Lacan, en su primera enseñanza, creyó que lo simbólico (el lenguaje y la palabra) tenían un poder sobre lo imaginario, que no era sino un obstáculo a ese orden simbólico dominante. Durante un tiempo nosotros hemos creído que Internet funcionaba así, que las imágenes que consumíamos eran un obstáculo a nuestra comprensión racional. Que funcionaban como un entretenimiento banal y secundario.
El mismo Lacan, en sus últimos seminarios de los años 70, nos enseñó que lo imaginario estaba anudado a lo simbólico y tenía una capacidad tan real como el significante. Eso le llevó a formular su tesis de que nuestro verdadero otro, la alteridad más real, es el cuerpo. El cuerpo, en tanto imagen y en tanto sede de la satisfacción, se nos presenta como enigma y es por eso que tratamos de atraparlo por todos los medios posibles (moda, marcas, tatuajes, consumos, musculación, cirugía).
En este sentido, podemos pensar Internet más allá de una galería infinita de imágenes y videos y considerarlo, en tanto medio con el que interactuamos, como una nueva superficie pulsional que nos proporciona una experiencia de ese cuerpo-Otro que tratamos de incorporar y apropiarnos (conexión, chips corporales), para mirar así de responder a ese enigma que es el cuerpo que cada uno y cada una habita.