De lo social a lo imposible de colectivizar y retorno.
Una cita con “EL ANALISTA Y LO SOCIAL” de JUAN MITRE
Por Gabriela Cuomo
“De los muchos mundos que el hombre no ha recibido como regalo de la naturaleza sino que ha creado con su propio espíritu, el mundo de los libros es el más grande (…) Sin palabras, sin escritura, sin libros, no hay historia, no existe el concepto de la humanidad.” [1]
Hermann Hesse
Llego a esta cita, a la que los invito como lectores, con las palabras de Lacan en la Intervención de Cierre de las Jornadas de Estudio de Carteles de la Escuela Freudiana, en 1975: “…lo que yo quisiera es que el psicoanálisis (…) dure, dure el tiempo que haga falta (…) en tanto que síntoma, porque a pesar de todo es un síntoma tranquilizador.” [2]
¿Cómo incitarlos a la lectura y hacer de estas palabras sobre el libro algo más que una reseña? Esa es mi apuesta al escribir.
Podría empezar por decirles que este libro es uno y múltiple a la vez. Es un libro sobre el analista y su acción ciudadana en el malestar en la cultura contemporánea. También es un libro sobre la actualidad de la clínica y los modos versátiles de responder, uno por uno, al sufrimiento y el estallido de los lazos sociales. Es un texto donde el psicoanálisis dialoga, dejándose enseñar, con la literatura. Y en el hueso de su enunciación es un libro sobre la formación del analista y el advenimiento de ese deseo impuro que le compete, con el entusiasmo que lo acompaña.
Pero quisiera antes de entrar en esa multiplicidad, hacer un rodeo para ambientar un poco el encuentro al que los conduzco.
Dado que un libro, tal como enuncia cierto aforismo popular [3], puede entrar en serie con un hijo; podemos atribuirle, si me lo permiten, cierto carácter vivo; producto además de una gesta libidinal. Voy a quedarme con la dimensión libidinal del libro, pero no como producto sino como partenaire. Todos los que hacemos la experiencia de leer sabemos que cuando un libro no nos resulta indiferente, el lazo que armamos con él involucra el amor, el odio, la fascinación; el cuidado obsesivo para mantenerlo inmaculado o por el contrario, la necesidad de apoderarnos de él dejándole nuestras propias marcas. Lo hacemos circular como un don o lo retenemos celosamente; lo devoramos sin pausa o nos aproximamos intermitentemente con cautela. Me propongo entonces conducirlos a “El analista y lo social” con el espíritu de una Celestina [4], y con la expectativa de que sea un encuentro del orden del amor. Pero del amor que M. H. Brousse llama “amor real, sin piedad” [5], el que no se funda en la ilusión de la comprensión. El amor por y en la diferencia, que perturba de la buena manera porque impide adormecerse y mantiene abierto, renovado, el lugar de la causa en relación al deseo.
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Va ahora entonces mi apuesta por el candidato. Comienzo por su nombre: “El analista y lo social”. ¿Por qué ese par de términos allí, juntos y a la vez separados? De principio a fin de lo escrito comanda el recorrido una pregunta: ¿cómo introducir la presencia real del psicoanalista en lo social? Y a la par, se bordean ciertas respuestas posibles: el analista como un “maestro zen contemporáneo”, como “agujero vital”, “doble agente” (en relación a la Salud Pública y al psicoanálisis), un “loser distante”; y otras que descubrirán cuando lo conozcan. Pero lo que me interesa resaltar es que el título no sólo señala como posibilidad una acción del analista que se conjugue con lo social; también interpela a nuestra comunidad, la de los analistas, señalando (a lo largo de sus capítulos) aquello que bajo la forma de ciertos “purismos” opera como resistencia a la permanencia del psicoanálisis en el mundo. A la idealización del psicoanálisis puro se opone el “estar disponibles para la oportunidad” [6], porque en ocasiones se trata de la única que tendremos con un sujeto, y tal vez para ese sujeto se trate de una de las pocas posibilidades de hacer una experiencia que traiga alguna diferencia en su forma de vivir. Así lo enseña el testimonio clínico que Ricardo Mauro construye en “Estética de una caída: Invención, tiempo y acto” [7]. La oposición purismo-oportunidad me llevó a una conferencia de J. C. Indart, en 1998, bajo el título “Psicoanálisis y cortesía” [8]. Allí se aborda la formación del analista y la posición que le conviene al interior de nuestra comunidad y en lo social; desde la idea china de cortesía como virtud, que Lacan retoma en el Seminario 18 por la vía del filósofo Mencio. La cortesía consiste, sin querer aquí reducir su complejidad conceptual, en el buen uso del semblante y de la oportunidad. Sin garantías. Cada vez.