J.-A. Miller “El reverso de la vida contemporánea”, Lacan prolonga y enriquece, a mi parecer, las consideraciones de Freud en “El Malestar de la civilización”. Lacan demuestra que la ciencia, que opera a partir de una formalización matemática de la verdad, ha hecho surgir en el mundo cosas que no existían de ningún modo a nivel de nuestra percepción: las ondas que hoy rodean nuestro planeta, zona que Lacan llama la aletosfera, condensando así aleteia y atmósfera. A los objetos conectados a estas ondas que sirven de captores de la voz y de la mirada Lacan los bautiza con el nombre de letosas. Ellos pueblan las vidrieras, agrega, y causan vuestro deseo, mientras que es la ciencia quien lo gobierna.
El discurso capitalista se encarga a su vez de reproducir las letosas que proliferan sin que nada limite su multiplicación. De este modo Lacan nos indica que aquello que Freud llamaba “órganos auxiliares” del hombre, no son más que derivados pulsionales, creados por el discurso de la ciencia y multiplicados por la economía capitalista.
La urgencia es una modalidad de relación con el tiempo que somete al cuerpo al ritmo de la urgencia pulsional, como lo indica bien Ricardo Seldes. Las letosas nos empujan al son del imperativo “¡Goza!”, aunado al imperativo capitalista de eficacia, de rendimiento, de performance, a los cuales se suman los imperativos de luchar urgentemente contra el tiempo, en la urgencia de no envejecer, de tener siempre una bella forma, éxito y ganar urgentemente mucho dinero, rápido y fácilmente.
El reverso del imperativo es lo que Lacan enuncia en el capítulo citado, en estos términos: “Todos en tanto existimos, a medida que se extiende el campo de lo que por la ciencia se hace tal vez función del discurso del amo, no sabemos hasta qué punto, cada cual está desde un principio determinado como objetoa”. Ser un objeto de desecho, que se usa y se tira, es el reverso angustiante de los imperativos que provienen del campo de la ciencia y del discurso capitalista.
En este sentido, Ricardo Seldes estudia la posición del sujeto en urgencia en el momento en que se presenta a la consulta, “como fuera de discurso, fuera del lazo social, en un goce autista que no se dirige a nadie…”. Algo de la perplejidad domina, ya que el sujeto se encuentra expulsado del sentido, fuera de la trama de lo que hasta ese momento sostenía su realidad y la rutina del significado. De este modo nos parece que Ricardo Seldes presentifica la posición del sujeto en el lugar del objeto caído, en posición de desecho de la operación significante, en ruptura con el “yo pienso” cayendo en la dimensión del “gozo” excluido del ser.
De lo que precede se deduce que el tratamiento de la urgencia, como lo propone Ricardo, implica el tratamiento del goce, lo cual releva del campo de la ética del psicoanálisis. De ahí la importancia que el autor acuerda a la formación del analista y a su orientación. Con respecto a la primera él nos brinda una lectura de momentos subjetivos que, en diferentes momentos de su formación, es decir en su análisis y en la experiencia de control, le permitieron cernir aquello que en su práctica obstaculizaba el acto analítico. De ese modo nos indica que uno de los escollos de la posición del analista no es otro que el dictamen del superyó, con sus derivados, bajo los auspicios de la infatuación y de la suficiencia. Por ello la importancia que el autor acuerda no solo a la formación del analista sino también a la orientación de la misma, desde donde posicionará su práctica.
De ahí su apuesta por la orientación lacaniana, la cual opera teniendo como punto de perspectiva, no la ”normalidad”, sino lo real como imposible, no sin saber que esta perspectiva indica que los unos y los otros se sostienen de un nudo, donde lo real, lo simbólico y lo imaginario anudados según la topología borromea, se anudan gracias a un bricolaje sostenido por el síntoma como cuarto redondel.
Ricardo Seldes hace valer la importancia que cobró el término urgencia en la última enseñanza de Lacan, cuando éste lo depositó con su pluma en el último texto que escribió, el “Prefacio a la edición inglesa del Seminario XI”, texto en el cual el término urgencia, como lo ha puesto en relieve J.-A. Miller, hace pareja con el término satisfacción. Lacan promueve en este texto una nueva versión de lo que signaría el final de un análisis, indicando que es la satisfacción la que “marca el final de un análisis”. Seguidamente especifica que no se trata de la satisfacción en términos de verdad, ya que la verdad en un análisis devela su carácter de “verdad mentirosa”, sino que se trata de una satisfacción relativa al goce. Esta perspectiva supone la elaboración desarrollada por Lacan en su ultimísima enseñanza a propósito del tratamiento del síntoma en la experiencia analítica. Si el síntoma es la cifra que se escribe en términos del goce Uno en el lugar de la relación sexual que no cesa de no escribirse, el síntoma no se atraviesa, se reduce al punto donde se demuestra lo real del goce fuera de sentido y sin ley. Es en el sinthome, término que reduce todos los espejismos de la “normalidad”, donde se escribe lo más singular de cada uno y donde reside la posibilidad de un saber hacer con eso, en términos de satisfacción.
Como Ricardo Seldes recuerda en su libro “dar esa satisfacción es, según Lacan, la urgencia que preside el análisis”, lo cual, como nos lo demuestra Ricardo Seldes, no implica otra política sino la del acto analítico inspirado en el Witz, es decir, en una invención sin recetas, fundada no en el para todos, sino en la singularidad del caso por caso.
Satisfacer los casos urgentes, o los casos de urgencia implica como el autor lo pone de relieve, tomarse su tiempo, elucidar las coordenadas de la irrupción de goce sin sentido, “hacer una pausa”, para que los dichos abran hacia la dimensión del decir, para que el sujeto subjetive su urgencia, lo cual implica la presencia del analista.
¡Dichoso el caso en el que la urgencia encuentra como partenaire a un analista! Es “el reverso de los nuevos paradigmas cientificistas que quieren ver desaparecer al sujeto en pos de mediciones y segregaciones hormonales”, especifica Seldes.
Lacan interroga en el texto citado más arriba, “¿cómo alguien puede consagrarse a satisfacer esos casos de urgencia?”. Y al preguntar si se trata de un aspecto singular del famoso amor al prójimo, responde que por el contrario, quien “se presenta al analista es otra cosa que el prójimo: es el uno cualquiera de una demanda que nada tiene que ver con el encuentro (de alguien de Samaria apto para dictar el deber crístico)”. Y agrega: “La oferta es anterior al requerimiento de una urgencia, que uno no está seguro de satisfacer, salvo por haberla pesado”.
Seldes concluye su estudio indicando que en el encuentro con un analista se hace posible que los sujetos “encuentren en su decir, y no en sus hormonas, las razones de su subjetividad”. Se requiere también que “el analista en la Urgencia debe quedar liberado de prejuicios y afinar su escucha para que quien lo consulte pueda encontrar un nuevo camino frente a lo imposible de soportar”. Es exactamente eso, se trata de sopesar el requerimiento de una urgencia sin ideas preconcebidas, haciéndose dúctil a la singularidad de la urgencia. Es una forma de proponer como oferta que antecede a la demanda, tal cual concluye el autor, que “Más allá de cualquier idea de salud el psicoanálisis existe como tal, no como modo de un progreso, sino como un sesgo práctico para sentirse mejor…”.
¿Por qué la Urgencia dicha entonces? Dejo al lector el placer de descubrir en las páginas de este libro el feliz hallazgo de este título por parte del autor.