Este libro de Manuel Zlotnik –que comprende los puntos esenciales de su tesis de maestría en Clínica Psicoanalítica, defendida en el año 2015– ha sido titulado por su autor: El padre modelo. Es un título afortunado, ya que funciona como un imán que atrae y, al mismo tiempo, perturba.
Permítaseme comenzar leyéndolo como una ironía (y por eso su efecto inquietante) si tenemos en cuenta que tanto la enseñanza de Jacques Lacan, como la época moderna y postmoderna en que esta se desplegó y se sigue desplegando, han desalojado al padre de todo pedestal dedicado a los héroes consistentemente ejemplares. La elección de un título irónico para presentar una investigación sobre un concepto tan fundamental como el de la función paterna es un signo de que su autor se inscribe en la orientación clínica que Jacques-Alain Miller adjetivó también como irónica, en alusión, entre otras cuestiones, a la socavación inevitable que sufren los semblantes del sujeto neurótico en la experiencia de un análisis.
Sin embargo, un segundo acierto de la elección del título reside en su condición no-toda irónica; esto habilita otras lecturas que coexisten con la anterior en ese mundo felizmente inquietante de las paradojas lacanianas al que Zlotnik se le anima. El fruto de su audacia puede leerse en sus líneas y en sus entre-líneas, y estimula al lector a que ponga de su parte para ir descubriendo a un singular padre modelo que, a lo largo del texto, se va construyendo con piezas sueltas de la enseñanza de Lacan: a veces como un antimodelo; otras, como un modelo que solo podría serlo en tanto no lo sea; finalmente, como un modelo no de sus éxitos, sino de sus límites, de sus faltas y hasta de sus pecados.
MANUEL ZLOTNIK
En rigor de verdad, estas piezas no están tan sueltas, pues un hilo las va anudando en la diacronía de la investigación que realiza el autor: comienza con Freud, atraviesa los distintos momentos de la enseñanza de Lacan y culmina con las elaboraciones postlacanianas, especialmente las de Miller y Laurent. Este hilo ha resonado en mi lectura también como una suerte de ostinato musical, como una base rítmica repetitiva que permite la sucesión de las variaciones y que el autor explicita de entrada como « lo vivo del padre »: es el intricado concepto de padre real -o de lo real del padre- el que insiste y, claro está, también resiste en la sucesión de los capítulos. El estilo de Zlotnik se lleva bien con esta resistencia del concepto que trata de desentrañar, pues no cae en las certezas que tienden al cierre y deja líneas abiertas, las mismas con las que busca ceñir lo que irremediablemente escapa a toda conceptualización universal. El lector podrá así encontrarse con este núcleo duro del padre bajo muy distintas formas, de las cuales quiero recortar algunas.
En los tres primeros capítulos se lo puede encontrar bajo la forma mítica del padre gozador de la horda; también como esa persona “de carne y hueso » del tercer tiempo del Edipo, que no solo es modelo ideal de identificaciones, sino que debe al mismo tiempo « jugar el juego », « poner el cuerpo » y « poseer a la madre con su pene de verdad »; finalmente, como el agente real (vivo) del padre simbólico (muerto), agente « tambaleante » cuyos propios límites (fallas) pueden ser –señala Zlotnik desde su experiencia clínica– los más eficaces límites (normas).
En el capítulo IV, la dimensión real del padre modelo se articula con la multiplicación de su nombre sobre el fondo del nombre impronunciable del Dios de los judíos, un dios con un deseo vivo. El autor señala con precisión cómo esta operación conceptual de pluralización que Lacan realiza sobre el Nombre del Padre es correlativa de su expulsión de la IPA en los años sesenta. En efecto, esta operación lacaniana es subversiva porque también afecta al nombre de Freud poniendo en cuestión su paternidad única y absoluta del psicoanálisis; afecta al reinado del Padre freudiano, idea milleriana que Zlotnik recupera y despliega en el tramo final de su libro.
Un poco antes, en los capítulos V y VI, se precipita y condensa el pasaje que Lacan realiza en los años setenta: del ideal del pater familias al e-pater; es decir, al padre que debe impactar para cumplir su función. Es el pasaje del padre mítico al padre real en cuanto existente: existe al menos uno, como excepción, que dice no a la función fálica y habilita la ruta hacia una mujer, vía el fantasma o vía la poesía. Este lugar de excepción puede ser ocupado por cualquiera para llegar a ser modelo de la función paterna, pero no de cualquier modo. En este punto, Zlotnik desarrolla una articulación muy fructífera: lo que da sustento a este modelo de padre –que no se reduce a la excepción que funda el todo–, dice, es la père version. Y simplifica lúcidamente esta articulación al afirmar que se trata de « un cualquiera al que su goce lo une a una mujer ».
Zlotnik presenta a este padre modelo como quien, desde lo real de su castración, sabe arreglarse con lo real del goce que no tiene inscripción simbólica, y sin recurrir a su represión ni a su significación fálica. Es, sostiene, “la manera singular que cada cual encuentra de ser padre”, lo cual supone que estas maneras son múltiples y cada una, excepcional. Es un modelo que por eso, concluye el autor, articula con el no-todo de la lógica femenina. La solución lacaniana ante la caída del reinado freudiano del Nombre del Padre no consiste en restituirlo, sino en recuperar « a los padres en las distintas versiones de la pluralización », como una « reformulación del padre en otro estado que ya no es el Ideal », más cercana al sinthome.
Zlotnik confronta así al lector a la inevitable consecuencia de que quizás ya no se trata de que la función paterna sea la de metaforizar, sino la de versionar en un medio-decir sobre lo que no hay. Y entonces, sin proponérselo, nos permite recordar que solo hay versiones, no originales (como sugiere Jorge Luis Borges), quizás porque la metáfora estuvo siempre trunca (como versifica Roberto Juarroz).
Ahora bien, el autor deja testimonio escrito de su prudencia en el capítulo VII, en el que presenta algunos de los efectos devastadores del discurso capitalista. Dice en las dos últimas líneas de su texto: “Habrá que verificar si esa reformulación [de la función paterna] puede ser aplicada a lo actual o si ya es una herramienta inaplicable a los tiempos que corren y que se vienen”. Como lectora de su libro, y para salvar a su prudencia de toda pendiente al escepticismo, apuesto con entusiasmo a esa reformulación por una sencilla razón: porque pienso que todavía no se ha aplicado, no ha sido puesta a prueba, aún no nos hemos servido de ella para sustraernos a los estragos que el capitalismo produce en la subjetividad.
Apostar al padre pluralizado como lo hace el autor es apostar también a que las errancias, dispersiones y digresiones posibles no necesariamente lleven al extravío y a la perdición, sino a la poética del flâneur, siempre algo escandalosa, desde ya, pero capaz de horadar los beneficios de la utilidad directa en pos del goce de la gratuidad y la inutilidad. Es una de las postas que toma Jacques-Alain Miller para que el psicoanálisis del siglo XXI siga en carrera, junto con la ironía, entendida como el esfuerzo posible de poesía en la actualidad. En el marco de esta posta he escrito mi lectura del libro de Manuel Zlotnik: desde su título mismo.